Verano de 2008. El largo día de la vigilia de San Juan aún no ha se ha apagado. En la terraza de un bar situado en un parque de la ciudad se van sentando los amigos. Después de saludarse y cambiar las primeras impresiones, se deciden por el champagne.
TEODORO.- Bien, supongo que estas largas semanas habrán sido fecundas para los que tengan algo que decir.
SILVESTRE.- Y aunque no lo hayan sido, como en mi caso, el sólo hecho de reunirnos, beber y charlar es todo un premio para cualquiera.
LOTARIO.- Estoy de acuerdo. De todos modos no os negaré que me siento algo frustrado. He estado releyendo las copias de todos los relatos y he llegado a la conclusión de que el mío es el más flojo.
OTOMAR. – Lotario, esto no es un concurso literario. Además, si quieres que te diga la verdad, ni siquiera sé cuál fue el relato que nos leíste. Y creo, que más o menos a todos les ocurrirá la mismo.
CIPRIANO.- Yo tengo la impresión de que lo que veladamente pide Lotario es que le demos la oportunidad de corregir la supuesta pobre impresión que nos causó, ofreciéndonos ahora algo realmente genial.
TEODORO.- ¿Es verdad eso, Lotario?
LOTARIO.- Bueno, la verdad es que he escrito algo…pero no quisiera ser el primero en leer.
OTOMAR.- Perfecto, porque yo, en cambio, estoy impaciente por leer el mío y ya me perdonará Teodoro si invado alegremente su territorio.
TEODORO.- ¿Mi territorio? ¿Se puede saber de qué hablas?
OTOMAR.- A ver. No me negarás que, entre nosotros, eres considerado el gran especialista en todo lo relativo al funcionamiento anómalo de la mente, todos recordamos tu espléndido relato La máquina del doctor Kusev, pues bien, yo me he permitido tocar también el tema en mi relato.
CIPRIANO.- Me encantaría escuchar una historia de locos.
TEODORO. – Hablar de “locos” es una actitud muy simplificadora. No hace falta que os explique…
CIPRIANO.- No, no hace falta. A ver, Otomar…
OTOMAR.- Sí, simplificando, es la historia de un loco. Aunque, pensándolo bien, los verdaderos locos son los que no aparecen en la historia, pero han posibilitado el proceso.
SILVESTRE.- Va, Otomar, déjate de explicaciones y empieza de una vez.
OTOMAR.- Empiezo. [ Clicar AQUÍ y, después de leído el relato, regresar a esta pantalla ]
SILVESTRE.- Y lo mejor de todo, el coup de théâtre final.
LOTARIO.- No sólo el final. Yo creo que tiene mucho de teatral. ¿No os lo imagináis como un monólogo dicho ante un público?
CIPRIANO.- La verdad es que sí. Y la carga de malevolencia, por decirlo de un modo suave, es realmente importante.
OTOMAR. – Gracias. Es el simple fruto de una inspiración momentánea, que quizá no se vuelva a presentar. Y ahora yo, autor ignorante, creador inocente, tal como hemos acordado que debe ser, pregunto al experto, ¿puede darse una persona real con estas características?…Es a ti, Teodoro.
TEODORO.- Ya, bueno, paso por alto las ironías y contesto a la pregunta: por supuesto que puede darse, y se da. Individuos con la personalidad escindida y que viven esa escisión con plena conciencia y el consiguiente sufrimiento.
LOTARIO.- Todos vivimos con la personalidad escindida.
CIPRIANO. – Dos almas, ay de mí,
se dividen en mi seno,
exclama Fausto al principio de uno de sus monólogos.
OTOMAR.- Sí, pero la división de que habla Goethe es la de siempre, la de toda la vida, la del individuo que se debate entre sus buenos propósitos y sus malos instintos, la del que es campo de la eterna batalla entre el ángel y la bestia o, por decirlo de manera más racional y aséptica, entre el intelecto puro y la naturaleza animal. Es también la escisión que representa el maestro en alguna de sus obras, especialmente en Los elixires del Diablo. Pero ésta que se ilustra en mi relato es distinta, más moderna, de hecho, tiene poco más de un siglo de antigüedad y no puede llamarse simplemente “escisión”, quiero decir que no es una división en dos, al modo antiguo, sino una multipartición, una fragmentación. El sujeto no queda dividido en dos, sino en una multitud. El Yo no existe.
