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LA CIUDAD Y EL REINO: unas claves

I  Las palabras

Todo escritor tiene en su interior un almacén de datos (algunos, ignorados por él mismo) que, a medida que escribe, van apareciendo, trasluciéndose, en la superficie de la obra. Algunos escritores tiran con plena conciencia de ellos; otros dejan que se asomen sin apenas darse cuenta, y el lector no muy enterado tiene que esperar a que llegue el crítico agudo para que sean desenterrados e iluminados.

Yo, lamento decirlo, soy de los primeros. Es decir, de los que con plena conciencia aceptan la memoria de lo leído, para ir vistiendo su escritura. Lo lamento, porque queda más bien, parece más profundo y resulta más misterioso que las fuentes permanezcan enterradas quizá para siempre.

Lo mío no tiene nada de misterioso – al menos, en apariencia. Se resuelve solo con que el lector muy leído vaya descubriendo los remotos orígenes de tal frase o idea.

Pero ocurre que, por muy leído que sea el lector, es imposible que su memoria lectora coincida con la del escritor de turno, que en este caso soy yo. Así que, a la espera de los críticos y comentaristas avezados, que hasta es posible que me descubran datos sorprendentes sobre mí mismo, cosa que suele suceder, he decidido emplearme en la humilde y casi mecánica tarea de descubrir y explicar el origen de ciertas frases y pensamientos que jalonan la obra.

Así que tomo un ejemplar de mi novela La ciudad y el reino, publicada por Editorial Páramo en noviembre de 2020, y procedo:

1

Si te apartas de la sociedad perderás la noción de la norma. Y tu obra solo será el resoplido de una bestia o la ensoñación de un dios.(pág. 13)

ARISTÓTELES lo había dejado bien claro: El hombre solitario es o una bestia o un dios.

2

la filosofía no es más que un género literario… (pág. 30)

Creo que fue BORGES quien alumbró esta idea, pero no recuerdo la frase exacta ni sé (ni importa mucho) la manera de encontrarla.

3

los pobres muertos y los pobres heridos estaban tendidos allí, y el sol se ponía magníficamente detrás de Maguntiacum. (pág. 37)

En 1792 GOETHE acompañó a su soberano Carlos Augusto en la campaña militar que emprendieron los ejércitos de varios estados alemanes contra la Francia revolucionaria. Entre mayo y agosto de 1793 participó en al asedio de Mainz (la antigua Maguntiacum), ocupada por los franceses. En su relato Campaña de Francia del año 1792 se contienen unas palabras asombrosamente parecidas, si no idénticas, a las de la novela, arriba trascritas.

4

¿La nada, dices? ¿Qué nada? Solo existe la nada para el que nada sabe crear. (pág. 40)

Este es un pensamiento de GOETHE que nunca he sabido ubicar en su obra. Quizá solo existe en mi memoria, como síntesis de su actitud frente al nihilismo.

5

La naturaleza se presenta tan hermosa, contemplada con la paz de Cristo en el alma, que uno siente la tentación de preguntarse qué más nos puede ofrecer el Señor en la otra vida. (pág. 42)

Si el món ja és tan formós, Senyor, si es mira
amb la pau vostra a dintre de l’ull nostre,
què més ens podeu dâ en una altra vida?

Estos versos de JOAN MARAGALL, en lengua catalana, a veces tan poética, son sin duda la fuente de inspiración del texto de la novela transcrito arriba.

6

Ahora las puertas de mi casa están abiertas día y noche, y cualquiera puede entrar para lo que desee. Porque finalmente he comprendido que “el otro” no es nunca un intruso, sino que es siempre el mensajero de Dios. Y hay que estar muy atento para recibir y entender todos los mensajes del Señor. (pág. 45)

La misma idea alienta en las palabras de KAFKA, dirigidas a su entrevistador Janouch, que teme ser visitante inoportuno:

Considerar molesta a una visita no prevista es señal infalible de debilidad, es una huida de lo no previsto. Se oculta uno en la así llamada existencia privada porque le faltan las fuerzas para entendérselas con el mundo… Es una retirada. La vida es sobre todo un estar-con-las-cosas, un diálogo. No se debe eludir. Puede usted, siempre y cuando quiera, venir a verme.

7

Lo importante es realizar una actividad continuada y eficaz (pág. 54)

Frase, creo que poco literal, de GOETHE, para quien, corrigiendo la Biblia, “en el principo fue la Acción”.

8

Nuestros anhelos no son sino presentimiento de nuestras facultades. (pág. 63).

Idea, otra vez de GOETHE, que, para mí, constituye el ejemplo máximo del optimismo goethiano.

9

Es verdad que se advierte cierta fuerza y sinceridad, pero esas cualidades, por sí solas, no hacen una obra de arte. Eso que has escrito es una manera de palpar los sentimientos, de señalar la realidad. Pero decir ¡qué bello es eso! o ¡cuánto sufro! no tiene nada que ver con la creación artística. (pág. 103)

Son palabras del Ausonio de la novela, dirigidas a un alumno suyo que le sometía sus escritos para obtener la aprobación.

En las Conversaciones con Kafka, de Gustav Janouch, el entrevistador somete al juicio del entrevistado unos escritos propios. La respuesta de KAFKA es la siguiente:

Esto todavía no es arte. Este exteriorizar las impresiones y los sentimientos es, en realidad, una forma de palpar temerosamente el mundo…

Reflexiones, en uno y otro caso, aplicables a tanto aspirante a artista que piensa – como los románticos ingenuos – que todo consiste en expresar los propios sentimientos.

10

No hay que afrontar los problemas, hay que dejar que se disuelvan. (pág. 131)

Frase, creo que literal, de un ensayo de HENRY MILLER.

11

El sermón de Vigilancio en la misa de Navidad de Barcino (pág. 135 y ss.) no tiene nada que ver en su contenido con el del jesuita Arnall del Retrato del artista adolescente, de Joyce. Coincide con él en dos aspectos: que lo pronuncia un clérigo católico y que pretende ser un calco, en su forma e intención, de un sermón católico auténtico.

12

Una biblioteca no es un cementerio, como alguien dijo, sino un vivero. (pág. 145)ĺ

Ese “alguien” pensé que era CORTÁZAR, pero más tarde creí recordar mejor que lo de “cementerio”, lo aplicó el autor citado al Diccionario, no a la Biblioteca.

13

...fue la biblioteca,

cementerio o vivero, según mires,

Universo absoluto, según Borio, (pág. 146)

Es notorio que quien sí identificó biblioteca con universo fue BORGES, al que aquí se alude como Borio, bibliotecario alejandrino que nunca existió.

14

Es preferible cometer una injusticia que tolerar un desorden. Porque el desorden es fuente no de una, sino de mil injusticias. (pág. 154)

Cita de GOETHE, de cuya literalidad no respondo, famosa por su utilización por todos aquellos que desean resaltar el talante reaccionario de su autor, los cuales, curiosamente, omiten siempre la segunda parte.

15

Como poeta, soy politeísta; como pensador, soy panteísta; como ser moral, soy cristiano. (pág. 157)

El mismo GOETHE, definiéndose. Creo recordar – y no me apetece ir a comprobar – que el original, en lugar de “pensador”, dice “científico”, pero éste término no le va mucho a un escritor del siglo IV como Ausonio.

16

El dolor es consustancial a esa fuerza ciega que es la vida, esa fuerza que continuamente se propaga y multiplica sin orden ni medida, que no busca más que su propia perpetuación. (pág. 167)

Está claro que el que aquí habla por boca del Emiliano de la novela es el mismísimo SCHOPENHAUER.

17

Cristo, al final de los tiempos, recuperará no solo nuestros cuerpos y nuestras almas, sino también todo cuanto hemos sido y sentido y soñado. Nada se pierde, querido Ausonio. Yo tampoco pierdo Barcino. En mis sueños me acompañará y en el último día se salvará con todo.

Creencia o esperanza consoladora que el Paulino de la novela comparte con el jesuita y científico TEILHARD DE CHARDIN de muchos siglos después: cuando el universo alcance el Punto Omega de la evolución, todo lo que existe se volverá uno con la divinidad.

                                                FIN (y que así sea)

NOTA. Los autores citados o utilizados conscientemente en la novela son Goethe, en primer y destacado lugar, Kafka, Joan Maragall,  Schopenhauer, Borges, Cortázar, Henry Miller, James Joyce, Teilhard de Chardin y Aristóteles. Los citados o utilizados inconscientemente – que, con seguridad, los hay – no los conoceré yo hasta que no venga alguien a descubrírmelos.

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Fantasías a la manera de Hoffmann VII

Verano de 2008. El largo día de la vigilia de San Juan aún no ha se ha apagado. En la terraza de un bar situado en un parque de la ciudad se van sentando los amigos. Después de saludarse y cambiar las primeras impresiones, se deciden por el champagne.

TEODORO.- Bien, supongo que estas largas semanas habrán sido fecundas para los que tengan algo que decir.

SILVESTRE.- Y aunque no lo hayan sido, como en mi caso, el sólo hecho de reunirnos, beber y charlar es todo un premio para cualquiera.

LOTARIO.- Estoy de acuerdo. De todos modos no os negaré que me siento algo frustrado. He estado releyendo las copias de todos los relatos y he llegado a la conclusión de que el mío es el más flojo.

OTOMAR. – Lotario, esto no es un concurso literario. Además, si quieres que te diga la verdad, ni siquiera sé cuál fue el relato que nos leíste. Y creo, que más o menos a todos les ocurrirá la mismo.

CIPRIANO.- Yo tengo la impresión de que lo que veladamente pide Lotario es que le demos la oportunidad de corregir la supuesta pobre impresión que nos causó, ofreciéndonos ahora algo realmente genial.

TEODORO.- ¿Es verdad eso, Lotario?

LOTARIO.- Bueno, la verdad es que he escrito algo…pero no quisiera ser el primero en leer.

OTOMAR.- Perfecto, porque yo, en cambio, estoy impaciente por leer el mío y ya me perdonará Teodoro si invado alegremente su territorio.

