Archivo de la etiqueta: Kreisler

Necesidad de la literatura. Hoffmann. ¿Solo escribir? (A.E.P.16)

ALTER.- ¿Es necesaria la literatura?

EGO.- Esa es una pregunta tan brutal que forzosamente ha de conducir a una respuesta falsa.

ALTER.- ¿Brutal?

EGO.- Sí, tosca, primaria. La pregunta me ha recordado a cierta persona, muy respetable por cierto, un hombre que, partiendo de la nada, había alcanzado una posición económica relativamente acomodada. Cuando veía a sus hijos adolescentes entregarse a la lectura, se ponía nervioso. “Libros, novelas, tonterías. Ahí no aprenderéis la realidad de la vida. Ya veréis, ya, si yo falto“. Para hombres como él la literatura no sólo no es necesaria, sino que puede resultar perjudicial. Y de hecho lo es, en el sentido de que puede favorecer la evasión ante los problemas inmediatos, ante “la realidad de la vida”.

ALTER.- Bendita evasión, comparada con otras, ¿no?

EGO.- Sí, pero su carácter de medio de evasión es sólo uno de sus aspectos. Porque en otro nivel, bastante más elevado, resulta evidente que la literatura, el arte, no sólo no es evasión, sino que apunta a la profundización del ser humano.

ALTER.- Profundización que también sería inútil, para el hombre de tu anécdota.

EGO.- Inútil para la lucha por la vida, seguro. Pero muy útil para adquirir conciencia de uno mismo y del mundo.

ALTER.- Y sin embargo, la mayoría de los seres humanos pasa por la vida sin probar la literatura ni el arte en general.

EGO.- La mayoría de los seres humanos pasa por la vida sin poder dedicarse a otra cosa que a mantenerse vivos. Prueba evidente de que aún estamos en la prehistoria de la humanidad.

ALTER.- Una prehistoria que quizá no se continúe en ninguna historia.

EGO.- Está por ver. Aunque no seremos nosotros quienes lo veamosni siquiera tú.

ALTER.- Gracias. Concluyendo, que para ti la literatura, más que necesaria, es útil para los que tienen el pan asegurado.

EGO.- Y también necesaria, para ir avanzando a contracorriente de los rígidos esquemas mentales que toda sociedad impone.

ALTER.- Para crecer por dentro, como dicen los manuales de autoayuda.

EGO.- Pero sobre todo es necesaria para los que no pueden pasar sin ella.

ALTER.- Que, en una sociedad sana, habrían de ser todos, ¿no crees?

EGO.- No sé. Quizá en una sociedad sana, utópicamente perfecta, no haría falta ninguna clase de arte. Sobre todo si se considera el arte como la respuesta a una carencia, a un vacío que de alguna manera hay que llenar.

ALTER.- Pero, según eso, el hombre sin problemas, sin frustraciones, no necesitaría del arte para nada. Qué quieres que te diga, me parece una visión meramente negativa del asunto.

EGO.- Y lo es. Pero hay otras.

ALTER.- Por ejemplo

EGO.- La que quierasSiempre hay otra visión, otra manera de considerar las cosas.

ALTER.- Ego, ¿por qué en vez de divagar sin rumbo, no nos centramos en un autor? ¿Por qué no intentamos centrarnos en el tema literario?

EGO.- ¿Por qué no? Pero da tú la entrada. ¿Qué es lo último que has leído?

ALTER.- Los elixires del Diablo, de Hoffmann.

EGO.- Enhorabuena. Creí que ibas a mencionar la última novedad de la literatura contemporánea. Te felicito por la elección. Hoffmann es un autor mucho más importante de lo que pueden imaginar los que sólo han leído algunos de sus relatos cortos.

ALTER.- Es una novela apasionante. La complejidad de la trama, el ritmo de la intriga, generalmente in crescendo, y sobre todo ese juego de duplicidad del monje protagonista te provoca una sensación casi de vértigo. De hecho, la he leído dos veces seguidas. Sobre todo porque en la primera lectura no me quedó bastante claro el entramado de los personajes. Pero lo curioso es que, en la segunda lectura, he vuelto a tener la misma sensación de vértigo.

