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ALFONSINA STORNI. La vida y el mar I

En mayo de 1892, en un lugar de la Suiza que habla italiano, nace una niña. Hasta que no cumpla cuatro años no oirá la lengua en la que habrá de pensar y escribir a stornilo largo de su vida. Tampoco hasta entonces conocerá el mar.

Sus padres, Alfonso Storni y Pasqualina Martignoni (Paulina), habían emigrado a la Argentina en la década anterior. Pero los negocios, al principio esperanzadores, tomaron tan mal rumbo que decidieron regresar a Suiza. Seis años después volvieron a embarcarse en el puerto de Génova para cruzar el mar con toda la familia: los dos hijos mayores, ya nacidos argentinos y la pequeña Alfonsina.

En San Juan las cosas no fueron mejor que antes. En 1900 la familia se traslada a Rosario, en busca de una salida a sus apuros económicos. En 1903, a los once años, Alfonsina deja los estudios para ayudar a su madre (mientras el padre se va hundiendo en la melancolía y el alcohol), como costurera; luego, en el pequeño restaurante que abre Paulina y, a los catorce años, como operaria en una fábrica de gorras.

Aún no ha cumplido dieciséis, cuando la compañía de teatro del actor español José Tallaví actúa en Rosario. Alfonsina, deslumbrada ante un mundo maravilloso y que sin embargo siempre había presentido (desde los doce años escribe versos), consigue que Tallaví le haga una prueba para cubrir una vacante del cuadro escénico. Admitida, pasa un año recorriendo el país, actuando en diversos pueblos y ciudades. La experiencia es positiva en un aspecto (“tuvo una gran influencia sobre mi actividad sensorial, pues me puso en contacto con las mejores obras del teatro contemporáneo y clásico..”), pero negativa en otro, el de la dura realidad del día a día (“casi una niña y pareciendo ya una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba.”).

Deja el teatro y se matricula en la Escuela Normal de Maestros Rurales, pero siempre trabajando; incluso cuando realiza las prácticas de maestra trabaja como celadora en la misma escuela. Más tarde, ya en Buenos Aires, tendrá que seguir recurriendo a las ocupaciones más dispares para ganarse la vida: cajera, primero en una farmacia y luego en otro tipo de comercio, corresponsal de una empresa importadora de aceite de oliva…No es de extrañar que la poeta delicada (aunque también irónica e incluso sarcástica) no perdiese nunca de vista la realidad: estaba atrapada por ella y ni por un momento dejaba de sentir sus zarpazos.

La miseria sobrevenida de la familia, la muerte de un padre que andaba ya como un muerto por la vida, la urgente necesidad de dedicar la mayor parte del día a absurdos trabajos alimenticios… Difícilmente podría surgir de todo eso una poetisa exquisita encerrada en su torre de marfil. Más bien lo que se fue perfilando: una auténtica poeta que al mismo tiempo que nos sumerge en los misterios de la vida, del amor y de la muerte, no olvida su condición de trabajadora, que es la misma de la inmensa mayoría de la humanidad. Ni su condición de mujer, que es otra manera – enseguida lo ve claro – de ser, además de explotada, humillada.

Con el título de maestra, ejerce en Rosario al mismo tiempo que empieza a publicar poemas en revistas de la ciudad. Tiene dieciocho años y parece que su existencia va a seguir una tranquila linea ascendente. Pero la línea se rompe. Antes de cumplir los veinte años, abandona lo poco conseguido y se marcha, sola, a Buenos Aires, dispuesta a reiniciar su vida. Está embarazada.

Soltera y con un hijo. Por grandes que hoy sean las dificultades de las madres solteras, no hay punto de comparación con lo que esa situación suponía entonces. Y es que, a los habituales problemas económicos, se sumaba un rechazo social absoluto, que relegaba a aquellas mujeres a la condición inequívoca de apestadas y a ser víctimas potenciales de todos los abusos.

Pero Alfonsina no sólo tiene el hijo, sino que, orgullosa y autosuficiente, oculta siempre la identidad del padre. Nadie sabe quién es. Sólo ella y más tarde Alejandro, el hijo. Es insólito que un secreto de esta naturaleza pueda mantenerse toda una vida y aún más (todavía no se conoce el nombre), sobre todo teniendo en cuenta que el hijo se mantuvo siempre en contacto con el misterioso padre. Se dice que era mucho mayor que ella, casado y de cierta relevancia pública. 

El caso es que en 1912 Alfonsina se planta en Buenos Aires,

Tristes calles derechas, agrisadas e iguales

por donde asoma, a veces, un pedazo de cielo…,

sin más pertenencias que el hijo aún no nacido y la inquebrantable voluntad de cumplir su poético destino. Aún no ha conseguido librarse de sus trabajos alimenticios cuando, en 1916, publica su primer libro de poemas, La inquietud del rosal, del que más tarde renegará (la poetisa todavía no es la poeta que aspira a ser) y empieza a escribir en las revistas Caras y Caretas, Mundo Argentino, El Hogar, colaboraciones que le aportan una ayuda económica y el espacio necesario para ensayar y desarrollar sus inquietudes intelectuales. En 1920 ya es colaboradora fija del periódico La Nación. Decididamente, las cosas van bien. Y aún pueden ir mejor.

Toda la década de los veinte es un lento afirmarse y ascender en una sociedad dominada por hombres y, en su mundo, por las grandes figuras de las letras. Entabla amistad con José Ingenieros y Manuel Ugarte, intelectuales socialistas. Asiste a diversas reuniones y tertulias de escritores como Emilio Centurión, Enrique Amorim, Horacio Quiroga. En una de ellas, conoce a García Lorca, de viaje por Sudamérica. Ante nada se arredra. Escribe, trabaja (da clases de arte escénico en su cátedra del Conservatorio de Música y Declamación, ejerce como profesora en escuelas públicas, por la noche enseña castellano y aritmética en una escuela de adultos…), participa en los movimientos sociales y gremiales (sindicales).

Su obra poética se va publicando a un ritmo sostenido (1918, El dulce daño; 1919, Irremediablemente; 1920, Languidez; 1925, Ocre), hasta que, con la publicación de Ocre, su escritura cambia, se depura, se estiliza, pierde los viejos resabios del modernismo y se pone a la altura de los grandes poetas del momento; en lo formal, que en lo demás ya los alcanzaba.  (CONTINÚA)

(De ESCRITORAS)

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