Archivo mensual: julio 2018

EL PASEO DE LA VIDA

Lo llamábamos “el paseo”. Estaba a doscientos metros del colegio. Por las tardes, cuando salíamos de clase, nos solíamos reunir allí un grupo de alumnos. Teníamos 16-17 años. Siempre había la hermana de alguien y la amiga de la hermana y la amiga de la amiga de la hermana, lo que en conjunto animaba y daba interés a las reuniones, que a veces acababan en la bolera próxima.maristas

Cuando ahora, tantos años después, paso por ahí, no puedo evitar un sentimiento de nostalgia. El panorama que ofrece es muy distinto. Aunque el marco general se conserva (el paseo central, las calzadas laterales, etc), el contenido, sobre todo el humano, no se parece en nada al que creo recordar.

Los largos bancos que bordean el lado oeste del paseo, están llenos de restos humanos sentados, quiero decir, de personas que ya han vivido y que, sin más horizonte ni esperanza, esperan pacientemente la muerte. Yo mismo podría ser una de ellas. Bastaría con que me sentase en el banco y por la edad, aspecto, etcétera, sería indistinguible de los demás.

Pero no. Yo soy escritor, y me mantengo activo, como ahora mismo… Bien, quizá alguna de esas personas que observo con disimulo tenga también un pasado interesante y, sobre todo, un presente, que es de lo que se trata. Ese anciano de mirada melancólica y de largas arrugas verticales que le surcan una y otra mejilla, por ejemplo. Estaría bien saber algo de él. Pero tengo un problema.

He dicho que soy escritor. Lo que no he dicho es que carezco de las dos o tres características que se consideran fundamentales en todo escritor: no soy buen observador, los detalles se me escapan hasta el extremo de que, cuando acabo de estar con una persona, soy incapaz de recordar cómo iba vestida; no soy lo bastante curioso o atrevido como para abordar a un desconocido en busca de cualquier información…ah, y no me gustan los gatos.

Pero esta vez hago un esfuerzo, un esfuerzo descomunal y me acerco al hombre de las largas arrugas verticales.

– Hola, cómo va todo.

– Bien – responde, sin apenas dirigirme la vista.

– ¿Vive usted por aquí?

– Sí.

– Cómo ha cambiado esto, ¿eh?…aunque no mucho, según se mire ¿Lo recuerda usted de cuando era joven?

– No.

– Ah, ¿no? ¿No vivía aquí entonces?

– No.

– Bueno, yo tampoco. Pero el colegio quedaba cerca y en los dos últimos cursos, solíamos venir aquí un grupo de amigos al acabar las clases, nada, a charlar, comentar cosas del cole, de los profesores y compañeros y tontear un poco con alguna chica, que nunca faltaban. Cuánto tiempo hace de todo eso…¿Sabe que me he espantado calculándolo? Hace solo un momento, viniendo para aquí, he estado contando y recordando… y no me lo creía, palabra, ¿sabe cuánto? ¿cuánto? ¡Sesenta años! Sí, hombre sí, no ponga esa cara, ¡sesenta años! Claro que sí, yo tenía 17, ahora tengo 77, calcule usted mismo, ¡qué barbaridad! No me lo acabo de creer. De hecho, nadie se lo acaba de creer. Todos los de nuestra edad dicen sí tengo tantos años pero, por dentro, me siento como si tuviese veinte. Pues claro que sí, cómo no, todo anciano se siente por dentro como si tuviese veinte. ¿Y sabe por qué? Porque en nuestro interior hay algo, que unos llaman alma y otros voluntad, que es eterno y nunca cambia. Lo malo es que ¡todo pasa tan deprisa! Tan deprisa que ese niño que hay en el fondo de cada cual no tiene tiempo de enterarse. Sí, usted lo habrá notado: en el fondo de nosotros hay un niño que, de pronto, pregunta asustado ¿qué ha pasado? La vida ha pasado, ni más ni menos que la vida, en un suspiro, en un abrir y cerrar los ojos, como dice la sabiduría popular.