EGO.- Sí, en Los elixires Hoffmann empieza a darle a la manivela del torbellino del yo. Su gran hallazgo, fundamental para la historia de la literatura, es la figura del doble, el Doppelgänger, ese ser fantasmal, construido como proyección autónoma del individuo real, que se convertirá en uno de los motivos típicos del romanticismo. Con lo cual, y según autorizados estudiosos, se inicia el proceso de fragmentación del yo.

ALTER.- Yo creo que pocos autores producen una impresión tan directa, tan física como Hoffmann.

EGO.- Soy de tu opinión. Si clasificamos a los escritores por la clase de objetivos que alcanzan con su arte, y estoy hablando en términos balísticos, podríamos decir que unos dan preferentemente en la inteligencia (Musil), otros en el sentido estético (Mann), otros en el ético (Hesse), otros en el sentimental (Dickens), pero la clase de objetivo que alcanza Hoffmann con su arte es difícil de nombrar. Yo diría que se trata de ese punto neurálgico del ser humano donde cohabitan la luz y las sombras, la vigilia y el sueño, la calma y el estremecimiento, la claridad y el delirioel mismo punto donde nace la música.

ALTER.- ¿La música?

EGO.- La música, sí. Piensa que, para Hoffmann, la música es el arte esencial, es su arte. Desde el principio tuvo la convicción de que había nacido para músico. Durante un tiempo pudo ejercer como director de orquesta en una pequeña ciudad alemana y llegó a componer una ópera y creo que alguna sinfonía. La influencia familiar le había empujado a estudiar leyes, pero, para ganarse la vida en ciertas épocas de inactividad forzosa, se dedicó a escribir relatos. Escribía con gran facilidad y con un derroche de imaginación nada corriente. Pero su pasión fue siempre la música. En homenaje a Mozart, cambió su tercer nombre de pila por Amadeus, y en algunas de sus obras aparece un personaje concebido como el alterego de él mismo (una especie de Doppelgänger positivo): el músico Kreisler.

ALTER.- Es curioso eso de las vocaciones falsas, ¿no? A veces, uno cree que ha nacido para una cosa, y se empeña en mantenerlo a pesar de que los hechos van demostrando que en realidad sirve para otra muy distinta.

EGO.- Sí, ocurre a veces. Lo importante es darse cuenta a tiempo. Pero en todo caso, más pronto o más tarde, la fuerza del destino acaba imponiéndose. Aunque el de Hoffmann es un caso muy especial, pues yo no considero que estuviese equivocado cuando se sentía músico por encima de todo, porque en realidad lo era, y la naturaleza de su literatura lo corrobora. Lo que ocurrió fue que, a base de escribir, finalmente quedó patente que aquello que su genio pugnaba por dar al mundo se manifestaba más fácil y naturalmente a través de la escritura.

ALTER.- Es curiosa esa variedad de actividades: músico, escritor, jurista…

EGO.- Curiosa, pero no rara. Suele darse. Yo diría que lo raro, al menos desde una perspectiva histórica, es lo contrario: el escritor que sólo se dedica a escribir. En la antigüedad podríamos encontrar algunos casos, como Virgilio, Ovidio, Catulo, pero la mayoría compaginaban la literatura con otras actividades más bien delicadas. Piensa en Cicerón, César, Séneca y tantos otros. Naturalmente que entonces, y hasta bastante después de la invención de la imprenta, no se podía vivir de la literatura, como no fuese gracias al favor de algún príncipe o mecenas.

ALTER.- ¿Y ahora se puede?

EGO.- Tampoco…como no sea gracias al favor de las masas debidamente conducidas.

ALTER.- Pero hay excepciones.

EGO.- Claro que hay excepciones. Desde Goethe – que, por cierto, no sólo vivía de la literatura, aunque hubiese podido- hasta García Márquez. A veces se produce el milagro de que el verdadero talento conecta directamente con el gran público. ¿Cómo? No lo sé. Sólo sé que es algo realmente excepcional, y que es importante no confundirlo con el caso del escritor para “masas conducidas”.

ALTER.- ¿Y tú crees que siempre es fácil distinguirlos?

EGO.- Para el que tiene criterio, sí. Para el que no está seguro de su criterio literario, no tanto. Pero hay un sistema infalible: que deje pasar, si puede, cincuenta o cien años y todo quedará perfectamente claro. El tiempo no sólo es el devorador de las cosas, tempus edax rerum, como escribió Ovidio, sino también el gran depurador o seleccionador de las obras humanas.

