Archivo mensual: febrero 2015

Catulo y Clodia. En la taberna de la Novena Columna

CINNA.: Oye, ¿ése no es Furio?

CATULO.: Sí, y el que está a su lado es Gelio, y el otro Egnacio.

CIN.: Y la mujer…

CAT.: Sí.

CIN.: Será mejor que nos vayamos.

CAT.: No, yo me quedo.

CIN.: Tú estás loco. ¿Qué pretendes? ¿No me dirás que vas a rescatarla de este infierno? Porque, aunque fueses el mismo Orfeo con su lira, te aseguro que no podrías sacar a esa mujer de aquí.

CAT.: Siéntate, Cinna, por favor, y escúchame un momento. Si yo soy Orfeo y ella es Eurídice, ¿quién o qué fue la serpiente? ¿El inmundo animal cuya picadura malogró una vida luminosa y acabó por sepultarla en este mundo tenebroso?

CIN.: Quizá no hubo picadura, quizá no hubo serpiente. Quizá ella ha sido siempre así.

CAT.: ¿Quieres decir que siempre ha estado en el barro, incluso cuando los dos viajábamos sobre las nubes? No, no lo creo. Hubo serpiente, hubo picadura, hubo algo que la ha ido arrastrando hasta aquí abajo. Algo de ella misma, quizá.

CIN.: Si quieres, puedes preguntárselo. Viene hacia aquí. Será mejor que me vaya.

CAT.: No es necesario.

CIN.: Adiós, Catulo. Y sal cuanto antes de este infierno, por favor.

CLODIA: ¿Me buscabas?

CAT.: No más que otras veces.

CLO.: Sé que recibiste mi mensaje.

CAT.: Sé que recibiste mi contestación.

CLO.: Muy estúpida, por cierto.

CAT.: Y muy verdadera.

CLO.: ¿Quieres decir que ya no somos ni siquiera amigos?

CAT.: Ni siquiera. Nunca hemos sido amigos, Clodia. Hay que saber amar, para eso.

CLO.: Yo amo a mis amigos.

CAT.: Tú ni amas ni tienes amigos. Contéstame a una pregunta. ¿Alguna vez me has querido? Contéstame, por favor.

CLO.: ¿Qué importa ahora eso? Te gusta remover las cosas. Déjalas ya. Alguna vez fui joven. Alguna vez fui feliz. ¿Y qué? Todo eso pasó. Lo que cuenta es el presente.

CAT.: ¿Y qué hay en el presente?

CLO.: La vida.

CAT.: O sea, la nada. Cuando se ha amado como nosotros…

CLO.: No me falta amor.

CAT.: No te falta mierda, querrás decir. ¿Cómo te atreves a profanar esa palabra que fue tan sagrada entre nosotros? ¿Quién te da amor? ¿Gelio? Pero si no eres ni su madre, ni su hermana, ni su tío, ¿qué aliciente puedes tener para él? ¿Egnacio, con sus blancos dientes rezumando orina hispana? ¿O Furio, que te debe hacer pagar cada favor a precio de usurero? Si pudieses alardear de un amor de verdad, o simplemente de un compañero corriente, como la mayoría de los mortales, mi desgracia estaría dentro de lo normal, dentro de las desgracias normales que suelen ocurrir a los hombres. Pero me has cambiado por lo más bajo y abyecto que has podido encontrar, por la más inmunda de las basuras. Y no hay que olvidar a Celio, claro.

CLO.: No pronuncies ese nombre.

CAT.: Toda Roma lo pronuncia. Y el tuyo también. Para reírse, naturalmente. Qué espectáculo tan grotesco. Si has de pasar a la posteridad por el discurso de Cicerón, has quedado bien lucida.

CLO.: Si he de ser inmortal gracias a tus poemas, no lo tengo mejor.

CAT.: ¿Por qué no te conocí así, tal como ahora te veo?

CLO.: Y ahora, contéstame tú a una pregunta. ¿Se puede saber qué es lo que le agradecías a Cicerón en aquellos versos que le dedicaste justo después del proceso? ¿La defensa que hizo de tu amigo Celio? ¿O las bajas artimañas que utilizó para hundirme en la basura?

CAT.: No, él no te hundió en la basura. De eso ya te has encargado tú misma. Pero te lo diré. Quise agradecerle que hubiese mantenido silencio sobre nuestra relación. Ya es bastante que la historia de nuestro amor se pasee por todas las tabernas; solo faltaría que fuese también pasto de los tribunales. Con esa intención le dediqué aquellos versos, que por cierto me salieron algo irónicos. No pude evitarlo.

CLO.: Qué feliz eres. Poder sacar los malos humores simplemente escribiendo unos versos. No te das cuenta de la suerte que tienes.

CAT.: Todo el mundo puede hacerlo. Todo el mundo puede librarse de sus malos humores escribiendo versos, hablando con un buen amigo, actuando con justicia y nobleza, permitiendo que lo más limpio y sagrado que hay en nuestro interior aflore con sencillez. Tú misma…

CLO.: Yo, ¿qué?

CAT.: Tú misma podrías decir adiós a esta vida absurda que llevas y permitirte ser la persona que en realidad eres.

CLO.: La vida que llevo no es absurda ni nada. Es mía. Y no voy a cambiarla porque tú lo digas.

CAT.: O sea, que vas a seguir así. O sea, que vas a consumir tus días viviendo como una puta, como una vulgar y miserable puta.

CLO.: No es necesario que me insultes. Tú crees que me quieres. Pero no es verdad. A mí no, a la persona que soy en realidad nunca la has querido. Nunca has pensado, quiero decir de una manera profunda y efectiva, nunca has pensado que soy una persona, y que mi mundo interior es complejo, doloroso, contradictorio, inexplicable. No, en realidad, eso no te ha importado. Solo te interesaba saber si te quería o no, es decir, si estaba dispuesta a ocupar el lugar que me tenías asignado en la parte vacía de tu ser. No, Catulo, nunca has entendido nada. Solo entiendes tus propias fantasías. Te subes con ellas a las nubes, y la realidad de la vida se te escapa.

