Todo intento de novela histórica centrada en personajes que existieron como personas reales tiene un problema principal: decidir qué cantidad de rigor histórico y qué cantidad de fabulación novelesca ha de contener.
En ocasiones hay poco que decidir: cuando los datos históricos son prácticamente inexistentes, la fabulación novelesca se impone de manera necesaria. Pensemos en el posible personaje novelesco de Homero. Dado que del poeta en cuestión no se sabe nada – ni siquiera es seguro que haya existido –, todo lo habrá de poner la imaginación, la pura fabulación.
En el extremo opuesto, tenemos a Cicerón, por ejemplo, autor de tantas cartas sobre el mundo en que se hallaba inmerso y sobre sí mismo, objeto de tantos testimonios de sus contemporáneos, que la fabulación habrá de verse por fuerza condicionada por los datos históricos incontestables.
Los dos coprotagonistas de La ciudad y el reino, donde todos los personajes se corresponden con personas que existieron en la realidad (con la excepción de Emiliano Dexter, nieto inventado del obispo Paciano), constituyen un buen ejemplo de cómo se debe (o se puede) conjugar el rigor histórico con la fabulación novelesca dentro del plan ideal de la obra que, lo reconozca o no, alberga siempre el autor.
Del Paulino histórico se sabe poco. Y todo lo que se sabe – de primera mano, quiero decir – está en las referencias de algunos de los contemporáneos con quienes se carteaba – Agustín, Ambrosio, Jerónimo, Sulpicio Severo, Ausonio y pocos más -, en sus obras literarias – poemas a San Félix, sobre todo-, y en el contenido de sus propias cartas, sobre todo de las dirigidas a Ausonio. De todo ello se deduce una personalidad reflexiva, tranquila, agitada a veces por transportes místicos, que no llegan a alterar su natural sosiego; amable, bondadosa y, aunque cristiano auténtico, en lo cultural pertrechado con toda la ciencia y la sabiduría de la Antigüedad.
Sobre esta base, no muy extensa, edifiqué el Paulino de mi novela, para lo cual me bastó reforzar un poco el talante místico y añadir esa especie de angustia existencialista que le adjudico para antes de la conversión, y que creo que no le va nada mal.
Del Ausonio histórico se sabe quizá más que de Paulino, pero en el fondo mucho menos. Fue profesor de gramática y retórica (de literatura, diríamos hoy) durante muchos años, luego preceptor del heredero de Valentiniano I y, elevado su alumno a la dignidad imperial, ocupó cargos de suma importancia en la maquinaria político-administrativa del Imperio. Escribió mucho, pero al decir de los críticos, siempre tocando los temas por la superficie y con una calidad muy desigual. En todo caso, su ingenio y habilidad con la pluma son indiscutibles. Un ejemplo es el CentónNupcial, composición poética construida a base de hemistiquios tomados de La Eneida en la que se describe una noche de bodas sin ahorro de ningún detalle erótico. Su obra más conseguida es sin duda el Mosela, largo poema descriptivo dedicado al río del mismo nombre.
Personalmente parece que fue, además de hábil escritor, honrado, un poco vanidoso, amigo del poder y del orden justos y algo sentimental. Y sobre todo reacio a plantear cuestiones más o menos profundas, hasta el extremo de que no se sabe con certeza hasta qué punto había asumido el cristianismo que oficialmente profesaba. Lo único claro en este aspecto es que, en sus obras y en sus cartas, destaca siempre una evidente nostalgia por el viejo mundo tutelado por los dioses que habían hecho grande a Roma.
Para llenar cierto vacío de esa personalidad, evidente si la comparamos con la más definida de Paulino, se me ocurrió corregirla o completarla con la de otro gran poeta de varios siglos después. Desde mi particular punto de visita, éste no podía ser otro que Goethe. Comparten los dos una visión del mundo esencialmente poética, una afición no disimulada por el orden, la aristocracia y el poder, una biografía siempre ascendente hasta alcanzar la vasta meseta de los últimos años. Solo faltaba añadir a Ausonio esa especie de filosofía panteísta manifiesta en el de Frankfurt, es decir, algo de la sustancia intelectual de la que aparentemente carecía el de Burdeos.
Hecho. Si el resultado es satisfactorio o no, habrá de decirlo el lector.
Cada edad de la vida tiene sus prejuicios y sus manías. Conviene, por ello, que desde muy joven vaya uno observando a los mayores a fin de no caer tontamente en unos y otras cuando le llegue la hora.
La hora me ha llegado, pero como siempre he practicado el consejo que acabo de dar, creo que he salido indemne de los más destacados prejuicios y manías propios de la edad.
El principal, considerar que, a lo largo del tiempo vivido, todo en la sociedad y en el mundo se ha ido deteriorando, que todo irá a peor y, en fin, que sin ningún género de dudas “cualquiera tiempo pasado fue mejor”.
No entro en si el contenido de esta idea es verdadero o no, cuestión que corresponde a la filosofía en su eterna lucha entre pensadores optimistas y pesimistas; me refiero al hecho psíquico, es decir, a lo que bulle en la mente del anciano, ajeno, por lo general, a toda disquisición filosófica sobre el tema.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué piensan así? Simplemente porque confunden el fin de su tiempo, que evidentemente está al caer, con el fin de los tiempos, que quién sabe cuándo y cómo.
Y sin embargo, esta proposición, a todas luces errónea, es defendible desde cierta perspectiva filosófica, y es que, para el individuo, todos los tiempos se contienen en su tiempo, y la extinción de éste supone la extinción de todos, es decir, del mundo. Además, es cierto que siempre hay algo que se acaba.
Fue hace unos años. Estaba leyendo algo de Thomas Mann, un ensayo, creo, cuando de repente me detuve, como sorprendido por una iluminación súbita, y me dije ¿Pero qué haces? ¿Sabes que todo esto ya no interesa nadie? ¿No te das cuenta de que estás solo? ¿que estás atrapado en un mundo que ya no existe? Homero, Cicerón, Dante, Cervantes, Goethe, Tolstoy, el mismo Mann y muchos más son dioses de una religión hoy desaparecida.
El mundo occidental, que fue su patria y el ámbito de su existencia, reniega de ellos; desterró de la enseñanza general el griego y el latíny ha relegado todo lo que huele a sabio humanismo al rincón de los objetos arqueológicos.
El mundo oriental – las potencias del Pacífico asiático – nunca se ha interesado en serio, creo yo, por ese tesoro de Occidente, quizá porque cuenta con su propia cultura tradicional. Y, según dicen, esas potencias están configurando el futuro inminente de la humanidad.
Y yo, adorando a unos dioses que ya casi no existen; que se están desvaneciendo con el mundo que los había engendrado.
Pero seguiré. Porque sé que no desaparecerán del todo hasta que yo mismo no desaparezca.
Pero la popularidad de Alfonsina no sólo le viene de la poesía (puede sorprender hoy que este género literario otorgue cierta popularidad), sino también de sus artículos periodísticos. Su contenido solía girar sobre un mismo tema: la condición social de la mujer y la manera de superarla. Títulos como “Feminismo perfumado”, “A propósito de las incapacidades relativas de la mujer”, “Un simulacro de voto”, “Compra de maridos”, dan una idea del tono de esos artículos.
He de apuntar que el feminismo de Alfonsina ha sido (y es) un campo de batalla donde se enfrentan dos visiones extremas: la que lo considera un ejemplo claro de feminismo radical y combativo y la que lo ve como una simple protesta ante las situaciones más injustas, pero que no cuestiona la superioridad masculina ni, en lo básico, el papel tradicional de la mujer. La primera tiene elementos suficientes en que basarse, tanto en la obra poética como en la periodística (si le rebajamos lo de radical). En cuanto a la segunda, me temo que algunos de sus defensores se han dejado engañar por la ironía, más bien transparente, de la escritora. Y es que se necesita cierto grado de miopía para tomar en sentido directo versoscomo estos:
Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta:
movilidad absurda de inconsciente coqueta,
deseamos y gustamos la miel de cada copa
y en el cerebro habemos un poquito de estopa.
