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Los amantes apócrifos

Los aficionados a la historia en sus aspectos más populares (biografías, anécdotas, novelas históricas) corren un peligro del que supongo que no suelen ser conscientes y, si lo son, imagino que no lo consideran como peligro sino más bien como aliciente. Consiste en tomar por verdaderos ciertos hechos que son dudosos cuando no manifiestamente falsos. Estos hechos pueden ser de diversa naturaleza y género, pero hay uno en concreto que me llama mucho la atención: la atribución de una relación amorosa – física, por supuesto – a la primera pareja que se ponga a tiro.

Aunque ya hace tiempo que descubrí esta curiosa inclinación de ciertos historiadores superficiales, emparentados con los llamados periodistas “del corazón”, no ha sido hasta ahora, a propósito de Bettina, que me ha dado por pararme a reflexionar un poco sobre el tema.

Uno. Bettina Brentano fue una mujer excepcional, prodigiosa en muchos aspectos, pero lo que aquí interesa es su especial relación con Goethe. Lo conoció de muy joven (ella veintiún años, él casi sesenta) y concibió por él una admiración y un amor – más bien en la distancia – absoluto. Le escribió muchas cartas, que años después publicó debidamente aderezadas y con algunas respuestas de él poco fiables en cuanto a la autenticidad. Pues bien, en muchos lugares se lee que Bettina fue amante de Goethe.

La verdad es que Goethe, al principio halagado, como es natural, por la devoción que le profesaba una muchacha tan joven, bella e inteligente, llegó a sentirse agobiado por el acoso epistolar, con algunas visitas, a que fue sometido, hasta el extremo de referirse a ella como “moscardón”. Vamos, lo que en la lengua vulgar de hoy llamaríamos “mosca cojonera”.

Dos.  A diferencia del suicidio clásico, en el suicidio romántico está siempre presente el amor. O eso parece. Y si un poeta romántico se suicida parece cosa de locos dudar de que un gran amor anda por medio. Y si se mata en compañía de una mujer, entonces ya no hay más que hablar. Es lo que ocurre con Kleist.

Heinrich von Kleist, escritor alemán nacido una década antes que Bettina, llegó a sufrir lo que hoy llamaríamos una severa (o sea, grave) depresión por el hecho principal de que su obra no obtenía el reconocimiento que creía que merecía. Ninguneado por el mundo intelectual, además de por su propia familia, que le había otorgado el socorrido título de “fracasado”, se preguntaba qué hacia él en este mundo. Y decidió partir. Pero quiso ir acompañado. Después de algún intento sin éxito, encontró lo que buscaba: una mujer de su edad, Henriette Vogel, condenada a muerte por una enfermedad terminal. Y se fueron juntos.

No estaban locamente enamorados. No importa. En multitud de relatos y referencias los veremos descender a la tumba como paradigma del amor total más poderoso que la muerte.

Tres. La poeta argentina Alfonsina Storni y el escritor uruguayo Horacio Quiroga mantuvieron durante un tiempo una estrecha amistad. A la vista de todo el mundo. Incluso solían ir a pasear con los hijos respectivos. ¿Fueron amantes? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Pero muchos lo afirman. Aunque algunos hechos lo pongan seriamente en duda, lo afirman igualmente. Aún reconociendo la absoluta falta de pruebas (como si fuese un delito) insisten en afirmarlo. ¿Exagero? En absoluto. Y aquí un ejemplo.

En el artículo de Wikipedia sobre Alfonsina Storni, se habla en las primeras líneas de un poema de Alfonsina “dedicado a su amigo y amante (Horacio)”. Bastantes líneas después, hacia la mitad del largo artículo, se dice “nunca se supo si él y Alfonsina fueron amantes”. ¿En qué quedamos? ¿Cómo se explica tamaña contradicción?

Yo creo que se explica si pensamos que el redactor era un aficionado de tantos a los amoríos apócrifos, pero que tuvo sus escrúpulos y colocó mucho más adelante la segunda frase. Después de todo, ¿cuántos lectores llegan tan lejos?

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