Archivo mensual: diciembre 2017

La Nochebuena del poeta

guadixHace muchos años (¡como que yo tenía siete!) que, al obscurecer de un día de invierno, y después de rezar las tres Avemarías al toque de Oraciones, me dijo mi padre con voz solemne:

-Pedro: hoy no te acostarás a la misma hora que las gallinas: ya eres grande y debes cenar con tus padres y con tus hermanos mayores. Esta noche es Nochebuena.

Nunca olvidaré el regocijo con que escuché tales palabras.

¡Yo me acostaría tarde!

Dirigí una mirada de triunfo a aquellos de mis hermanos que eran más pequeños que yo, y me puse a discurrir el modo de contar en la escuela, después del día de Reyes, aquella primera aventura, aquella primera calaverada, aquella primera disipación de mi vida.

– II –

Eran ya las Ánimas, como se dice en mi pueblo.

¡En mi pueblo: a noventa leguas de Madrid: a mil leguas del mundo: en un pliegue de Sierra Nevada! ¡Aún me parece veros, padres y hermanos! Un enorme tronco de encina chisporroteaba en medio del hogar: la negra y ancha campana de la chimenea nos cobijaba: en los rincones estaban mis dos abuelas, que aquella noche se quedaban en nuestra casa a presidir la ceremonia de familia; en seguida se hallaban mis padres, luego nosotros, y entre nosotros, los criados…

Porque en aquella fiesta todos representábamos la Casa, y a todos debía calentarnos un mismo fuego.

Recuerdo, sí, que los criados estaban de pie y las criadas acurrucadas o de rodillas. Su respetuosa humildad les vedaba ocupar asiento.

Los gatos dormían en el centro del círculo, con la rabadilla vuelta a la lumbre.

Algunos copos de nieve caían por el cañón de la chimenea, ¡por aquel camino de los duendes! ¡Y el viento silbaba a lo lejos, hablándonos de los ausentes, de los pobres, de los caminantes!

Mi padre y mi hermana mayor tocaban el arpa, y yo los acompañaba, a pesar suyo, con una gran zambomba.

¿Conocéis la canción de los Aguinaldos, la que se canta en los pueblos que caen al Oriente del Mulhacem? Pues a esa música se redujo nuestro concierto. Las criadas se encargaron de la parte vocal, y cantaron coplas como la siguiente:

Esta noche es Nochebuena,

Y mañana Navidad;

Saca la bota, María,

Que me voy a emborrachar.

Y todo era bullicio; todo contento. Los roscos, los mantecados, el alajú, los dulces hechos por las monjas, el rosoli, el aguardiente de guindas circulaban de mano en mano… Y se hablaba de ir a la Misa del Gallo a las doce de la noche, y a los Pastores al romper el alba, y de hacer sorbete con la nieve que tapizaba el patio, y de ver el Nacimiento que habíamos puesto los muchachos en la torre…

De pronto, en medio de aquella alegría, llegó a mis oídos esta copla, cantada por mi abuela paterna:

La Nochebuena se viene,

La Nochebuena se va,

Y nosotros nos iremos

Y no volveremos más.

A pesar de mis pocos años, esta copla me heló el corazón.

Y era que se habían desplegado súbitamente ante mis ojos todos los horizontes melancólicos de la vida.

Fue aquel un rapto de intuición impropia de mi edad; fue milagroso presentimiento; fue un anuncio de los inefables tedios de la poesía; fue mi primera inspiración… Ello es que vi con una lucidez maravillosa el fatal destino de las tres generaciones allí juntas y que constituían mi familia. Ello es que mis abuelas, mis padres y mis hermanos me parecieron un ejército en marcha, cuya vanguardia entraba ya en la tumba, mientras que la retaguardia no había acabado de salir de la cuna. ¡Y aquellas tres generaciones componían un siglo! ¡Y todos los siglos habrían sido iguales! ¡Y el nuestro desaparecería como los otros, y como todos los que vinieran después!…

La Nochebuena se viene,

La Nochebuena se va…

Tal es la implacable monotonía del tiempo, el péndulo que oscila en el espacio, la indiferente repetición de los hechos, contrastando con nuestros leves años de peregrinación por la tierra…

¡Y nosotros nos iremos

Y no volveremos más!

¡Concepto horrible, sentencia cruel, cuya claridad terminante fue para mí como el primer aviso que me daba la muerte, como el primer gesto que me hacía desde la penumbra del porvenir! Entonces desfilaron ante mis ojos mil Nochesbuenas pasadas, mil hogares apagados, mil familias que habían cenado juntas y que ya no existían; otros niños, otras alegrías, otros cantos perdidos para siempre; los amores de mis abuelas, sus trajes abolidos, su juventud, los recuerdos que les asaltarían en aquel momento; la infancia de mis padres, la primera Nochebuena de mi familia; todas aquellas dichas de mi casa anteriores a mis siete años… ¡Y luego adiviné, y desfilaron también ante mis ojos mil Nochesbuenas más, que vendrían periódicamente, robándonos vida y esperanza; alegrías futuras en que no tendríamos parte todos los allí presentes, mis hermanos, que se esparcirían por la tierra; nuestros padres, que naturalmente morirían antes que nosotros; nosotros solos en la vida; el siglo XIX sustituido por el siglo XX; aquellas brasas hechas ceniza; mi juventud evaporada; mi ancianidad, mi sepultura, mi memoria póstuma, el olvido de mí; la indiferencia, la ingratitud con que mis nietos vivirían de mi sangre, reirían y gozarían, cuando los gusanos profanaran en mi cabeza el lugar en que entonces concebía todos aquellos pensamientos!…

Un río de lágrimas brotó de mis ojos. Se me preguntó por qué lloraba, y, como yo mismo no lo sabía, como no podía discernirlo claramente, como de manera alguna hubiera podido explicarlo, interpretose que tenía sueño y se me mandó acostar…

Lloré, pues, de nuevo con este motivo, y corrieron juntas, por consiguiente, mis primeras lágrimas filosóficas y mis últimas lágrimas pueriles, pudiendo hoy asegurar que aquella noche de insomnio, en que oí desde la cama el gozoso ruido de una cena a que yo no asistía por ser demasiado niño (según se creyó entonces), o por ser ya demasiado hombre (según deduzco yo ahora), fue una de las más amargas de mi vida.

Debí al cabo de dormirme, pues no recuerdo si quedaron o no en conversación la Misa del Gallo, la de los Pastores y el sorbete proyectado.

         Pedro Antonio de Alarcón   (Guadix, 1833 – Madrid, 1891)                                                                            

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Aperitivo Pessoa

Ante la proximidad de mi encuentro con Fernando Pessoa, he procedido, como suelo en ocasiones similares, a recoger la información que tengo en casa para luego ampliarla explorando redes internáuticas y bibliotecas. Y me he encontrado con un libro, editado en castellano en 1984, que lleva por título Libro del desasosiego de Bernardo Soares, traducido del original portugués por Ángel Crespo.

Como la mayoría de los míos, el libro contiene muchos subrayados propios. He leído algunas de las frases o párrafos marcados y he pensado que sería una buena introducción, a modo de aperitivo, exponerlos aquí unas semanas antes de que concluya y publique mi consabida entrada en el blog.

Hecho:

La inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiese pensar, se pararía.

                                                               *

Ser pesimista es tomar algo por trágico, y esa actitud es una exageración y una incomodidad.

                                                                       *

El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación.

                                                                       *

Una sola cosa me maravilla más que la estupidez con que la mayoría de los hombres vive su vida: es la inteligencia que hay en esa estupidez.

                                                                     *

Dormía, como si todo el universo fuese una equivocación.