¿Y cómo ha ido? Ah, eso es lo fundamental. ¿Usted ha observado los rostros, las miradas, las actitudes de todos esos hombres y mujeres sentados por ahí? No es difícil saber cómo les ha ido. Frustraciones, angustias, dolores, y también esperanzas, satisfacciones, alegrías…de todo hay, y mirando atentamente cualquiera de esos rostros puede uno deducir en qué medida ha ido mezclado todo eso. Y es que, considerando los casos extremos, las vidas de muchos seres humanos no se parecen en absoluto, como si perteneciesen a especies distintas. Para unos, un infierno inexplicable; para otros, un agradable paseo por un jardín de flores, no exentas espinas. La mía ha sido más bien un paseo, con algunos malos ratos, por supuesto, pero el balance es desde luego positivo. A usted tampoco parece que la haya ido muy mal. ¿Suele venir por aquí? Seguiremos hablando, entonces. Adiós.

– Adiós – responde el hombre, y entorna los párpados como si le molestase un sol inexistente.

De vuelta a casa me siento alegre, sereno, confortado. Aunque sea por una vez, he superado una de mis limitaciones. Imagino que también el hombre de mirada melancólica y largas arrugas verticales está sintiendo la misma especie de euforia. Sí, seguro que está pensando lo mismo que yo, no hay nada tan liberador como abrirse a un desconocido.

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EN COMPAÑÍA DE GRANDES. Panorama personal de la literatura occidental

[Ensayo de prólogo y de título definitivo para la edición en papel de Los libros de mi vida  junto con Los libros de mi vida. Lista B, que nadie me ha propuesto, todavía]

Para algunos supervivientes, entre los que me cuento, la lectura es una manera de ampliar la vida. También está el cine, la música y el arte en general. Pero yo suelo hablar solo de lo que conozco un poco.

Entre las varias maneras que se puede vivir la vida, pienso ahora en dos: la que se vive  en dos dimensiones y la que se vive en tres o más dimensiones.

Vive la vida en dos dimensiones la persona que va avanzando en una dirección sin más visión ni perspectiva que aquella que le ofrece el paisaje inmediato. Trabaja – o se las ingenia – para vivir lo mejor posible: tener dinero, comida, sexo, afecto, amor, seguridad, prestigio, poder. Si no lo consigue, o consigue muy poco de todo eso, se considera un desgraciado; si lo consigue, muchas veces también. En todo caso su campo de acción tiene unos límites precisos, que son los propios – en primera instancia -, de una existencia que no suele prolongarse más allá de los cien años.

Vive la vida en tres dimensiones la persona que, si bien participa de todas o de algunas de las aspiraciones comunes antes citadas, dispone además de un acceso secreto a una pluralidad de vidas, pensamientos, experiencias, de las que puede gozar como si fuesen propiamente suyas. Ese acceso, que no es en verdad secreto pero como si lo fuera, se llama Literatura. Y el que lo conoce y traspasa recibe el nombre de lector, o lectora.

En la vida diaria, quiero decir, física, inmediata, tenemos muy pocas oportunidades de conocer y tratar a personas sabias, agudas, interesantes, profundas, amenas, divertidas en el mejor sentido de la palabra. Quizá porque no sabemos descubrir en nuestro vecino alguna de esas virtudes (pienso que si tuviésemos por vecino a Dante Alighieri diríamos “qué tipo tan antipático y envarado que apenas saluda”), quizá porque las personas con esas características son tan escasas que tienen que repartirse aquí y allá por toda la geografía y la historia universal. Pero nosotros no podemos andar por toda la geografía y la historia universal para encontrarlas. ¿O sí?

Veamos, ¿por qué lees? Buena pregunta, como aquella tan famosa que todo escritor ha de escuchar del entrevistador de turno: usted, ¿por qué escribe? Aunque, mirándolo bien, esta es una pregunta bastante absurda, porque es evidente que preguntar a un escritor – de los de verdad, me refiero – por qué escribe es como preguntar a un niño por qué juega.