CAT.: Quizá tengas razón. Pero una cosa no tiene que ver con la otra. Mis defectos no justifican tu locura. Mi ceguera no explica tu enfermedad.

CLO.: ¿Mi enfermedad? ¿Sabes tú por casualidad cuál es el camino recto, la senda saludable de la vida? Si lo sabes, dímelo. Pero, no, nadie lo sabe. Y cada cual tiene que inventar su propio camino. Y ninguno es mejor que otro.

CAT.: Pero hay caminos y hay precipicios.

CLO.: No quiero discutir más, Catulo. Solo quería decirte que estoy viva y visible, y que, cuando quieras, podrás encontrarme.

CAT.: ¿Dónde? ¿Aquí? ¿Quieres decir que habré de tomar la lira y venir a sacarte de estas profundidades?

CLO.: Ni lo intentes. Los que vivimos en los mundos subterráneos ya no saldremos jamás. Dicen que Orfeo, al volver la vista atrás, provocó que Eurídice desapareciese. No lo creo. Más bien creo que, al volver la vista atrás, vio que Eurídice no estaba. Y no estaba simplemente porque no le había seguido, y no le había seguido porque nadie, ni la más amada de las Eurídices, puede escapar de su propio infierno.

(De Lesbia mía)

2 comentarios

Archivado bajo Opus meum

Necesidad de la literatura. Hoffmann. ¿Solo escribir? (A.E.P.16)

ALTER.- ¿Es necesaria la literatura?

EGO.- Esa es una pregunta tan brutal que forzosamente ha de conducir a una respuesta falsa.

ALTER.- ¿Brutal?

EGO.- Sí, tosca, primaria. La pregunta me ha recordado a cierta persona, muy respetable por cierto, un hombre que, partiendo de la nada, había alcanzado una posición económica relativamente acomodada. Cuando veía a sus hijos adolescentes entregarse a la lectura, se ponía nervioso. “Libros, novelas, tonterías. Ahí no aprenderéis la realidad de la vida. Ya veréis, ya, si yo falto“. Para hombres como él la literatura no sólo no es necesaria, sino que puede resultar perjudicial. Y de hecho lo es, en el sentido de que puede favorecer la evasión ante los problemas inmediatos, ante “la realidad de la vida”.

ALTER.- Bendita evasión, comparada con otras, ¿no?

EGO.- Sí, pero su carácter de medio de evasión es sólo uno de sus aspectos. Porque en otro nivel, bastante más elevado, resulta evidente que la literatura, el arte, no sólo no es evasión, sino que apunta a la profundización del ser humano.

ALTER.- Profundización que también sería inútil, para el hombre de tu anécdota.

EGO.- Inútil para la lucha por la vida, seguro. Pero muy útil para adquirir conciencia de uno mismo y del mundo.

ALTER.- Y sin embargo, la mayoría de los seres humanos pasa por la vida sin probar la literatura ni el arte en general.

EGO.- La mayoría de los seres humanos pasa por la vida sin poder dedicarse a otra cosa que a mantenerse vivos. Prueba evidente de que aún estamos en la prehistoria de la humanidad.

ALTER.- Una prehistoria que quizá no se continúe en ninguna historia.

EGO.- Está por ver. Aunque no seremos nosotros quienes lo veamosni siquiera tú.

ALTER.- Gracias. Concluyendo, que para ti la literatura, más que necesaria, es útil para los que tienen el pan asegurado.

EGO.- Y también necesaria, para ir avanzando a contracorriente de los rígidos esquemas mentales que toda sociedad impone.

ALTER.- Para crecer por dentro, como dicen los manuales de autoayuda.

EGO.- Pero sobre todo es necesaria para los que no pueden pasar sin ella.

ALTER.- Que, en una sociedad sana, habrían de ser todos, ¿no crees?

EGO.- No sé. Quizá en una sociedad sana, utópicamente perfecta, no haría falta ninguna clase de arte. Sobre todo si se considera el arte como la respuesta a una carencia, a un vacío que de alguna manera hay que llenar.

ALTER.- Pero, según eso, el hombre sin problemas, sin frustraciones, no necesitaría del arte para nada. Qué quieres que te diga, me parece una visión meramente negativa del asunto.

EGO.- Y lo es. Pero hay otras.

ALTER.- Por ejemplo

EGO.- La que quierasSiempre hay otra visión, otra manera de considerar las cosas.

ALTER.- Ego, ¿por qué en vez de divagar sin rumbo, no nos centramos en un autor? ¿Por qué no intentamos centrarnos en el tema literario?

EGO.- ¿Por qué no? Pero da tú la entrada. ¿Qué es lo último que has leído?

ALTER.- Los elixires del Diablo, de Hoffmann.

EGO.- Enhorabuena. Creí que ibas a mencionar la última novedad de la literatura contemporánea. Te felicito por la elección. Hoffmann es un autor mucho más importante de lo que pueden imaginar los que sólo han leído algunos de sus relatos cortos.

ALTER.- Es una novela apasionante. La complejidad de la trama, el ritmo de la intriga, generalmente in crescendo, y sobre todo ese juego de duplicidad del monje protagonista te provoca una sensación casi de vértigo. De hecho, la he leído dos veces seguidas. Sobre todo porque en la primera lectura no me quedó bastante claro el entramado de los personajes. Pero lo curioso es que, en la segunda lectura, he vuelto a tener la misma sensación de vértigo.

EGO.- Sí, en Los elixires Hoffmann empieza a darle a la manivela del torbellino del yo. Su gran hallazgo, fundamental para la historia de la literatura, es la figura del doble, el Doppelgänger, ese ser fantasmal, construido como proyección autónoma del individuo real, que se convertirá en uno de los motivos típicos del romanticismo. Con lo cual, y según autorizados estudiosos, se inicia el proceso de fragmentación del yo.

ALTER.- Yo creo que pocos autores producen una impresión tan directa, tan física como Hoffmann.