Por mi parte, diría que el feminismo de Alfonsina pertenece a la triste categoría de la lucha por lo evidente, quiero decir que corresponde a una visión que apenas va ligada con la época sino con el sentido común (en el caso de que la sensatez fuese realmente común). Por ejemplo, el mensaje de sus versos
Tú me quieres blanca,
tú me quieres alba
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta…
es el mismo que tres siglos atrás lanzara Sor Juana Inés de la Cruz,
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis…
y no diferente de lo que, hacia el 1800, un hombre (tan inteligente como Goethe, es cierto) ponía de manifiesto:
¡Te quejas de la mujer que va de uno en otro!
No la censures: va en busca de un hombre constante.
En todo caso, está claro que el de Alfonsina no es un feminismo asexuado que busca la derrota y humillación del hombre, por hirientes que puedan parecer algunos de sus versos,
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás…,
sino un intento de superar diferencias absurdas que apenas tienen que ver con el misterio del amor entre un hombre y una mujer:
Es que anoche tus manos, en mis manos de fuego,
dieron tantas dulzuras a mi sangre, que luego
llenóseme la boca de mieles perfumadas…
Porque, como es evidente, antes que ideóloga o activista social, Alfonsina es poeta, una inmensa poeta.
Por cierto, ¿en qué consiste ser poeta? ¿Qué es la poesía? Tengo para mí que, salvo tal vez algún profesor universitario contratado al efecto, nadie es capaz de definir la poesía. Como todo lo que tiene que ver con las emociones, la poesía hay que sentirla.
En esta dirección, no puedo resistirme a proponer un ejercicio práctico. Tómese la composición Han venido…, del libro de poemas de Alfonsina Languidez, y léase con atención y a ser posible en voz alta (que es como se habría de leer siempre la poesía)
Hoy han venido a verme
mi madre y mis hermanas.
Hace ya tiempo que yo estaba sola
con mis versos, mi orgullo; en suma, nada.
Mi hermana, la más grande, está crecida,
es rubiecita; por sus ojos pasa
el primer sueño. He dicho a la pequeña:
-La vida es dulce. Todo mal acaba…
Mi madre ha sonreído como suelen
aquellos que conocen bien las almas;
ha puesto sus dos manos en mis hombros,
me ha mirado muy fijo…
y han saltado mis lágrimas.
Hemos comidos juntas en la pieza
más tibia de la casa.
Cielo primaveral… para mirarlo
fueron abiertas todas las ventanas.
Y mientras conversábamos tranquilas
de tantas viejas cosas olvidadas,
mi hermana, la menor, ha interrumpido:
– Las golondrinas pasan …
Una escena sencilla, cotidiana, contada con palabras claras, directas. Y sin embargo, ¿qué sentimos al leerlas? El aleteo vago de una emoción inexpresable. ¿En qué consiste ese efecto? ¿Cómo se consigue? Esto es lo que nunca conseguirá explicarnos el mejor profesor universitario. Es el misterio de la poesía, que sólo se manifiesta mediante la misma creación poética.
Pero la vida sigue. Y la de Alfonsina está adquiriendo un ritmo quizá demasiado acelerado. No puede dejar de escribir y publicar, no puede dejar de atender los requerimientos de la vida social, no puede dejar de trabajar (por fortuna, ya en actividades más acordes con su vocación intelectual y pedagógica), no puede dejar de atender a su hijo (que se convertirá en un médico de prestigio). Tanto esfuerzo, tanta tensión, llegan a afectar su salud. Los nervios se resienten. Se le recomienda descanso. Decide pasar algunas temporadas en Mar del Plata,
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar,
donde el rumor del oleaje le va susurrando insidiosamente que ahí mismo hay un lugar maravilloso para el descanso perfecto.
En el fondo del mar
hay una casa
de cristal.
Pero, salvo esos cortos períodos de retiro, Alfonsina no descansa. Se ha convertido en una de las primeras figuras del mundo de las letras bonaerense, a pesar de su fracaso en el teatro y de la hostilidad de los ultraístas agrupados en torno a la revista Martín Fierro, entre ellos un joven Jorge Luis Borges.
A principio de la década siguiente, viaja dos veces a España, donde conoce a algunos de los componentes de la flamante generación del 27. Su posiciónen el ambiente cultural del cono sur sigue siendo preminente. La amistad epistolar con la poeta chilena Gabriela Mistral se refuerza con el conocimiento personal. Más fuerte – no sabemos hasta qué grado de intimidad (bueno, algunos siempre saben estas cosas) – es su relación con el uruguayo Horacio Quiroga, que incluso le propone que le acompañe a su retiro de la selva de Misiones, proposición que ella no acepta.
En 1935 todo se ensombrece. Aparece el cáncer. Se le amputa un pecho. Pero el mal reanuda su labor destructora. Por entonces se entera del suicidio de su querido Horacio, también afectado de un cáncer incurable, y aplaude:
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
y así como en tus cuentos, no está mal;
un rayo a tiempo y se acabó la feria…
En enero de 1938, es invitada a Colonia por el Ministerio de Instrucción Pública de Uruguay al homenaje que se rinde a las tres grandes poetas de América: Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou y ella misma. El veinticuatro de octubre de ese mismo año, Alfonsina está de nuevo en la pensión de Mar del Plata. A la mañana siguiente, dos hombres encuentran su cuerpo sin vida en la playa.
Cuenta la leyenda que la madrugada del día veinticinco Alfonsina, presa de mal de amores, se fue hasta la cercana playa y, caminando descalza, se adentró en el mar. (Por la blanda arena /que lame el mar /su pequeña huella /no vuelve más).
Dice la crónica que aquella tarde el dolor de la enfermedad se le había hecho insoportable, que por la noche se llegó hasta el pequeño acantilado que vigila la playa de la Perla y que, desde allí, se arrojó al mar.
La verdad poética (o sea, la verdad) es que Alfonsina tuvo dos grandes amores, la vida y el mar; cuando se vio abandonada por la vida, se entregó al mar.(De ESCRITORAS)
En la historia de la cultura surgen a veces ciertas personalidades que parecen destinadas no a representar una época determinada, sino a liderar una transición, a abrir un camino entre el tiempo que muere y el que nace. Son como conductoras de los espíritus acomodaticios desde un mundo viejo a otro joven y nuevo. Pensemos en Petrarca y Boccaccio, por ejemplo, viviendo en la Edad Media pero hablando ya el idioma del Renacimiento
Una de esas personalidades fue sin duda Anne-Louise Germaine Necker, más conocida como Madame de Staël (y aquí, en adelante, como Germaine), nacida y educada en el neoclasicismo del siglo XVIII y luego introductora y propagandista del romanticismo en Francia. Una mujer. Una mujer fuerte. Tan fuerte que, aunque siempre abogó por el reconocimiento de los derechos de las mujeres, ella no esperó ningún reconocimiento. Simplemente los ejerció. Siempre fue libre y, aunque la ley no la equiparase a los varones, nunca dejó de actuar en la vida social como uno de ellos. Actitud que recuerda la que Ovidio recomendaba a propósito de la enfermedad: quien pueda fingir que está sano, estará sano.
Fuerte, y apasionada. Temperamento que no solo se manifiesta en la vida privada, en la gestión de los sentimientos, sino también en la pública e ideológica, con una característica muy particular en este caso, y es que, mientras que el apasionamiento suele aplicarse a la defensa de posiciones extremas, lo que ella defiende con especial pasión es la moderación y la conciliación en el camino hacia la libertad. Germaine fue una defensora apasionada de lo que podríamos llamar el equilibrio de la libertad. Y tal como suele suceder en estos casos, sufrió los ataques de las posiciones extremas, es decir, de las mentes unidireccionales, fanatizadas por consignas partidistas.