ALTER.- Pero dejando el aspecto histórico y centrándonos en el actual y práctico, tú crees que es bueno para el escritor mantener otro oficio o actividad, ¿o es mejor que se dedique exclusivamente a la literatura?

EGO.- No me atrevería a dar una receta universal. Primero de todo hay que tener en cuenta que, en la mayoría de los casos, dedicarse a otra actividad es necesario para subsistir, ya que, como hemos visto, no se puede vivir de la literatura mas que en las raras circunstancias que hemos mencionado. En cuanto al hecho en sí, yo creo que es bueno para el escritor tener alguna otra actividad u oficio.

ALTER.- Pero eso le distrae de su arte.

EGO.- Dudoso. Lo que sí es cierto es que eso le liga más con la vida. Y el arte, por autónomo o exquisito que sea, no ha de perder su contacto con la vida. A la larga, no hay nada tan angustioso como quedar reducido entre los límites de una sola actividad, por exquisita que sea. No puedes estar escribiendo todo el tiempo, y si lo haces, y no has perdido el buen criterio en tan absurdo empeño, te verás obligado a desechar montañas de hojarasca.

(De Alter, Ego y el plan)

Sin que se conozcan las razones, un día de abril de 2004 estos diálogos quedaron interrumpidos en este punto. No se espera que haya continuación. O quizá sí.

Sí hubo continuación

1 comentario

Archivado bajo Opus meum

Hoffmann, el espanto y la música I

(Mantén fija la mirada en los ojos de este autorretrato…y quizá te llegue algo del alma del artista)

Al establecer la lista de los escritores de mi vida anuncié que irían ordenados por orden de aparición ante mis ojos de lector o de repentina asunción de importancia. Hoffmann es un ejemplo perfecto de este segundo caso.

Ya en la lejana juventud leí algunos de sus relatos, entre los que no faltaron El magnetizador y El hombre de la arena, ejemplos máximos de lo siniestro en literatura. Y con eso me había quedado, con la idea de un escritor que, como Poe, con todas las diferencias, sabía sembrar el espanto en el corazón del lector.

Pero, muchos años después, me dio por leer más. Y, además de algunos relatos del tipo de los mencionados, busqué y leí las novelas Los elixires del Diablo y Las opiniones del gato Murr (en ejemplares que conservo fechados por mi mano en el verano del año 2000). Es entonces cuando se produce la revelación de que Hoffmann no es un escritor más; sobre todo, que no es solo un escritor.

Su alter ego ocasional, el músico Kreisler, divide a las personas en dos grupos: los músicos y la buena gente. La buena gente, que a veces son también malos músicos, van por el mundo enamorándose de algunos objetos para apropiárselos y completar así su coja existencia; los músicos saben que esos objetos no son el cielo de la vida, por mucho que se los apropien y les pongan un anillo en el dedo, sino el símbolo de la luz que arde siempre en el corazón del artista donde, a la vista del objeto-símbolo, se puede desencadenar una íntima conflagración total. Esto, que puede parecer confuso y mal explicado, y que en efecto lo es, aparece magistralmente expuesto en el diálogo que mantiene Kreisler con la princesa Hedwiga en cierto pasaje de Opiniones del gato Murr, en mi opinión la novela más fascinante de la historia de la literatura.

Murr es un gato delicado, instruido y algo pedante que convive con el profesor Abraham, maestro en artes extrañas y amigo del músico Kreisler; está escribiendo sus propias experiencias al estilo de la típica Bildungsroman (novela de formación), que se desarrollan en el escenario formado por la propia casa y las azoteas vecinas, donde sopla el viento de la auténtica vida, con sus gatitas encantadoras y sus patrullas perrunas de represión. No se sabe cómo, hace que se imprima su obra, pero, comoquiera que la envía a la imprenta mezclada con otras hojas que contienen momentos de la vida de Kreisler, el resultado es el extraño libro que tiene en sus manos el lector, donde se van intercalando la autobiografía de Murr con la historia del músico Kreisler, la cual, además, no aparece en riguroso orden cronológico.

Kreisler es un músico un poco loco, maestro de capilla en la corte de un príncipe, cuyo principado, como tantos minúsculos estados alemanes de principios del siglo XIX, había dejado de existir (era tan pequeño que “se dice que el príncipe Irenäus había perdido su país en un paseo por la frontera”). Todos los personajes que se mueven por esa corte particular aparentan tener extraños pasados, a veces interrelacionados, que el lector no llega a descifrar, con lo que se mantiene siempre la intriga: el príncipe, que ha reproducido en su residencia la corte del principado perdido por un descuido; su hijo, el débil mental Ignaz; el maestro Abraham, con un pasado que también afecta a alguno de los otros personajes; la intrigante consejera Benzon, probable antigua amante de alguno de los mencionados; la joven princesa Hedwiga, con brotes histéricos, que quizá no es hija de quien se supone; su amiga íntima Julia, de juvenil encanto; el maestro de capilla Kreisler, a quien todos admiran pero también temen porque desde su posición de artista, pero sobre todo cuando se abandona a sus locuras y a su sarcástico humor, pone en evidencia la falsedad y vaciedad de aquella sociedad… La novela es complicada y confusa, sí, pero posee un encanto que lamento no poder trasmitir. Convertida en literatura, se contiene en ella el alma musical del autor.

El alma atormentada, siempre al borde de la locura, presa del espanto y del terror se contiene en Los elixires del Diablo, novela gótica donde la posesión diabólica o enajenación mental presiden un relato delirante y, por momentos, incomprensible, con la aparición, quizá por primera vez en la literatura, del inquietante doble de uno mismo (Doppelgänger). En mi opinión, ambas novelas (junto con El caldero de oro) ejemplifican a la perfección la dualidad esencial del escritor… Pero Hoffmann no quería ser escritor.

Ernest Theodor Wilhelm Hoffmann nació en Königsberg, Prusia, en 1776. Más tarde se cambió el Wilhelm por Amadeus, manifestando así su preferencia por Mozart frente a Shakespeare. Pero al destino no se le engaña tan fácilmente.

Educado entre mujeres – el padre había abandonado a la madre – convivía también con un tío que practicaba la música, aunque no pasaba de ser buena gente. De las dos tradiciones familiares, la musical y la jurídica, se vio empujado a seguir la “seria”, y así, aunque también estudió música e incluso empezó a componer muy joven, se formó en leyes con resultados brillantes. En la literatura, ni pensaba.

También se dedicó desde joven a la pintura y al dibujo. Precisamente esta afición, unida a su temperamento inquieto, humorístico y burlón, le procuró la primera contrariedad de su vida profesional. Y es que, en Posen, ciudad polaca donde ejerce, el juez Hoffmann se dedica a caricaturizar los rostros y figuras de aquella gente tan seria que le rodea, es decir, a poner de manifiesto en cuatro trazos la fealdad y vulgaridad de las fuerzas vivas del lugar. Descubierto, se le destina a un villorrio polaco sin más compañía que su reciente esposa Mischa (también polaca, y católica; no alemana y protestante como mandan los cánones) y los extraños personajes que empiezan a poblar su imaginación. Expiada la culpa, ocupa plaza en Varsovia, donde puede llevar una vida más acorde con sus aficiones artísticas: participa en tertulias, escribe reseñas musicales, compone e incluso dirige conciertos.

La segunda contrariedad tiene una causa tan ajena a su voluntad como es la guerra. En noviembre de 1806 las tropas francesas entran en Varsovia. Polonia ha sido ocupada por los vencedores del país ocupante. Todos los funcionarios prusianos son destituidos. Hoffmann marcha a Berlín, sin nada a la vista. Pocos meses después se le presenta una oportunidad: las autoridades francesas han decidido recuperar a los ex funcionarios prusianos siempre que juren fidelidad al nuevo régimen napoleónico. No se lo piensa dos veces. La lealtad está en él por encima de las preferencias políticas (si es que tiene alguna) e incluso de las necesidades vitales. Rechaza la oferta y permanece en Berlín, donde vivirá el año más duro y amargo de su existencia.

Gracias a la ayuda de algún amigo fiel, y a su propia e incesante búsqueda de una ocupación acorde con su vocación y experiencia, va superando el trance. A mediados de 1808 recibe una oferta para dirigir el teatro de Bamberg, ciudad católica y barroca del sur de Alemania.(continúa)

                    (De Los libros de mi vida)

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum