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JANE AUSTEN. La mitad del mundo I

jane austen

One half of the world cannot understand the pleasures of the other.

Hay un dicho popular que afirma que sobre gustos no hay nada escrito, y una respuesta no tan popular que responde pero hay gustos que merecen palos. Yo creo que ambas sentencias no superan la prueba de la realidad.

Sobre gustos, y ciñéndonos a la literatura, hay escrito nada menos que toda la crítica literaria producida en el universo de los libros. Cierto que el enjuiciador de turno nos dirá que su opinión responde al valor objetivo de la obra, no a su gusto particular, pero es esta una explicación que no se cree nadie, seguramente ni él mismo.

En cuanto a lo segundo, es cierto que hay gustos que reciben palos, pero no se sabe quién decide que los merezcan, a parte del sentir subjetivo del apaleador.

Lo curioso es cuando las actitudes antitéticas de sumo gusto y de grandes palos convergen en el mismo creador, o creadora. No suele ocurrir, pero ocurre a veces. El caso más vistoso es el de Jane Austen, escritora inglesa de finales del siglo XVIII y principios del XIX.

La más antigua novelística inglesa se sitúa en la primera mitad el siglo XVIII, con autores como Samuel Richardson, Daniel de Foe y Henry Fielding. Pero no es hasta la aparición de Jane Austen que la novela no adquiere sus rasgos modernos más característicos, con un tratamiento de la realidad y de la psicología de personas “corrientes” en ambientes “corrientes”.

Bueno, no tan corrientes. Como toda obra que aspira a reproducir la normalidad y la cotidianidad, la de Austen se circunscribe de hecho a ambientes muy concretos con límites que nunca se traspasan. El sentido universal de la obra lo dará en todo caso la profundidad (a veces, nada aparente), no la extensión.

Para comprender un poco la novelística de Austen hay que tener en cuenta dos aspectos:

La porción de realidad que cae bajo el foco de la escritora. Se trata del ambiente de la pequeña aristocracia y burguesía rural del sur de Inglaterra; de las relaciones dentro de las familias y entre los pequeños grupos sociales de ese medio, con insistencia en los problemas matrimoniales, patrimoniales y, en especial, en la psicología de las jóvenes hijas de familia, que se debaten entre las conveniencias sociales y económicas (el matrimonio era la única solución) y los sueños abonados por la tendencias románticas de la época, que suelen ser blanco de la ironía de la autora.

El tratamiento de esa realidad. Precisamente la ironía es el rasgo más característico de la novelística austeniana, cosa tan evidente y tan comentada que parece mentira que aún haya quien asocie Austen con novela “rosa”. Ironía que la autora suele aplicar tanto al convencionalismo como al sentimentalismo, pero no a ciertas realidades firmes, como la familia – se sentía muy bien en la suya, numerosa, hasta el punto de que, contradiciendo los imperativos de época y sociedad, no le urgía casarse -, el amor fraternal y la amistad. Y haciendo gala además de una escritura ágil, amena, exenta de cualquier explicación farragosa, basada siempre en un diálogo vivo e inteligente mediante el cual los mismos personajes se van retratando.

Aunque escribe desde la adolescencia, no empieza a publicar hasta 1811, a los 36 años, cuando sale a la luz Juicio y sensibilidad (Sense and sensibility, título también traducido como Sensatez y sensibilidad y Sentido y sensibilidad). ¿Autoría? Consta en la portada: “by a Lady” (“por una Dama”). Un año después aparece Orgullo y prejuicio.

Al principio sus lectores – lectoras en su mayoría  – se reclutaban entre una élite similar a la de los ambientes que describe. Pero pronto su popularidad fue en aumento, hasta verse refrendada y autorizada por ciertas figuras de primera línea del mundo las letras. Uno de los autores más destacados que contribuyeron a su “canonización” fue Walter Scott, contemporáneo suyo, pero en la cúspide de la fama, quien escribió:

Esa joven dama tiene un talento para describir las relaciones de sentimientos y personajes de la vida ordinaria, lo cual es para mí lo más maravilloso con lo que alguna vez me haya encontrado.

También recibió elogios de Coleridge, Macaulay y otros muchos y, ya en el siglo XX, se la llegó a comparar con Shakespeare por su maestría en la caracterización de personajes.

Por otro lado, no tardaron en llegar los palos. En carta a un amigo Charlotte Brontë escribe que todo lo que encuentra en Orgullo y prejuicio, además de una evidente falta de pasión, es

un jardín cerrado y cuidadosamente cultivado, de bordes limpios y flores delicadas; pero ni una vívida y brillante fisionomía, ni campo abierto, aire fresco, colina azul, o arroyo estrecho. 

Natural que una de las más destacadas escritoras románticas se sintiese incómoda ante una literatura inmune a la imaginería del romanticismo. Por su parte, el pensador norteamericano, Emerson opina que las novelas de Austen son

vulgares en el tono, estériles en la invención, aprisionadas en las estrechas convenciones de la sociedad inglesa, sin genio, fantasía o imaginación del mundo.

Pero sin duda el más contundente en la expresión de su disgusto ante la obra de Austen es el también americano Mark Twain, quien manifiesta que cualquier biblioteca es buena siempre que no tenga un solo ejemplar de Jane Austen y, en un alarde de humor negro, proclama que cada vez que leo Orgullo y prejuicio, siento ganas de desenterrarla y golpearle el cráneo con su propia tibia.

¿Cómo se explica tamaña disparidad de opiniones? No sé. Uno puede tener la tentación de considerar que los detractores están en realidad matando al mensajero, es decir, que trasladan a la autora el malestar que les produce el ambiente y los intereses de un grupo social, de un modo de vida, que odian visceral y comprensiblemente. Pero ocurre que no parece creíble que cabezas como las de Emerson o Twain puedan caer en semejante trampa.

Entonces, imagino que se trata de cierta  peculiaridad del género humano; género que consideramos único pero que en realidad se divide en partes incomunicadas e incomunicables entre sí. O, dicho con palabras de la misma Jane Austen, que

la mitad del mundo no puede comprender los placeres de la otra mitad.

(CONTINÚA)

(De Escritoras)

 

 

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