El por qué lees sí que tiene su jugo. Y es que se puede leer con finalidades tan diversas como las que van desde para pasar el rato hasta para comprenderme y comprender el mundo. Reconozco que, sin que me lo propusiese al principio, mi finalidad ha estado siempre más próxima de lo segundo que de lo primero.

Y hace poco, en este tramo de mi vida situado sin duda hacia el final, he tenido la idea, en realidad, he sentido la necesidad, de convocar a todos aquellos escritores que me han acompañado, confortado e iluminado a lo largo de mi existencia. Y han ido apareciendo.

Primero, aquellos que desde la infancia me han ido despertando a la realidad del mundo y de las ideas o me han acompañado (coincidido) en momentos especiales de la vida. A ellos dediqué la primera serie – con breves apuntes autobiográficos – a la que puse por título Los libros de mi vida. 

Apenas cerrada esta serie, compuesta por semblanzas de 21 escritores, caí en la cuenta de que muchos de los considerados “grandes” habían quedado fuera. Era natural, puesto que se trataba de una selección confesadamente personal y subjetiva. De todos modos, quise enmendar en lo posible el “fallo” convocando a otros escritores que, aun no habiendo tenido un significado especial en mi vida, contaban con toda mi admiración. Y así redacté 21 semblanzas más de escritores y titulé la serie Los libros de mi vida. Lista B. Apenas cerrada esta segunda serie caí en la cuenta de que algo muy importante y muy serio había quedado fuera. Me propuse enmendar en lo posible el fallo, pero la cosa ha sido tan reciente que, como se dice, aún no he puesto manos a la obra. Y no quiero hablar de proyectos no materializados. Así, aunque se espera una tercera serie – si hay vida y fuerzas – estas dos son lo que ahora hay.

Las 42 semblanzas de escritores las he ido publicando en mi Blog. Y, por las reacciones contenidas en los comentarios de muchos lectores, se me ha ocurrido que podrían ser un excelente instrumento para estimular la lectura de la literatura de calidad. Así me lo han dado a entender algunos lectores y lectoras. Una de ellas ha afirmado con rotundidad que,  si en su lejano bachillerato le hubiesen presentado a los escritores y sus obras de esta manera, su impresión de la literatura hubiese sido muy diferente de lo nada atractiva que fue.

Pues bien, ahí lo dejo. Las editoriales especializadas (o no) en temas educativos de la juventud, las agencias editoriales, los gestores de proyectos oficiales, como ese llamado Plan de fomento de la lectura, tienen esto a su disposición.

Si no lo toman, yo me quedo como estoy. Pero muchos jóvenes y no tan jóvenes que, sin saberlo, esperan algo así, también se quedan como están, es decir, de espaldas a parte de lo más grande que ha dado la humanidad.

Y esto sí que sería triste. 

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JULIO CORTÁZAR. La alegría de escribir I

Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días.

Típico de los cronopios, siempre imprevisibles y desmesurados. A los famas, muy formales, no les ocurre nada parecido. Y a las esperanzas, según y como, porque las esperanzas son el vivo ejemplo del ser indeciso e influenciable.

Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del corro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.

Los cronopios se le aparecieron a Julio Cortázar una tarde en el auditorio de un teatro desierto por el intermedio. A continuación surgieron los famas y las esperanzas. Y poco tiempo después Julio empezó a escribir sobre las aventuras y las maneras de tan curiosos personajes. El resultado fue el libro publicado en 1962 con el título de Historias de cronopios y de famas .

¡Fantasías! exclamaron todos los famas instalados en los ministerios, consejos de redacción y secretarías de los partidos. Con los problemas que tienen en Latinoamérica y viene este cronopio emigrado a confundirnos a todos con sus fantasías sin sentido. Evasión, pura evasión, sentenciaron. Y las esperanzas también sentenciaron evasión, porque las esperanzas son muy sensibles a las sentencias de los famas.