TEODORO.- Vaya, vaya, mira por dónde parece que nuestro inocente e ignorante autor Otomar ha echado mano de toda una batería de teorías para fundamentar su relato.
OTOMAR.- Eso no es exacto. No “he echado mano de”. El relato me ha salido sin pensar, ya os lo he dicho, pero luego me he puesto a investigar sobre el asunto y he dado con los “promotores” de esa moderna actitud, que ejemplifica mi protagonista. Mirad, guardo por aquí unos apuntes de textos que he encontrado sobre el tema. Leo:
“La contraposición que Nietzsche realiza entre el Ich cartesiano, sea concebido como yo o como alma, y el Selbst, permite la apertura a la idea de un sujeto múltiple donde la ficción de la identidad es pensada como juego constante de estructuración-desestructuración, y, en este sentido, es siempre provisoria.”
Y este otro: “Nietzsche, anticipándose a Freud, plantea este problema con la idea de que el yo es una ficción, una sustancia inexistente. Se trata, en la visión de ambos pensadores, de una pluralidad de fuerzas en conflicto. Cada uno de nosotros es la lucha de muchos yoes (Nietzsche) o la tensión de instancias internas al individuo que se contraponen (Freud) y no la unívoca manifestación de una esencia”.
CIPRIANO.- Bien, pues si el yo no existe, la actitud de tu protagonista parece más bien normal. Quiero decir que no estaríamos entonces ante un caso de locura, sino ante una manifestación lógica de la verdadera naturaleza humana.
SILVESTRE.- ¿Creéis realmente que, a pesar de todo, no existe en cada uno de nosotros un núcleo central al que se pueda llamar “Yo”?
OTOMAR.- El sentido común dice que sí, que existe ese Yo.
CIPRIANO.- Sí, pero el sentido común no es una herramienta preciada en filosofía. Ni en psicología, ni, por supuesto, en el arte.
OTOMAR.- ¿Pues para qué sirve entonces el sentido común?
CIPRIANO.- Para la cocina, según un famoso filósofo… aunque últimamente algunos grandes cocineros también lo están expulsando de los fogones.
TEODORO.- De todos modos, por mucha división que reine en la conciencia del individuo, yo no me resigno a descartar la vieja realidad del Yo.
OTOMAR.- Nadie se resigna, quiero decir que todo el mundo piensa y actúa como si ese Yo nuclear existiese realmente, independientemente de que exista o no. Pero otra cosa son las teorías…
LOTARIO.- Sí, los juegos caprichosos de fantasía que los pensadores trazan sobre el acontecer necesario de la realidad.
CIPRIANO.- Tienes razón, Lotario. Caprichosas o no, las construcciones de los pensadores más o menos científicos, son incapaces de apresar la realidad. Por este motivo, una “verdad” científica suele ser invalidada por otra que le sucede en el tiempo. No ocurre así en el arte, donde cada obra es una verdad inamovible. Y es que, a diferencia de lo que ocurre en la ciencia, en el arte no se puede hablar de progreso. La astronomía moderna constituye un progreso frente a la astronomía de Tolomeo, pero El Castillo de Kafka no constituye un progreso frente a la Divina Comedia de Dante: ambas son obras cumbre de la literatura mundial, sin que el tiempo ni los “descubrimientos” que median entre una y otra tengan ninguna relevancia en sus respectivos méritos artísticos.
TEODORO.- Has hablado muy bien, Cipriano. Pero ya va siendo hora de que alguien nos regale con otro relato.
Si realmente el tiempo es infinito, todo lo que puede ocurrir habría ocurrido ya.
Parece que sobre esta afirmación de Schopenhauer edificó Nietzsche su teoría del “eterno retorno”, teoría que ha sido luego admitida a trámite filosófico sin pestañear por serios pensadores que no dudarían en reírse del misterio de la Santísima Trinidad, pongo por caso. Pero yo creo que, para que la proposición citada se considere no una simple suposición sino una posibilidad cumplida, serían imprescindibles dos requisitos.
