Archivo mensual: julio 2015

Mundo, Demonio y Fausto (escena del acto 2)

[El Imperio de Oriente se ha desintegrado; el Imperio de Occidente se ha quedado sin enemigo. El emperador de Occidente contrata a Ideator (Mefisto) y Fost (Fausto) para que le consigan un enemigo que justifique su política imperial. Mefisto da unos consejos a Fausto y lo abandona en un frondoso parque de la capital. ]

Mefisto desaparece. Se acerca, patinando, un joven ejecutivo (Max).

MAX.- Increíble, increíble. Señor, ¿qué hace usted aquí, a estas horas en el Parque?

FAUSTO.- Paseo, y hablo conmigo mismo.

MAX.- ¿Paseo? Error, no reconozco “paseo”. Es usted extranjero ¿no? No sabe lo peligroso que es esto a estas horas.

FAUSTO.- ¿Peligroso? No veo ningún peligro. De hecho, fuera de estos árboles tan hermosos no veo nada ni a nadie. ¿Dónde está el peligro?

MAX.- ¡Usted es el peligro, hombre! A quién se le ocurre. Tendría que estar prohibido.

FAUSTO.- ¿Prohibido? ¿Qué? ¿Pasear?

MAX.- Error, no reconozco, ya se lo he dicho. ¿Qué significa eso?

FAUSTO.- ¿Pasear? Es caminar lentamente, sin rumbo ni destino, al ritmo de pensamientos, que vienen y se van como hojas mecidas por el viento, aquí aspiro el aroma de una flor, allá aparto una piedrecita del camino, mientras el sol de la tarde declina su majestad entre el rojo decorado de las nubes. ¿Nadie pasea aquí?

MAX.- Es usted extranjero, claro. Alemán ¿no? Me caen bien los alemanes. Será mejor que me acompañe. Yo le pondré a salvo. ¡Monte!

Max se agacha para que Fausto pueda montar a horcajadas sobre sus hombros, y emprende veloz carrera. Al salir del Parque se le unen grupos de jóvenes ejecutivos patinadores.

PATINADOR 1.- ¿Qué llevas ahí, Max?

MAX.- Un extranjero loco. Estaba solo en el Parque.

PATINADOR 1.- ¿Solo en el Parque? ¿Y qué hacía?

MAX.- Dice que paseaba.

PATINADOR 1.- Error, no reconozco “paseaba”.

MAX.- Eso mismo le he dicho yo, y me ha dado una explicación muy rara.

PATINADOR 2.- Tráetelo a la fiesta. Será una bomba.

MAX.- En eso pensaba.

PATINADOR 3.- ¿De dónde es?

MAX.- Alemán.

PATINADOR 3.- ¿Nazi?

MAX.- (a Fausto) ¿Eres nazi?

FAUSTO.- Mucho corréis, y no puedo captar vuestras palabras, a parte de que esta cabalgadura es bastante más incómoda que los lomos del viejo Quirón.

MAX.- ¿Lo veis? No se le entiende nada, y eso que apenas tiene acento. (a Fausto) ¿Hace mucho tiempo que vives aquí?

FAUSTO.- Sí, hace mucho tiempo que vivo. Y lo peor, es que el tiempo no aporta nada. La selva de las confusiones se va enredando en vez de desenredarse.

PATINADOR 2.- Te lo he dicho: una bomba. Corramos.

CORO DE PATINADORES.-

Corramos, volemos, saltemos,

¿pasear? no reconocemos.

Skating, jogging, surfing,

el mundo es una pista,

la vida va por ella

sobre ruedas o tablas

o enfundados los pies

en suaves deportivas.

Libertad en las manos

y viento en el cerebro,

skating, jogging, surfing,

corramos, volemos, saltemos,

¿pasear? no reconocemos.

FAUSTO.- ¡Alto! Te lo suplico, no lo resisto más.

Max se detiene, y también los demás patinadores. Fausto descabalga, se sienta en el suelo, y los patinadores también se sientan formando círculo alrededor de él.