EGO.- Soy de tu opinión. Si clasificamos a los escritores por la clase de objetivos que alcanzan con su arte, y estoy hablando en términos balísticos, podríamos decir que unos dan preferentemente en la inteligencia (Musil), otros en el sentido estético (Mann), otros en el ético (Hesse), otros en el sentimental (Dickens), pero la clase de objetivo que alcanza Hoffmann con su arte es difícil de nombrar. Yo diría que se trata de ese punto neurálgico del ser humano donde cohabitan la luz y las sombras, la vigilia y el sueño, la calma y el estremecimiento, la claridad y el delirioel mismo punto donde nace la música.

ALTER.- ¿La música?

EGO.- La música, sí. Piensa que, para Hoffmann, la música es el arte esencial, es su arte. Desde el principio tuvo la convicción de que había nacido para músico. Durante un tiempo pudo ejercer como director de orquesta en una pequeña ciudad alemana y llegó a componer una ópera y creo que alguna sinfonía. La influencia familiar le había empujado a estudiar leyes, pero, para ganarse la vida en ciertas épocas de inactividad forzosa, se dedicó a escribir relatos. Escribía con gran facilidad y con un derroche de imaginación nada corriente. Pero su pasión fue siempre la música. En homenaje a Mozart, cambió su tercer nombre de pila por Amadeus, y en algunas de sus obras aparece un personaje concebido como el alterego de él mismo (una especie de Doppelgänger positivo): el músico Kreisler.

ALTER.- Es curioso eso de las vocaciones falsas, ¿no? A veces, uno cree que ha nacido para una cosa, y se empeña en mantenerlo a pesar de que los hechos van demostrando que en realidad sirve para otra muy distinta.

EGO.- Sí, ocurre a veces. Lo importante es darse cuenta a tiempo. Pero en todo caso, más pronto o más tarde, la fuerza del destino acaba imponiéndose. Aunque el de Hoffmann es un caso muy especial, pues yo no considero que estuviese equivocado cuando se sentía músico por encima de todo, porque en realidad lo era, y la naturaleza de su literatura lo corrobora. Lo que ocurrió fue que, a base de escribir, finalmente quedó patente que aquello que su genio pugnaba por dar al mundo se manifestaba más fácil y naturalmente a través de la escritura.

ALTER.- Es curiosa esa variedad de actividades: músico, escritor, jurista…

EGO.- Curiosa, pero no rara. Suele darse. Yo diría que lo raro, al menos desde una perspectiva histórica, es lo contrario: el escritor que sólo se dedica a escribir. En la antigüedad podríamos encontrar algunos casos, como Virgilio, Ovidio, Catulo, pero la mayoría compaginaban la literatura con otras actividades más bien delicadas. Piensa en Cicerón, César, Séneca y tantos otros. Naturalmente que entonces, y hasta bastante después de la invención de la imprenta, no se podía vivir de la literatura, como no fuese gracias al favor de algún príncipe o mecenas.

ALTER.- ¿Y ahora se puede?

EGO.- Tampoco…como no sea gracias al favor de las masas debidamente conducidas.

ALTER.- Pero hay excepciones.

EGO.- Claro que hay excepciones. Desde Goethe – que, por cierto, no sólo vivía de la literatura, aunque hubiese podido- hasta García Márquez. A veces se produce el milagro de que el verdadero talento conecta directamente con el gran público. ¿Cómo? No lo sé. Sólo sé que es algo realmente excepcional, y que es importante no confundirlo con el caso del escritor para “masas conducidas”.

ALTER.- ¿Y tú crees que siempre es fácil distinguirlos?

EGO.- Para el que tiene criterio, sí. Para el que no está seguro de su criterio literario, no tanto. Pero hay un sistema infalible: que deje pasar, si puede, cincuenta o cien años y todo quedará perfectamente claro. El tiempo no sólo es el devorador de las cosas, tempus edax rerum, como escribió Ovidio, sino también el gran depurador o seleccionador de las obras humanas.

ALTER.- Pero dejando el aspecto histórico y centrándonos en el actual y práctico, tú crees que es bueno para el escritor mantener otro oficio o actividad, ¿o es mejor que se dedique exclusivamente a la literatura?

EGO.- No me atrevería a dar una receta universal. Primero de todo hay que tener en cuenta que, en la mayoría de los casos, dedicarse a otra actividad es necesario para subsistir, ya que, como hemos visto, no se puede vivir de la literatura mas que en las raras circunstancias que hemos mencionado. En cuanto al hecho en sí, yo creo que es bueno para el escritor tener alguna otra actividad u oficio.

ALTER.- Pero eso le distrae de su arte.

EGO.- Dudoso. Lo que sí es cierto es que eso le liga más con la vida. Y el arte, por autónomo o exquisito que sea, no ha de perder su contacto con la vida. A la larga, no hay nada tan angustioso como quedar reducido entre los límites de una sola actividad, por exquisita que sea. No puedes estar escribiendo todo el tiempo, y si lo haces, y no has perdido el buen criterio en tan absurdo empeño, te verás obligado a desechar montañas de hojarasca.

(De Alter, Ego y el plan)

Sin que se conozcan las razones, un día de abril de 2004 estos diálogos quedaron interrumpidos en este punto. No se espera que haya continuación. O quizá sí.

Sí hubo continuación

1 comentario

Archivado bajo Opus meum

Larra, un día como hoy hace 178 años

PEDRO: Las señoras están aquí.

LARRA: (se levanta y se queda de pie en medio de la escena) Pasa, Dolores. (entra Dolores seguida de su acompañante, a quien Larra corta el paso). No, usted, no. Haga el favor de esperar ahí.

M.MANUELA: Señor, he venido a acompañarla.

LARRA: Muy bien, señora, pues ya la ha acompañado, ya ha cumplido usted, ahora haga el favor de esperar ahí fuera, en la salita.

DOLORES: Mariano, por favor, qué más da.

LARRA: Sí que da.

M.MANUELA: ¿Qué hago, Dolores?

DOLORES: Espera ahí fuera, no te preocupes.

M.MANUELA: Como quieras. Dejo la puerta un poco abierta.

Sale, dejando la puerta entornada. Larra se acerca, la cierra de un golpe y pasa el pestillo.

LARRA: Mal principio. Siéntate, Dolores.

DOLORES: No voy a estar mucho rato.

LARRA: (violento) ¡Siéntate, he dicho! (Dolores, por un momento asustada, se sienta en una de las sillas que hay junto al velador, en la otra se sienta Larra, que ahora habla en tono humilde y tierno) Perdona, amor mío, estoy nervioso, muy nervioso, y debería estar feliz, es como un milagro, que hayas venido aquí, a mi casa, no puedo creerlo, y después de lo de anoche, es increíble, increíble.

DOLORES: Anoche…precisamente quería que me disculpases por lo de anoche…aunque has de reconocer que no estuviste nada oportuno.

LARRA: ¿Disculparte? ¿oportuno? ¿De qué estamos hablando, amor mío? Has venido, has venido y yo te quiero, ¿qué importa lo demás? ¿Me quieres tú?

DOLORES: He venido porque pienso que hay que acabar de una vez con esta situación.

LARRA: Eso mismo pienso yo.

DOLORES: Hay que dejar las cosas claras.

LARRA: Eso creo yo. Pero no me has contestado. ¿Me quieres, Dolores?

DOLORES: Mariano, escúchame bien, escúchame bien lo que voy a decirte: no nos veremos más, nunca más, ¿lo entiendes? nunca más.

LARRA: Espera, espera, habla despacio, más despacio, repite lo que acabas de decir.

DOLORES: He dicho que no nos veremos nunca más…

LARRA: No, creo que no oigo bien, o que no entiendo, porque si fuese verdad lo que por un momento me ha parecido oír…

DOLORES: Mariano, por favor, ¿no puedes aceptar la realidad?

LARRA: ¿La realidad?

DOLORES: La realidad de que lo nuestro se acabó.

LARRA: ¿Se acabó? ¿Qué es eso nuestro que se acabó? Habla más claro, amor.

DOLORES: Por favor, no lo pongas más difícil todavía. Ha sido todo tan duro desde el principio…los dos, casados; los disimulos, las mentiras, las murmuraciones, los sobresaltos, el escándalo…

LARRA: Te recuerdo, mi amor, que hace pocos meses no había sobresaltos, ni apenas mentiras, y nadie se preocupaba del escándalo. Sólo pensábamos en amarnos.

DOLORES: Hablas por ti, sólo por ti, porque no tienes idea de lo que yo he pasado. Mariano, yo no puedo seguir viviendo así.

LARRA: Así, ¿cómo?

DOLORES: Fingiendo, engañando, no pudiendo ser quien de verdad soy, siendo la comidilla de todos, y sin dignidad, sin ninguna dignidad, hasta el nombre me han quitado. Tú tienes un nombre. Yo no, yo sólo soy “la querida de Larra”.

LARRA: Reconozco que es horrible, y además de pésimo gusto. ¿A quién se le ocurre ser “la querida de Larra” pudiendo ser “la señora de Cambronero”?

DOLORES: Esa amargura no te hace ningún bien. Tendrías que aceptar las cosas como son. Nos guste o no, soy la señora de Cambronero.

LARRA: Un título muy honorable, no lo niego. Pero yo no hablaba de títulos ni de honorabilidades; hablaba de sentimientos, y te preguntaba ¿me quieres? ¿me quieres todavía? No me has contestado.

DOLORES: Ya he dicho lo que tenía que decir. No me atormentes ni te atormentes más. Lo nuestro ha terminado, ¿lo entiendes? terminado.

LARRA: No, no lo entiendo. ¿Puede el sol terminar? ¿puede el cielo terminar? ¿puede la savia que alimenta a los árboles terminar? ¿puede la naturaleza entera, la vida entera terminar? No, no lo entiendo.

DOLORES: Pues lo siento, lo siento mucho. Mira, si he venido aquí ha sido porque anoche me dejaste muy preocupada. Me pareció que era mi deber tratar de que comprendieras la situación y de que la aceptaras. Por eso estoy aquí. Pero veo que ha sido inútil. Mariano, tú no estás bien.

LARRA: De ti depende, Dolores, sólo de ti depende que esté bien o que esté muy mal.

DOLORES: ¡No, no, de ninguna manera! No puedes cargar sobre mí ese peso. Yo no soy responsable de lo que pueda pasar por tu cabeza.

LARRA: ¿No? ¿No eres responsable? Todos somos responsables de nuestros actos, amor, y de nuestras palabras. ¿Cuántas veces has dicho que me amas? ¿En cuántas ocasiones me has jurado amor eterno? Y yo me lo creía, ¿sabes? soy tan ingenuo que me lo creía, y no veo por qué ahora he de dejar de creerlo. ¿Mentías entonces? ¿o mientes ahora? Me gustaría saberlo, amor, cuándo dices la verdad, cuándo dices la mentira.

DOLORES: Ni mentía entonces, ni miento ahora. Y si no entiendes esto, es inútil que me esfuerce. Quería despedirme de ti intentando borrar todo lo que hay en tu corazón de amargura, de odio, de rencor hacia mí. Pero no ha sido posible. Lo siento.

LARRA: ¿Te vas? ¿Me dejas…para siempre? ¿para siempre?

DOLORES: No debía haber venido.

LARRA: Oyeme una cosa. Si de ti dependiera que moviendo un dedo, un solo dedo de tu mano me salvase yo del abismo, ¿lo harías? ¿lo moverías?…No, no lo harías, de hecho, es ésta la situación…Sólo te pido una cosa, Dolores, que no te vayas a Filipinas, nada más, no te pediré nada más, te lo juro.

DOLORES: ¿Quién te ha dicho que me voy a Filipinas?

LARRA: Tus ojos me lo dicen, que huyen de los míos; tu voz, áspera y decidida, como de quien cumple un deber o transmite una orden; tu pose, afectada y distante, como de señora esposa del señor Secretario…

DOLORES: Sí, ¿y qué? Es mi vida, puedo disponer de ella como me plazca. Tengo ganas de vivir tranquila, no sé si lo puedes entender, sin miedos, sin sobresaltos, sin tapujos…ya he pasado bastante…

LARRA: Bien, ya lo entiendo, tú eres capaz de marchar y dejarme; eres capaz de renegar de tu amor y de vender tu cuerpo por un poco de tranquilidad y unas cuantas joyas exóticas…(alza la voz) ¡como las rameras, igual que las rameras!