TEODORO.- ¿Mi territorio? ¿Se puede saber de qué hablas?

OTOMAR.- A ver. No me negarás que, entre nosotros, eres considerado el gran especialista en todo lo relativo al funcionamiento anómalo de la mente, todos recordamos tu espléndido relato La máquina del doctor Kusev, pues bien, yo me he permitido tocar también el tema en mi relato.

CIPRIANO.- Me encantaría escuchar una historia de locos.

TEODORO. – Hablar de “locos” es una actitud muy simplificadora. No hace falta que os explique…

CIPRIANO.- No, no hace falta. A ver, Otomar…

OTOMAR.- Sí, simplificando, es la historia de un loco. Aunque, pensándolo bien, los verdaderos locos son los que no aparecen en la historia, pero han posibilitado el proceso.

SILVESTRE.- Va, Otomar, déjate de explicaciones y empieza de una vez.

OTOMAR.- Empiezo. [ Clicar AQUÍ y, después de leído el relato, regresar a esta pantalla ] 

                                 E PLURIBUS… UNUM ?

TEODORO.- Genial, Otomar. Breve, conciso, contundente…

SILVESTRE.- Y lo mejor de todo, el coup de théâtre final.

LOTARIO.- No sólo el final. Yo creo que tiene mucho de teatral. ¿No os lo imagináis como un monólogo dicho ante un público?

CIPRIANO.- La verdad es que sí. Y la carga de malevolencia, por decirlo de un modo suave, es realmente importante.

OTOMAR. – Gracias. Es el simple fruto de una inspiración momentánea, que quizá no se vuelva a presentar. Y ahora yo, autor ignorante, creador inocente, tal como hemos acordado que debe ser, pregunto al experto, ¿puede darse una persona real con estas características?…Es a ti, Teodoro.

TEODORO.- Ya, bueno, paso por alto las ironías y contesto a la pregunta: por supuesto que puede darse, y se da. Individuos con la personalidad escindida y que viven esa escisión con plena conciencia y el consiguiente sufrimiento.

LOTARIO.- Todos vivimos con la personalidad escindida.

CIPRIANO. – Dos almas, ay de mí,

                     se dividen en mi seno,

exclama Fausto al principio de uno de sus monólogos.

OTOMAR.- Sí, pero la división de que habla Goethe es la de siempre, la de toda la vida, la del individuo que se debate entre sus buenos propósitos y sus malos instintos, la del que es campo de la eterna batalla entre el ángel y la bestia o, por decirlo de manera más racional y aséptica, entre el intelecto puro y la naturaleza animal. Es también la escisión que representa el maestro en alguna de sus obras, especialmente en Los elixires del Diablo. Pero ésta que se ilustra en mi relato es distinta, más moderna, de hecho, tiene poco más de un siglo de antigüedad y no puede llamarse simplemente “escisión”, quiero decir que no es una división en dos, al modo antiguo, sino una multipartición, una fragmentación. El sujeto no queda dividido en dos, sino en una multitud. El Yo no existe.

TEODORO.- Vaya, vaya, mira por dónde parece que nuestro inocente e ignorante autor Otomar ha echado mano de toda una batería de teorías para fundamentar su relato.

OTOMAR.- Eso no es exacto. No “he echado mano de”. El relato me ha salido sin pensar, ya os lo he dicho, pero luego me he puesto a investigar sobre el asunto y he dado con los “promotores” de esa moderna actitud, que ejemplifica mi protagonista. Mirad, guardo por aquí unos apuntes de textos que he encontrado sobre el tema. Leo:

La contraposición que Nietzsche realiza entre el Ich cartesiano, sea concebido como yo o como alma, y el Selbst, permite la apertura a la idea de un sujeto múltiple donde la ficción de la identidad es pensada como juego constante de estructuración-desestructuración, y, en este sentido, es siempre provisoria.”

Y este otro:Nietzsche, anticipándose a Freud, plantea este problema con la idea de que el yo es una ficción, una sustancia inexistente. Se trata, en la visión de ambos pensadores, de una pluralidad de fuerzas en conflicto. Cada uno de nosotros es la lucha de muchos yoes (Nietzsche) o la tensión de instancias internas al individuo que se contraponen (Freud) y no la unívoca manifestación de una esencia”.

CIPRIANO.- Bien, pues si el yo no existe, la actitud de tu protagonista parece más bien normal. Quiero decir que no estaríamos entonces ante un caso de locura, sino ante una manifestación lógica de la verdadera naturaleza humana.

SILVESTRE.- ¿Creéis realmente que, a pesar de todo, no existe en cada uno de nosotros un núcleo central al que se pueda llamar “Yo”?

OTOMAR.- El sentido común dice que sí, que existe ese Yo.

CIPRIANO.- Sí, pero el sentido común no es una herramienta preciada en filosofía. Ni en psicología, ni, por supuesto, en el arte.

OTOMAR.- ¿Pues para qué sirve entonces el sentido común?

CIPRIANO.- Para la cocina, según un famoso filósofo… aunque últimamente algunos grandes cocineros también lo están expulsando de los fogones.

TEODORO.- De todos modos, por mucha división que reine en la conciencia del individuo, yo no me resigno a descartar la vieja realidad del Yo.

OTOMAR.- Nadie se resigna, quiero decir que todo el mundo piensa y actúa como si ese Yo nuclear existiese realmente, independientemente de que exista o no. Pero otra cosa son las teorías…

LOTARIO.- Sí, los juegos caprichosos de fantasía que los pensadores trazan sobre el acontecer necesario de la realidad.

CIPRIANO.- Tienes razón, Lotario. Caprichosas o no, las construcciones de los pensadores más o menos científicos, son incapaces de apresar la realidad. Por este motivo, una “verdad” científica suele ser invalidada por otra que le sucede en el tiempo. No ocurre así en el arte, donde cada obra es una verdad inamovible. Y es que, a diferencia de lo que ocurre en la ciencia, en el arte no se puede hablar de progreso. La astronomía moderna constituye un progreso frente a la astronomía de Tolomeo, pero El Castillo de Kafka no constituye un progreso frente a la Divina Comedia de Dante: ambas son obras cumbre de la literatura mundial, sin que el tiempo ni los “descubrimientos” que median entre una y otra tengan ninguna relevancia en sus respectivos méritos artísticos.

TEODORO.- Has hablado muy bien, Cipriano. Pero ya va siendo hora de que alguien nos regale con otro relato.

(CONTINÚA)

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Fantasías a la manera de Hoffmann II

LOTARIO.- Es un relato normalito. Creo que no tan sorprendente como el tuyo, Teodoro. En él he querido reflejar una experiencia que en algunas ocasiones casi he tenido la sensación de vivir, pero que el protagonista de mi historia vive de pleno. Va relacionado con la espera, con el hecho de estar esperando a alguien.

CIPRIANO.- Se ha dicho que el que espera, a quien sea y para lo que sea, es como si estuviese enamorado.

OTOMAR.- Cierto. Y también es verdad que el que está enamorado es como si siempre estuviera esperando.

LOTARIO.- Sois muy agudos, porque…por ahí va la cosa. Empiezo. [ Clicar AQUÍ ]

                                  EL QUE ESPERA

OTOMAR.- Perdona, Lotario, pero eso ¿qué es? ¿Pura fantasía? ¿o un pretendido caso clínico real? Lo digo porque, como fantasía, por absurdo que parezca, vale, pero como realidad, tengo mis dudas. Sí, tengo serias dudas de que un caso como ese pueda darse. ¿Crees de verdad que una persona pueda inventarse un pasado inexistente y asumirlo como absolutamente cierto?

CIPRIANO.- Eso es lo de menos. No os tendré yo que recordar que, desde el punto de vista del arte, no importa lo posible, sino lo verosímil, y verosímil no en relación con la realidad exterior, sino en relación a las coordenadas del propio objeto artístico, del relato en este caso.

OTOMAR.- Pues más a mi favor, porque en este caso en el relato se advierte una voluntad de realismo total que de pronto se rompe con una especie de truco, como esos relatos o películas en que resulta que todo era un sueño. ¿No es esto tomar el pelo al lector?

SILVESTRE.- Pues a mí me ha parecido una pieza bastante lograda, quizá con alguna indecisión en el estilo. Por cierto, la actitud de la extraña pareja ésa, Chema y Chimo, me recuerda algo. ¿Te has inspirado en algún modelo concreto?

LOTARIO.- A mí también me recordaba algo mientras lo escribía, pero ni quise ni he querido averiguarlo. Creo que la cosa va por Kafka: una pareja de personajillos estúpidos e incordiantes, que en otro lugar de su obra son dos pelotitas no menos estúpidas que van botando de un lado a otro.

SILVESTRE.- ¿Pero qué fue lo que te motivó a escribir una historia como ésa? Antes has dicho que habías tenido experiencias parecidas a la del relato.

LOTARIO.- Experiencias no, imaginaciones. Me ha ocurrido alguna vez que, mientras esperaba más rato del previsible a una persona que me importaba mucho, de pronto pensaba ¿y si esa persona no viniese nunca? ¿Y si esa persona en realidad no existiese? ¿Y si toda la historia de mi relación con ella ha sido pura invención patológica mía? Pero ya digo, todo esto como pura imaginación, como motivo literario, diría. En definitiva, que lo que ahora he hecho es aprovechar el tema que se me ha ocurrido en diferentes tiempos de espera a lo largo de mi vida.

OTOMAR.- Muy bien, pero importe o no para el objeto artístico, o sea, para el cuento de Lotario, tenemos pendiente la cuestión de si el caso narrado puede darse o no en la realidad. ¿Es posible que una memoria falseada, o mejor, inventada, se mantenga durante mucho tiempo con pleno convencimiento del sujeto? Creo que aquí tendríamos que dar la palabra a Teodoro, su interés por todo lo relacionado con la mente humana y su amistad con ciertos psicólogos y psiquiatras de prestigio le convierten en la persona más indicada para ilustrarnos sobre el tema.

TEODORO.- Observo cierta sorna en tus palabras, Otomar, no sé si dirigida a mí o a “los psicólogos y psiquiatras de prestigio”. Por mi parte, no sé si os puedo “ilustrar” con más cosas de las que ya sabéis. Los falsos recuerdos son realidades científicamente comprobadas. A veces, se forman espontáneamente a partir de la deformación de un recuerdo correcto, pero también pueden ser inducidos, creados por otras personas desde el exterior. Por ejemplo, en un tratamiento psicoanalítico, una paciente fue inducida a crearse el falso recuerdo de repetidos abusos y violaciones por parte de su padre. Cuando se demostró la falsedad del recuerdo (la paciente, de veintidós años, era virgen), el psicoanalista fue demandado y condenado. Pero yo creo que en la formación de falsos recuerdos es más decisiva la autosugestión que la sugestión externa. Ahí tenemos los relatos de abducidos por extraterrestres: es un ejemplo claro de cómo uno puede montarse una historia y luego creérsela.

CIPRIANO.- Eso suponiendo que los extraterrestres no se dediquen realmente a abducir a las personas. Aunque, ahora que lo pienso, no hay nada que suponer, ¡es pura realidad! Nosotros mismos fuimos abducidos en Berlín en 1819 y depositados aquí en 2008.

SILVESTRE.- ¿Por qué no guardas tus bromas para otro rato, Cipriano? ¿Por qué no dejamos que Teodoro nos siga ilustrando sobre los misterios de la mente y la memoria?

TEODORO.- Bueno, hasta ahora me he referido a falsos recuerdos de momentos o escenas concretas, aunque a veces puedan ser un poco largas, como en las abducciones. Pero lo que plantea el relato de Lotario es otra cosa: es una vida o parte de una vida inventada, que sustituye a la real, que no gusta. El protagonista del cuento ha vivido dos años y pico de una vida paralela a la real. Pero me habría gustado que el narrador nos hubiese dado algún dato más: toda esa vida falsa ¿se la inventa el protagonista en el momento de la espera? ¿inmediatamente antes de ese momento? ¿o quizá mucho antes?

LOTARIO.- Ah… no sé…tú mismo.

CIPRIANO.- ¡Genial! Como buen creador, Lotario no está por la labor de decir más cosas de las que dice su obra. Ésa es tarea de críticos y lectores.

SILVESTRE.- Insisto en que dejemos hablar a Teodoro, por favor.

TEODORO. – No creas, Silvestre, no tengo gran cosa que añadir. Sólo quería apuntar que esos casos de paramnesia prolongada, de larga invención de una vida paralela inexistente, creo que sólo pueden darse en personas psicóticas, a diferencia del típico falso recuerdo, que cualquier persona de las llamadas normales puede experimentar.

SILVESTRE.- ¿Como nosotros mismos?

TEODORO.- Sí, claro, como nosotros mismos. Es más, tengo para mí que la mayoría de nuestros recuerdos son falsos o, al menos falseados, modificados.

OTOMAR.- ¿En que te basas para afirmar eso?

TEODORO. En el caso del doctor Kusev.

(CONTINÚA)

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SHAKESPEARE. El escritor ausente I

       A mi hermano Adolfo, amante de Shakespeare, del teatro y de la vida 

                                                   IN MEMORIAM

Los escritores son como las personas; los hay altos, bajos, morenos, rubios, negros, amarillos, (hombres, mujeres, por supuesto, aunque ahora ya no es tan “por supuesto” y parece que hay que especificar). Quiero decir con esto que el tópico del escritor engreído, soberbio, susceptible, ególatra, vanidoso, no es más que eso, un tópico que unas veces coincide con la realidad y otras veces no.

Hay escritores cuya personalidad, fuerte, poderosa, invasiva, se manifiesta de modo evidente en su obra, para bien o para mal, y hay otros cuya personalidad está tan diluida en la obra que parece que no está. Entre los buenos ejemplos de lo primero tenemos a Goethe; entre los buenos ejemplos de los segundo, a Shakespeare.

De hecho, Shakespeare es el ejemplo máximo. Nadie como él ha sabido – conscientemente o no – ofrecernos una obra que más bien parece un producto de la naturaleza en la que el supuesto autor no ha tenido ninguna intervención.

El caso de Shakespeare me incita sin remedio a reflexionar sobre uno de los temas para mí más atrayentes y misteriosos de la literatura: la relación entre autor y obra. Y es que esta relación no se parece en nada a la que se produce en otros ámbitos, creo yo, excepto en el artístico en general, que es definitiva de lo que hablo.

Una persona obtusa que se dedica a la política producirá una política obtusa; una persona torpe y desabrida, como funcionaria o empleada se manifestará como funcionario o empleado incompetente y desagradable; una mala persona en un cargo directivo actuará como mala persona en muchas de sus decisiones. En la literatura no es así.

El escritor, en cuanto verdadero creador, puede ser como ese individuo que de vez en cuando aparece en las noticias, tranquilo, educado, silencioso, a quien sus vecinos tienen por un buen hombre…y que resulta ser un asesino en serie. Hay otros que no, otros a los que los vecinos tienen por engreídos y arrogantes…y no son más que vendedores de chucherías.

Aunque también es cierto que hay vecinos engreídos y arrogantes que son perfectos asesinos. Entre estos últimos podría citar a Thomas Mann, y entre los primeros a Kafka, por poner unos ejemplos.

La tradición biográfica del personaje ha sido constante en algunos, pocos, aspectos. Parece que Shakespeare no era lo que se entiende por un hombre de carácter. De aspecto bastante corriente, era modesto, sencillo, afable, aunque podía ser brusco cuando trabajaba, es decir, cuando participaba en el montaje de alguna de sus obras teatrales. H. Bloom lo califica como “el menos engreído y agresivo de los escritores contemporáneos”, y a continuación destaca que existe una relación inversa entre su desvaída personalidad y su gran talento dramático.

Uno puede imaginar al amigo, madre o esposa del joven actor (y escritor casi forzado, para nutrir el programa de la compañía en la que participaba), después de asistir a la representación de alguna de las obras escritas antes de cumplir los treinta, inquiriéndole asombrados “pero tú, ¿de dónde has sacado todo eso?”. Y es que, aparte de la creación de personajes, la escritura vital, torrencial, las metáforas nunca oídas, la fuerza del conjunto de la obra eran como para producir asombro, sobre todo si se atribuyen a una persona tan normal como las que vemos a diario por la calle.

Lo que yo no puedo imaginar es lo que habría contestado el joven actor y autor llamado William. De todos modos, es de suponer que en la época posterior de Hamlet, Otelo, Macbeth y otras, el asombro ya estaría superado y asumido.

Por sus contemporáneos, sobre todo por los que convivían con él o lo trataban a diario (“nadie es un héroe para su ayuda de cámara”), pero no por el espectador o lector de los siglos posteriores, ante cuyos ojos, si son vivos y despiertos como los de un niño, despliega Shakespeare todo un rico y meditado carrusel de maravillas.

No hay duda de que el teatro es el género literario más objetivo. Quiero decir que es el género que menos admite la intromisión caprichosa del autor en la dinámica propia de la obra. Y para plegarse dócilmente a esta exigencia del género quizá se precisa de un temperamento como el de Shakespeare, aunque no necesariamente en el mismo grado, cosa, por otra parte, que me parece imposible.

Para empezar, parece superfluo hablar de una “neutralidad” del autor ante los personajes y cuestiones que se plantean en la obra, puesto que el autor, como ya he dicho, está en la práctica ausente. Shakespeare ha sido uno de los primeros en establecer de manera clara que en la ficción novelesca-teatral todos y cada uno de los personajes tienen razón, su razón, y que el autor no es nadie para rebatirla.

Está además el dato (o no dato) histórico de que no se conocen sus ideas y creencias políticas y religiosas (algunos le suponen católico). Es posible que no las tuviera. Es posible que fuese ese vacío mental unido a su particular temperamento lo que hizo de él el límpido espejo donde pudo reflejarse con nitidez, con más nitidez que en la vida misma, toda la grandeza y toda la miseria de la condición humana. (Continúa)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

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La letra o la vida (refundido)

Sin necesidad de consultar un tratado de gramática, creo estar en condiciones de afirmar que la partícula “o” puede tener, por lo menos, dos funciones distintas. Una, claramente disyuntiva, como cuando los antiguos bandoleros conminaban al viandante para que se decidiese por ¡la bolsa o la vida! sin más historias. Otra, explicativa de una equivalencia, como cuando, refiriéndose al idioma, se dice “castellano o español”.

Si he de ser sincero – y, sinceramente, creo que lo he de ser – confesaré que, después de pensarlo un rato, todavía no sé cuál de las mencionadas funciones ejerce la partícula “o” en el rótulo de este artículo.

Decantarse por la función disyuntiva del “o” supone aludir a aquel trágico dilema que algunas personas han sufrido y que muchas han magnificado: escribir o vivir; el arte o la vida. O, como lo decía Pirandello, la vita o si vive o si scrive. Y enseguida acuden a la mente los nombres de tantos creadores de los que se dice que crearon porque no sabían o no querían vivir; individuos encerrados en sus cubículos, que levantaban mundos fantasmagóricos o simplemente imaginarios mientras el mundo real no andaba lejos de sus zapatillas.

Pío Baroja, por ejemplo. Y el nombre se me ha aparecido a propósito de las zapatillas. Porque aquel genial constructor de relatos novelescos alardeaba de no saber escribir correctamente, y para corroborarlo afirmaba sin ningún pudor que él nunca sabía si estaba con zapatillas, de zapatillas o en zapatillas. Pero, a la vista de su obra, parece que esto del desaliño literario de Baroja es pura leyenda. Leyenda patrocinada por el mismo autor. Ya es raro. Como si un arquitecto propalase que no sabe bien su oficio. Y es que – como imagino que se irá viendo por aquí – los escritores suelen ser gente muy rara.