Primero. Que el tiempo sea en efecto infinito. Y es que hay varias creencias, religiosas o filosóficas, que no lo imaginan así. En el pensamiento cristiano, por ejemplo, se concibe un principio del tiempo, que es el acto creador de Dios, y un final, marcado por el regreso de Cristo y el fin de la historia, del tiempo. Por supuesto que esta creencia no está demostrada. Ni las otras tampoco.
Segundo. Que no se conozca o no se haya entendido en absoluto la concepción del tiempo en Kant y en Schopenhauer.
Obviamente, este último requisito requiere una aclaración. Intentaré darla, pidiendo por adelantado disculpas por mi torpeza en el manejo del instrumental filosófico.
La idea del eterno retorno, como la del tiempo infinito que le sirve de base, o del tiempo finito que la contradice, son hipótesis que se dirían formuladas por alguien exterior a la conciencia humana, que observase el devenir de las cosas y de los individuos.
Pero ese alguien no existe o, si existe, no se dedica a escribir filosofía. Así que esa hipótesis – la del eterno retorno – ha sido elaborada por la mente humana en una clara extralimitación de sus competencias. Y es que para una mente humana despierta – y que haya leído y entendido a K o a S -, el tiempo no es ni finito ni infinito; el tiempo es una cualidad, una característica consustancial al modo de operar del cerebro humano, una especie de foco connatural que permite conocer y distinguir lo que, en sí, es Uno e indistinguible.
Aplicando nuestro congénito foco del tiempo, experimentamos un suceso después de otro, (igual que aplicando el foco del espacio vemos un objeto al lado de otro). Ese es todo el tiempo del que podemos hablar.
El tiempo nace conmigo y muere conmigo. Y si, por un raro milagro, fuese cierto que yo ya había vivido antes o que este instante se me repite, al no tener conciencia o constancia de ello es exactamente igual que si no fuese cierto. Por la misma razón, todas las teorías sobre transmigraciones y similares son absolutamente inútiles. Es mi opinión.
También opino que los filólogos poetas no deberían dedicarse a la filosofía, sobre todo si son psíquicamente inestables. Y no opino más, porque hay mucho nietzscheano por ahí dispuesto a echarme la caballería encima.
Por otra parte, la frase de Schopenhauer que, según parece, está en la base de la teoría de Nietzsche ha de ser entendida en su contexto y en la intención del autor: poner de relieve la contradicción entre la idea de tiempo infinito y la idea de progreso, ya que, de existir el progreso en un tiempo infinito, allá donde hemos de llegar ya habríamos llegado sobradamente.
EGO.- Cada persona tiene su filósofo, lo sepa o no, y la metafísica atea del nuestro corresponde a quienes ni abdican de la razón ni piensan que, con ella, todo ha de ser de color de rosa.
ALTER.- Pero ha llovido mucho desde entonces. ¿Por qué esa fijación en un filósofo de hace siglo y medio? En filosofía, ¿tampoco hay progreso?
EGO.- No hay manera de saberlo. Pero, en realidad, lo que no hay es filosofía.
ALTER.- ¿En siglo y medio? Tú bromeas…
EGO.- Hay porciones. Un poco de estética por aquí, otro de ética por allá, unos tomos de teoría del conocimiento, otros sobre hermenéutica, un curso sobre el lenguaje, otro sobre semiótica en general…
ALTER.- Pero nadie se atreve a dar una visión de conjunto…
EGO.- Esa es la palabra, nadie se atreve. Y es que a algunos no les faltan ganas, pero, después de cien años de hablar de la imposibilidad de un saber total, de la desaparición de la misma totalidad ante la fuerza disgregadora de las particularidades, de la disolución o fragmentación del individuo, de la “anarquía de los átomos”, que subvierte tanto la jerarquía de lo real cuanto el discurso que debiera imponerle un orden…después de aceptar todo eso como artículo de fe del pensar hoy homologable, quién se atreve a montar un sistema, una explicación global del mundo, cosa que ha sido la tarea propia del filósofo hasta mediados del siglo XIX…Schopenhauer y Marx fueron los últimos herederos de la ilustre saga que se inició con Platón y Aristóteles. A partir de Nietzsche se rompen no sólo los esquemas, sino hasta la posibilidad de trazar cualquier esquema global.
