TEODORO.- Bien, supongo que estas largas semanas habrán sido fecundas para los que tengan algo que decir.
SILVESTRE.- Y aunque no lo hayan sido, como en mi caso, el sólo hecho de reunirnos, beber y charlar es todo un premio para cualquiera.
LOTARIO.- Estoy de acuerdo. De todos modos no os negaré que me siento algo frustrado. He estado releyendo las copias de todos los relatos y he llegado a la conclusión de que el mío es el más flojo.
OTOMAR. – Lotario, esto no es un concurso literario. Además, si quieres que te diga la verdad, ni siquiera sé cuál fue el relato que nos leíste. Y creo, que más o menos a todos les ocurrirá la mismo.
CIPRIANO.- Yo tengo la impresión de que lo que veladamente pide Lotario es que le demos la oportunidad de corregir la supuesta pobre impresión que nos causó, ofreciéndonos ahora algo realmente genial.
TEODORO.- ¿Es verdad eso, Lotario?
LOTARIO.- Bueno, la verdad es que he escrito algo…pero no quisiera ser el primero en leer.
OTOMAR.- Perfecto, porque yo, en cambio, estoy impaciente por leer el mío y ya me perdonará Teodoro si invado alegremente su territorio.
TEODORO.- ¿Mi territorio? ¿Se puede saber de qué hablas?
OTOMAR.- A ver. No me negarás que, entre nosotros, eres considerado el gran especialista en todo lo relativo al funcionamiento anómalo de la mente, todos recordamos tu espléndido relato La máquina del doctor Kusev, pues bien, yo me he permitido tocar también el tema en mi relato.
CIPRIANO.- Me encantaría escuchar una historia de locos.
TEODORO. – Hablar de “locos” es una actitud muy simplificadora. No hace falta que os explique…
CIPRIANO.- No, no hace falta. A ver, Otomar…
OTOMAR.- Sí, simplificando, es la historia de un loco. Aunque, pensándolo bien, los verdaderos locos son los que no aparecen en la historia, pero han posibilitado el proceso.
SILVESTRE.- Va, Otomar, déjate de explicaciones y empieza de una vez.
OTOMAR.- Empiezo. [ Clicar AQUÍ y, después de leído el relato, regresar a esta pantalla ]
TEODORO.- Genial, Otomar. Breve, conciso, contundente…
SILVESTRE.- Y lo mejor de todo, el coup de théâtre final.
LOTARIO.- No sólo el final. Yo creo que tiene mucho de teatral. ¿No os lo imagináis como un monólogo dicho ante un público?
CIPRIANO.- La verdad es que sí. Y la carga de malevolencia, por decirlo de un modo suave, es realmente importante.
OTOMAR. – Gracias. Es el simple fruto de una inspiración momentánea, que quizá no se vuelva a presentar. Y ahora yo, autor ignorante, creador inocente, tal como hemos acordado que debe ser, pregunto al experto, ¿puede darse una persona real con estas características?…Es a ti, Teodoro.
TEODORO.- Ya, bueno, paso por alto las ironías y contesto a la pregunta: por supuesto que puede darse, y se da. Individuos con la personalidad escindida y que viven esa escisión con plena conciencia y el consiguiente sufrimiento.
LOTARIO.- Todos vivimos con la personalidad escindida.
CIPRIANO. – Dos almas, ay de mí,
se dividen en mi seno,
exclama Fausto al principio de uno de sus monólogos.
OTOMAR.- Sí, pero la división de que habla Goethe es la de siempre, la de toda la vida, la del individuo que se debate entre sus buenos propósitos y sus malos instintos, la del que es campo de la eterna batalla entre el ángel y la bestia o, por decirlo de manera más racional y aséptica, entre el intelecto puro y la naturaleza animal. Es también la escisión que representa el maestro en alguna de sus obras, especialmente en Los elixires del Diablo. Pero ésta que se ilustra en mi relato es distinta, más moderna, de hecho, tiene poco más de un siglo de antigüedad y no puede llamarse simplemente “escisión”, quiero decir que no es una división en dos, al modo antiguo, sino una multipartición, una fragmentación. El sujeto no queda dividido en dos, sino en una multitud. El Yo no existe.
TEODORO.- Vaya, vaya, mira por dónde parece que nuestro inocente e ignorante autor Otomar ha echado mano de toda una batería de teorías para fundamentar su relato.
OTOMAR.- Eso no es exacto. No “he echado mano de”. El relato me ha salido sin pensar, ya os lo he dicho, pero luego me he puesto a investigar sobre el asunto y he dado con los “promotores” de esa moderna actitud, que ejemplifica mi protagonista. Mirad, guardo por aquí unos apuntes de textos que he encontrado sobre el tema. Leo:
“La contraposición que Nietzsche realiza entre el Ich cartesiano, sea concebido como yo o como alma, y el Selbst, permite la apertura a la idea de un sujeto múltiple donde la ficción de la identidad es pensada como juego constante de estructuración-desestructuración, y, en este sentido, es siempre provisoria.”
Y este otro: “Nietzsche, anticipándose a Freud, plantea este problema con la idea de que el yo es una ficción, una sustancia inexistente. Se trata, en la visión de ambos
CIPRIANO.- Bien, pues si el yo no existe, la actitud de tu protagonista parece más bien normal. Quiero decir que no estaríamos entonces ante un caso de locura, sino ante una manifestación lógica de la verdadera naturaleza humana.
SILVESTRE.- ¿Creéis realmente que, a pesar de todo, no existe en cada uno de nosotros un núcleo central al que se pueda llamar “Yo”?
OTOMAR.- El sentido común dice que sí, que existe ese Yo.
CIPRIANO.- Sí, pero el sentido común no es una herramienta preciada en filosofía. Ni en psicología, ni, por supuesto, en el arte.
OTOMAR.- ¿Pues para qué sirve entonces el sentido común?
CIPRIANO.- Para la cocina, según un famoso filósofo… aunque últimamente algunos grandes cocineros también lo están expulsando de los fogones.
TEODORO.- De todos modos, por mucha división que reine en la conciencia del individuo, yo no me resigno a descartar la vieja realidad del Yo.
OTOMAR.- Nadie se resigna, quiero decir que todo el mundo piensa y actúa como si ese Yo nuclear existiese realmente, independientemente de que exista o no. Pero otra cosa son las teorías…
LOTARIO.- Sí, los juegos caprichosos de fantasía que los pensadores trazan sobre el acontecer necesario de la realidad.
CIPRIANO.- Tienes razón, Lotario. Caprichosas o no, las construcciones de los pensadores más o menos científicos, son incapaces de apresar la realidad. Por este motivo, una “verdad” científica suele ser invalidada por otra que le sucede en el tiempo. No ocurre así en el arte, donde cada obra es una verdad inamovible. Y es que, a diferencia de lo que ocurre en la ciencia, en el arte no se puede hablar de progreso. La astronomía moderna constituye un progreso frente a la astronomía de Tolomeo, pero El Castillo de Kafka no constituye un progreso frente a la Divina Comedia de Dante: ambas son obras cumbre de la literatura mundial, sin que el tiempo ni los “descubrimientos” que median entre una y otra tengan ninguna relevancia en sus respectivos méritos artísticos.
TEODORO.- Has hablado muy bien, Cipriano. Pero ya va siendo hora de que alguien nos regale con otro relato.
(CONTINÚA)