Ocurre a veces. Estoy fuera de casa, en el campo, o en un parque o paseo arbolado de la ciudad. El día es luminoso; el aire, transparente. El color de las hojas de los árboles, verde intenso u ocre otoñal. Todo lo que siempre me rodea y me acompaña de forma anodina o inadvertida se manifiesta de pronto en su máxima belleza. Un sentimiento de paz, de honda felicidad me embarga…
Entonces de mi cabeza asoman estos versos, guardados ahí desde hace muchos años:
Si el món ja és tan formós, Senyor, si es mira
amb la pau vostra dintre de l’ull nostre
què més ens podreu dâ en una altra vida?…
Son de Joan Maragall, un señor de Barcelona de hacia el 1900, burgués, católico, padre de familia numerosa, abogado, escritor,
Como escritor, admiraba a Goethe. Veía en él, poeta universal, el referente al que podía asirse una cultura catalana aún en ciernes, todavía falta de un fundamento sólido. Y con él compartía muchas cosas: la pasión por la luz, el impulso hacia un equilibrio clásico que domeñase el fervor anárquico del corazón, la querencia por la poesía de circunstancias como oportuna cosecha de momentos escogidos. Otras, no las compartía. Cristiano convencido, Maragall no podía asumir la visión arreligiosa, pagana, del alemán. Ni entendía, creo yo, cómo éste podía compaginar poesía y actitud científica. En carta un amigo escribe:
Molt he admirat i admiro encara a Goethe; pero cada dia sento més la tara racionalista de tota la seva obra.
Y no obstante, el alma goethiana de Maragall no puede menos que estremecerse ante la belleza terrenal de un día bendecido por la luz más pura. En su Cant espiritual, poema al que pertenecen los versos transcritos al principio, se pregunta ¿es posible que exista un “más allá” más bello que la naturaleza que ahora contemplo y siento? Y, dirigiéndose al Dios personal en el que cree, inquiere ¿con qué otros sentidos me harás ver este cielo azul sobre las montañas y el mar inmenso y el sol que en todas partes brilla? Dame la paz eterna con los sentidos que ahora tengo y no querré más cielo que éste tan azul. Hombre soy y humana es mi medida.
Y así, el poeta Maragall, tan místico y tan cristiano, no pide al Creador fundirse con el Todo ni ascender al Cielo, sino renacer en un mundo tan hermoso como el que en ese momento contempla. Y contemplo.
Sia’m la mort una major naixença!
Algunas veces -poquitas-, en momentos muy especiales, aunque no sabría decirte qué los hace tan especiales, pero en los que se dá esa conjunción entre las sensaciones que acarician mis sentidos y una paz y un sosiego que emana de mi interior, siempre he creído que ahí, mientras soy consciente de esa dulce sensación, radica la verdadera felicidad y si yo pudiera creerlo, pensaría que de esa combinación está formado el cielo.
Muy bonito este artículo tuyo.
Gracias por tus palabras, Eugenia, tan bonitas siempre.
Maragall tilda de “tarado racionalista” a Goethe por su condición de ateo ?es algo que no puedo comprender;el ateismo es una creencia tan respetable como pueda ser,el creacionismo.
Bueno, Norberto, eso de “tarado”, en el sentido insultante en que se aplica hoy en día, no entraba en la intención de Maragall, que era persona muy delicada. Simplemente señala que en su admirado poeta advierte lo que para él es un defecto, una tara: el racionalismo.
De acuerdo Antonio,de todas maneras disiento en cuanto a que el racionalismo pudiera ser una tara o un defecto,ni antes ni ahora.