DOLORES: (se levanta, indignada) No voy a permitir que me insultes.

LARRA: (también se levanta, cada vez habla más exaltado) Tú eres capaz de dejarme, pero ¿y yo? ¿Sabes de lo que yo soy capaz?

DOLORES: No, no lo sé. Pero sea lo que sea, no vale la pena.

LARRA (con violencia y alzando aún más la voz) ¿Sabes de lo que yo soy capaz?

Tras el cristal traslúcido de la puerta se ha visto durante toda la escena la sombra de Maria Manuela, que ahora golpea la puerta con los nudillos

VOZ DE M.MANUELA: ¿Qué pasa, Dolores? ¿Me necesitas? ¿Pido ayuda?

DOLORES: ¿De matarme? ¿De matarme, quieres decir? No me asustas, Mariano.

LARRA: De matarte, sí de matarte. Pero no te preocupes, no lo haré. No cometeré ese error. Ante el mundo tú serías la víctima, y sabes muy bien que no es el papel que te corresponde en esta historia. No te preocupes, si he de matar a alguien, no será a ti, puedes estar tranquila.

DOLORES: Me alegra saberlo.

LARRA: No me olvidarás fácilmente, Dolores. Siempre te acordarás de mí, te lo juro.

DOLORES: Supongo que no tendrás ningún inconveniente en devolverme las cartas.

LARRA: ¿Las cartas?

DOLORES: Sí, las cartas, todas las cartas que te he escrito, incluidos los billetes, todo.

LARRA: ¿Hasta eso me arrebatas? Sin tus cartas, sin tus palabras de amor escritas por tu propia mano, ¿cómo podré saber que todo esto no ha sido un sueño? ¿cómo podré convencerme de que no estoy loco?

DOLORES: No es asunto mío. Dámelas.

LARRA: ¿Y si no te las doy?

DOLORES: No me iré de aquí hasta que no me las devuelvas.

LARRA: Perfecto, quédate conmigo, para siempre.

DOLORES: Estás loco, Mariano, estás completamente loco. No he venido aquí para irme sin mis cartas.

LARRA: ¿Qué has dicho, Dolores? ¿qué es eso que acabas de decir? “No he venido aquí para irme sin mis cartas” ¡Qué estúpido! Ahora lo entiendo, ahora lo comprendo todo. Tú no has venido aquí porque me quieras, no, eso ya lo he entendido, y también he entendido que nunca me has amado. Pero tampoco has venido porque estuvieras preocupada por mí. No, ni siquiera por compasión, ni siquiera por ese pobre sentimiento que no negamos a los animales. ¡Has venido por tus cartas! ¡Pérfida, traidora! Ojalá ya estuviese muerto, ojalá me hubiese ahorrado esta cruel estocada final.

Larra va hacia el mueble-escritorio, abre un cajón y saca un paquetito de cartas atadas con una cinta. Las echa con rabia sobre el escritorio, en medio de las hojas escritas.

LARRA: Tómalas.

Dolores se acerca al escritorio, coge el paquete y mira las hojas escritas.

DOLORES: ¿Y esto?

LARRA: Son cartas a un amigo.

DOLORES: ¿Hablan de mí?… Dámelas.

LARRA: Tómalas

Dolores recoge las hojas escritas, las guarda con sus cartas y, sin mirar a Larra, va hacia la puerta, descorre el pestillo y sale.

LARRA (con voz estentórea) ¡Pedro, acompaña a las señoras!

Tras la cristalera se ve las siluetas de las mujeres, que esperan, y la de Pedro que aparece en seguida y enciende el candil. Los tres descienden las escaleras, Pedro el primero, con el candil…

En el despacho, Larra está de pie junto al mueble escritorio, con la cabeza apoyada en la pared. De pronto, da una patada contra el mueble, y otra y otra; luego se golpea la cabeza contra la pared, con fuerza, varias veces; coge el estuche amarillo de encima del mueble, lo abre, saca una pistola, apoya el cañón en la mejilla derecha y dispara…

En el momento en que Pedro abre el portal, se oye un fuerte ruido, confuso, por ir acompañado del que produce la caída como de vidrios…

M.MANUELA : ¡Jesús, qué ha sido eso!

PEDRO: EL señor, seguro, que a veces tiene un humor de perros, pero ustedes no se preocupen. Las acompaño hasta Santiago.

DOLORES: No, vuélvase usted, Pedro, puede necesitarle…

Las mujeres se van. Pedro sube las escaleras, entra en la casa y pasa ante la puerta del despacho sin mirar. Larra está tendido en el suelo; el velador, caído sobre su cuerpo, el servicio de café por el suelo; hay una ventana con el cristal roto. Adelita empuja la puerta, que ha quedado ajustada, entra y mira.

ADELITA: ¡Papá! ¡Papá!… ¡Papá está debajo de la mesa! ¡Papá está debajo de la mesa!

Adelita sale corriendo, mientras cae rápidamente el

TELÓN

(De  El corzo herido de muerte)

7 comentarios

Archivado bajo Opus meum

Cada cual con su verdad

Hay personas que viven como si vivir fuese lo más natural del mundo. A vueltas con la frase, he de reconocer que los que insisten en que, en efecto, vivir es natural y que negarlo es negar la realidad tienen toda la razón. Pero, al mismo tiempo, he de reafirmarme en que los que se asombran del fenómeno vital y lo consideran tan incomprensible como antinatural también tienen toda la razón.

¿Cómo es posible que proposiciones tan antitéticas sean ambas verdaderas?, se preguntará el lector adicto a la coherencia. La respuesta es fácil. La clave está en el distinto significado que unos y otros dan a la palabra “natural”.