ALTER.- Pero esa imposibilidad ¿es cierta o no?
EGO.- En la esfera de la mente, es cierto lo que se tiene por cierto. Y, salvo rarísimas excepciones, todo pensar se acomoda al dogma de la época, por muy “transgresor” que se imagine. Así, que habrá que esperar la llegada de ese genio rarísimo, de la talla de un Kant, quiero decir, para ver si se puede dar la vuelta a la caótica dispersión inaugurada por Nietzsche.
ALTER.- No te cae simpático Nietzsche…
EGO.- No se trata de si…no, no me cae simpático, nada simpático. Verás, para empezar, lo que me ocurre con Nietzsche es que no lo entiendo. No quiero decir que no entienda lo que dice, no, lo que no entiendo es el sentido que pueda tener, para la comprensión del mundo y de mí mismo, el conjunto de lo que dice. En su obra, el pensar riguroso ha sido sustituido por la erupción anárquica de ideas, algunas geniales pero casi todas gratuitas. Su escritura es la de un adolescente en estado de exaltación maníaca. Como poeta, podría pasar. Y es que la locura no está reñida con la poesía, pero sí con la filosofía.
ALTER.- ¿Has pensado que tu diatriba indignará a tanto nietzscheano como corre por ahí?
EGO.- Y qué. También ellos me indignan a mí. Creo firmemente que si Nietzsche no hubiera existido, en el mundo habría menos confusión. Y eso sin tener en cuenta a tanto nazi-tarado que, sin haberlo leído ni por el forro, lo utiliza para justificar sus fechorías. Pero en fin, a lo mejor tienen razón en atribuírselo sin haberlo leído, porque, como decíamos antes, cada persona tiene su filósofo, lo sepa o no.
ALTER.- Ego, me gustaría que hablásemos de literatura…
EGO.- Sí, tienes razón. Ésa era la idea central de estos diálogos…pero, sin olvidar los otros mundos, recuerda. Además, Nietzsche es básicamente literatura. Pero, de acuerdo, yo también prefiero dejarlo.
ALTER.- Creo que ya ha quedado claro lo principal, según tú: que no es un pensador de tu agrado. También en su momento quedó claro qué otro pensador sí es de tu agrado. Y a propósito de esta palabra tan curiosa, “pensador”, es raro ¿no?, recuerdo ahora que, hace una jornadas, apuntaste que, allá hacia el final de tu adolescencia, tres “pensadores” te despertaron de tu sueño dogmático. ¿Estamos ya en condiciones de saber quiénes son?
EGO.- Ningún problema. Son, o mejor dicho, fueron Papini, Séneca y Unamuno.
ALTER.- Curiosa combinación, ¿no? ¿Tienen algo en común?
EGO.- ¿Algo en común? La verdad es que no lo había pensado. A ver… para mí lo que más claramente tienen en común es… que los leí, los descubrí, al mismo tiempo, entre los 17 y los 18 años, primero Papini y a continuación los otros dos. Por lo demás, a parte de que los tres priman la ética sobre la estética y que, para los tres, la operación de pensar es un ejercicio personalísimo, nunca sujeto a autoridades incuestionables, no creo que tengan gran cosa en común.
ALTER.- De Papini apenas sé nada. ¿Fue filósofo?
EGO.- No, “pensador”. En realidad fue un literato, autor de relatos cortos, de biografías muy personales, como las de Cristo y Dante, y de fantasías sobre el mundo contemporáneo y sus fantasmas, como El LibroNegro y Gog. Empezó a escribir hacia el 1900 desde una posición vagamente anarquista, muy del gusto de los transgresores de la época (era el momento de la muerte y ascensión de Nietzsche), luego participó en el movimiento futurista y finalmente se convirtió, o reconvirtió, al catolicismo. Como figura muy respetada, vivió estupendamente los años del fascismo, y murió en 1956, justa e injustamente olvidado.
ALTER.- Así, con esos cuatro trazos, no parece una biografía muy ejemplar, aunque sólo sea por su connivencia con el fascismo.