El espíritu de partido es como esas fuerzas ciegas de la naturaleza que avanzan siempre en la misma dirección. […] Creemos haber chocado contra algo físico cuando hablamos con hombres que se encarrilan en ideas fijas: no oyen, ni ven, ni comprenden.[…] Consiste (el espíritu de partido) en no pensar más que en una idea, vincularlo todo a ella y ver únicamente lo que guarda relación con esta obsesión.
Consideraciones de este tipo relativas a las distintas pasiones que mueven a los seres humanos (la ambición, la vanidad, el amor, la envidia, la venganza, el espíritu de partido…) se contienen en el ensayo De la influencia de las pasiones en la felicidad de los individuos y de las naciones, publicado en 1796, donde no se limita a defender sus posiciones políticas e ideológicas frente a la intolerancia de los diversos frentes, desde al absolutismo monárquico hasta el sectarismo revolucionario, que le están complicando la vida (iba a decir “amargando”, pero el verbo no le va a Germaine), sino que se extiende a reflexiones sobre la naturaleza y la conducta de los seres humanos en general.
De carácter más estrictamente político es Diez años de destierro, publicada en 1821, donde, sobre el fondo de su experiencia personal como desterrada por Napoleón, relata y comenta con su estilo vivo, elegante e irónico, ciertos aspectos del rompecabezas europeo durante los años de referencia (1803-13).
Más centrada en los acontecimientos históricos que en la experiencia personal es Consideraciones sobre los principales acontecimientos de la Revolución Francesa (1818), ensayo en el que repasa y comenta la historia reciente del país, desde el punto de vista de la apasionada defensora de un sistema que garantice la libertad huyendo de los extremos. Opción que, como algunos comentaristas han destacado (como si no fuese obvio), respondía a los intereses de clase de la burguesía que había promovido la revolución de 1789, enseguida superada por la acción de las masas y sus conductores o manipuladores que culminó con el Terror de 1793-94, momento en que se inicia la marcha hacia el otro extremo.
En el campo de la literatura y la cultura en general, la producción de Germaine es aún de mayor impacto que en el político-social. En De la literatura considerada en su relación con las instituciones (1800), por el modo de analizar los productos literarios puede decirse que inaugura los estudios comparatistas que más de un siglo después alcanzarían su pleno desarrollo.
Pero es Alemania (De l’Allemagne) la obra con la que Germaine ejerce mayor influencia en la evolución de la cultura europea y especialmente francesa. En las dos temporadas que estuvo en Alemania (1804 y 1808) estudió a fondo lo que en el campo de la cultura se estaba produciendo y mantuvo contactos más bien cordiales con intelectuales y artistas como Goethe, Schiller, Wieland y A.W. Schlegel. En esta obra traza un retrato en profundidad del país vecino. Contempla su cultura en el contexto político, histórico, social e incluso geográfico y climático, y lo pone como ejemplo del sentir moderno (el romanticismo) al que Francia, tan apegada a los cánones clásicos, permanece reacia. Para la autora, Alemania, donde no existe un centro de poder (un París, un Londres) sino una profusión de pequeños estados y ciudadelas repletas de cultura, es el reino de la libertad. En especial en lo que respecta al arte y a las emociones asociadas, que en Francia seguían encorsetadas por la mentalidad academicista.
A Napoleón – que curiosamente había sido lector devoto del Werther – no le gustó nada un libro que ensalzaba al país enemigo y, según él, menospreciaba la patria francesa. Y mandó secuestrar y destruir todos los ejemplares. Pero la obra resucitó poco después, para gloria de su autora. Un ejemplo más de la fugacidad de los triunfos del poder político sobre las obras del arte y de la inteligencia.
Tengo cuatro enemigos: Prusia, Rusia, Inglaterra y Madame de Staël, dijo el Emperador entre irónico y resignado. (CONTINÚA)
Germaine Necker nació en París en 1766. El padre, Jacques Necker, banquero suizo y reputado economista, fue ministro de finanzas de Luis XVI en dos ocasiones, pero no consiguió que se admitiesen sus intentos de frenar el despilfarro de la corte. La madre, Suzanne Curchod, también suiza, fue decisiva en la formación intelectual y artística de la hija, a la que, niña aún, permitía estar presente en las tertulias literarias que tenían lugar en su salón de París, en las que participaban personajes como Diderot, Helvétius, D´Alembert.
Entre el ambiente vivido desde los primeros años y los estudios a los que le encaminó la madre (ciencias, letras, inglés, matemáticas, además de música y danza) no es extraño que la pequeña Germaine desarrollase una inteligencia superior que, unida a la fuerza natural de su carácter, hiciesen de ella una personalidad muy destacada, no solo entre las de su sexo – cosa fácil dada la situación de la mujer de la época – sino también entre los varones.
A los veinte años el padre – a quien adoraba – le buscó un marido según las propias exigencias paternas: había de ser protestante y extranjero, aunque tendría que vivir en París. Dada la fortuna de los Necker, los candidatos fueron numerosos. El elegido fue un aristócrata sueco, el Barón de Staël, al que, para facilitar las cosas, se nombró embajador de Suecia en Francia, y es que la influencia de Necker en la monarquía francesa, y en otras, era importante.
Germaine aceptó al marido de buena gana – de todos los hombres que no amo es el que prefiero, comentó -, tuvo con él alguno de sus hijos, pero reservó su sentir apasionado para los hombres que sí amaba, asunto en el que el marido nunca fue un obstáculo – si no me hace infeliz, es porque no osa inmiscuirse en mi felicidad.
El primer amante censado, el conde de Narbonne era uno de sus correligionarios en los afanes políticos. Gracias a ella, más influyente que él, fue nombrado ministro de la guerra en 1791. Pero, así que la Revolución se hizo incontrolable y ya a punto de implantarse el Terror, ambos se exiliaron, él a Londres, y poco después ella a la residencia familiar de Coppet (Suiza), desde donde, en los primeros meses, no cesó de comunicarse por carta con su amante lejano, parece que de modo bastante agobiante. Un biógrafo ha apuntado que las cartas que Germaine dirigía a sus amantes para retenerlos parecían pensadas más bien para espantarlos. El caso es que la relación se rompió y el conde de Narbonne fue sustituido por el de Ribbing y luego éste por otros varios sucesivos. Hasta que apareció Benjamin Constant.
En 1794, el conocimiento de Constant, intelectual de gran talla y político de la misma tendencia que ella, supuso, según propia confesión, una doble iluminación en el plano del alma y del espíritu. Dos años después eran amantes. La relación duró más de diez años, si bien en los últimos tiempos el hombre, apagado el primer fervor, parece que quería romper con la mujer. Pero no se atrevía. Hasta el extremo de que, en 1808, se casó con otra… en secreto. Para no irritar a la amante, que de hecho ya no lo era.
En los asuntos públicos, a partir del mismo año de 1794, con la caída del Terror, la cosa empezó a mejorar. Germaine y su “corte”, – los ilustrados que solían reunirse en la tertulia de Coppet, que en el 95 se trasladó a París -, pensaron que era el momento de influir decisivamente en la configuración de la política francesa. Y en efecto, Constant llegó a formar parte del Directorio, órgano directivo de la república. Además, ahí estaba el joven y victorioso general Bonaparte, a quien había que atraer a la causa de la libertad (conservadora).
En enero de 1798 se produce el primer encuentro entre Germaine y Napoleón. La mujer tenía al principio deseos y esperanza de que el general que había cosechado tantos éxitos militares para la república siguiese el camino indicado por los de Coppet, pero Bonaparte tenía otro proyecto en mente – de hecho, el mismo que tiene cualquier adicto al poder -, y ya desde el principio no quiso saber nada de esa mujer que habla tanto y se mete en lo que no le importa. No hubo de pasar mucho tiempo para que Germaine se desengañase del héroe militar, ni de que éste, ya con todo el poder en sus manos, castigase a aquella mujer que intrigaba con sus enemigos liberales, y en 1803 la desterró primero de París y luego de Francia.
