Archivo mensual: septiembre 2015

Schopenhauer, tal día como hoy hace 155 años

La mañana del viernes 21 de septiembre de 1860, la señora Schnepp llegó algo más tarde que de costumbre. Pensó que no le daría tiempo de ventilar la biblioteca antes de que el doctor saliese del dormitorio, pero lo intentó. Llamó con suavidad a la puerta y la abrió sólo un poco. Vio los pies del doctor enfundados en sus zapatillas junto a Butz, acostado sobre la alfombra. Se disculpó y cerró. En el dormitorio todo estaba en el orden de costumbre. Abrió la ventana, y una hoja seca entró con el aire otoñal. Retiró el orinal y vio que no se había utilizado. Entonces cayó en la cuenta de que no se había interesado por la salud del doctor. Volvió a la biblioteca, llamó con suavidad, no hubo respuesta. Entró. El doctor seguía sentado, levemente recostado sobre el brazo derecho del sofá. Parecía tranquilo. Le dio los buenos días, se acercó, y entonces comprendió. Se inclinó sobre él, le tocó la frente, luego le tomó la muñeca izquierda. Cuando la señora Schnepp alzó de nuevo el rostro vio que los ojos, grandes y negros, del hombre del cuadro la miraban, y le pareció que querían decir algo. Entonces pensó que el doctor tenía razón, que aquellos eran los ojos más hermosos que jamás se habían asomado al mundo.sofa de sch

(De El silencio de Goethe)

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El misterio del pasado

La salvación está en el pasado, dice el famoso autor de novela negra.

La memoria es un misterioso sendero que une el pasado con el presente y que da sentido a lo que somos, afirma también.

Si me han llamado la atención estas frases no es por una razón teórica, filosófica o libresca; es porque ilustran perfectamente ciertas sensaciones que desde hace un tiempo voy teniendo.

Paso por un lugar donde viví escenas de la infancia o de la adolescencia y, de pronto, tengo que detenerme. Intento recuperar con la memoria aquellos momentos, y entonces, por poco que lo consiga, tengo la sensación de que están ahí mismo, de que yo estoy allá mismo, de que puedo recogerlos con las manos para que no se pierdan nunca y siempre me acompañen diciéndome quién soy.

Pero se escurren como el agua entre las manos.

Y sin embargo, yo soy aquel niño, aquel adolescente, aquel joven. Porque, si no, no soy nada.

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Por qué gusta Schopenhauer (filósofos aparte)

En todos aquellos pasajes en que Schopenhauer se pone a hablar del sufrimiento que hay en el mundo, de las miserias y de la furia de vivir de las múltiples encarnaciones de la voluntad (y habla de esto mucho y de manera muy detallada), su elocuencia, que era extraordinaria por naturaleza, así como su genio de escritor alcanzan las cumbres más brillantes y gélidas de la perfección. Schopenhauer habla acerca de esto con una vehemencia tan cortante, con tal acento de experiencia, de conocimiento detallado, que nos espanta y a la vez nos embelesa con su poderosa verdad. Hay en ciertas páginas suyas un salvaje y cáustico escarnio de la vida, tras el que se adivina una mirada centelleante, unos labios apretados, y todo ello mientras va desgranando citas griegas y latinas; hay una inmisericorde y a la vez misericordiosa denigración, constatación, enumeración y fundamentación de las miserias del mundo; todo lo cual, por lo demás, no nos produce ni de lejos un efecto tan deprimente como el que debería aguardarse dada la gran exactitud con que habla Schopenhauer y su sombrío talento expresivo; más bien nos llena de una satisfacción extrañamente profunda, basada en la protesta espiritual, en la indignación humana que allí se expresa y que es perceptible en un reprimido temblor de la voz. Esa satisfacción la experimentan todos. Pues cuando un espíritu justiciero y gran escritor habla en términos generales acerca del sufrimiento del mundo, está hablando también de tu sufrimiento y de mi sufrimiento, y todos nosotros nos sentimos vengados por aquella palabra magnífica y llegamos incluso a tener algo así como un sentimiento de triunfo.”

Thomas Mann, Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Ed. Bruguera. Edición y traducción de Andrés Sánchez Pascual.

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