Hace tiempo que frecuento la poesía de Gil de Biedma. Aunque no lo tengo por uno de los grandes poetas de todos los tiempos – qué exigencia más absurda ésta, por cierto -, siempre me ha cautivado su estilo claro, sencillo, coloquial. Leyéndolo, se tiene la impresión de estar ante un viejo amigo que, a altas horas de la madrugada, con la enésima copa en la mano y sin embargo tan lúcido, te confía alguna de sus experiencias y secretos.
Pero ahora que estoy leyendo los Diarios 1956-1985, en excelente edición de Andreu Jaume, he hecho
He conseguido ayer los cuatro primeros versos, pero la segunda mitad de la estrofa se me sigue resistiendo.
He trabajado esta tarde sin ningún resultado positivo.
Anotaciones como ésta abundan en sus páginas. Tanto es así que me han recordado aquellas palabras de Oscar Wilde – que citaré de memoria – , ignoro si escritas como confesión propia o como parodia de alguien del gremio (de poetas):
Ayer estuve trabajando todo el día en mi poema. Por la mañana añadí una coma, por la tarde la quité.
Supongo que, entre los creadores, unos son más inclinados a lo primero (trabajo de laboratorio) y otros a lo segundo (canto espontáneo). También se puede dar el caso de que en el mismo artista se dé lo uno o lo otro según el tipo de obra. Ahí tenemos a Goethe, que en cuatro semanas de escritura febril, “de forma bastante inconsciente, como un sonámbulo”, dice él mismo, escribió el Werther, mientras que necesitó toda la vida para culminar el Fausto.
(Pienso ahora que de estas reflexiones se puede sacar una lección moral, por decirlo así. Y consiste en que toda opinión o receta generalmente admitida es buena y verdadera… siempre que no niegue la posibilidad de lo contrario.)