MAX.- ¿Qué te ocurre? ¿Te mareas? Vaya alemán flojo estás hecho.

FAUSTO.- Es que…no sé adónde me lleváis. Yo tengo una misión.

PATINADORES.- ¿Una misión?

FAUSTO.-Un trabajo.

MAX.- ¿Y cuál es ese trabajo, si puede saberse?

FAUSTO.- No puedo decirlo.

MAX.- ¿Eres espía?

PATINADOR 1- ¿Espía? ¿De quién? ¿De qué país puede ser espía si no hay enemigo?

FAUSTO.- Cierto, no hay enemigo. El Imperio goza de un espléndido período de paz…Pero yo tengo una duda, que a la vez es un temor: ¿puede ser, pregunto, que en algún lugar de este mismo país exista alguien que, quizá sin saberlo, esté incubando en este momento el huevo de un poderoso enemigo, alguien, quiero decir, tan opuesto a las esencias de este Imperio que lleve en su mente el germen de un Imperio contrario?

MAX.- Te explicas como un libro, muchacho, pero yo tampoco soy tonto, y si no te he entendido mal, la respuesta es: sí, lo hay, y más de uno.

PATINADOR 2.- Pero todos están en Nueva York.

PATINADOR 3.- Y son intelectuales.

MAX.- Y judíos.

FAUSTO.- Dadme un nombre, os lo suplico.

MAX.- Woody Allen.

FAUSTO.- ¿Eso es un nombre?

MAX.- Sí, el que merece el representante de la basura neoyorquina.

FAUSTO.- ¿Dónde lo puedo encontrar?

PATINADOR 1.- Donde haya una niña china.

FAUSTO.- No es una gran pista. ¿A qué se dedica?

MAX.- Practica el incesto, toca música de negros y engorda a los psicoanalistas. También hace películas.

FAUSTO.- ¿Cine? Yo he visto una película.

MAX.- Enhorabuena…Esto me empieza a aburrir. Chicos, ¿nos vamos?

Lentamente se aproxima una limousine. Se detiene a unos pasos del grupo. El chófer, uniformado, con gorra de plato y botas de caña alta, desciende, abre una puerta y se queda firme con la gorra sobre la mano. Fausto se incorpora y, ante el asombro de todos, camina hacia el coche. El chófer le hace una señal con la cabeza para que entre, regresa a su puesto y arranca.

FAUSTO.- Creía que había de componérmelas solo.

CHÓFER-MEFISTO.- Y así es. Tú decides y actúas. Yo sólo me ocupo de la intendencia y de la logística…¡A Nueva York! Me encanta esa ciudad. Los que la comparan con el Infierno no saben de lo que hablan.

Nueva York. Apartamento de Woody Allen.

FAUSTO.- Buenas tardes.

WOODY.- Buenas tardes. ¿Qué se le ofrece? Le advierto que tengo de todo…aunque usted no tiene pinta de vendedor.

FAUSTO.- No lo soy. Solo quiero que hablemos de un asunto que a ambos nos interesa.

WOODY.- Eso me dijo una vez un tipo y por poco acabo tocando la pandereta con los hare-krishna.

FAUSTO.- A usted no le gusta este país.

WOODY.- Hombre, reconozco que el agua corriente podría ser de un color menos subido.

FAUSTO.- Usted haría cualquier cosa por destruirlo.

WOODY.- No crea, no soy especialmente violento….Usted tampoco lo es…¿verdad que no lo es?…ejem…le he dejado entrar en mi casa…no le conozco de nada, no sé nada de usted…sólo que es alto…y fuerte, y …ese extraño acento…No pensará hacerme daño, ¿verdad?…Al menos, no me haga sufrir…no soporto sufrir por cosas inevitables, me da mucha rabia, qué quiere que le diga…Oiga, cuando esté distraído, mirando hacia allá, por ejemplo, me da un buen golpe en la cabeza…y que haya suerte, caray.

FAUSTO.- No acabo de entenderle, señor. Es bien cierto que para comunicarse con gente de otro país (y de otra época) no basta con conocer el idioma. ¿Acaso teme que le haga daño?

WOODY.- No, qué va, sólo ha sido una idea, ¡se le ocurren a uno tantas ideas al cabo del día! Mire, si yo no escribiese y no hiciese películas no sé qué haría con los montones de ideas que se me vienen encima todos los días. Tendría que poner una parada en Central Park, supongo. Y ahora volvamos al principio, ¿qué se le ofrece, señor pacífico?

FAUSTO.- Ando en busca de la madriguera donde las fuerzas adversas se hallan en estado de latencia, para desatarlas, organizarlas y empujarlas al gran Enfrentamiento.

WOODY.- Un primo mío también buscaba algo así, pero sólo encontró dos entradas para el zoo.

FAUSTO.- Sigo sin entenderle, señor. Dígame con claridad, se lo suplico, si desea ayudarme en la tarea de configuración del gran Adversario.

WOODY.- Ya sé a quien me recuerda, hombre. A la Muerte, sólo le falta la cara blanca. Una vez la Muerte visitó a un personaje mío. Hizo un pobre papel, por cierto. Perdió jugando al roomy con mi personaje y tuvo que volverse de vacío. Pero lo que más me extrañó es que, en un momento dado, y sin que venga para nada a cuento, le pregunta a mi personaje “¿Ha leído Fausto?” Y mi personaje responde “¿Qué?” y ahí se acaba el tema. Es extraño ¿no?

FAUSTO.- No sabe hasta qué punto. Pero no me ha contestado a mi pregunta.

WOODY.- ¿De si he leído Fausto?

FAUSTO.- No, de si desea ayudarme.

WOODY.- Oiga, la verdad, no me apetece organizar nada –bastante tengo con mi vida- ni me interesan lo más mínimo los adversarios, enemigos y especies parecidas. A usted le han informado mal.

FAUSTO.- ¿No es usted el peor enemigo del sistema de gobierno imperial? ¿No es intelectual? ¿No es judío?

WOODY.- ¡Por el Dios de los rabinos! Ése es Chomsky, Noam Chomsky. Ande, vaya a buscarlo. En alguna Universidad le encontrará, aunque en estos momentos lo más probable es que se esté tomando un café doble con veinticinco ex marines reciclados de vietnamitas. Buenas tardes.

FAUSTO.- Buenas tardes

(De Mundo, Demonio y Fausto)

                         Ver Acto completo:       https://es.scribd.com/doc/27646203/Mundo-Demonio-y-Fausto-2

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La escritura de Gil de Biedma

Jaime Gil de Biedma tiene veintiséis años. Una afección pulmonar le obliga a interrumpir su trabajo en Barcelona para pasar unos meses de descanso en la casa familiar de Nava de la Asunción (Segovia). La ajetreada vida de alto ejecutivo en una gran empresa, la vida “disipada” (así se decía entonces) de sexo y alcohol quedan en suspenso. No así la afición a las letras y el contacto – ahora necesariamente epistolar – con los amigos escritores: Carlos Barral, Gabriel Ferrater, Goytisolo, Castellet…

Por el contrario, aprovecha el retiro de Nava para seguir ejercitándose en la escritura. En la poesía, que viene casi sola, y en la prosa, que requiere más trabajo consciente. Con este fin, va escribiendo una especie de Diario, en el que va recogiendo, con afán puramente ensayístico, es decir, de intento, de prueba, las impresiones y pensamientos, de aquellos meses. Y la herramienta se va puliendo, hasta que una mañana luminosa de agosto, en el jardín de la casa, escribe unas líneas que, para muchos, se perderán en el mar del texto:

Desde debajo de unas celindas me estudia un gato negro, incongruente. Parece un resto de noche que han olvidado ahí.

Pero yo pienso que solo un poeta auténtico puede escribir una prosa así.

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El asombro del científico

Existe en muchos científicos – diría que en la inmensa mayoría – cierta propensión al asombro, incluso al pasmo, ante el hecho de que el universo sea comprensible para la mente humana; de que se puedan formular leyes sobre el comportamiento de la naturaleza, y que funcionen; de que el universo entero se rija por leyes matemáticas arduamente elaboradas por nuestros cerebros más despejados; de que haya, en fin, una perfecta correspondencia entre el objeto mundo y el sujeto mente. La frase que mejor expresa esta actitud se la debemos a Einstein:

Lo más incomprensible del mundo es que sea comprensible.

Y Einstein era un gran científico, capaz de ver lo que los otros no supieron ver – característica ésta esencial del genio – sin renunciar por ello al sentido común. Y ahí es donde falla. Desde el punto de vista de la filosofía, se entiende.

Cierto filósofo sentenció que el sentido común está bien para la cocina (no sabía que llegarían cocineros dispuestos a expulsarlo también de los fogones), pero que nada tiene que hacer en la filosofía.

El sentido común nos dice que los objetos de la naturaleza son, en sí, tal como los vemos, y que están ahí tanto si los vemos como si no. El sentido común hace decir a un famoso divulgador científico que los números y las matemáticas existen tanto si los humanos los conocen como si no.

La filosofía es otra cosa. La filosofía, por lo menos a partir de Kant, pone el acento en el acto mismo de conocer. ¿Y qué significa “conocer” cuando el sistema de relaciones que observamos en el mundo exterior es el mismo que el que el genio matemático elabora en la soledad de su estudio?

¡La matemática! ¿La matemática existe fuera de nosotros? Sí, por lo visto. Pero resulta que es la misma que existe dentro de nosotros…y ahí es donde se produce el asombro del científico.

Pongo fin a estas reflexiones con unas palabras que el amigo Augustbecker nos dejó en cierto foro filosófico:

Tanto asombro en tanto sabio científico solo tiene una explicación, y es el analfabetismo filosófico de que adolecen tales servidores de la ciencia. Para mí, que contemplan la realidad como se contemplaba tres siglos atrás. Siguen en la esfera del realismo ingenuo, como si Kant no hubiese existido. Para ellos, por un lado está el sujeto – el mismo investigador, por ejemplo – y por otro el objeto, el mundo físico o universo o como se quiera llamar. Y entonces, claro, se maravillan de que dos cosas tan ajenas entre sí se entiendan perfectamente o, mejor dicho, que el objeto posea la misma racionalidad que el sujeto. Alguien les habría de decir que esas “dos cosas” no son tan ajenas entre sí, que la una está contenida en la otra y la otra en la una, que lo que el científico conoce no es el universo en sí, sino la representación que de él se forma en su mente, la cual obviamente solo puede representárselo bajo formas racionales. Es triste que personas que saben tanto sepan tan poco.

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Mundo, Demonio y Fausto (escena del acto 1)

Salida del cine. Es de noche y cae una lluvia fina. Fausto y Marga van caminado, despacio, junto a la cola que espera entrar a la siguiente sesión. Un mendigo, de cara tiznada y barba negra va pidiendo limosna, cojea un poco.

MARGA.- Es una película muy triste. Si lo llego a saber…¿Te ha gustado?

FAUSTO.- Sí, y me ha causado una gran impresión. Es como un teatro mágico en el que se puede representar todo, hasta los sueños.

MARGA.- ¿Qué dices? No tiene nada de teatral. Hay mucha acción.

FAUSTO.- Sí, y qué modo tan maravilloso de representar la acción.

MARGA.- ¿Y por qué crees que él se suicida? ¿Por ella?

FAUSTO.- No exactamente. Todos los suicidios tienen la misma causa: que no hay vida por delante. A veces, llega un momento en que la fuente de la vida se seca, y entonces uno se muere o se suicida, tanto da.

MARGA.- ¿La fuente de la vida? Eso me lo tendrás que explicar en términos científicos…mañana, por supuesto… Mira qué pena, casi no puede andar, si tengo una moneda…

FAUSTO.- No le des nada, no le mires.

MARGA.- Pobre, ¿por qué dices eso?

FAUSTO.- Tú eres muy compasiva, y ser compasivo es como estar siempre al borde del abismo. Infinidad de brazos tratan de atraparte para arrastrarte a las profundidades.

MENDIGO-MEFISTO.- Una limosna. (a Fausto) No me espantes a la chiquilla, que está muy buena por cierto. Y contigo tengo que hablar. Una limosna

MARGA.- Tenga.

MENDIGO-MEFISTO.- Gracias, que haya suerte. (a Fausto) Y tú a ver si dejas de pasearte como un colegial, por no decir como un imbécil (se va).

MARGA.- ¿Qué te ha dicho?

FAUSTO.- Nada. Una grosería.

MARGA.- ¿Sí? La verdad es que es bastante repulsivo. Cuando le he dado la moneda le he tocado sin querer la mano y ha sido como si una corriente eléctrica me sacudiese de arriba abajo. Da mucho miedo. Es como un monstruo.

FAUSTO.-Te lo advertí. El universo está lleno de monstruos, y ése es de los principales.

MARGA.- Qué cosas dices. Como si lo conocieses de toda la vida. Hablas de una manera tan extraña. Me gustaría conocerte a fondo. Hace sólo tres días que trabajamos juntos y, la verdad, me tienes atrapada. ¿Quieres venir a casa? Hoy estoy sola.

FAUSTO.- (Si tiras tú de la rienda, pierdo yo toda mi fuerza). Vamos.

ESPÍRITU DE LOS TIEMPOS.-

Entra sin temor en nuestra esfera,

olvida para siempre

los antiguos cánones.

Un mundo nuevo, veraz, ilimitado

tienes ante ti, aunque también,

algo más soso.

Fausto y Margarita en la cama, desnudos; ella fuma un cigarrilo.

MARGA.- Siempre que lo hago, sobre todo después de hacerlo, tengo una sensación extraña. Me parece que soy otra persona.

FAUSTO.- Es todo tan extraño, y sin embargo tan fácil, tan sencillo, tan plano. Apenas he tenido tiempo de… Es como si antes de tocar el fruto, ya me lo hubiese comido.

MARGA.- ¿Quieres decir que no te ha gustado? ¿que no he estado a la altura?

FAUSTO.- ¿A la altura de qué? Mira, Marga, hay un sentimiento, un sentimiento muy poderoso que se llama amor, o pasión o deseo o como quieras llamarlo. Es un sentimiento que lleva fatalmente al acto. Pero rara vez el acto lleva al sentimiento.

MARGA.- ¿Quieres decir que primero nos teníamos que haber enamorado? ¿Y quién te dice que yo no lo estoy?

FAUSTO.- Me sorprendes. Últimamente no dejo de sorprenderme. Me sorprendes tú, me sorprende este mundo, me sorprende la tranquilidad con que la gente va a ninguna parte. Antes, un tiempo circular lo abarcaba todo, el calendario anunciaba las penas y las alegrías de los hombres, fijaba las fiestas públicas y las épocas de duelo; el pueblo, dentro de un espacio limitado, se sentía protegido por sus dioses y sacerdotes. Algunos sabios se apartaban del rebaño para lanzarse a empresas llenas de peligros en pos de altas realizaciones, incluso al precio de su vida, o de su alma, como en algún caso que yo sé. Hoy es como si todo el pueblo fuese sabio, pero sin sabiduría. No tienen dioses, no tienen sacerdotes, pero tampoco emprenden aventuras heroicas. Caminan mansamente hacia ninguna parte procurando no desentonar del balido general. ¿Qué espera este mundo? ¿Qué busca? ¿Qué pretende? ¿Cómo puede sobrevivir así? Su insensibilidad a la realidad divina me espanta. Parece que, por haber dejado de creer en el Dios de las estampitas, no pueden creer en otra cosa que en lo que tocan, en lo que imaginan que tocan.