Y es que el autor de estas historias tiene una particularidad: que no distingue muy bien entre la llamada realidad y la llamada fantasía. Y no es que se haga un lío entre una y otra. Al contrario, en su proceso de creación una se apoya en la otra para construir una realidad más alta, esa de la que da cuenta el arte.

La fantasía, lo fantástico, lo imaginable que yo amo y con lo cual he tratado de hacer mi propia obra es todo lo que en el fondo sirve para proyectar con más claridad y con más fuerza la realidad que nos rodea.

La amenaza que pensamos situada en un mundo distante o imaginario puede en un momento saltar a nuestro mundo y acabar con nosotros. Continuidad de los parques. El hombre sentado en la butaca de terciopelo verde lee una novela de pasión y celos. En el relato, un individuo avanza hacia la gran casa empuñando un puñal. Entra, sube las escaleras y ataca por la espalda al hombre sentado en la butaca verde que lee una novela.

No es seguro que la vida sea vida y que el sueño sea sueño, porque quién sabe si el sueño es la vida y la vida el sueño. La noche boca arriba. Un motociclista corre por las calles de la gran ciudad entre altos edificios y paseos arbolados, hasta que un accidente hace volar la moto y él queda debajo. Trasladado al hospital… se ve, indio moteca, corriendo por la selva, huyendo de los enemigos aztecas… tendido boca arriba, personas de batas blancas se inclinan ante él…vuelve a dormirse, cree, y es finalmente apresado por los aztecas y conducido al lugar del sacrificio… despierta y el personal médico sigue atento sobre él, no quiere dormirse otra vez… pero ahora se ve sujetado sobre el altar del sacrificio y entiende que ésa es, era, su vida, no el sueño absurdo en el que corría sobre un pájaro de metal entre altos y extraños edificios.

Sucede a veces que un poder sin rostro y sin nombre nos expulsa del mundo que ha sido nuestro. Casa tomada. Dos hermanos, hombre y mujer, viven en la antigua casa heredada. Un día, tienen la sensación clarísima de que una presencia extraña ha ocupado una habitación. La cierran y siguen la vida prescindiendo de ese espacio. Pero la ocupación se extiende paulatinamente a otra habitación y a otra y a una sala y a otra, y ellos las van cerrando y se acomodan a vivir en el resto de la casa. Pero aquello avanza. Finalmente quedan reducidos al recibidor. Hasta que tienen que salir y cierran con llave la casa.

Los cuentos de Cortázar son así. Y de otras muchas maneras según la idea que domina en cada uno de ellos. Por ejemplo, la distorsión o estiramiento del tiempo (La isla al mediodía), la fatalidad o destino (El ídolo de las Cícladas), la potenciación del absurdo de una realidad (La autopista del sur). Los cuentos, junto con su gran novela, constituyen la obra más característica de Cortázar.

La gran novela se titula Rayuela y, en mi opinión, es digna de figurar en el elenco de las obras más logradas y definitorias del siglo XX, junto a Ulises, La montaña mágica,  Bajo el volcán, y quizá alguna más. La voluntad transgresora, innovadora del lenguaje, que en los cuentos ha tenido que contener el autor para que no oscurezca el efecto deseado, se manifiesta en Rayuela con toda libertad.

Cuenta el autor que hacía tiempo que tenía escrito un capítulo y que un buen día se puso a escribir todo lo anterior (los episodios de París) hasta enlazar con lo escrito y luego siguió con más episodios y otras cosas añadidas un poco a la manera de un collage. Además advierte que el libro se puede leer de manera tradicional hasta el capítulo 56 y que a partir de ahí puede dejarse, o leerse en su totalidad empezando por el capítulo 71 y siguiendo en el orden, quizá arbitrario, que propone.

La novela contiene una doble tentativa: por una parte, de modificación de la relación entre autor y lector en busca de una mayor participación activa de éste; por otra, de negación de la realidad cotidiana como única instancia y de admisión de otras realidades siempre latentes.

Publicada en 1963, en poco tiempo convirtió a su autor en el escritor argentino de su generación más leído y admirado. Pero Cortázar no había nacido en Argentina. (CONTINÚA)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

  

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