EGO.- ¿Lo acabas de leer en un artículo periodístico eso de “su connivencia con el fascismo”? Por favor, prescindamos de las frases hechas…y no seamos demasiado estrictos en eso de querer encajar los avatares vitales y profesionales con los de la política del país. O apliquemos la misma vara a todo el mundo. ¿Te has detenido a pensar cuántas celebridades de este país vivieron estupendamente, como figuras muy respetadas, durante los años del franquismo?
ALTER.- Sí, tienes razón, desde Cela, entre los ya muertos, hasta…
EGO.- ¡Por favor, respetemos la norma!
ALTER.- De acuerdo, me callo…. Pero, ¿qué es lo que te atrajo en Papini?
EGO.- La fuerza de su escritura. Me causó un impacto enorme. Por primera vez no estaba leyendo aventuras más o menos interesantes o clásicos más o menos fosilizados, sino algo que parecía escrito con la sangre del propio autor. Palabras y sangre era precisamente el título del conjunto de relatos que me lo descubrieron. Ya con la lectura del primero, Tres de septiembre, se me reveló de repente la posibilidad que el dogma oficial me había ocultado: la posibilidad de que la existencia humana no tenga ningún sentido. Papini es un escritor con una gran fuerza y una gran carga de profundidad. Pero esa profundidad no se refiere a unas ideas o conceptos determinados, sino que está en su misma fuerza, en esa manera al mismo tiempo directa y poética de desnudar al ser humano y abandonarlo ante las últimas cuestiones…que quizá no tienen respuesta.
ALTER.- Pero él sí eligió una respuesta.
EGO.- Podría no haberlo hecho, como no lo hizo al principio, y sin embargo su fuerza fue siempre la misma.
ALTER.- Pasemos a Unamuno.
EGO.- A diferencia de Papini, y de Séneca, Unamuno no fue por mi parte una elección o descubrimiento solitario. Ya estaba en el ambiente. Era el curso 57-58. A punto de irrumpir en el mundo no oficial universitario el marxismo y el existencialismo (como ves, hasta en la heterodoxia íbamos retrasados), lo más anti que corría por ahí era Unamuno y algún otro de la Generación del 98.
ALTER.- ¿Y qué sentido tenían esos autores en esa época?
EGO.- Yo creo que ninguno. Pero cierto falangismo no oficial los había puesto de moda.
ALTER.- ¿Qué relación hubo entre el falangismo y Unamuno?
EGO.- Yo creo que Unamuno, en algunas formulaciones del falangismo, ve reflejadas sus preocupaciones “nacionales” esencialistas. Pero lo que sí es cierto es que el falangismo bebió bastante de la fuente unamuniana. Hasta el extremo de que en la actualidad suelen confundirse algunas citas, como aquello de “me duele España”, que más de una vez he visto atribuido a José Antonio, cuando en realidad fue Unamuno el padre del invento.
ALTER.- Acabó mal con el franquismo, ¿no?
EGO. Acabó casi antes de empezar, y con una dignidad ejemplar, que le redimió de cualquier simpatía precipitada que pudiera haber tenido por el “Alzamiento”. Y su muerte casi inmediata nos impide comprobar que él no hubiera sido de los que vivieron estupendamente bajo el franquismo…Pero todo esto es el contexto de mi descubrimiento. Nada tiene que ver con lo que me atrajo de él.
ALTER.- ¿Y qué fue lo que te atrajo?