Nadie más raro que Kafka, al menos en la imaginación literaria-popular. Y aun en la popular a secas, que utiliza el adjetivo kafkiano con la alegría del que no sabe lo que tiene entre manos. También Kafka suele considerarse un ejemplo de creador que opta por la escritura frente a la vida. Consideración que tiene su base en la actitud huidiza que en más de una ocasión adopta en el momento en que va a formalizarse una relación amorosa. Aunque aquí el dilema no se da propiamente entre arte y vida, sino entre arte y matrimonio, que no es exactamente lo mismo.

La idea de la incompatibilidad entre la dedicación al arte y el estado matrimonial viene de muy antiguo. Pero, como es natural, se refuerza con el romanticismo, cuando el artista es considerado como una especie de sacerdote consagrado exclusivamente a la diosa Arte. En esta consideración late la misma idea que impulsó a la Iglesia católica a requerir el celibato de sus sacerdotes: que no se puede servir a dos señores. Y es que ni la entrega total al Arte ni la entrega total a Dios parecen compatibles con las mil y una preocupaciones que impone la vida de familia. Y esto es así, pese a todas las proclamas de los propagandistas de “la familia cristiana”, que ignoran (o pretenden contradecir) lo que el mismo Cristo dice al efecto en Mateo 12, 46-50 y en Lucas 2, 41-50 y 9, 59-62.

Bien, aunque sea de manera aproximada, como lo es todo en esta vida, se puede decir que Baroja y Kafka ilustran el significado que se desprende de la función disyuntiva del “o” situado a la mitad del título de este artículo.

La otra función, la explicativa de una equivalencia, vendría a aludir a todos aquellos escritores para los que el ejercicio de escribir no es algo aparte o separado de la vida, sino la expresión natural de las propias capacidades vitales. Y pienso en Goethe, naturalmente. Y en tantos otros, en general de raigambre clásica, que no sienten contradicción alguna entre la labor creadora y el normal desarrollo de la vida en sociedad. Desde Cicerón hasta Thomas Mann, pasando por Voltaire. Escritores en los que la letra, la escritura, forma parte de la vida (cuando menos, de su vida) de una manera natural y no conflictiva.

Pero la función explicativa del “o” podría también apuntar a algo muy distinto de lo que acabo de exponer. No se trataría ya de denotar una relación antagónica o armónica entre escribir y vivir, entre poesía y realidad, sino que contendría una proposición más bien metafísica, o fantasiosa (que viene a ser lo mismo), consistente en que la existencia humana no sería más que una ficción que tendría lugar a lo largo de la literatura universal. No es mala idea.

Ninguna idea es mala, si es fecunda. Y ésta lo es, al menos desde el punto de vista del escritor. La literatura, como realidad; la vida, como ficción literaria. Quién sabe. Al fin y al cabo, cuando dentro de miles de años se estudie nuestra civilización, al investigador de turno le costará Dios y ayuda establecer quién tuvo una vida real y quién ficticia, si Cervantes o Don Quijote, si Shakespeare o Hamlet. Del mismo modo que en nuestros días no sabemos si otorgar más realidad a Aquiles o a Homero. Aceptemos que la ficción es un producto de la vida, pero también que la vida es obra de la ficción, de la mente. “El mundo es mi representación”, dice el filósofo. Pero no me he asomado a esta ventana para filosofar, sino para contemplar la vida, la vivida y la imaginada. La vida del escritor.

Escritores, los hay de muchas clases. De tantas como de seres humanos en general. Unos escriben por la mañana temprano (Goethe); otros, por la noche tarde (Kafka). Unos se implican en la vida de su sociedad (Zola); otros cultivan un mundo aparte (Huysmans). Unos están instalados en la razón (Voltaire); otros, en el sentimiento (Rousseau). Unos creen en el más allá (Chesterton); otros, apenas en el más acá (Sartre). Unos se mueven entre la alta cultura (Mann); otros, entre oscuros pueblerinos (Faulkner). Unos son todo espíritu (Tagore); otros, todo sexo (H. Miller). Unos son conservadores (T.S. Eliot); otros, revolucionarios (Alberti). Unas son aristócratas (Pardo Bazán); otras, obreras (Alfonsina Storni). Unos son piadosos (Verdaguer); otros, impíos (Sade). Unas son vitales (De Staël); otras, enfermizas (Woolf)…
Cuánta variedad, cuánta riqueza. Y algunos dicen que leer es aburrido… Bueno, si solo leen a ciertos escritores de aquí y ahora, no seré yo quien les contradiga.

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Por qué se escribe. Destino o libre albedrío (A.E.P. s.e. 4)

EGO.- Puedes estás seguro, Alter, que si un día te dedicas en serio a la literatura y alcanzas cierto nombre, algún entrevistador,  posiblemente más de uno, dejará caer la inevitable pregunta. “Usted ¿por qué escribe?” O quizá en forma finalista “usted ¿para qué escribe?”. Pero que caerá, seguro.

ALTER.- ¿Quieres decir que ya tengo que empezar a preparar la respuesta?

EGO. – No estaría de más. ¿A ver? Probemos. Tú ¿por qué escribes?

ALTER.- Un momento, un momento. No pretendas liarme. Aquí el escritor eres tú. Y seguro que ya tienes preparada la respuesta. Vamos, suéltala. Tú ¿por qué escribes? O si prefieres ¿para qué escribes?

EGO. – Te recuerdo que yo no soy el sujeto de todas las cuestiones que se plantean aquí. Esto no es una entrevista o reportaje sobre mi persona. Además, se trata de una pregunta que admite cualquier tipo de destinatario, siempre que sea escritor, naturalmente.

ALTER.- Pero las respuestas serán distintas, según el preguntado.

EGO.- ¿Y qué? El problema no está en las respuestas sino en la pregunta. Y es que preguntar a un escritor, de los de verdad, por qué escribe es como preguntar a un niño por qué juega.

ALTER.- ¿Quieres decir que se trata de algo natural, irracional, irreprimible? Pues yo recuerdo haber oído algunas respuestas con razonamientos bien argumentados y muy creíbles.

EGO.- Yo también. Pero tengo la impresión de que esas respuestas son en realidad justificaciones a posteriori de algo que, en sí mismo, ni tiene justificación ni tiene por qué tenerla.

ALTER.- Por ejemplo…

EGO. – Entre las más sensatas oídas o leídas en entrevistas: para crear mundos distintos, porque el real no es suficiente; para ser otro; para luchar contra la muerte; para satisfacer la propia vanidad… y así hasta las más pedestres e inverosímiles, como para hacerse famoso o para hacerse rico.

ALTER.- ¿Y qué tienen de malo esas respuestas? ¿No responden a lo que piensa el escritor en cuestión?

EGO.- Por supuesto, a lo que piensa como justificación o explicación de su actividad. Es lo que te decía antes. Y es que todas esas respuestas no nos informan sobre las razones o causas reales de que una persona se ponga a escribir manejando mundos más o menos reales o imaginarios.

ALTER.-¿Y sabes tú cuáles son esas razones o causas reales?

EGO.- Bueno, aquí hay que distinguir entre la causa eficiente y la final, aristotélicamente hablando. La causa final de la actividad literaria la puede elegir cada cual a su gusto, por ejemplo, entre las que antes he mencionado. Pero la causa eficiente, el porqué, nadie la conoce, ni el propio escritor interpelado, por mucho que pontifique sobre sí mismo, y ni siquiera el crítico o psicólogo que lo estudia; acabo de leer la opinión de un psicólogo sobre las razones de Kafka: escribía para contrariar a su padre. ¿Qué te parece? ¡Asunto zanjado!… ¿Sabes qué te digo? Que en realidad ningún escritor sabe por qué ni para qué escribe, y es que los impulsos básicos que dirigen la trayectoria vital de las personas permanecen siempre fuera del foco de la conciencia.

ALTER.- Me gusta esa frase. Traducida al lenguaje normal, quiere decir que uno no sabe por qué se dedica a escribir, que es su destino y punto, ¿no?

EGO.- Bueno, es otra manera de decirlo.

ALTER.- Ego, ¿tú crees en el destino?

EGO.- No me gusta nada esa manera de preguntar.

ALTER.- Perdona, maestro, he hecho una pregunta como otra cualquiera, educadamente…

EGO.- Disculpa, no va contigo la cosa, sino en general. Me molesta esa manera de preguntar, porque es generadora de confusión. ¿Crees en el destino? ¿Crees en el amor? ¿Crees en la inspiración? ¿Crees en la política? ¿Acaso estamos obligados a contestar con un sí o un no? El destino, el amor, la inspiración, la política, la libertad, la amistad, la educación, la ciencia, el arte, la experiencia, ¿son artículos de fe, son códigos cerrados que hay que aceptar o rechazar de una vez por todas? No he visto mayor absurdo. Y sin embargo, son muchos los que, de buenas a primeras, se apuntan a un sí o a un no sin distingos ni matices.

ALTER.- De acuerdo. De todos modos, me gustaría oír tu opinión sobre el tema que te he propuesto tan groseramente. O sea, si tienes algo que decir sobre eso que se comenta por ahí de que hay una fuerza llamada destino, que guía inexorablemente nuestra vida o sobre eso otro de que no existe tal fuerza y que todo depende de la libre decisión de cada cual.

EGO.- Como circunloquio te ha salido bastante forzado y poco elegante, pero, bueno, aprecio el esfuerzo. Para los antiguos griegos y romanos el destino era una evidencia. No se puede afirmar que “creían” en él: lo tenían ahí. Como no se puede decir que uno cree en el sol. Séneca resume perfectamente esta actitud al hacer suya una sentencia de uno de los antiguos sabios griegos: ducunt volentem fata, nolentem trahunt, el destino conduce al que quiere y arrastra al que no quiere. En la Edad Media, con el cristianismo, el destino desapareció del horizonte y sus funciones pasaron a ser ejercidas, en parte, por el Dios único. Y digo en parte, porque los teólogos elaboraron un extraño y difícil equilibrio entre la Providencia Divina y el libre albedrío. Más adelante, con la modernidad, se fue insistiendo en la soberana e indeterminada libertad del individuo, tendencia que culminó en el delirio existencialista. Pero, al mismo tiempo, los descubrimientos de la ciencia, al ponerlo todo bajo el mecanismo de la causalidad, abrían la sospecha de si el ser humano no sería un elemento más de la naturaleza sujeto a causas (que él llama motivos) y efectos y, por lo tanto, que todo estaría ya escrito en el código genético con que cada cual se presenta al mundo, de manera que, dadas unas circunstancias concretas y el carácter congénito del individuo, éste no podría tomar otra decisión que la que toma.

ALTER.- Entonces, del libre albedrío, nada de nada.

EGO.- Bueno, siempre hay esperanza para el que la desea. Y así muchos pensadores han encontrado en la física cuántica un nuevo apoyo para reforzar la postura antideterminista, pues el baile incontrolado, imprevisible, de las partículas elementales, el principio de incertidumbre o indeterminación y todo eso corrobora, según ellos, la libertad radical con que se mueve el universo y la conciencia humana.

ALTER.- A ver, a ver si he entendido algo… Libertad radical con que se mueve… pero eso supondría la imposibilidad de establecer leyes y por lo tanto del conocimiento científico.

EGO. – En efecto. Einstein, con su enorme sentido común lo vio muy claro: Dios no juega a los dados.

ALTER.- Ego, no te molestes, pero la conclusión que yo saco de todo esto es que, para ti, bajo una u otra forma, el destino existe.

EGO.- ¿Existe? ¿Qué significa “existe” cuando hablamos de ideas o conceptos? En este campo existe todo lo que se percibe como existente.

ALTER.- Como también el libre albedrío, entonces. Para sus defensores.

EGO.- Por supuesto. El problema que tengo con el concepto de libre albedrío es que no sé qué entienden exactamente por tal sus defensores. ¿El poder de tomar decisiones con desconexión total de lo que constituye el animal humano, desde la carga genética hasta el ambiente en que nace y vive? Eso es algo imposible, a no ser que nos refiramos a alguna especie de ser angélico. Y es curioso que, incluso los más acérrimos defensores del libre albedrío prescinden de su doctrina cuando se trata de enjuiciar a los demás. Por ejemplo, saben muy bien que, en una situación determinada, el individuo tal, dado su carácter, historia y todo lo que conocemos de él, actuará de una forma concreta y no de otra. Solo él, el que enjuicia, se cree capaz de decidir con libertad absoluta…

ALTER.- Como un ser angélico.

EGO.- Sí, como un angelito.

(De Alter, Ego y el plan)

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De aquí y ahora. El tema de la literatura (A.E.P.13)

EGO.- Mira, quizá será cosa de la edad, pero yo tengo la impresión de que todo lo bueno que puede dar la literatura… lo ha dado ya. De hecho, hace tiempo que no leo nada actual, y últimamente me dedico a releer libros que leí hace muchos años.

ALTER.- ¿No te interesa nada de lo actual, de lo contemporáneo?

EGO.- Apenas nada.

ALTER.- Perdona que te lo diga, pero ese desinterés, ese desprecio por los escritores de hoy no habla muy bien de ti.

EGO.- ¿Por qué?

ALTER.- Para empezar, esa actitud es reveladora… de una falta de fe en el progreso.

EGO.- En el arte no hay progreso. Lo vimos en la primera lección.

ALTER.- De miedo a equivocarte al juzgar nuevos valores.

EGO.- Miedo a perder el tiempo, más bien.

ALTER.- De insolidaridad con los colegas de tu generación.

EGO.- A ningún creador verdadero le interesa la obra de sus contemporáneos más próximos. Lo descubrió Gombrowicz.

ALTER.- Supongo que fue otro gran insolidario.

EGO.- Supones bien. Y has de tener en cuenta que la palabra “solidaridad” no pertenece al léxico del arte…. Aunque a otro nivel, mucho más profundo, nadie hay más solidario que el verdadero artista. Todas las noches, en su humilde habitación de escritor, Kafka realizaba una labor infinitamente más solidaria que la del más diligente agitador de masas.

ALTER.- ¿Pero de verdad no te interesa nada de lo que se escribe aquí y ahora?

EGO.- Esa es la palabra: no me interesa. Lo cual no supone ningún juicio de valor sobre las obras, sino, en todo caso, algún defecto de mi aparato receptor. Puede haber cosas magníficas…en ese caso, ya me llegarán. No he de ir yo a buscarlas. Siempre ha sido así: todo lo bueno que me ha dado la literatura me “ha llegado”, de una u otra manera. Quiero decir que, del mismo modo que en ningún momento me dije “voy a ponerme a leer literatura germánica”, literatura que, no sé por qué, ha resultado ser la que más he leído y la que más satisfacciones me ha proporcionado, tampoco pienso decirme “voy a leer literatura de aquí y ahora”. Si algo me ha de llegar, ya me llegará.

ALTER.- No me creo que, a tu edad, no te haya “llegado” nada de nuestros contemporáneos. Porque, si eso fuese cierto, significaría, una de dos, o que hay un fuerte prejuicio por tu parte o que la literatura española actual no vale una mierda.

EGO.- No hay que irse a los extremos, ni en los planteamientos ni en el lenguaje. Yo no he dicho que no me haya llegado nada en absoluto de nuestros contemporáneos…

ALTER.- Un nombre, por favor…

EGO.- Imposible. Va contra las normas.

ALTER.- ¿Se puede saber en qué consiste exactamente esa norma?

EGO.- No nombrarás autores españoles vivos.

ALTER.- ¿Latinoamericanos tampoco?

EGO.- Bueno…se podría hacer alguna excepción. De hecho ya he nombrado a Sábato más de una vez. Y hubiese sentido mucho no poder hacerlo. Para mí, Sábato es todo un clásico.

(Téngase en cuenta que este fragmento se escribió en 2004)

ALTER.- Me vienen ahora a la cabeza los nombres de dos autores españoles fallecidos hace poco, los dos nacidos en Barcelona. ¿Tienes algo que decir de ellos?

EGO.- Nada. Aquí hablamos de literatura en mayúsculas.

ALTER.- Pues dame un nombre de entre los fallecidos en los últimos cincuenta años. Mira que te lo pongo fácil…

EGO.- Sí, la pregunta es fácil…lo difícil es la respuesta. Y es que la inmensa mayoría de las obras de esos autores no me ha “llegado”. Y seguro que algo bueno me he perdido…problemas de mi aparato receptor, ya te lo decía…El único que puedo mencionar con pleno conocimiento de causa es Ramón J. Sender. Su Crónica del alba, especialmente la primera parte, es una obra absolutamente deliciosa, ah, y Teresa Chacel, por las Memorias de Leticia Valle…y La familia de Pascual Duarte, de Cela.

ALTER.- Y…

EGO.- Y para de contar.

ALTER.- Es un balance bastante pobre, ¿no?

EGO.- Es lo que hay. Pero quiero que quede bien claro lo que antes ya he apuntado: que mis opiniones son sólo mis opiniones, y que, si no hay manera de que me llegue nada de la literatura actual, el problema debe de estar en mí.

ALTER.- En tu aparato receptor.

EGO.- Sí, en mi aparato receptor…Y que sólo me pronuncio sobre las cosas que conozco y que, por lo tanto, es imposible que me pronuncie sobre la literatura actual. ¿Está claro? Reconozco mi ignorancia y asumo la responsabilidad. Y nadie tiene que darse por ofendido. Después de todo, yo no soy nadie.

ALTER.- Eso es una gran verdad.

EGO.- Y tú, menos que nadie.

ALTER.- Touché…Pero entonces, ¿qué somos?

EGO.- Meros pretextos para que tomen forma estos diálogos, supongo.

ALTER.- Yo también lo supongo. Pero es muy triste oir que uno es un mero pretexto para…

EGO.- Quién sabe si toda la humanidad no lo es.

ALTER.- Los seres humanos meros pretextos, simples medios, quieres decir…¿para qué?

EGO.- Ahí puedes poner lo que quieras: la sociedad comunista, el progreso infinito, la utopía perfecta, el superhombre…porque, desde el momento en que el individuo concreto que nace, vive y muere no puede gozar personalmente de alguna de esas dichosas culminaciones, queda reducido a la condición de simple escalón para el ascenso de las generaciones futuras. Y eso, considerando sólo las filosofías optimistas, porque, si nos atenemos a las otras, el individuo ya ni siquiera es escalón, sino un rápido destello que se agota en sí mismo, cuando no una pieza absurda, condenada con el todo a la eterna e inmisericorde repetición de los ciclos. Para mí, la única visión realmente optimista, y además concreta, es la que ofrece el cristianismo: la salvación al mismo tiempo personal y colectiva.

ALTER.- ¿Cristiano, pues?

EGO.- He dicho que es la mejor oferta, no que responda a una realidad.

ALTER.- Y alguna de las otras, ¿sí responde?

EGO.- Lo ignoro. Como lo ignora el más sabio de los filósofos…por muchos libros que escriba.

ALTER.- ¡Qué panorama tan sombrío! ¿Cómo hemos venido a para aquí?

EGO.- La literatura actual nos ha traído, y mi crasa ignorancia sobre el tema. Pero podemos corregir el derrotero.

ALTER.- Estupendo. El otro día leí esta frase: “El tema de la literatura es el sufrimiento humano”. ¿Qué opinas?

EGO.- Que es cierto. El tema de la literatura es el sufrimiento humano. Y el gozo y el dolor y el placer y el amor y el odio y la esperanza y la desesperación. Todo lo que afecta al ser humano constituye el tema de la literatura. Así que el que escribió esa frase dijo una gran verdad, pero se olvidó de otras verdades no menos grandes. Es lo malo de las sentencias rotundas: que dejan muchas cosas fuera. Y sin embargo…en cierto sentido…

ALTER.- En cierto sentido ¿qué?

EGO.- Estaba pensando que, según se mire, sí que hay una relación muy especial entre literatura y sufrimiento humano.

ALTER.- ¿Más que entre literatura y felicidad, por ejemplo?

EGO.- Sí, más, mucho más. Si lo piensas bien, todo relato literario, incluidos el cuento de hadas y la novela rosa, trata de las dificultades, los sinsabores, los sufrimientos de unas personas que, explícitamente o no, buscan la felicidad. Cuando el sufrimiento se acaba, el relato termina. A partir del momento en que se escribe “y se casaron y fueron felices” ya no hay literatura posible.

ALTER.- Podría funcionarles mal el matrimonio…

EGO.- Sí, pero entonces ya no serían felices, con lo que volvería a haber materia literaria.

ALTER.- Es curioso…¿Y a qué crees que se debe eso?

EGO.- La respuesta, como en tantas otras cuestiones, nos la da el Filósofo. Para él, sólo el dolor es real, positivo, mientras que la dicha no tiene entidad propia, es un concepto negativo, que se define por la ausencia de dolor. En coincidencia plena con esta idea Larra escribe “Lo malo es lo cierto. Sólo los bienes son ilusión”.

ALTER.- ¡Larra, influido por Schopenhauer!

EGO.- Imposible. Aunque son contemporáneos, en los años en que Larra escribe, el Filósofo (por cierto, te has saltado el pacto) es un perfecto desconocido, incluso en su país. En cambio, éste sí que lee a Larra, y hasta cita una frase suya, sacada de El doncel de don Enrique el Doliente.

ALTER.- Una frase muy profunda, supongo.

EGO.- Juzga tú mismo: “El que no ha tenido un perro no sabe lo que es querer y ser querido”

ALTER.- No sé si profunda o no, pero, desde luego, de lo más pesimista que he oído en mi vida.

EGO.- Esa es una visión antropocéntrica. Piensa que, para el perro, la frase es muy gratificante.

ALTER.- Por supuesto…Pero estábamos en que… ¿de verdad crees que no hay ninguna obra literaria que trate directamente de la felicidad?

EGO.- Ninguna, ni siquiera la novela rosa, como antes hemos visto. Bueno, todas tratan de la felicidad, pero en cuanto aspiración o meta, no en cuanto materia de descripción. Porque, como razonaba el de Danzig e intuía el de Madrid, sólo el sufrimiento tiene existencia real, susceptible de convertirse en materia literaria, mientras que la dicha, que no es más que ausencia de sufrimiento, carece de contenido narrable.

ALTER.- No sé…Yo creo que, si nos pusiésemos a pensar, daríamos con alguna obra que trata directamente de la felicidad.

EGO.- Pues pongámonos a pensar.

ALTER.-…

EGO.- ¿Qué?

ALTER.- Estoy pensando. Y tú, ¿no piensas?

EGO.- Sí, estoy pensando.

ALTER.-…

EGO.- ¿Qué?

ALTER.- Bueno, ya sabes que mi cultura literaria no es muy amplia. Pero estoy seguro que tú, si obras de buena fe, puedas dar con lo que buscamos.

EGO.- Pues yo creo que no, que no hay manera. No hay literatura que tenga por tema la descripción de la felicidad…y sin embargo…sí hay algo…

ALTER.- En qué quedamos. ¿Sí o no?

EGO.- Sí hay algo, pero no en la narrativa, sino en la poesía y en la literatura mística. Son pequeños fragmentos que aluden a instantes únicos. Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, San Juan de la Cruz, son los nombres que se me ocurren ahora.

ALTER.- Luego la felicidad sí puede ser objeto de la literatura.

EGO.- Sí, pero no de la narrativa, no de la novela. La novela consiste en el desarrollo de una historia, y la felicidad no tiene desarrollo, no tiene historia, por eso sólo puede ser captada por la mirada instantánea de la poesía…o de la mística, que a estos efectos son lo mismo.

ALTER.- Y además, se me ocurre ahora que una historia feliz de principio a fin carece de todo interés, excepto si es la tuya propia.

EGO.- Sí, ocurre como en las relaciones humanas: es más fácil compartir las penas de los amigos que sus alegrías.

ALTER.- ¿Oscar Wilde?

EGO.- Seguro. De todos modos, aún prescindiendo del componente cínico de la frase, es cierto que en la ostentación de la propia felicidad hay siempre algo de impudicia…y de trampa. El que se empeña en vendernos su felicidad nos produce la misma impresión que el que pretende vendernos su crecepelo milagroso. Goethe capta perfectamente ese sentimiento cuando dice “una persona que se estima feliz y exige a los demás que también lo sean, siempre nos sume en cierto malestar”.

ALTER.- Viniendo de quien viene, la observación es doblemente valiosa, ¿no?

EGO.- Sí, porque el poeta no habla desde el otro extremo, ni mucho menos, ya que, con mayor contundencia, abomina de los que pretenden convencernos de que este mundo no es más que un valle de lágrimas.

ALTER.- Resumiendo, que la felicidad no es materia de la literatura.

EGO.- Resumen mal formulado. Porque la felicidad tiene mucho, muchísimo que ver con la literatura, como tiene que ver con cualquier otra actividad humana, nadie actúa para ser más desgraciado, al menos conscientemente. Nuestra conclusión deberías formularla así: La descripción de la felicidad no es materia propia de la narrativa literaria.

ALTER.- Dala por formulada, maestro.

(De  Alter, Ego y el plan)

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Página en blanco. Idea y plan. Schopenhauer. (A.E.P.3)

ALTER.- ¿Y qué opinas del terror ante la página en blanco?

EGO.- ¿Qué es eso?

ALTER.- Vaya, ya has opinado. De todos modos, me gustaría oírte decir algo más explícito.

EGO.- Opino que es una mala señal, un mal presagio, un anuncio cierto de la esterilidad del presunto escritor.

ALTER.- ¿No eres demasiado duro? Dicen que es un fenómeno muy corriente.

EGO.- Por supuesto, yo también lo sufrocuando no sé qué escribir. Porque el problema es ése. Cuando uno tiene algo verdadero que decir, lo dice, y, si es artista, no le faltarán medios, y la hoja en blanco nunca será instrumento de terror sino el soporte necesario para el feliz desarrollo de la idea. Pero cuando uno no tiene nada verdadero que decir, la hoja en blanco es, en efecto, el espejo de la propia esterilidade intentar llenarla como sea es sin duda un crimen contra el arte.

ALTER.- ¿Qué entiendes por algo “verdadero”?

EGO.- Algo no buscado, sino hallado. El que busca suele equivocarse sobre el valor de lo que va encontrando; el que halla no se equivoca nunca. Hemingway decía que, para escribir, hay que empezar siempre por una frase verdadera.

ALTER.- O sea, que al principio ha de estar la idea y luego, la acción de escribir.

EGO.- Sí, aunque habría que matizar eso. Refiriéndose a los filósofos, Schopenhauer decía que hay dos clases de escritores: los que escriben porque han pensado y los que piensan para escribir. Por mi parte creo que hay dos clases de literatos: los que se vacían en la página en blanco y los que van vacíos a la página en blanco. Basta con leer una pocas páginas para saber a qué clase pertenece un autor.

ALTER.- Así que, según tú, cuando uno se pone a escribir ha de tener previamente una idea, quizá un plan.

EGO.- No, el plan no es necesario, y tampoco basta con una idea cualquiera. Lo que ha de tener es la idea, es decir, el principio seminal que ha de engendrar la obra. Luego, durante el desarrollo, se irá perfilando la estructura de la obra, la forma, que no podrá ser otra que la que corresponda a la idea. Forma y contenido son aspectos, indisociables entre sí, del desarrollo de la idea.

ALTER.- Dices que el plan previo no es necesario, pero sabes muy bien que hay muchos escritores que, antes de empezar, se trazan el plan detallado de la obra.

EGO.- Pues si así se sienten más cómodos, perfecto. Pero si son escritores de verdad, ese plan preconcebido no será diferente del que habría surgido del mismo proceso de desarrollo de la idea. Lo que quiero decir es que lo importante es la idea, hasta tal punto que, por determinadas circunstancias, el plan puede incluso no existir o no realizarse. En las novelas de Kafka hay una idea, fuerte, poderosa, pero es evidente que no hay ningún plan, y el hecho de que quedasen truncadas, excepto, tal vez, El proceso, nos impide conocer si el resultado final hubiese traslucido la existencia de algún plan.

ALTER.- Se me ocurre que eso que dices de Kafka podría entenderse también como metáfora del problema del ser.

EGO.- Explícate, te estás poniendo muy profundo.

ALTER.- Que quizá también en la naturaleza, en el universo, hay una idea, pero no un plan.

EGO.- No está mal eso. Y si a esa idea le damos un nombre más concreto, la llamamos, por ejemplo, “voluntad”, habremos caído de pleno en la filosofía de Schopenhauer.

ALTER.- Dichoso Schopenhauer, ¡cuántas veces lo has citado ya!

EGO.- No lo sé, pero lo seguiré citando cuantas veces haga falta o se me antoje, aunque sólo sea como pequeña reparación por los desprecios y olvidos que sufrió y sigue sufriendo.

ALTER.- Como muchos, ¿no?

EGO.- Sí, pero su caso es bastante especial.

ALTER.- ¿Por qué?

EGO.- Porque ejemplifica a la perfección cómo puede ser maltratado un creador, un genio, cuando comete el pecado de ser radicalmente libre, cuando no se adscribe ni de lejos a ningún grupo o capilla, ni está dispuesto a participar en los festejos oficiales de la cultura.