MARGA.- Estás muy filosófico. Me lo explicas mañana…Tengo un sueño…

Margarita se queda dormida. Se abre el armario ropero y aparece Mefistófeles, todavía en forma de mendigo.

MEFISTO.- Parece que el señor no está satisfecho.

FAUSTO.- Francamente, no.

MEFISTO.- Parece que el señor echa de menos ciertas incertidumbres y sobresaltos: el asedio, la conquista, la rendición, la caída de la inocencia. Creía que, para el señor, todo eso eran penalidades necesarias impuestas por la sociedad. Pero veo que no, veo que era parte sustancial del placer. Si no hay asedio, si no hay conquista, si no hay derrota y humillación del contrario, no hay placer. ¿No es así, mi viejo pervertido?

FAUSTO.- Quizás ocurre que sólo tengo joven el cuerpo, que a mi espíritu centenario le es imposible entusiasmarse por una jovencita.

MEFISTO.- Para esos menesteres el cuerpo basta, te lo aseguro. Ahora mismo, no he visto que hicieses funcionar otra cosa.

FAUSTO.- ¿Has estado mirando?

MEFISTO.- No lo puedo evitar. Me gusta el espectáculo. Un hombre y una mujer en trance amoroso es una llamada a la perpetuación de la especie humana, y eso me conviene.

FAUSTO.- (Mirando a Margarita cómo duerme) Y reconozco que es muy bella.

MEFISTO.- (Se sienta a la otra orilla de la cama. Margarita, dormida y desnuda, queda entre los dos) Digamos que es monilla. Te revelaré un secreto: la belleza de la mujer no existe; es sólo un prejuicio de los hombres, un prejuicio instintivo y cósmicamente necesario. A una mujer no la deseas porque sea bella; te parece bella porque la deseas.

FAUSTO.- Esa filosofía, ¿es nueva?

MEFISTO.- Qué va. Más de cien años. Schopenhauer.

FAUSTO.- ¿Quién?

MEFISTO.- Schopenhauer, un compatriota tuyo. Muy interesante, te lo recomiendo. Dice verdades como puños, y por un pelo no da con el secreto de la vida y del universo. Pero apenas se le ha entendido, y hoy está prácticamente olvidado. En estos tiempos la verdad sólo puede pronunciarse una vez; a la segunda, te dicen “eso está superado”.

FAUSTO.- Mira cómo se agita. Está soñando. Diría que tiene horribles pesadillas.

MEFISTO.- No precisamente.

FAUSTO.- No hay duda. Es tu proximidad lo que el provoca horribles visiones.

MEFISTO.- Sí, mi proximidad, pero no pesadillas.

FAUSTO.- ¿Sabes lo que sueña?

MEFISTO.- Por supuesto. Sueña conmigo, es decir, con un mendigo horrible y asqueroso que la ha arrastrado por la fuerza hasta aquí. El mendigo se ha quitado la áspera cuerda que le servía de cinto y la ha atado por las muñecas a los barrotes del cabezal. Ahora pasa su barba rasposa, lentamente, por la superficie de su cuerpo, sus pelos hirsutos son como púas de erizo que van rasgando la fina piel en busca de los lugares más íntimos.

FAUSTO.- ¡Es horrible!

MEFISTO.- ¿Qué dices? Está a punto de estallar de placer. Si la despierto ahora, recogerás los beneficios.

FAUSTO.- Déjame ya, por favor. Hoy me eres especialmente odioso. Yo siempre trato de aspirar a lo alto, por los medios que sea, lo reconozco, y tú te complaces en mostrarme lo más bajo.

MEFISTO.- Yo te muestro lo que hay. Y no me eches a mí a culpa. No os he inventado yo. Así que no lo olvides: por muy arriba que asciendas seguirás pegado a tu culo. ( De Mundo, Demonio y Fausto)                   Ver Acto completo:

https://es.scribd.com/doc/26143427/Mundo-Demonio-y-Fausto-1

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