EGO.- Su sinceridad. Una sinceridad que consiste en ponerse él mismo como tema, y, a través de todas sus dudas e inquietudes, tratar de llegar al fondo de la cuestión, fondo que, precisamente por su sinceridad y honradez, no llegará nunca a alcanzar. Lo único que a cada cual importa y, por lo tanto, lo único que debe importar a la filosofía, viene a decir, es el hombre concreto, el individuo de carne y hueso que vive, goza, sufre y sabe que ha de morir. Lo único que de verdad conocemos es la experiencia de la vida, nuestra existencia concreta, que se manifiesta como un esfuerzo sostenido por seguir viviendo, por no dejar de ser…Pero, además, Unamuno no es tan “listo” como para echar por la borda la razón y subirse al carro del irracionalismo gratuito, y ahí el problema, ahí el conflicto que se desarrolla a lo largo de toda su obra. Por una parte, su experiencia interior, acorde con un hondo sentimiento religioso, le mantiene en el anhelo ferviente de una vida eterna. Por otra, los datos de la ciencia y el ejercicio de la razón reducen ese anhelo a la categoría de ilusión. Si hubiese sabido prescindir de la razón, como un auténtico irracionalista, no habría habido agonía (lucha) unamuniana; si hubiese sabido prescindir de su anhelo de eternidad, de su sed de fe, como un auténtico racionalista, tampoco. Pero su hambre de eternidad le impedía aceptar un racionalismo reduccionista, y su sano raciocinio le impedía abandonarse ilusamente a la “fe del carbonero”. Esta era su tragedia.
ALTER.- Se le ha considerado un precursor del existencialismo…
EGO.- Con toda justicia. El fue, después de Kierkegaard, quien puso en el centro de la filosofía el individuo en su existir concreto, su angustia de saberse un ser para la muerte. Angustia que, para él, sólo la fe podría apaciguar… pero hacía ya tiempo que la fe había sido inmolada en el altar de la Razón.
ALTER.- ¿Puede decirse de Unamuno que fue un filósofo?
EGO. – No sé. Yo creo que el calificativo que mejor le va es el de pensador.
ALTER.- Por supuesto…Te gusta la palabreja, ¿no?
EGO.- Es la que mejor se acomoda a ciertos casos. Me refiero a esos escritores que no se limitan a la creación estrictamente literaria, artística, sino que además suelen abordar a través de sus ficciones temas considerados del dominio de la filosofía. En Goethe tenemos el ejemplo más claro. ¿Quién osaría decir sin faltar a la verdad que, además de poeta, novelista y científico, Goethe fue filósofo? Y sin embargo, ha sido una de los grandes pensadores de la humanidad.
ALTER.- A Séneca sí que le va el calificativo de filósofo…
EGO.- No lo creas. Has de tener en cuenta que, a diferencia de los griegos, los romanos no se interesaron por la filosofía. De hecho, no produjeron ningún filósofo original. Cicerón no fue más que un divulgador de la filosofía griega, Séneca sólo nos ofrece una ética, tomada de los estoicos (griegos), y otro tanto puede decirse de Marco Aurelio. Y creo que no se podría nombrar ninguno más. Compara esto con la enorme abundancia de la filosofía griega.
ALTER.- Eran gente muy práctica los romanos, ¿no?
EGO.- Sí, con una actitud muy pragmática. Temas tales como de qué está hecho el mundo y qué posición ocupa en él el hombre no les interesaban gran cosa. En cambio, desarrollaron el derecho como instrumento para garantizar el orden social, y de la filosofía sólo cultivaron su aspecto más práctico, es decir, aquel que nos puede ayudar a discernir cómo hemos de actuar: la ética.
ALTER.- Se ha dicho que la ética de Séneca es muy parecida a la cristiana y, por otra parte, es sabido que fue consejero de Nerón, incluso en la época de los grandes excesos de éste. ¿Cómo se compagina lo uno con lo otro?
EGO.- Cómo se compagina la teoría con la práctica, la idea con la vida. Este es el dilema que todos hemos de sufrir y que muy pocos saben resolver. Lo normal es que los ideales o, dicho más modestamente, las buenas intenciones, queden muy malparadas en su confrontación con los imponderables de la vida práctica. Pero hay que reconocer que el de Séneca es, o parece, un caso extremo.
ALTER.- Ensalzaba la pobreza y era poseedor de una inmensa fortuna, ¿no?