ALTER.- La cosa promete. Cuenta, cuenta

EGO.- Schopenhauer escribió su obra fundamental, El mundo como voluntad y representación, entre los 30 y los 34 años de edad. Se publicó casi inmediatamente, a finales de 1818. Sólo se vendieron ciento cincuenta ejemplares y no tuvo ningún eco en el mundo de la filosofía. Esta situación se prolongó a lo largo de más de treinta años, hasta que, gracias al “descubrimiento” que de él hizo un filósofo inglés, al éxito que tuvieron sus Parerga y Paralipómena, conjunto de obritas de tono divulgativo, y, sobre todo, a la labor de un pequeño grupo de admiradores, su obra empezó a ser conocida y apreciada (no precisamente entre los filósofos), hasta el extremo que, a su muerte, ocurrida en 1860, se había convertido en el filósofo alemán más popular del momento.

ALTER.- Pues la historia no acaba nada mal.

EGO.- No, porque aún no he entrado en los detalles del antes y el después de ese breve momento de gloria. Durante el largo tiempo en que su obra fundamental fue ignorada, Schopenhauer llegó a aceptar resignadamente que, en efecto, sus ideas no habían llegado a ninguna parte sin embargo, lo cuenta él mismo en La voluntad en la naturaleza, en cierta ocasión, leyendo una obra de un científico danés, quedó totalmente asombrado, y se dijo “gran verdad debe ser mi doctrina cuando un científico, que sin duda la desconoce en absoluto, llega, mediante la observación de la naturaleza, a las mismas conclusiones que yo he llegado con mi filosofía”. Cuál no sería su sorpresa cuando, poco después, tras la muerte del científico, transcendió que entre sus principales libros de consulta estabaEl mundo como voluntad y representación. Algo parecido le ocurrió con el científico vienés Rosas. Es decir, que al tiempo que se le ignoraba, silenciándose su nombre, se le saqueaba impunemente. Y esta situación no ha variado mucho hasta nuestros días.

ALTER.- ¿En nuestros días? ¡Pero si es un clásico de la filosofía!

EGO.- Te equivocas, es un clásico de la literatura aforística, y nada más. Para empezar, los filósofos nunca le han reconocido. Ni entonces, ni después, ni ahora. El desprecio que siempre manifestó hacia los filósofos “profesionales”, hacia los profesores y catedráticos que cobran del estado, ha sido ampliamente correspondido. Un ejemplo reciente: en la obra del “profesor” Gaarder, El mundo de Sofía, donde se supone que se da un repaso, en plan divulgativo, a las principales filosofías, el nombre de Schopenhauer simplemente no aparece. Para mí, es como si no se mencionase a Cervantes o a Shakespeare en una historia de la literatura.

ALTER.- Quizá el problema es tuyo, quiero decir, que quizá eres tú el que lo ha colocado demasiado alto.

EGO.- Quizá. Pero en esto no estoy sólo, ni mucho menos.

ALTER.- Pero yo me pregunto, si los filósofos nunca le han reconocido, ¿de dónde le viene su fama de filósofo?

EGO.- A eso iba. Del lector común, inteligente y sin prejuicios, que busca la verdad sin tener en cuenta modas ni sanciones oficiales, y sobre todo de los artistas.

ALTER.- ¿De los artistas?

EGO.- Sí, de los artistas, sobre todo músicos y escritores. Porque su obra, constituye entre otras cosas una apasionada historia de amor entre el pensamiento y el arte. Creo que es el único filósofo que ha dado con las claves de la naturaleza, el significado y la función del arte.

ALTER.- Y al menos los artistas le habrán reconocido

EGO.- Sí, y con generosidad en muchos casos. Ya en su tiempo, la lectura de su obra fue para Wagner un verdadero golpe de gracia, produciendo en él una especie de conversión espiritual. En su correspondencia se le manifestó siempre como seguidor devoto y llegó a dedicarle dos de sus óperas. Lamentablemente no fue correspondido: el filósofo de sus amores prefería Mozart y Rossini. Entre los escritores han sido bastantes los que han reconocido explícitamente la benéfica influencia de nuestro filósofo. Thomas Mann en muchas ocasiones; Borges, con su estilo oblicuo (“Schopenhauer, que acaso descifró el universo”), en no pocas; Gombrowicz, el escritor polaco-argentino-francés, llega a decir que no entiende cómo uno, después de haber leído a Schopenhauer, puede no estar de acuerdo con él, y seguro que, si me pusiese a buscar, obtendría un larguísimo etcétera, además de los que, sin mencionarloNo te sabría decir si Kafka lo menciona en algún momento, pero es evidente que nuestro filósofo alienta en toda la obra del praguense.

ALTER.- Lo de Wagner me ha llegado al alma. Es terrible no ser comprendido, correspondido, por la persona que amas, por el genio que admiras.

EGO.- Lo es, sin duda. Y lo curioso del caso es que el mismo Schopenhauer había padecido esta situación.

ALTER.- ¿Con quién?

EGO.- Con Goethe. (continuará)

(De Alter, Ego y el plan)

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Democracia. Progreso. Transgresión (A.E.P.2)

ALTER.- Pero, ¿de verdad hay individuos excepcionales? ¿No estamos hechos todos de la misma materia?

EGO.- Sí, la materia es la misma, pero los resultados pueden ser muy diferentes, tan diferentes como lo son entre sí un enano de jardín y el David de Miguel Angel.

ALTER.- Antes has hablado de jerarquías, ahora de individuos excepcionales. No sé creo advertir en tus posturas cierto tufillo antidemocrático.

EGO.- ¿No pensarás acusarme de semejante herejía? La democracia es el dogma de nuestra época, y no me entiendas mal. Lo que quiero decir es que ninguna persona civilizada puede manifestarse en contra, del mismo modo que en la Edad Media nadie podía manifestarse contra el dogma de la religión revelada. No, sinceramente, no estoy en contra de la democracia política.

ALTER.- En el adjetivo “política” creo advertir un pero.

EGO.- Por supuesto. Y es que hay una enorme confusión en todo esto, que convendría aclarar. Para empezar, hay que dejar claro que la igualdad no significa que todos seamos iguales, cosa que contradice la evidencia, sino que todos hemos de tener iguales oportunidades. Y la democracia no significa que todas las opiniones valgan lo mismo, cosa que también contradice la evidencia, sino que en los asuntos públicos, en la administración de las cosas comunes, ha de prevalecer el criterio de la mayoría, siempre controlada por las minorías. Ir más allá supondría, de hecho supone, un empobrecimiento espantoso del espíritu humano.

ALTER.- Quieres decir que la democracia no cabe en el arte, por ejemplo.

EGO.- Ni en el arte, ni en la ciencia, ni en la filosofía, ni en la religión ni en ninguna actividad que requiera formación, sensibilidad y un esfuerzo constante por ensanchar los límites del ser humano. La masa tiende a lo fácil y primario, por eso se le puede dejar la “administración de las cosas”, porque es una tarea de simple sentido común, aunque a veces no lo parezca. Pero si se le permite que decida en cuestiones de arte, nos conduce directa y rápidamente a la basura.

ALTER.- Pues si no la mayoría, ¿quién entonces ha de decidir en cuestiones de arte?

EGO.- La “inmensa minoría”, de que hablaba Juan Ramón Jiménez, y por supuesto, la posteridad.

ALTER.- De la posteridad ya hemos hablado, pero eso de la inmensa minoría, cómo hay que entenderlo.

EGO.- Yo lo entiendo como el conjunto de personas, de lectores en este caso, que tienen una sensibilidad y unos intereses afines a los del artista creador. Creo que el poeta pensaba en esto cuando acuñó la expresión. Claro que lo de “inmensa” se ha de entender en números absolutos, no relativos, porque ¿cuántas personas crees que hay interesadas en la poesía en todo el mundo? Algún millón, sin dudalo que representan menos del uno por mil de la población mundial. Pero son esas personas las que constituyen la auténtica aristocracia de la humanidad, los únicos jueces válidos en cuestiones artísticasLo que no impide que sus fallos sobre los contemporáneos sean con frecuencia erróneos, y tengan que ser corregidos por el tribunal supremo de la posteridad.

ALTER.- Pero tú hablas del fallo de la posteridad como de algo definitivo, inalterable, cuando lo cierto, o al menos me lo parece, es que, con el paso del tiempo, esos fallos se van modificando, a veces radicalmente.

EGO.- En efecto, y yo mismo te pondré un ejemplo. Para los dramaturgos franceses de los siglos XVII y XVIII Shakespeare era un bárbaro; uno o dos siglos después, para los dramaturgos románticos Shakespeare era un dios, mientras que los franceses mencionados eran considerados auténticos peñascos. Pero en estas variaciones, más que la calidad, interviene la moda, los gustos de la época. De todos modos, está claro que el fallo no puede darlo una sola generación, sino el conjunto de varias generaciones.

ALTER.- Si quieres que te diga la verdad, todo eso me parece bastante problemático y subjetivo.

EGO.- Y  lo es, naturalmente.

ALTER.- Así que, según tú, no existe un criterio objetivo para valorar el arte.

EGO.- Para detectarlo, para reconocerlo, sí. Está la prueba de la catarsis, de que antes hemos hablado. Pero la valoración propiamente dicha, es decir, la tarea de jerarquización será siempre subjetiva. La ciencia posee métodos objetivos para comprobar el acierto de sus investigaciones, y cada acierto constituye un progreso, que prepara el terreno para futuras investigaciones. Pero en el arte no hay progreso.

ALTER.- Dices que en el arte no hay progreso, pero un escritor ¿no aprende de sus antecesores? ¿No va mejorando con el tiempo sus modos de expresión? Yo entiendo que a eso se le puede llamar progreso.

EGO.- Lo que quiero decir es que, a diferencia del científico, el artista no necesita apoyarse en los logros de sus antecesores, otra cosa es que lo haga por razones de modas o tendencias. Cada obra de arte es autónoma y válida en sí misma. La astronomía moderna constituye un progreso frente a la astronomía de Tolomeo, pero El Castillo de Kafka no constituye un progreso frente a la Divina Comedia de Dante: ambas son obras cumbre de la literatura mundial, sin que el tiempo ni los “descubrimientos” que median entre una y otra tengan ninguna relevancia en sus respectivos méritos artísticos. Y entiendo que cada obra de arte es autónoma y válida en sí misma porque no ha de responder ante ninguna verdad o realidad ajena a ella misma. Su único deber es ser fiel a la verdad que ella crea.

