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Volver a vivir

A Romà, que cumple cinco años

Cuando contemplo a mi nieto de cinco años, con todo ese derroche de alegría, de fantasía inagotable, de curiosidad infinita, de sentido del humor, sí, de sentido del humor, me pregunto si no estaría bien que yo pudiese volver ahí donde ahora está él, quiero decir, si no sería estupendo empezar de nuevo el camino de la vida desde esa posición inmejorable, que yo mismo – con las evidentes diferencias de caracteres – también ocupé.

Y me respondo que seguramente, no. Y pienso sobre las razones.

En la vida, un principio inmejorable no es más que una buena base, un buen augurio, como se dice; de ningún modo es garantía de que a uno le aguarde un camino de rosas.

Yo estoy en el tramo final de la existencia. Si consideramos los grandes males que siempre han afligido a los seres humanos – guerras, catástrofes, miseria, hambre, enfermedades… -, he sido un hombre afortunado. Nací en un país con fama de violento y fratricida, a los pocos meses de terminada la última guerra civil, y he disfrutado de una paz pública – primero impuesta, luego más o menos acordada – sin interrupciones. En los asuntos particulares e íntimos no me ha ido mal. Incluso el sueño de toda mi vida ha tenido finalmente un cumplimiento. No triunfal, pero razonable. Empezar de nuevo el camino con la esperanza de que, como mínimo, la misma suerte se repita parece cosa de locos.

Y además, es imposible, como ya me lo advertía aquel bolero que sonaba en todas las radios de mi infancia.

Y además, están las reflexiones de ciertos filósofos en el sentido de que el balance final de la vida siempre es negativo (será que todavía me falta conocer lo peor).

No sé. Por una parte, admiro a esos filósofos por la estricta coherencia de sus apreciaciones y, sobre todo, por la valentía de encarar esa visión del mundo. Por otra…

Lo siento, pero cuando contemplo a mi nieto de cinco años, no hay manera de creerme eso de que “lo mejor sería no haber nacido”.

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Qué es un genio

Hace tiempo que los entendidos decidieron que el genio no existe. Y llamo “entendidos” a aquellas personas que, habilísimas en el olfateo de las tendencias imperantes en las modernidades sucesivas, se expresan siempre de acuerdo con lo que estas dictan. Lo que ingenuamente se llama “genio”, dicen, es solo el producto de las condiciones materiales y del esfuerzo y laboriosidad del individuo, y afirmar otra cosa es retrotraerse a un romanticismo trasnochado, carente de bases científicas.

Pues que digan. Que yo de todos modos pienso divagar un poco sobre lo que, hasta hace no sé cuanto tiempo, se entendía por genio… Y se sigue entendiendo, por supuesto, con total desprecio por parte de la ciudadanía hablante hacia los dictados de la modernidad de turno.

Mozart era un genio, como Victor Hugo, como Einstein. Como bastantes más. Pero no muchos. Las cualidades de esos individuos les permitieron crear su obra de una manera radicalmente original y brillante. ¿Cuáles son esas cualidades? Cedo la palabra al doctor Schopenhauer (traducido por R.R. Aramayo):

Todo conocimiento profundo y hasta la genuina sabiduría radica en la captación objetiva de las cosas… Siempre hay una captación intuitiva en el proceso creativo, donde toda obra de arte genuina y cualquier pensamiento inmortal recibe la chispa de la vida

…Lo que se denomina el despertar del genio, la hora de la inspiración, el momento del éxtasis, no es otra cosa que la liberación del intelecto, cuando éste queda eximido transitoriamente de su servicio a la voluntad. […] Por contra, en toda reflexión deliberada el intelecto no es libre, dado que la voluntad le guía y le prescribe su tema…

 …Esos hombres sumamente raros, cuya verdadera importancia no se cifra en lo personal y lo práctico, sino en lo objetivo y teórico, están en situación de captar lo esencial de las cosas y del mundo, o sea, las verdades más elevadas, así como de reproducirlas en cierto modo y manera…

 …La esencia del genio es contraria a la naturaleza, al consistir en que el intelecto, cuyo destino es estar al servicio de la naturaleza, se emancipe de este servicio, para actuar por cuenta propia…

Pero estas citas tienen un problema. Y es que el no conocedor de la filosofía de Schopenhauer puede fácilmente confundirse sobre el significado de algunos de los términos que contienen. Por ejemplo, la intuición, el conocimiento intuitivo que ahí se menciona no tiene nada que ver con lo que coloquialmente se entiende por intuición, que es algo así como adivinación. Para el filósofo la intuición es el conocimiento directo de las cosas, independiente de todo procesamiento racional. Tampoco la “voluntad” es aquí lo que normalmente se entiende por tal, sino la fuerza ciega inconsciente que está en todo y lo mueve todo, manifestación directa de la desconocida “cosa en sí”.

Así, que lo que básicamente distingue al genio es la contemplación distanciada, no interesada, de la realidad, o de la “idea” (otro concepto a aclarar, pero no tengo ahora ni tiempo ni ganas). Esta particularidad es lo que le permite alumbrar obras o ideas geniales, es decir, que los otros no pueden ni imaginar, atrapados como están por sus propios intereses inmediatos, por la “voluntad”.  Y es también lo que le hace relativamente incapaz para moverse en la vida práctica, fenómeno que el vulgo señala con el tópico de “sabio distraído” y que el filósofo ejemplifica perfectamente diciendo que el genio es tan apropiado para la vida práctica como un telescopio astronómico para el teatro.

Se ha dicho que hay rasgos que el genio comparte con el loco y con el niño. Paso por alto lo del loco, porque su tratamiento resultaría demasiado complicado para un espacio tan breve y superficial como éste. Pero me detengo un instante en lo del niño.

El genio comparte con el niño la visión desprejuiciada de las cosas, la curiosidad desinteresada, la mirada siempre virgen, naturalmente creativa, tan distinta de la mirada apagada del adulto, que apenas se digna posarse sobre un mundo que considera ya visto y archivado de una vez por todas.

En las Confidencias sobre Goethe de Riemer se menciona que Herder y otros censuraban a Goethe el ser eternamente un niño grande, llevando razón en lo que decían, mas no en utilizarlo como crítica. También de Mozart se dice que siguió siendo un niño toda su vida. 

Concluyendo, creo yo que entre una cosa y otra ya podríamos aventurar una definición del genio, que nada tendría que ver con romanticismos trasnochados, aunque sí, lo reconozco, con un sistema filosófico determinado. Pues bien, ahí lo dejo, que cada cual piense lo que quiera, que en esto no puede haber pecado. Diferente si hablásemos de política.

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