EGO.- Eso no sería lo peor. Después de todo, lo que decía era que las riquezas habían de servir al hombre, no el hombre a las riquezas, Reflexión elemental que hoy sigue tan vigente, y desoída, como en su época. Lo peor eran los métodos que, al parecer, utilizaba para acumular riquezas y, por supuesto, sus turbias relaciones con el poder. Como consejero de Nerón parece que, al principio, trató de encauzar al joven emperador de acuerdo con sus propios principios éticos. Pero la cosa no fue fácil. Pronto Nerón empezó a mostrarse como lógicamente se ha de mostrar un adolescente débil de carácter, adulado por todos y que tiene todo el poder. Y sin embargo, Séneca no dejó de figurar a su lado. De hecho, era su ministro principal junto con Afranio Burro. Y a su lado estaba cuando, entre otras fechorías, Nerón hizo matar a su propia madre. ¿Aprobaba Séneca los crímenes del emperador? ¿Aguantaba en su puesto para intentar reprimirle en lo posible? ¿Era un adulador interesado? ¿O un honrado consejero humillado y resignado?
ALTER.- Podía dimitir.
EGO.- No, no podía. Incluso esta decisión había de contar con el beneplácito del tirano…Pero dimitió. Cuando Burro murió, sintiéndose sin fuerzas para luchar contra los que pretendían desalojarle del poder, comunicó al emperador su decisión de abandonar. Nerón no lo aceptó, pero él igualmente se retiró.
ALTER.- Con lo cual firmó su propia sentencia de muerte, ¿no?
EGO.- Bueno, al principio pareció como si Nerón se hubiese olvidado de él. Hasta que, tres años después, el descubrimiento de la conjuración de Pisón llevó al amedrentado emperador a buscar conspiradores bajo las piedras…y entonces se acordó de Séneca y…fin de la historia.
ALTER.- Se puede decir que la dignidad de su muerte le redimió de la ambigüedad de su vida.
EGO.- Sí, se puede decir. Pero, como comprenderás, no es su biografía lo que me atrajo de él.
ALTER.- Lo supongo. ¿Te hago la pregunta? ¿Qué es lo que te atrajo de Séneca?
Hay personas que viven como si vivir fuese lo más natural del mundo. Hay otras que se angustian y sin cesar se interrogan sobre esta existencia que no han buscado ni saben para qué sirve. Y, en fin, las hay que, sin participar de la conformidad animal de las primeras ni del delirio sin fin de las segundas, saben de los dos extremos y procuran navegar por en medio evitando encallarse en uno o destrozarse contra el otro.
Yo diría que los filósofos pertenecen a esta tercera categoría, con la excepción de aquellos que, no sabiendo navegar debidamente, acaban de mala manera rompiéndose el alma contra los escollos, como el tal Nietzsche.
La frase con que he iniciado este escrito es de J.P. Jacobsen y la he hallado citada en un ensayo de Claudio Magris sobre el poco conocido escritor danés. La verdad es que me ha impactado. Y es que, cuando uno se encuentra con frases como ésta, no puede menos que preguntarse ¿a qué tanta palabrería inútil cuando existe la posibilidad de expresarse así? Posibilidad para unos pocos, cierto, porque la inmensa mayoría necesita ingentes cantidades de palabras para decir casi nada. Quizá yo mismo.
Sí, me ha impactado. Y después de considerarla un buen rato, de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante, de arriba abajo y de abajo arriba, he llegado a la conclusión de que la frase posee incalculables cualidades creadoras, es decir, que es susceptible de desplegarse infinitamente dando origen a multitud de mundos mentales. De esos que los filósofos van colocando en las esferas donde giran hipótesis y teorías.
Hay personas que viven como si vivir fuese lo más natural del mundo. Primera reacción: por supuesto, ¡qué cosa más natural que la vida! ¿No sería un contrasentido considerarla como algo antinatural, cuando es naturaleza pura?
Pues no tan por supuesto. Es verdad que en el planeta tierra la vida nos parece natural. Pero si nos apartamos un poco y nos vamos a la Luna, o a Marte, o a cualquier planeta de los sistemas conocidos, no encontraremos ningún nativo de esas regiones que opine que la vida es natural, más que nada porque esos nativos no existen, y parece que ni siquiera existe la vida en forma alguna. ¿Puede llamarse natural algo que solo se produce en el planeta Tierra, un pequeñísimo y prácticamente ilocalizable lugar del Universo? Más bien parece un milagro. Pero no se trata aquí de considerar milagros, sino de desgranar mundos a partir de una frase. Sigamos…(seguirá). (De Postales filosóficas: la serie)