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La imposibilidad de imaginarse inexistente

Es posible que mi afirmación de que en la muerte no hay cuestión no convenza a nadie. No importa. Tampoco se trata de convencer a nadie en primer término, sino más bien de convencerme a mí mismo de que soy capaz de pensar de una manera coherente, divertida y eficaz, adjetivos que no suelen ir juntos.

Con eso de que “en la muerte no hay cuestión” quiero decir lo que ya he dicho en otro momento y lugar: que lo misterioso del asunto no está en el hecho de morirse, cosa absolutamente normal y aun necesaria en la naturaleza, sino en el hecho de que, en el fondo, no nos lo creemos. Y si llegamos a creérnoslo lo rechazamos, nos rebelamos con todas nuestras fuerzas. Y es que no nos podemos imaginar inexistentes.

Esta imposibilidad la explica muy bien un filósofo contemporáneo en el par de páginas que esta mañana le he leído en una librería.

El fondo de la explicación de Bauman consiste en una verdad muy elemental, que yo recuerdo argumentada perfectamente por Schopenhauer. Y es que no hay ni puede haber objeto sin sujeto, ni sujeto sin objeto.

Yo me puedo imaginar situado en un paraíso, o en un infierno, o en un mundo futuro o pasado. Y en efecto, ahí estoy, con todas las sensaciones o emociones que le quiera poner. Pero, si quiero imaginarme como inexistente, surge el problema.

Pienso: yo no existo. Vale. Pero, si no existe el que piensa, ¿quién piensa que yo no existo? ¿Quién puede verme como inexistente? No yo, por supuesto, dado que no existo. Este es un ejemplo muy claro de la imposibilidad de contemplar un objeto (la nada, la inexistencia) sin sujeto (el yo pensante).

Y por este camino estoy llegando a una conclusión inesperada, sorprendente. Y provisional, por supuesto, como todas las conclusiones verdaderas. Resulta que ese rechazo, esa rebelión nuestra ante la muerte no tiene su origen en cierto sentido moral o de dignidad humana (¡soy demasiado importante para desaparecer!), sino en una mera incapacidad cognitiva o epistémica: no podemos imaginarnos inexistentes, nuestra estructura mental no lo permite. Eso es todo.

(De Postales filosóficas: la serie)

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