Para los unos “natural” se refiere directamente a la naturaleza física, a todo eso que habita y se mueve en todo el universo, configura los paisajes y es objeto de las ciencias naturales. Para estos, obviamente, la vida es lo más natural del mundo.

Para los otros, más retorcidos, “natural” es lo que suele esperarse que se produzca dentro de las coordenadas de la lógica humana, en la que todo ha de tener una causa, un sentido y una finalidad. Para estos, obviamente, la vida, la vida humana, hecha de dolores ciertos y goces engañosos, de aspiraciones eternas que han de desvanecerse con la cáscara que las contiene, no tiene ningún sentido. Para estos, llamar “natural”, o sea, normal, lógico, lo que para cierto filósofo de la Ilustración no es más que una broma pesada, o un chiste malo (une mauvaise plaisanterie), es absurdo.

Y así cada cual se queda con su verdad, implícita en el significado que atribuye a la palabra en disputa. Y todos contentos.

(De Postales filosóficas: la serie)

3 comentarios

Archivado bajo Postales filosóficas

En el fondo

Sería divertido que la cosa fuese por ahí; que en el fondo de ese anhelo de inmortalidad no alentase precisamente el recuerdo platónico de nuestro ser celeste, ni la llama viva del alma cristiana, ni siquiera la voluntad ciega e irracional de ser, descrita por el Filósofo; que esa pulsión tan natural y humana de negar la muerte fuese el efecto necesario de una especie de carencia o limitación propia de la mente, de una característica, en definitiva, de nuestro aparato razonador.

Debido a la estructura de mi aparato razonador no me puedo imaginar como inexistente. Entonces, en vez de dejarlo ahí, entra tantas cosas incomprensibles que me rodean, deduzco que, si no me puedo imaginar como inexistente, es porque de ningún modo puedo dejar de existir, es porque soy inmortal. Operación lógica de dudosa legitimidad, pero que ha venido alimentando el argumentario de varias religiones.

Y reconozco que la argumentación tiene su fuerza. Goethe dejó dicho que nuestros deseos son presentimiento de nuestras facultades. ¿Y qué deseo más fuerte que el de no morir?, digo yo. Entonces, si lo albergamos con tanta fuerza en nuestro interior, será porque corresponde a la realidad. Esta es, o debería ser, la base de toda metafísica optimista. El problema es que no se ha demostrado que la metafísica optimista sea verdadera. Cosa que también ocurre con la pesimista.

(De Postales filosóficas: la serie)

2 comentarios

Archivado bajo Postales filosóficas

Filosofía en porciones. Tres “pensadores”. (A.E.P.15)

EGO.- Cada persona tiene su filósofo, lo sepa o no, y la metafísica atea del nuestro corresponde a quienes ni abdican de la razón ni piensan que, con ella, todo ha de ser de color de rosa.

ALTER.- Pero ha llovido mucho desde entonces. ¿Por qué esa fijación en un filósofo de hace siglo y medio? En filosofía, ¿tampoco hay progreso?

EGO.- No hay manera de saberlo. Pero, en realidad, lo que no hay es filosofía.

ALTER.- ¿En siglo y medio? Tú bromeas…

EGO.- Hay porciones. Un poco de estética por aquí, otro de ética por allá, unos tomos de teoría del conocimiento, otros sobre hermenéutica, un curso sobre el lenguaje, otro sobre semiótica en general…

ALTER.- Pero nadie se atreve a dar una visión de conjunto…

EGO.- Esa es la palabra, nadie se atreve. Y es que a algunos no les faltan ganas, pero, después de cien años de hablar de la imposibilidad de un saber total, de la desaparición de la misma totalidad ante la fuerza disgregadora de las particularidades, de la disolución o fragmentación del individuo, de la “anarquía de los átomos”, que subvierte tanto la jerarquía de lo real cuanto el discurso que debiera imponerle un orden…después de aceptar todo eso como artículo de fe del pensar hoy homologable, quién se atreve a montar un sistema, una explicación global del mundo, cosa que ha sido la tarea propia del filósofo hasta mediados del siglo XIX…Schopenhauer y Marx fueron los últimos herederos de la ilustre saga que se inició con Platón y Aristóteles. A partir de Nietzsche se rompen no sólo los esquemas, sino hasta la posibilidad de trazar cualquier esquema global.

ALTER.- Pero esa imposibilidad ¿es cierta o no?

EGO.- En la esfera de la mente, es cierto lo que se tiene por cierto. Y, salvo rarísimas excepciones, todo pensar se acomoda al dogma de la época, por muy “transgresor” que se imagine. Así, que habrá que esperar la llegada de ese genio rarísimo, de la talla de un Kant, quiero decir, para ver si se puede dar la vuelta a la caótica dispersión inaugurada por Nietzsche.

ALTER.- No te cae simpático Nietzsche…

EGO.- No se trata de si…no, no me cae simpático, nada simpático. Verás, para empezar, lo que me ocurre con Nietzsche es que no lo entiendo. No quiero decir que no entienda lo que dice, no, lo que no entiendo es el sentido que pueda tener, para la comprensión del mundo y de mí mismo, el conjunto de lo que dice. En su obra, el pensar riguroso ha sido sustituido por la erupción anárquica de ideas, algunas geniales pero casi todas gratuitas. Su escritura es la de un adolescente en estado de exaltación maníaca. Como poeta, podría pasar. Y es que la locura no está reñida con la poesía, pero sí con la filosofía.

ALTER.- ¿Has pensado que tu diatriba indignará a tanto nietzscheano como corre por ahí?

EGO.- Y qué. También ellos me indignan a mí. Creo firmemente que si Nietzsche no hubiera existido, en el mundo habría menos confusión. Y eso sin tener en cuenta a tanto nazi-tarado que, sin haberlo leído ni por el forro, lo utiliza para justificar sus fechorías. Pero en fin, a lo mejor tienen razón en atribuírselo sin haberlo leído, porque, como decíamos antes, cada persona tiene su filósofo, lo sepa o no.

ALTER.- Ego, me gustaría que hablásemos de literatura…

EGO.- Sí, tienes razón. Ésa era la idea central de estos diálogos…pero, sin olvidar los otros mundos, recuerda. Además, Nietzsche es básicamente literatura. Pero, de acuerdo, yo también prefiero dejarlo.

ALTER.- Creo que ya ha quedado claro lo principal, según tú: que no es un pensador de tu agrado. También en su momento quedó claro qué otro pensador sí es de tu agrado. Y a propósito de esta palabra tan curiosa, “pensador”, es raro ¿no?, recuerdo ahora que, hace una jornadas, apuntaste que, allá hacia el final de tu adolescencia, tres “pensadores” te despertaron de tu sueño dogmático. ¿Estamos ya en condiciones de saber quiénes son?

EGO.- Ningún problema. Son, o mejor dicho, fueron Papini, Séneca y Unamuno.

ALTER.- Curiosa combinación, ¿no? ¿Tienen algo en común?

EGO.- ¿Algo en común? La verdad es que no lo había pensado. A ver… para mí lo que más claramente tienen en común es… que los leí, los descubrí, al mismo tiempo, entre los 17 y los 18 años, primero Papini y a continuación los otros dos. Por lo demás, a parte de que los tres priman la ética sobre la estética y que, para los tres, la operación de pensar es un ejercicio personalísimo, nunca sujeto a autoridades incuestionables, no creo que tengan gran cosa en común.

ALTER.- De Papini apenas sé nada. ¿Fue filósofo?

EGO.- No, “pensador”. En realidad fue un literato, autor de relatos cortos, de biografías muy personales, como las de Cristo y Dante, y de fantasías sobre el mundo contemporáneo y sus fantasmas, como El Libro Negro y Gog. Empezó a escribir hacia el 1900 desde una posición vagamente anarquista, muy del gusto de los transgresores de la época (era el momento de la muerte y ascensión de Nietzsche), luego participó en el movimiento futurista y finalmente se convirtió, o reconvirtió, al catolicismo. Como figura muy respetada, vivió estupendamente los años del fascismo, y murió en 1956, justa e injustamente olvidado.

ALTER.- Así, con esos cuatro trazos, no parece una biografía muy ejemplar, aunque sólo sea por su connivencia con el fascismo.

EGO.- ¿Lo acabas de leer en un artículo periodístico eso de “su connivencia con el fascismo”? Por favor, prescindamos de las frases hechas…y no seamos demasiado estrictos en eso de querer encajar los avatares vitales y profesionales con los de la política del país. O apliquemos la misma vara a todo el mundo. ¿Te has detenido a pensar cuántas celebridades de este país vivieron estupendamente, como figuras muy respetadas, durante los años del franquismo?

ALTER.- Sí, tienes razón, desde Cela, entre los ya muertos, hasta…

EGO.- ¡Por favor, respetemos la norma!

ALTER.- De acuerdo, me callo…. Pero, ¿qué es lo que te atrajo en Papini?

EGO.- La fuerza de su escritura. Me causó un impacto enorme. Por primera vez no estaba leyendo aventuras más o menos interesantes o clásicos más o menos fosilizados, sino algo que parecía escrito con la sangre del propio autor. Palabras y sangre era precisamente el título del conjunto de relatos que me lo descubrieron. Ya con la lectura del primero, Tres de septiembre, se me reveló de repente la posibilidad que el dogma oficial me había ocultado: la posibilidad de que la existencia humana no tenga ningún sentido. Papini es un escritor con una gran fuerza y una gran carga de profundidad. Pero esa profundidad no se refiere a unas ideas o conceptos determinados, sino que está en su misma fuerza, en esa manera al mismo tiempo directa y poética de desnudar al ser humano y abandonarlo ante las últimas cuestiones…que quizá no tienen respuesta.

ALTER.- Pero él sí eligió una respuesta.

EGO.- Podría no haberlo hecho, como no lo hizo al principio, y sin embargo su fuerza fue siempre la misma.

ALTER.- Pasemos a Unamuno.

EGO.- A diferencia de Papini, y de Séneca, Unamuno no fue por mi parte una elección o descubrimiento solitario. Ya estaba en el ambiente. Era el curso 57-58. A punto de irrumpir en el mundo no oficial universitario el marxismo y el existencialismo (como ves, hasta en la heterodoxia íbamos retrasados), lo más anti que corría por ahí era Unamuno y algún otro de la Generación del 98.

ALTER.- ¿Y qué sentido tenían esos autores en esa época?

EGO.- Yo creo que ninguno. Pero cierto falangismo no oficial los había puesto de moda.

ALTER.- ¿Qué relación hubo entre el falangismo y Unamuno?

EGO.- Yo creo que Unamuno, en algunas formulaciones del falangismo, ve reflejadas sus preocupaciones “nacionales” esencialistas. Pero lo que sí es cierto es que el falangismo bebió bastante de la fuente unamuniana. Hasta el extremo de que en la actualidad suelen confundirse algunas citas, como aquello de “me duele España”, que más de una vez he visto atribuido a José Antonio, cuando en realidad fue Unamuno el padre del invento.

ALTER.- Acabó mal con el franquismo, ¿no?

EGO. Acabó casi antes de empezar, y con una dignidad ejemplar, que le redimió de cualquier simpatía precipitada que pudiera haber tenido por el “Alzamiento”. Y su muerte casi inmediata nos impide comprobar que él no hubiera sido de los que vivieron estupendamente bajo el franquismo…Pero todo esto es el contexto de mi descubrimiento. Nada tiene que ver con lo que me atrajo de él.

ALTER.- ¿Y qué fue lo que te atrajo?

