…Porque, como es evidente, antes que ideóloga o activista social, Alfonsina es poeta, una inmensa poeta.
Por cierto, en estas páginas se han mencionado bastantes veces las palabras “poeta” y “poesía”, pero en ningún momento se ha intentado una definición. Y no por aquello, que el lector memorioso recordará, de que “cuando todo el mundo sabe de lo que se está hablando…”, sino por todo lo contrario. Porque, salvo algún profesor universitario contratado al efecto, nadie es capaz de definir la poesía. Como todo lo que tiene que ver con las emociones, la poesía hay que sentirla.
En esta dirección, no puedo resistirme a proponer un ejercicio práctico. Tómese la composición Han venido…, del libro de poemas de Alfonsina Languidez, y léase con atención y a ser posible en voz alta (que es como se habría de leer siempre la poesía)
mi madre y mis hermanas.
Hace ya tiempo que yo estaba sola
con mis versos, mi orgullo; en suma, nada.
Mi hermana, la más grande, está crecida,
es rubiecita; por sus ojos pasa
el primer sueño. He dicho a la pequeña:
-La vida es dulce. Todo mal acaba…
Mi madre ha sonreído como suelen
aquellos que conocen bien las almas;
ha puesto sus dos manos en mis hombros,
me ha mirado muy fijo…
y han saltado mis lágrimas.
Hemos comidos juntas en la pieza
más tibia de la casa.
Cielo primaveral… para mirarlo
fueron abiertas todas las ventanas.
Y mientras conversábamos tranquilas
de tantas viejas cosas olvidadas,
mi hermana, la menor, ha interrumpido:
– Las golondrinas pasan …
Una escena sencilla, cotidiana, contada con palabras claras, directas. Y sin embargo, ¿qué sentimos al leerlas? El aleteo vago de una emoción inexpresable. ¿En qué consiste ese efecto? ¿Cómo se consigue? Esto es lo que nunca conseguirá explicarnos el mejor profesor universitario. Es el misterio de la poesía, que sólo se manifiesta mediante la misma creación poética.