Desde Suiza, la baronesa inició su primer viaje a Alemania que, junto con el segundo, realizado en 1808, fue decisivo para la creación de su gran obra, Alemania, introductora del romanticismo en Francia.
Pero antes de que la política acabe con todo, como suele suceder, no hay que olvidar que Germaine, además de los ensayos antes referidos y otros, escribió dos novelas (Delphine, en 1802 y Corinneo Italia, en 1809) en el más puro estilo romántico que defendía en su obra ensayística. Lo que ocurre es que, a diferencia de ésta, su obra de ficción, aunque de gran éxito en su momento, no llegó a traspasar la frontera de la época.
En Alemania conoció a Goethe (que se mostró encantado de que la ilustre escritora compartiese sus mismas ideas sobre una literatura universal) Schiller, Schlegel y otros, y adondequiera que fue dejó huella de su inteligencia, cultura y esprit. Y también de una personalidad abrumadora. Dicen que por aquellos días alguien oyó murmurar al mismo Goethe: pero esta mujer, ¿cuándo se irá? Y Schiller escribió poco después: desde la partida de nuestra amiga siento como si me hubiese restablecido de una grave enfermedad . Y no hay que caer en la tentación de achacar estas reacciones al pecado de misoginia, pues por lo menos Goethe no era misógino en absoluto, sino más bien filógino, término que, absurdamente, no existe. Misógina sí fue la reacción de Napoleón – quien pensaba que las mujeres solo servían para dar soldados a la patria -, intereses políticos aparte.
Tras la separación definitiva de Benjamin Constant, en 1808 Germaine se casa en secreto con Albert Jean Michel Rocca, militar suizo veintidós años más joven que ella, y en 1812, a los 46 años de edad, tiene un hijo.
La abdicación de Napoleón en 1814, su breve regreso y la derrota final le permitirá retornar a su amado París. Sigue atenta a la política. Y activa, en favor de la restauración borbónica en la persona de Luis XVIII como rey constitucional.
En octubre de 1816 oficializa su matrimonio con Rocca. Unos meses después un ataque de hidropesía la deja postrada. Intelectualmente intacta, preside las reuniones habituales desde el mismo lecho.
El 14 de julio de 1817 muere en París Anne-Louise-Germaine Necker, Baronesa de Staël. Una mujer libre y fuerte.
Pero no desaparece. Y es que una presencia tan poderosa no puede desaparecer por el simple hecho de morirse.
¿Y no hay manera de escapar de esta condena?… Veo que estás bien despierto ahora. Me alegro. Porque ahora viene la parte positiva −es una manera de hablar− del asunto, mucho más cierta y más real, eso sí, que todos los cielos y progresos que sólo existen en las mentes de los optimistas profesionales. Sí, hay manera de escapar de esa condena. Y no una, sino dos. La primera, aunque efectiva, es transitoria, temporal. La segunda, aunque rara y muy difícil, es total, definitiva.
La primera es el arte. He dicho antes que la inteligencia humana es una creación de la voluntad para seguir existiendo. Y en la inmensa mayoría de los casos, a eso se reduce su papel. Los hombres utilizan el cerebro para dominar las fuerzas de la naturaleza como no lo podría hacer un simple animal, y para afirmar su yo frente a los otros hombres, con astucia, con engaño, es decir, para desenvolverse en la selva natural y social, en una palabra, para sobrevivir, porque ésta y no otra es la función del intelecto creado por la voluntad. Pero una vez creado, el intelecto −como toda creación viva− actúa con propia autonomía, y a veces se fija en cosas que no tienen relación con el interés de la voluntad.
Cuando por primera vez el hombre levantó la vista de la tierra de sus afanes y, ajeno a todo interés vital, contempló el cielo estrellado, nació el sentimiento estético. Cuando por primera vez el hombre construyó un objeto, pintó una figura, tramó un relato, inventó una canción, sin ningún interés vital o práctico, nació el arte… Pero ¿qué es el arte?
El arte consiste en el conocimiento objetivo de una Idea que abarca toda una serie de casos particulares y concretos. Hay infinidad de personas ambiciosas o empujadas a la ambición: Shakespeare capta la Idea y la llama Macbeth. Hay algunas personas idealistas y puras en un mundo mezquino y perverso: Cervantes capta la Idea y la llama Quijote. Hay muchos jóvenes sensibles y desesperanzados en un mundo frío y hostil: Goethe capta la idea y la llama Werther. Si estos genios de la literatura, en vez de abandonarse a la contemplación intuitiva de la Idea, se hubieran guiado por las pulsiones de la voluntad, ni serían tales genios ni hubiesen producido otra cosa que vulgares panfletos.
Y es que el núcleo fundamental de una obra de arte es una intuición objetiva, y ésta exige el aquietamiento absoluto de la voluntad. Es entonces cuando el artista se convierte en sujeto puro de conocimiento, ajeno a las tormentas de la voluntad. Ya no hay lucha en su interior, porque la voluntad ha cesado y él y el objeto artístico son una y la misma cosa. Momentáneamente. El arte nos permite escapar de la horrible rueda de la voluntad pero sólo por unos momentos, mientras lo creamos, mientras lo disfrutamos.
¿Cuál será entonces la solución definitiva?… ¿La muerte? Me ha parecido oírte decir la muerte. No, no puede ser, alucinaciones mías… porque tú, Butz, no puedes tener el concepto de la muerte, como quedó muy claro, y a decir verdad, ni siquiera puedes hablar… Bien, en todo caso, la respuesta es no. La muerte no soluciona nada. Si la muerte cambiase algo fundamental, el universo ya no existiría.
Porque, vamos a ver, ¿cuando morimos qué es lo que muere? El intelecto, la conciencia individual, esa lucecita que la voluntad produjo para iluminar la andadura del cuerpo (su propia andadura): al desintegrarse el cuerpo en sus materiales básicos se viene abajo todo el andamiaje sobre el que el intelecto se alzaba. Lo que desaparece con la muerte es el intelecto, la conciencia individual, pero no la voluntad una y eterna, que buscará nueva envoltura para seguir manifestándose.
Y sin embargo, qué curioso, lo que en nosotros se siente horrorizado por la muerte no es el intelecto − nos hemos pasado millones de años sin él, se eclipsa con el sueño y con el síncope, sin que nada de esto nos importe−. No, lo que en nosotros siente horror a la muerte es precisamente lo que no puede morir, la voluntad, que, engañada por el intelecto, teme que ella pueda morir también, y siendo pura voluntad de vivir, se siente aterrorizada.
Así que la muerte no resuelve nada −y el suicidio es un error estúpido−, porque la voluntad seguirá existiendo para tormento de todo lo viviente. ¿Entonces? Acabar con la voluntad, conseguir que se extinga la voluntad de vivir, esta es la clave. ¿Y cómo se consigue esto? Como lo han conseguido los ascetas hindúes y budistas y los místicos musulmanes y cristianos de todos los tiempos, comprendiendo que todo es uno bajo el velo ilusorio de Maya, bajo el tejido cerebral de la representación, que forja individuos y diferencias donde sólo hay un ser inmutable, indestructible y eterno, comprendiendo que no hay tú y yo −base de la auténtica moral−, que no hay hombre y mundo, como el artista Byron lo comprende cuando exclama
Are not the mountains, waves and skies, a part
of me and of my soul as I of them?
El hombre que, tras amargas luchas con su naturaleza, comprenda todo esto habrá vencido, y se convertirá en espíritu puro, en límpido espejo del universo. Ya nada le podrá agitar, pues habrá cortado los mil lazos con que la voluntad le ataba a la tierra y que bajo la forma de concupiscencia, de codiciao de cólera, le atormentaban sin cesar. Ese hombre, contento y tranquilo, mirará ya los espejismos terrenales que antes tanto le conmovían como uno mira los trajes de máscara desechados después de haber palpitado bajo ellos la noche de carnaval. A ese hombre la muerte ya no le espanta. Suprimida la voluntad de vivir, se ha liberado de todo tormento, y puede volver, plácidamente, al ser ignoto de donde nunca debió salir…
Bien, ¿qué te parece, Butz? Veo que has aguantado. Pero te advierto una cosa: esto que has oído −porque es innegable que lo has oído− es un resumen precipitado que da sólo un pálido reflejo de la brillante profundidad de mi filosofía. Pues has de saber que he pasado por alto temas tan fundamentales como el de la Idea (objetivación adecuada de la voluntad no sujeta a la representación), o como el fundamento de la moral, o como el problema de la libertad, o como mis reflexiones originales sobre el genio, la música, la justicia, el amor sexual, la locura y un abundante etcétera.
Pero comprendo que no podía abusar más de ti −lo mismo le diría al supuesto lector del hipotético libro, ¡me contentaría con que respondiese como tú has respondido! Te has portado bien, Butz, muy bien, te felicito. Dame la patita. Ha sido un placer hablar contigo.
A primera vista, don Pedro Calderón de la Barca no es una persona simpática. Autor teatral que mueve a los personajes con los hilos de sus propias ideas, a diferencia de Shakespeare, quien, después de engendrarlos, los deja en completa libertad; católico integral, quiero decir, nada impregnado del humanismo erasmista de un Cervantes; propagandista del pensamiento único de la época y país, contrarreformista, miembro de una orden nobiliario-militar, soldado en ejercicio durante un tiempo, sacerdote a los cincuenta años… Nuestro autor reúne aparentemente todas las condiciones para erigirse en la figura emblemática de lo que se daría en llamar la España negra.
Y es que estamos hablando de escritores, de creadores, de artistas, y es normal que uno se pregunte: ¿puede pasar el aliento del espíritu artístico por tan estrechos vericuetos?
A principios del siglo XIX, Goethe escribió: “si la poesía desapareciese completamente de este mundo, podría reconstruirse a través de esta pieza teatral”. La frase la cita E. Dorer en su obra Goethe und Calderón y se refiere al drama de Calderón El príncipe constante, traducido al alemán por A.W. Schlegel y estrenada en el teatro de Weimar el 30 de enero de 1811. Así que, a la pregunta antes formulada se puede responder: sí, parece que sí puede. O que no son tan estrechos esos vericuetos.
La literatura española de la época dorada debe mucho a los literatos y críticos alemanes de principios del siglo XIX. Tieck tradujo y divulgó el Quijote, novela en principio cómica que los estudiosos alemanes, como el mismo Tieck, convirtieron en obra profunda y trascendente. A.W. Schlegel tradujo varias obras de Calderón, y su hermano Friedrich contribuyó a ponerlo de moda en los escenarios alemanes. Otros habían ya descubierto a Lope de Vega y a algún que otro autor del siglo de oro.
Pero fue Calderón el que mejor conectó con las tendencias onírico-poéticas-religiosas del romanticismo germánico, como se evidencia en ciertos comentarios (algunos, entusiastas) de autores como Eichendorf, Schelling, Rosenkranz, además de los ya citados.
Yo creo que, para superar los prejuicios que surgen ante la simple apariencia de su figura, ornada con las especiales características que al principio he mencionado, lo primero que se ha de tener en cuenta es que Calderón era un poeta, un gran poeta. Lo segundo, que era un gran pensador de carácter racionalista, científico-matemático, se podría decir, aunque sin traspasar (conscientemente) las barreras impuestas por el dogma, que él acepta y defiende con plena convicción. Y es esa combinación de naturaleza poética y penetración filosófica lo que, para mí, le incluye en un selectísimo grupo de autores teatrales en compañía de Shakespeare, Pirandello y pocos más, no obstante las diferencias evidentes entre ellos.
Las obras de Calderón se pueden clasificar atendiendo a las características que predominan en ellas. A lo largo de su extensa vida de escritor muestran una evolución que va desde lo popular lopevedesco hacia una profundización o idealización de tono cada vez más abstracto, si bien las etapas no son nunca cerradas, ya que por ejemplo, en los últimos años de autor de la corte y creador de solemnes dramas sacros (autos sacramentales) no desdeña la composición de algún que otro entremés o mojiganga.
A primera vista, se distinguen tres grandes grupos: las comedias de capa y espada, como Casa con dos puertas mala es de guardar, Nadie fíe su secreto, o La dama duende, en las que predomina el enredo y la geometría de las situaciones, todo ello muy bien calculado y dispuesto como un mecanismo de relojería. En cuanto a los temas hay dos omnipresentes: el amor y el honor; honor u honra entendido de acuerdo con la moral de aquella época, difícil de explicar y entender en la nuestra.
En el segundo grupo colocaría los dramas y tragedias como El alcalde de Zalamea, La vida es sueño, El mágico prodigioso o El príncipe constante, obras en que se plantea la tensión entre individuo y sociedad o entre individuo y trascendencia.
En el tercer grupo se integrarían los autos sacramentales y comedias hagiográficas, de carácter directamente religioso y didáctico, como El gran teatro del mundo, donde vemos al Autor (Dios mismo) repartiendo los papeles que habrán de interpretar en vida los mortales, obra a la que Goethe rendirá tácito homenaje en el prólogo de su Fausto.
Si hubiese que elegir alguna obra que condensase y resumiese el arte poético y escénico de Calderón, yo me inclinaría por dos. Dos dramas que se sitúan en la zona central de los temas típicamente calderonianos, alejados por igual de los excesos de la temática de “capa y espada” (amor, honor, celos) y de los de la grandilocuencia de la didáctica religiosa. Una es El alcalde de Zalamea.
Extremadura, agosto de 1580. El rey de España Felipe II se dirige a Portugal para tomar posesión del reino, que ha pasado a la corona española. Una compañía del ejército que le precede se detiene en Zalamea, donde, de acuerdo con los usos, los soldados se alojan en las casas del lugar. A don Pedro Crespo, rico labrador, corresponde hospedar al general de la tropa, don Lope de Figueroa, a lo que se presta gustosamente. Dos mundos extraños entre sí entran en contacto, y en conflicto. Un capitán, don Álvaro, se encapricha de Isabel, hija de don Pedro, hasta el extremo de que la rapta y la viola. Don Pedro ofrece al capitán parte de sus bienes si se casa con ella. El capitán rechaza la oferta con desprecio: su alcurnia no le permite emparentarse con unos plebeyos. Indignado, don Crespo, que acaba de ser designado alcalde, lo encarcela. La reacción de don Lope no se hace esperar: exige la liberación del capitán bajo amenaza de incendiar la cárcel y el pueblo entero, alegando que el caso corresponde a la jurisdicción militar. La correcta relación inicial entre anfitrión y huésped se tensa al máximo en una de las escenas más célebres del teatro español. Pero don Pedro no cede. Su fuerza radica en la idea que había expuesto, como premonición, antes de que los hechos se produjesen:
Al rey la hacienda y la vida
se ha de dar; pero el honor
es patrimonio del alma
y el alma sólo es de Dios.
Don Lope va a cumplir su amenaza cuando llega el rey. Enterado del asunto, ordena a don Pedro que entregue al capitán encarcelado. Imposible: la sentencia ha sido ya ejecutada. El rey entiende que, aunque el procedimiento no ha sido el correcto, la condena es justa y “no importa errar lo menos quien acertó lo demás”; da por cerrado el caso y nombra a don Pedro Crespo alcalde perpetuo de Zalamea. (continúa)
Hace un tiempo dediqué en este blog unas entradas a dar una visión de la antigua sociedad romana, diferente de la que suelen ofrecer distintos medios: novela, cine, series de tv, etc. Pretendía corregir, o por lo menos complementar, esa visión popular (basada sobre todo en la preeminencia del sexo y la violencia) con otra más seria y más fiel a la supuesta realidad, desvirtuada por esas interpretaciones tan propias de nuestro siglo.
Un lector agudo me hizo notar que esa mala interpretación de la antigüedad romana, se da también, con otras características, acerca de la sociedad de la Edad Media. Tuve que darle la razón.
Pero no me quedé ahí, sino que me dediqué a aplicar la lente a distintas épocas y sociedades antiguas y a la forma en que han sido vistas por sociedades posteriores. Y me encontré con una gran sorpresa, es decir, sorpresa si no hubiese recordado al momento que el fenómeno – la imposibilidad de contemplar desde el presente una etapa histórica de forma objetiva -, ya había sido insinuado por algunos historiadores y señalado sin ambages por algunos pensadores.
Goethe escribe: “En el interior de una época no hay ningún punto de vista desde el cual contemplar otra”.
Quizá debió precisar que no hay ningún punto de vista para contemplar objetivamente esa otra época. Porque lo que se dice “puntos de vista” los hay en abundancia, y tan variados como puedan ser los intereses o deseos del “contemplador”.
Los líderes políticos de la Revolución Francesa veían en ésta el modo de restablecer las libertades de los antiguos ciudadanos romanos, que poco o nada tenían que ver con lo que en realidad estaban estableciendo. Los artistas románticos de diversas disciplinas decían inspirarse en una Edad Media, en realidad reinventada por ellos mismos para usos estéticos.
Los mismos héroes nacionales se nos muestran como ejemplos del uso imaginativo de los datos históricos. Ahí está el caso de Juana de Arco, campesina, analfabeta y visionaria, elevada a las alturas de la representación del alma francesa, o el Cid Campeador, guerrero mercenario, convertido en icono de la España inmortal.
Está visto que con el pasado se puede hacer lo que se quiera, sobre todo se le puede utilizar para fines colectivos (políticos o artísticos). Y es que el pasado no existe. Y nada más susceptible de manejar, manipular y utilizar como lo que no existe, y no pongo ejemplos para no herir sensibilidades.
La historia nos da unas fechas, unos nombres, unos hechos. Todo lo demás lo pone la facultad fabuladora del ser humano. Ahí es donde está el pasado.
10-II-58 La música aporta los consuelos de la filosofía sin las estrecheces de la dialéctica, sin la desazón de las conclusiones. No expresa ideas, siembra sentimientos.
28-VIII-58
Procuro ser metafísico en el más estricto sentido de la palabra. En lo exterior trato de hallar la fantástica verdad de los objetos, de la que sólo son un símbolo. En lo interior, procuro agitar las más puras y místicas emociones, los sentimientos más vírgenes
8-X-58
Revestimos a una criatura de las mejores galas y le hacemos objeto de nuestro amor. Y cuando, desnuda, la contemplamos, achacamos a ella nuestra desilusión…
17-X-58
No hay más sentimiento que el sentimiento de sí mismo. No existe más amor que el amor propio. Toda pasión prende en el fuego del egoísmo. Nada cierto hay fuera, mientras que dentro conviven hermanas una inmensa soberbia con un consciente desprecio de uno mismo.
7-II-59
Es el genio, como siempre, lo que me cautiva. Nunca busco la obra, sino a su autor. ¡Y qué emoción reconocerme en él!
31-III-59
Es difícil – es imposible – que una obra propia nos satisfaga. Esto impulsa hacia la perfección, pero puede sembrar el camino de desaliento. Y sin embargo ¿qué más puede pedir nuestro orgullo sino que sea aplaudida una obra nuestra de la que no estamos satisfechos?
27-IV-59
Cuanto más lo pienso más me parece Goethe algo exóticamente perfecto. No con perfección utópico-racionalista sino con esa que produce el haber llegado allí adonde uno por su naturaleza está impulsado a llegar.
15-III-60 X
La falta de orden, de cierto método en el modo de vivir, resalta el aspecto extraño de la existencia. En cuanto deja uno de ser pieza perfecta y se abandona a íntimos y desconocidos impulsos, pierde el mundo su semblante sereno. Entonces se convierte uno en espectador; en trágico espectador, porque como se ha evadido al ritmo que todo lo llena, no percibe la música, y la danza le parece algo grotesco y descabellado, cruel. La solución estaría en unirse al ritmo sin perder la condición contemplativa. Pero esto es imposible. En cuanto uno se incorpora a la danza, nada comprende, de puro lógico y normal que lo encuentra todo.
3-X-60
Cansado de estudiar, leo Oscar Wilde: “El alma del hombre bajo el socialismo”. Grandes verdades, gran personalidad la de Oscar.
14-X-60
Frecuentemente convierto mi seriedad en timidez, sin embargo, si consigo mantenerme en mi natural postura ante el más extraño, llego a intimidarlo.
27-X-60
Si esta incapacidad de socializarme y de estar a lo exterior tuviera su compensación en mi mundo interior ¡Magnífico!… Pero no. Apenas soy nada para mí, siquiera. Y entonces ¿por qué esta ambición que me dice poderlo todo?
……….
Mi espíritu está enfermo y conozco su mal: Una sobrecarga de inhibición. Como si todo lo apto de ser puesto en práctica pasase por el severísimo tamiz de una reflexión semiconsciente y fuera condenado. El exceso de reflexión que en la sangre llevo me impide la acción. El alcohol suele ser en este aspecto una excelente antitoxina… A veces, bebido, he pensado que el mundo normal de los otros debe ser como el mío cuando llevo unas copas de más…
14-XI-60
Debiera: olvidar mis defectos; dedicarme ingenuamente a cuanto me interesa; fomentar la alegría interna; realizarme en actos. Pero al considerarme incapaz de todo esto, peco ya contra el primer propósito.
18-XI-60
Por la noche, seis de los Maristas en el Dauphine de P. a la manifestación teatral del Comedia. Poca gente. Lo más pacífico del mundo. Pero llega la policía y lo estropea todo. Se llevan al organizador a comisaría, y dispersan al resto fusil en mano… Pasamos por la jefatura pero no está aquél.
25-XI-60
Con la carta, se reaviva el problema religioso. Mañana me espera A. y su rollo. Los del Opus me tienen frito. Sus ideales no son los míos.
Es preciso pasar de una postura ética a otra estética. Una visión “clásica” del mundo, inocente. Puestos el principio del Mal y el principio del Bien en constante lucha nada se puede avanzar. Todo queda reducido a una estéril y suicida guerra civil. Hay que acabar con esta clase de valores contrapuestos.
26-XI-60
Pienso que:
La sinceridad absoluta es barbarie.
La Religión es un presentimiento de la Ciencia Total.
La bondad de una persona no tiene que ver con la religión, sino con el carácter.
El amor es el símbolo espiritual en el que la naturaleza se expresa.
El artista que se ignora es el que produce más libremente. A Shakespeare no se le ocurriría nunca quemar su obra.
Buscar una justificación moral al mundo es empezar a construir por el tejado.
Definir es definirse.
“Todo lo grande educa”.
Un hombre civilizado, solo y desnudo, en una selva virgen, es un rey… entre republicanos.
Los hombre piensan conforme a lo que son. Y no son conforme a lo que piensan.
Constantemente se engaña el hombre respecto a su futuro. Gracias a esto vive.
La Divinidad no es un Ser caprichoso: Todo lo que es, es necesariamente.
16-XII-60
“Calígula” de Camus. Medio lectura, medio representación. Y luego coloquio. Para mí, Quereas ha alcanzado una altura superior a la de Calígula. Calígula representa el retroceso a un idealismo romántico destructivo. Es un romanticismo lógico. Pero se habla demasiado del rigor lógico de este personaje que le lleva a su propia destrucción. La Naturaleza también tiene su lógica. Y nunca se equivoca.
23-XII-60
¡Adelante! ¿Por qué? ¡Adelante!
“Ce qui sauve c’est de faire un pas”
28-XII-60
“T. des H.” Antoine de Saint-Exupery sereno, majestuoso, tierno, íntimo. Un artista equilibrado, seguro. En resumen, un hombre inteligente y sensible que, identificado con su actividad, siente que la vida tiene un sentido.
31-XII-60
De aquél “Cada país tiene el gobierno que se merece” podría seguirse el corolario de que “en España sólo hay un hombre” o al menos, que así merezca ser llamado… ¿Y Bruto?
6-I-61
No hay horas más terriblemente dulzonas que las pasadas alegremente entre los mayores. Todo en ellos es pasado.
No hay serenidad tan perfecta como la que alcanza una mediana inteligencia provista de mucho sentido común y de escasa instrucción.
La ancianidad tiene memoria; la juventud esperanza. Pero todos ansían lograr la dicha en este mundo.
7-I-61
Todo es fracaso, lamento… y esperanza. No surge la nueva vida. Tal vez exija una lenta y constante elaboración. Todo queda para mañana, siempre… Y el mañana se burla de nosotros convirtiéndose en escurridizo presente.
9-XII-61
Una misma realidad puede ser captada igualmente por las inteligencias de todo el mundo. Pero a todas les afecta de desigual modo. En unas será simple dato; misión, en otras…El Dios de los pobres ha fulminado sobre S. el rayo de su gracia. La injusticia social – la radical injusticia social – ya no es dato, sino vergonzosa, humillante, lasciva presencia.
10-I-61
He acabado Terre des Hommes. La mejor prosa francesa que por ahora he leído. Y además he ahí un espíritu singular. Firme, sereno, clásico; y al mismo tiempo, tierno, humano.
………………………
Copio “Quand nous prendrons conscience de notre rôle, même le plus effacé, alons seulement nous serons hereux. Alors seulement nou pourrons vivre en paix et mourir en paix, car ce qui donne un sens a la vie donne un sens a la mort.”
28-I-61
Termino “Los españoles en la literatura” de Menéndez Pidal. Queda clara la constante que señala la historia literaria española: realismo, sobriedad, moralismo, arte mayoritario. Que también podrían ser llamados: falta de imaginación, pobreza, estrechez, vulgaridad…
6-II-61
Todo espiritualismo aséptico es una monstruosidad. Pensar sobre el pensamiento conduce a la nada absoluta. Es el mundo material el único camino para hallar un sentido al fenómeno humano.
22-II-61
Decididamente no es posible lograr una determinada personalidad sobre la inapetencia absoluta. Hay que situarse. Tomar partido. Contemplar la vida desde un ángulo preciso. Hacerse con algo consistente – una vocación, una idea – que nos amarre a esta existencia.
23-III-61
Nada más arriesgado que ver claro; nada más incómodo que obrar en consecuencia.
Siempre están los que sirven a las ideas y los que se sirven de ellas.
Mientras haya un pobre, no se puede ser rico; mientras haya un desdichado, no se puede ser feliz. Esto sería, en lo social, la fiel expresión del pensamiento de Cristo.
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La conciencia social nace de la individual y la transciende. Es la Humanidad que traba conocimiento consigo misma y se avergüenza de su condición. A estas alturas, una Humanidad sin conciencia sería un árbol seco, su destino, el fuego… Pero hay quienes tienen interés en que esta conciencia no progrese porque no saque a la luz sus ruindades.
Servir a la Verdad es integrarse en la línea recta que va de la primera explosión de Materia a la divina plenitud del Todo. Todas las demás son líneas muertas de problemático sentido.
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Dos fuerzas políticas hay en el mundo: una lógica y ofensiva, y otra tradicional y defensiva. De su lucha ha de resultar o la total victoria de la primera, o una síntesis superior. La segunda está condenada a perecer… o a hacer que perezca Todo.
21-IV-61
Va bien lo de Cuba. Castro se impone. Deben irse acostumbrando los americanos a contemplar cómo sus dominios se les escapan de las manos. La subversión mundial ya no es sólo de clases pobres contra ricas, sino de naciones subdesarrolladas contra naciones capitalistas.
30-IV-61
El amor propio es un arma de doble filo. Tan pronto sirve para avanzar, como para aniquilarse uno mismo.
El hombre es un animal que investiga. Cuando todo lo sepa no tendrá ya razón de ser.
19-I-61
Sigo leyendo “El pensamiento de Marx”. Hecha la crítica de la alienación religiosa y de la filosófica, me hallo en plena crítica de la alienación política, del mundo profano. Su lógica me parece implacable. Algunas cosas no llego a entenderlas del todo, sin embargo el gran lío viene cuando el jesuita critica al propio Marx, entonces no hay quien se aclare.
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Hay un solo punto donde todas mis esperanzas en torno a la filosofía, a la ciencia y a la religión se concentran. Este punto se llama Teilhard de Chardin.
10-XI-61
Pierdo mucho tiempo. Me desespero porque nada coherente veo dentro de mí. Entonces clamo al Cielo para que imponga un orden progresivo y eficaz. Pero el Cielo sigue obstinadamente vacío… ¿No fuiste tú mismo el que lo despojaste de sus atributos? ¿No fuiste tú el que le arrebataste sus dones para otorgárselos a la humilde tierra? Pero he aquí que el peso es excesivo para tus débiles hombros. Quisieras perseverar. Tomar la curva ascendente, serena, de perfecto equilibrio. Pero… las nuevas razones no te sirven, ellas no te proporcionan las fuerzas suficientes. Por eso ¿se impone bajar la cabeza y tornar humilde a la antigua fuente de la fe y de la esperanza?
1-XII-61
El socialismo en todas sus clases y formas reduce al hombre presente a un ser de necesidades. Eso está bien. Ya es un paso adelante respecto al utópico ser de derechos. Pero, estas necesidades satisfechas – sea mañana, sea dentro de un montón de siglos – ¿cuál será entonces la tarea? Nos hallamos ante un artífice que construye delicada y tenazmente una máquina para que luego, cuando ya esté concluida, se dé cuenta de que no sabe para qué sirve. Este vacío debía haberlo llenado el socialismo materialista: redimido el hombre de su mundo miserable de necesidades insatisfechas, ¿cuál será su misión y su fin?
10-I-62
Necesito para contemplarme a mí mismo la perspectiva del espectador. Solo entonces llega a inspirarme el caso cierta simpatía.
28-II-62
Hay dos clases de personas que soporto difícilmente: los frívolos y los que gustan de dramatizar.
28-II-62
Sigo leyendo “El Conocimiento humano”. Russell me ha resultado un simple mecanicista. En serlo acierta, pero opino que no acierta en serlo simplemente. ¿No se pueden considerar las cosas bajo otro aspecto? Afirma que todo, incluso los más sublimes misterio de la vida y del espíritu pueden explicarse mediante procesos físico-químicos. Cierto. Pero esos procesos físico-químicos ¿cómo se explican? Y en todo caso habría que admitir una dirección latente en tales procesos que ha llegado a producir a lo largo de la evolución la Humanidad actual. ¿Casualidad? Tal vez, pero un azar que logra resultados tan complejos es ciertamente sorprendente. ¿Que tales procesos llevan por su propia esencia – o mediante la labor de la selección natural – a niveles siempre más complejos y elevados? Bueno ¿y no estaríamos entonces ante la fuerza psíquica rectora de la evolución de que nos habla Teilhard de Chardin?
17-III-62
Ningún juicio es puramente racional, en cuanto que no existe una razón humana que opere completamente independiente de los presupuestos físicos y socio-psicológicos del mismo individuo. El pensar, más que a las leyes de una lógica, obedece a las leyes de una causalidad. Pues no existen premisas sino causas.
…………………………….
Cada vez me va resultando más difícil no advertir, por doquier, una finalidad. El absurdo aparente nada puede ya en mí contra esta convicción nada lógica, no sé de dónde nacida.
1-V-62
Estudio en casa. Y a la Universidad. Manifestación de adhesión a Asturias. Entra la policía. Me va de poco. Corro. Cogen a unos cuantos. Nueva experiencia…
22-V-62
Continúa la tensión política. Crecen las huelgas, según informes.
Los “grises” entraron otra vez en la Universidad – yo no estaba – y cogieron a mansalva. S. fue a la comisaría pero salió enseguida.
La otra noche fueron a buscar a M. a su casa. Sigue detenido, en la Modelo, según parece.
6-V-63
Podemos estar seguros de nuestras ideas, de nuestras creencias; de nuestros sentimientos, no.
El teléfono suena, y el ánimo se sobresalta. Tal vez sea esta la llamada que ha de cambiarlo todo. ¡Vana esperanza!
Uno es libre de hacer lo que quiera, se dice. Nada más falso. Uno es solo libre de hacer lo que hace.
El hombre no es ni fin ni medio solo. Es fin en sí y medio al servicio del hombre.
25-V-63
La naturaleza cobra sentido en nosotros. Nuestro sentido consiste precisamente en dárselo a la naturaleza.
Antes de la aparición del pensamiento, la Naturaleza estaba muda. No podía expresarse más que por bruscos movimientos dictados por una voluntad subterránea.
Y nació el Verbo sobre la tierra. Y la tierra se expresa ya. Pero aún no sabe exactamente lo que busca.
15-VII-63
Y de repente la necesidad de escribir. De plasmar todo un mundo interior, de problemática coherencia. Los sueños suceden a los sueños, los deseos a los deseos, mientras fuera, otra vida – debe ser la auténtica – discurre. La vida de las luces y los acontecimientos. La que no se quisiera vivir.
3-IX-63
El desconocimiento del propio valer y de las propias fuerzas es el peor de los males… Te desconoces: o te sobreestimas o te subestimas, y es lo último lo más corriente y lo que más perjudica.
22-XI-64
Hace un año que asesinaron a Kennedy. Ya no me interesa la política. La política como ciencia. Ni la política como actividad humana. No me interesa en absoluto. ¿Estaba equivocado antes? ¿Lo estoy ahora? En el fondo, siempre ha sido lo mismo. Un interés forzado. Tenía que justificarme de algún modo. Ahora, no necesito justificación.
23-XI-64
A las 7 en la Fac. Reunión con mi grupo. Me siento obligado a definirme. Ahora que tan lejos me encuentro de toda definición. Pero no hay que fomentar el escepticismo entre los jóvenes.
11-XII-64
Pienso a veces que no llevo la vida de un hombre normal. No me interesa ser normal, por supuesto. Pero, ¿y si es que efectivamente no tengo capacidad para ello? ¿Y si mi anormalidad es por defecto y no por exceso?
8-III-65
Justa opinión la de Papini; si Leopardi hubiese sido todo lo pesimista que afirmaba ser, nunca hubiese escrito una línea.
4-IV-65
En un principio me habló Papini. Más tarde Goethe. Ahora me llama H.Miller. No me importa su mundo ni su anécdota. Lo que me interesa es su espíritu. Captar su fuerza. Esa fuerza misteriosa que logra el milagro de que un hombre desarrolle ante sí el tapete de la vida y se ponga a dar brincos sobre él. El genio del arte. El secreto de construir y descifrar símbolos. Y no desfallecer.
AMIEL, MARAÑÓN, EL DIARIO Y YO. FIN DE LAS CITAS:
19-IX-65
El Amiel de Marañón es un anormal bastante corriente. Veo muchos puntos de contacto entre su personalidad y la mía…
Pero no estoy de acuerdo en la separación tajante que hace Marañón entre Diario íntimo y vida activa. En mi caso el alumbramiento de mi Diario fue debido a la típica necesidad del adolescente, eso es cierto. También es cierto que en los momentos en que la actividad crecía, la necesidad de comunicarse con el Diario íntimo se debilitaba. Pero no es menos cierto que los momentos de alejamiento de estas páginas correspondían también, y de una manera inevitable, a períodos de radical inconsecuencia conmigo mismo. Esto está claro. ¿Cómo siendo novio de T. hubiera podido, cada día, confesarme a mí mismo que en realidad no la quería? ¿Cómo últimamente hubiera podido reconocer constantemente la carencia absoluta de sentido práctico de mi vida? Y sin embargo en esto he concedido en muchas ocasiones.
Creo que, aparte de la vertiente típicamente adolescente, característica de todo Diario íntimo, hay otra que no sólo no aparta el transcriptor de una vida activa, sino que constituye el fundamento inherente a toda actividad seria. Me refiero a la necesaria unidad de la personalidad. No creo – al menos éste es mi caso – que nadie pueda ser radicalmente insincero consigo mismo en las páginas de su Diario ya que, de serlo y no llevar una vida medianamente consecuente, el tormento que esto representaría sería insoportable. Lo que ocurre es que nadie o muy pocos llevan una vida medianamente racional y consecuente, y entonces, eso está claro, puede decirse que el Diario aparta al hombre de la vida. Pero es que esa no es vida, o al menos auténtica vida, sino simple actividad desquiciada, inconexa, sin sentido. Sólo del hombre que con perfecta tranquilidad de conciencia lleva o puede llevar un diario íntimo, podemos decir que vive de un modo auténtico, que vive una vida de hombre consciente.
Es idea generalmente admitida por los entendidos que una obra de arte de apariencia clara y sencilla ha requerido más trabajo de elaboración que otra de aspecto complicado y poco claro. Esto es así, y quien no lo tenga en cuenta puede llevarse alguna sorpresa. Como yo mismo.
Hace tiempo que frecuento la poesía de Gil de Biedma. Aunque no lo tengo por uno de los grandes poetas de todos los tiempos – qué exigencia más absurda ésta, por cierto -, siempre me ha cautivado su estilo claro, sencillo, coloquial. Leyéndolo, se tiene la impresión de estar ante un viejo amigo que, a altas horas de la madrugada, con la enésima copa en la mano y sin embargo tan lúcido, te confía alguna de sus experiencias y secretos.
Pero ahora que estoy leyendo los Diarios 1956-1985, en excelente edición de Andreu Jaume, he hecho dos descubrimientos sorprendentes: primero, que Gil de Biedma es tan poeta en prosa, sin pretenderlo, como en verso; segundo, que su poesía, elegante y cuidada, pero directa y coloquial, no es fruto del don de la facilidad, sino resultado de un trabajo lento, concienzudo y difícil. Y es que en los apuntes de su diario se puede seguir el delicado y esforzado trabajo de construcción de algunos de sus poemas.
He conseguido ayer los cuatro primeros versos, pero la segunda mitad de la estrofa se me sigue resistiendo.
He trabajado esta tarde sin ningún resultado positivo.
Anotaciones como ésta abundan en sus páginas. Tanto es así que me han recordado aquellas palabras de Oscar Wilde – que citaré de memoria – , ignoro si escritas como confesión propia o como parodia de alguien del gremio (de poetas):
Ayer estuve trabajando todo el día en mi poema. Por la mañana añadí una coma, por la tarde la quité.
Dicho todo lo anterior, pienso ahora que también puede ser cierto lo contrario: que un escritor o poeta, empujado por un potente soplo de inspiración – que es eso que niegan los que no la conocen – vaya desgranando su obra con la facilidad y alegría del pájaro que canta. Pero hay que reconocer que este proceso es más peligroso que el anterior, pues la embriaguez cantora nunca ha sido buena crítica o consejera.
Supongo que, entre los creadores, unos son más inclinados a lo primero (trabajo de laboratorio) y otros a lo segundo (canto espontáneo). También se puede dar el caso de que en el mismo artista se dé lo uno o lo otro según el tipo de obra. Ahí tenemos a Goethe, que en cuatro semanas de escritura febril, “de forma bastante inconsciente, como un sonámbulo”, dice él mismo, escribió el Werther, mientras que necesitó toda la vida para culminar el Fausto.
(Pienso ahora que de estas reflexiones se puede sacar una lección moral, por decirlo así. Y consiste en que toda opinión o receta generalmente admitida es buena y verdadera… siempre que no niegue la posibilidad de lo contrario.)