                                                                    *

En verdad, no poseemos más que nuestras sensaciones: en ellas, pues, que no en lo que ellas ven, tenemos que fundamentar la realidad de nuestra vida.

                                                                  *

No es el tedio de la enfermedad del aburrimiento de no tener nada que hacer, sino la enfermedad mayor de sentirse que no vale la pena hacer nada. Y, siendo así, cuanto más hay que hacer, más tedio hay que sentir.

                                                                  *

Es tan difícil describir lo que se siente cuando se siente que realmente se existe.

                                                                    *

La mujer es una buena fuente de sueños. Nunca la toques.

                                                                   *

Si tocas tu sueño, morirá; el objeto tocado ocupará tu sensación.

                                                                   *

Cada uno de nosotros tiende hacia sí mismo con escala en los otros.

                                                                   *

Nuestras mayores tragedias suceden en la idea que nos hacemos de nosotros.

                                                                   *

Es noble ser tímido; ilustre, no saber hacer; grande, no tener habilidad para vivir.

                                                                  *

No sé qué sentido tiene este viaje que he sido forzado a hacer entre una noche y otra noche, en compañía del universo entero.

                                                                  *

La vida nos arroja como una piedra y vamos diciendo por el aire “por aquí me voy moviendo”.

                                                                  *

Solo la debilidad extrema de la imaginación justifica que haya que desplazarse para sentir.

                                                                   *

La mayoría de los hombres vive con espontaneidad una vida ficticia y ajena. La mayoría de la gente es otra gente, dijo Oscar Wilde, y dijo bien.

                                                                   *

La ruina de los ideales clásicos ha hecho de todos artistas imposibles y, por lo tanto, malos artistas. Cuando el criterio del arte era la construcción sólida, la observancia cuidadosa de las reglas, pocos podían intentar ser artistas, y gran parte de estos son muy buenos. Pero cuando el arte pasó a ser tenido como expresión de sentimientos, cada cual podía ser artista porque todos tienen sentimientos.

                                                                    *

La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad.

                                                                    *

Manda quien no siente. Vence quien solo piensa en lo que necesita para vencer.

                                                                     *

Poseer es perder. Sentir sin poseer es guardar, porque es extraer la esencia de algo.

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El espectador pasmado

De vez en cuando, vuelvo a Valldoreix. A la casa que fue del padre, luego mía y ahora de la descendencia. En tales ocasiones suelo sustraerme durante algún rato de la familia para perderme solo por las calles y lugares de otros tiempos.

Hoy he pasado junto al viejo casino de la lejana infancia – vago rumor de risas de payasos y de bailes de mayores espiados por ojos infantiles -, que después, en la adolescencia y primera juventud, fue hotel y lugar de encuentros, escenario de temblores e ilusiones, donde la felicidad siempre estaba a punto de tocarse. Y hoy es triste geriátrico.

He descendido después por la calle que pasa junto al antiguo “colmado”, tienda de alimentos para veraneantes, y lo he visto convertido en algo que se le parece, sin ser lo mismo.

He girado a la derecha y he seguido caminando lentamente al tibio calor del sol invernal. Y he pasado ante el sendero, hoy cortado, que conducía al ensueño wertheriano. Y unos pasos después, en el cruce con la calle que, hacia la derecha, me había de devolver a la casa de ayer y de hoy, me he detenido.

Cara al verde intenso de los pinos y a la montaña próxima – escenario de tantas incursiones adolescentes, solitarias y colectivas –, he permanecido inmóvil, como pasmado. Y he estado pensando en cosas de aquel tiempo.

Y entonces he despertado. ¿Qué hago yo aquí? No hay nada de aquello, nada de lo que fue mi mundo. Nada, nada. Me obstino en seguir contemplando el espectáculo, pero el telón está bajado. Hace tiempo que  la función terminó.

Es hora ya de que abandone la butaca.

Dedicado a Mati, Juan, Julita, Pep, María José, José Arturo, y a cuantos personajes de la antigua escena pasen por aquí.

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