ALTER.- Pero hay un arte realista que pretende

EGO.- No, no hay ningún arte realista stricto sensu. Todo arte inventa su propia realidad. La literatura que pretende describir la realidad “tal cual es” está creando otra realidad distinta de la que afirma describir. Ni siquiera el reportaje documental o periodístico es mera reproducción de la realidad. Esto los lectores de periódicos lo sabemos muy bien.

ALTER.- Pero no me negarás que una novela sobre personas de nuestro tiempo con problemas de nuestro tiempo ha de mantenerse en los límites del realismo y la verosimilitud.

EGO.- Ha de mantenerse en los límites de su propia verdad, ha de mantener la coherencia interna. Por otra parte, has de tener en cuenta que realidad y verosimilitud no suelen corresponderse. Por ejemplo, no hay nada más inverosímil que una carta de amor auténtica.

ALTER.- Nos hemos desviado.

EGO.- Como siempre.

ALTER.- Estábamos en que en el arte no hay progreso.

EGO.- En efecto. Y por eso, la manida frase “eso está superado” no tiene ningún sentido en cuestiones de arte.

ALTER.- Pero siempre hay quienes alardean de ser artistas de nuestro tiempo, de crear obras innovadoras, transgresoras.

EGO.- Todo artista lo es de nuestro tiempo, pero en ese “nuestro tiempo” están contenidos todos los tiempos, y esto es algo que suelen olvidar los apóstoles de la modernidad a ultranza. En cuanto a la “innovación”, la única que reconozco es la que, con menores medios, consigue un mayor efecto catártico. Pero con frecuencia, cuando se habla de innovación se piensa sólo en aspectos formales, mientras que habría que recordar, por ejemplo, que la gran innovación que representa la obra de Kafka se realiza con una prosa muy tradicional.

ALTER.- Y de los transgresores, qué dices.

EGO.- No debería decir nada.

ALTER.- ¿Por qué?

EGO.- Porque se me escapa la risa. Yo no he visto nada transgresor en los últimos tiempos, excepto la misma palabra repetida una y mil veces en las solapas de los libros, en los programas de mano y en los artículos de algunos críticos papanatas. ¿Qué es lo que supuestamente se pretende transgredir? ¿Los valores de nuestra sociedad? ¡Pero si nuestra sociedad no tiene valores! El único que queda es ese democratismo de que antes hemos hablado, y no sé de ninguna obra que lo ponga seriamente en solfa. No, para nuestros “transgresores” la transgresión tiene que ver únicamente con el sexo (sadismo, masoquismo, bestialismo, coprofilia), con la droga o con el mal gusto y los malos modos, pero en especial con el espectáculo y el lenguaje del sexo. Es el tipo de transgresión del niño de tres años que te espeta con descaro: caca, culo, pis. Yo no veo en todo eso nada verdaderamente transgresor.

ALTER.- Y, según tú, qué es lo que sería verdaderamente transgresor.

EGO.- No sé…quizá una obra… una obra de tales características que de ningún modo pudiese ser premiada o patrocinada por la Fundación del Banco Tal o por el Grupo de Empresas Cual. Ese es el tipo de transgresión que echo en faltaPero, en fin, todo esto no son más que cosas anecdóticas sugeridas por el uso actual de la palabreja, porque la verdad es queque

ALTER.- ¿Qué?

EGO.- Que todo arte verdadero es transgresor, en el sentido de que derriba los muros que nos cercan, de que rompe la cáscara que nos encierra y nos permite asomarnos a una realidad más alta…o más honda, como quieras llamarla. Mira, en la obra de teatro Nuestra ciudad, Thornton Wilder, con un estilo a la vez sencillo y poético, propina una tremenda sacudida al público, enfrentándole directa y casi brutalmente a esta cuestión: ¿Qué estáis haciendo con vuestras vidas? ¿No veis que estáis desperdiciando el don supremo que se os ha concedido? Eso es transgresor, eso es arte.

ALTER.- Wilder, el autor de El puente de San Luis Rey.

EGO.- El mismo.

ALTER.- Es una novela muy curiosa. La he leído dos veces en no mucho tiempo.

EGO.- ¿Por algún motivo especial?

ALTER.- Quería comprobar si se cumple lo que el narrador dice que se propone con el relato: que hay una especie de hilos mágicos que conectan personas y sucesos aparentemente ajenos, que todo está íntimamente relacionado, que nada ocurre por casualidad.

EGO.- ¿Y se cumple?

ALTER.- Aún no lo he descifrado.

EGO.- Mejor así. El arte no ha de probar nada; ha de limitarse a mostrar, y a mostrar de tal manera que conmueva y despierte las conciencias. Si esa conmoción provoca de súbito en el lector una fe determinada, no es culpa de la obra de arte, sino de su mala digestión. Por mi parte creo que lo que hace Wilder en esa novela es apuntar la misma idea que por aquellos años pergeñaba el psicólogo Jung: que la casualidad no existe, ni las coincidencias fortuitas, que todo está perfectamente tramado. Pero la verdad es que, como todo buen artista, Wilder no pretende darnos respuestas. Al contrario, en cierta ocasión manifestó explícitamente que, en esa novela, él sólo pretendía plantear la cuestión de la manera más clara y correcta posible, con la esperanza de que otros la condujesen a buen puerto. El gran mérito de Wilder consiste en su habilidad para despertarnos a la realidad más obvia y profunda del ser humano con la limpia poesía de su prosa. ¿Recuerdas el final de El puente de San Luis Rey? Es una frase preciosa que, además, condensa el sentido de toda la obra del autor: There is a land of the living and a land of the dead and the bridge is love, the only survival, the only meaning.

ALTER.- Sí, “hay un país de los vivos y un país de los muertos y el puente es el amor, lo único que permanece, lo único que importa.”

(De  Alter, Ego y el plan)

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Kafka, el profeta inconsciente II

 

Lo que Kafka nos ha dejado cabría clasificarlo en tres grupos: diarios y escritos personales, entre los que se incluirían las cartas; relatos cortos – alguno no tan corto, como La metamorfosis- que constituyen la mayor parte de su producción y, en su mayoría, lo único que le fue publicado en vida, y novelas: América (El desaparecido), interrumpida tras los primeros capítulos, El proceso, la única que se podría considerar terminada, y El castillo, claramente inacabada.

Todo el universo, a la vez real y extrañamente onírico, que se condensa en sus cuentos se extiende y se desarrolla en las dos últimas novelas citadas. En El proceso – historia de un hombre al que se acusa de no se sabe qué por no se sabe quién y que será condenado por no se sabe quién o qué -, destaca la extraña intensidad de las situaciones en cada uno de los intentos del protagonista de desentrañar la trama, situaciones que oscilan entre lo onírico, lo surrealista, lo expresionista y hasta lo humorístico, reservándose para lo auténticamente trágico una crueldad glacial, como se evidencia en las páginas finales.

En El castillo el protagonista, un agrimensor supuestamente contratado por la autoridad del lugar, recorre un laberinto sin fin para dar con esa “autoridad”, pero solo se encuentra con funcionarios que parecen remitir a otros funcionarios, trámites que parecen remitir a otros trámites, y extraños personajes con actitudes de figuras de pesadilla, como los dos “ayudantes”, increíblemente cómicos, absurdos o agobiantes, de los que no consigue desprenderse. Novela inacabada, no consigo imaginarme que pudiera tener un final, pues su esencia es la descripción de la búsqueda infinita de algo que la lógica más elemental dice que ha de existir, pero que quizá no exista.

Cierto crítico con criterio ha escrito que “es un error trasladar mecánicamente la atmósfera opresiva de algunas de sus obras a la vida privada del escritor”. En efecto, la existencia de Kafka poco o nada tuvo de “kafkiana”. Nacido en 1883 en Praga en el seno de una familia judía acomodada, tuvo una infancia feliz, tal vez solo nublada por las especiales relaciones con el padre (sendos caracteres eran polos opuestos), quizá magnificadas por él mismo y por cierta crítica literaria. Como por eliminación de otras carreras, estudió derecho y hasta obtuvo el doctorado, lo que tiene su mérito si se piensa que la materia en cuestión no le entusiasmaba en absoluto. Después de trabajar una breve temporada en una empresa de seguros italiana, ingresó en el semioficial Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia. Como letrado del Instituto se mostró competente y efectivo, al mismo tiempo que sensibilizado por el problemático mundo laboral que asomaba por los expedientes. Tenía un horario cómodo, sólo por las mañanas. Era muy bien valorado por superiores y compañeros y alcanzó un puesto directivo, como subdirector de un departamento integrado por unas setenta personas. En 1922, a los 39 años tuvo que retirarse por enfermedad.

Por las tardes llevaba una vida social bastante activa: practicaba la natación, se relacionaba con escritores, artistas e intelectuales, como Oskar Baum, Max Brod, Franz Werfel, y tuvo también contactos con Martin Buber, Rudolf Steiner, Robert Musil y otros, y en alguna ocasión se organizaron lecturas de alguno de sus relatos. Aunque su lengua materna y literaria era el alemán, hablaba también checo y se interesó por esta literatura nacional, así como por el teatro yiddisch.

Por la noche, a partir de las diez y hasta muy avanzada la madrugada, se encerraba en su habitación a la espera de que llegase el mundo para hacerse desenmascarar. Escribía.

No era religioso, aunque sí místico a su manera. Del judaísmo le interesaba el aspecto cultural e histórico. Sólo hacia el fin de su vida, empezó a sentirse atraído por el sionismo.

En la vida sentimental sí se puede decir que fracasó. Sólo al final, con Dora Dyamant, pareció que iba a alcanzar lo que hasta entonces quizá él mismo se había negado. Pero se acababa el tiempo. Murió en 1924, de tuberculosis, a los 41 años de edad.

(De Los libros de mi vida)

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