EGO.- Su sinceridad. Una sinceridad que consiste en ponerse él mismo como tema, y, a través de todas sus dudas e inquietudes, tratar de llegar al fondo de la cuestión, fondo que, precisamente por su sinceridad y honradez, no llegará nunca a alcanzar. Lo único que a cada cual importa y, por lo tanto, lo único que debe importar a la filosofía, viene a decir, es el hombre concreto, el individuo de carne y hueso que vive, goza, sufre y sabe que ha de morir. Lo único que de verdad conocemos es la experiencia de la vida, nuestra existencia concreta, que se manifiesta como un esfuerzo sostenido por seguir viviendo, por no dejar de ser…Pero, además, Unamuno no es tan “listo” como para echar por la borda la razón y subirse al carro del irracionalismo gratuito, y ahí el problema, ahí el conflicto que se desarrolla a lo largo de toda su obra. Por una parte, su experiencia interior, acorde con un hondo sentimiento religioso, le mantiene en el anhelo ferviente de una vida eterna. Por otra, los datos de la ciencia y el ejercicio de la razón reducen ese anhelo a la categoría de ilusión. Si hubiese sabido prescindir de la razón, como un auténtico irracionalista, no habría habido agonía (lucha) unamuniana; si hubiese sabido prescindir de su anhelo de eternidad, de su sed de fe, como un auténtico racionalista, tampoco. Pero su hambre de eternidad le impedía aceptar un racionalismo reduccionista, y su sano raciocinio le impedía abandonarse ilusamente a la “fe del carbonero”. Esta era su tragedia.

ALTER.- Se le ha considerado un precursor del existencialismo…

EGO.- Con toda justicia. El fue, después de Kierkegaard, quien puso en el centro de la filosofía el individuo en su existir concreto, su angustia de saberse un ser para la muerte. Angustia que, para él, sólo la fe podría apaciguar… pero hacía ya tiempo que la fe había sido inmolada en el altar de la Razón.

ALTER.- ¿Puede decirse de Unamuno que fue un filósofo?

EGO. – No sé.  Yo creo que el calificativo que mejor le va es el de pensador.

ALTER.- Por supuesto…Te gusta la palabreja, ¿no?

EGO.- Es la que mejor se acomoda a ciertos casos. Me refiero a esos escritores que no se limitan a la creación estrictamente literaria, artística, sino que además suelen abordar a través de sus ficciones temas considerados del dominio de la filosofía. En Goethe tenemos el ejemplo más claro. ¿Quién osaría decir sin faltar a la verdad que, además de poeta, novelista y científico, Goethe fue filósofo? Y sin embargo, ha sido una de los grandes pensadores de la humanidad.

ALTER.- A Séneca sí que le va el calificativo de filósofo…

EGO.- No lo creas. Has de tener en cuenta que, a diferencia de los griegos, los romanos no se interesaron por la filosofía. De hecho, no produjeron ningún filósofo original. Cicerón no fue más que un divulgador de la filosofía griega, Séneca sólo nos ofrece una ética, tomada de los estoicos (griegos), y otro tanto puede decirse de Marco Aurelio. Y creo que no se podría nombrar ninguno más. Compara esto con la enorme abundancia de la filosofía griega.

ALTER.- Eran gente muy práctica los romanos, ¿no?

EGO.- Sí, con una actitud muy pragmática. Temas tales como de qué está hecho el mundo y qué posición ocupa en él el hombre no les interesaban gran cosa. En cambio, desarrollaron el derecho como instrumento para garantizar el orden social, y de la filosofía sólo cultivaron su aspecto más práctico, es decir, aquel que nos puede ayudar a discernir cómo hemos de actuar: la ética.

ALTER.- Se ha dicho que la ética de Séneca es muy parecida a la cristiana y, por otra parte, es sabido que fue consejero de Nerón, incluso en la época de los grandes excesos de éste. ¿Cómo se compagina lo uno con lo otro?

EGO.- Cómo se compagina la teoría con la práctica, la idea con la vida. Este es el dilema que todos hemos de sufrir y que muy pocos saben resolver. Lo normal es que los ideales o, dicho más modestamente, las buenas intenciones, queden muy malparadas en su confrontación con los imponderables de la vida práctica. Pero hay que reconocer que el de Séneca es, o parece, un caso extremo.

ALTER.- Ensalzaba la pobreza y era poseedor de una inmensa fortuna, ¿no?

EGO.- Eso no sería lo peor. Después de todo, lo que decía era que las riquezas habían de servir al hombre, no el hombre a las riquezas, Reflexión elemental que hoy sigue tan vigente, y desoída, como en su época. Lo peor eran los métodos que, al parecer, utilizaba para acumular riquezas y, por supuesto, sus turbias relaciones con el poder. Como consejero de Nerón parece que, al principio, trató de encauzar al joven emperador de acuerdo con sus propios principios éticos. Pero la cosa no fue fácil. Pronto Nerón empezó a mostrarse como lógicamente se ha de mostrar un adolescente débil de carácter, adulado por todos y que tiene todo el poder. Y sin embargo, Séneca no dejó de figurar a su lado. De hecho, era su ministro principal junto con Afranio Burro. Y a su lado estaba cuando, entre otras fechorías, Nerón hizo matar a su propia madre. ¿Aprobaba Séneca los crímenes del emperador? ¿Aguantaba en su puesto para intentar reprimirle en lo posible? ¿Era un adulador interesado? ¿O un honrado consejero humillado y resignado?

ALTER.- Podía dimitir.

EGO.- No, no podía. Incluso esta decisión había de contar con el beneplácito del tirano…Pero dimitió. Cuando Burro murió, sintiéndose sin fuerzas para luchar contra los que pretendían desalojarle del poder, comunicó al emperador su decisión de abandonar. Nerón no lo aceptó, pero él igualmente se retiró.

ALTER.- Con lo cual firmó su propia sentencia de muerte, ¿no?

EGO.- Bueno, al principio pareció como si Nerón se hubiese olvidado de él. Hasta que, tres años después, el descubrimiento de la conjuración de Pisón llevó al amedrentado emperador a buscar conspiradores bajo las piedras…y entonces se acordó de Séneca y…fin de la historia.

ALTER.- Se puede decir que la dignidad de su muerte le redimió de la ambigüedad de su vida.

EGO.- Sí, se puede decir. Pero, como comprenderás, no es su biografía lo que me atrajo de él.

ALTER.- Lo supongo. ¿Te hago la pregunta? ¿Qué es lo que te atrajo de Séneca?

EGO.- De hoc alio die.

(De Alter, Ego y el plan)

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum