No solo el hecho de que se trate de un fenómeno rarísimo en todo el Universo nos hace dudar de la supuesta naturalidad de la vida. Hay algo más decisivo y más profundo. Algo muy difícil de explicar. Tan difícil que a ello se ha dedicado toda la filosofía, la literatura y el arte en general de todas las épocas sin mayor resultado que breves atisbos más o menos inspirados o reveladores.
Y las religiones también, por supuesto. Pero las religiones hacen trampa, dicho sea sin ánimo de molestar a nadie, porque nos ofrecen la respuesta antes de llevar a cabo la indagación. Lo que nos lleva a pensar que o se la creen de buena fe sin prueba alguna, o mienten, o tienen acceso a información privilegiada
Lo cierto es que, a simple vista, la vida, y en especial la vida humana, la conciencia, parece por completo antinatural. Esto es lo que, de hecho, opinan los filósofos pesimistas cuando consideran que la conciencia es un error de la vida, y la vida un error de la materia. Claro que los filósofos optimistas lo ven desde el otro lado y consideran que en realidad la vida es un progreso de la materia, y la conciencia humana un progreso de la vida. Así que, dependiendo de la visión del vaso (medio lleno o medio vacío), tenemos ante nosotros un panorama desolador, hecho de errores y derrotas, o una perspectiva ilusionante de continua marcha ascendente hacia las estrellas.
Yo, ahora mismo, no sabría inclinarme por una opción u otra. Así que lo mejor que puedo hacer es aproximarme a los distintos aspectos o elementos de la vida (humana, entiéndase así en adelante) para tratar de conocerlos y poder finalmente hacerme una idea del conjunto, si es que eso es posible.
No, no es por la repentina conciencia del tiempo que pasa inmisericorde, ni por la nostalgia de la infancia y la juventud perdidas, ni por el obligado recuerdo de los que ya no están con nosotros, ni por las poco alegres condiciones de estas navidades. La melancolía de la Navidad es para mí algo consustancial de las mismas fiestas. Antes, ahora y tal vez siempre.
La mañana soleada, el paseo matutino de los niños con el padre, mientras las mujeres ultiman en casa todo lo necesario. El gran aperitivo, la profusión de vasos, copas, copitas , tacitas y toda suerte de cubiertos sobre la mesa, con impolutos manteles blancos bordados. Y la larga y ancha procesión de manjares, el vino, el champagne (aún no llamado “cava”), los barquillos, el café, los turrones, el jerez, los licores (todo está permitido ese día incluso para los pequeños).
Y mientras los mayores cuentan viejas historias familiares, mil veces oídas, y la tarde es ya noche oscura en el exterior, uno de los hijos, ya adolescente, se derrumba sobre un sillón, ofuscado por la bebida y la calidez del ambiente, quizá soñando con huidas imposibles. Toma una revista que está a su alcance, la hojea con desgana y, de pronto, se detiene en una página. Trata de poesía, de la Navidad y de un gran poeta catalán muerto hace unas décadas. Lee:
Sento el fred de la nit i la simbomba fosca…
El adolescente siente que hay algo mágico en ese lúgubre inicio. Sigue leyendo… y acaba:
Demà posats a taula oblidarem els pobres -i tan pobres com som- Jesús ja serà nat Ens mirarà un moment a l’hora de les postres i després de mirar-nos arrencarà a plorar.
Y es entonces cuando se le muestra al mismo tiempo el misterio de la poesía y la insoportable melancolía de la Navidad. Porque también él, como Jesús, llora ante la irremediable pobreza de los hijos de este mundo.
Hay personas que viven como si vivir fuese lo más natural del mundo. Hay otras que se angustian y sin cesar se interrogan sobre esta existencia que no han buscado ni saben para qué sirve. Y, en fin, las hay que, sin participar de la conformidad animal de las primeras ni del delirio sin fin de las segundas, saben de los dos extremos y procuran navegar por en medio evitando encallarse en uno o destrozarse contra el otro.
Yo diría que los filósofos pertenecen a esta tercera categoría, con la excepción de aquellos que, no sabiendo navegar debidamente, acaban de mala manera rompiéndose el alma contra los escollos, como el tal Nietzsche.
La frase con que he iniciado este escrito es de J.P. Jacobsen y la he hallado citada en un ensayo de Claudio Magris sobre el poco conocido escritor danés. La verdad es que me ha impactado. Y es que, cuando uno se encuentra con frases como ésta, no puede menos que preguntarse ¿a qué tanta palabrería inútil cuando existe la posibilidad de expresarse así? Posibilidad para unos pocos, cierto, porque la inmensa mayoría necesita ingentes cantidades de palabras para decir casi nada. Quizá yo mismo.
Sí, me ha impactado. Y después de considerarla un buen rato, de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante, de arriba abajo y de abajo arriba, he llegado a la conclusión de que la frase posee incalculables cualidades creadoras, es decir, que es susceptible de desplegarse infinitamente dando origen a multitud de mundos mentales. De esos que los filósofos van colocando en las esferas donde giran hipótesis y teorías.
Hay personas que viven como si vivir fuese lo más natural del mundo. Primera reacción: por supuesto, ¡qué cosa más natural que la vida! ¿No sería un contrasentido considerarla como algo antinatural, cuando es naturaleza pura?
Pues no tan por supuesto. Es verdad que en el planeta tierra la vida nos parece natural. Pero si nos apartamos un poco y nos vamos a la Luna, o a Marte, o a cualquier planeta de los sistemas conocidos, no encontraremos ningún nativo de esas regiones que opine que la vida es natural, más que nada porque esos nativos no existen, y parece que ni siquiera existe la vida en forma alguna. ¿Puede llamarse natural algo que solo se produce en el planeta Tierra, un pequeñísimo y prácticamente ilocalizable lugar del Universo? Más bien parece un milagro. Pero no se trata aquí de considerar milagros, sino de desgranar mundos a partir de una frase. Sigamos…(seguirá). (De Postales filosóficas: la serie)
ALTER.- El otro día me preguntaba qué es lo que nos lleva a elegir un libro para leer, en vez de otro.
EGO.- Supongo que lo mismo nos lleva a elegir a una persona, para la amistad o el amor, en vez de a otra: la intuición de que ése es el libro, o la persona, que necesitamos.
ALTER.- Intuición que en muchos casos resulta falsa.
EGO.- En bastantes casos, sí, tanto con los libros como con las personas. Pero bueno, eso dependerá de las dotes intuitivas de cada cual. Los hay que casi siempre aciertan…y también los hay que casi siempre se equivocan.
ALTER.- Y también habrá el término medio.
EGO.- También, pero todo lo que tiene que ver con el término medio carece por completo de interés.
ALTER.- Vaya sorpresa. Te creía ponderado, ecuánime, colega de Claudio Magris y todo eso.. y ahora sales con…
EGO.- ¿Con qué? He dicho que el término medio carece de interés, no que carezca de todas las demás virtudes.
ALTER.- Pero, volviendo al tema, en tu caso ¿qué es lo que te lleva a empezar a leer un libro determinado?
EGO.- Las vías que te llevan a elegir un libro…hay de todo….puede ser… la lectura de otro libro. Esto es lo más corriente en mí. Una lectura te habla sugestivamente de un autor, o de un ambiente vinculado a un autor, y te entra el deseo de conocerlo directamente. El Danubio, de Claudio Magris, por ejemplo, me descubrió el mundo de Joseph Roth y, de un tirón, me leí cinco libros suyos, y con el máximo placer, te lo aseguro: La marcha Radetzky es una de las mejores novelas que he leído en mi vida. También puede ser… la lectura de algún artículo o reseña en un periódico o revista: de este modo me interesé por Claudio Magris, o también, el paseo por una librería hojeando los libros de los estantes, aunque este procedimiento, por lo general, más que llevarme a un autor determinado, me ha desaconsejado muchos.
ALTER.- ¿Y por la recomendación de algún amigo?
EGO.- Hace años, muchos años, un amigo me descubrió a Henry Miller; recientemente, otro me ha descubierto una deliciosa novelita de Thomas Mann, que no conocía.. Pero son casos excepcionales. Por lo general, la recomendación de los amigos no funciona en mi caso.
ALTER. – ¿Y las películas? ¿No te han sugerido alguna vez una lectura?
EGO.- Sí, pero sobre todo en la adolescencia y juventud. Por la película Quo vadis, leí la novela y lo mismo ocurrió con Sinué el Egipcio, y supongo que con alguna otra. Pero desde entonces, no recuerdo que ninguna película me haya conducido a una obra o autor.
ALTER.- Ya que has apuntado el tema, ¿qué opinas de la relación entre literatura y cine?
EGO.- Que, desde el nacimiento del cine, siempre ha existido…aunque con resultados más bien raquíticos.
ALTER.- Sí, es muy difícil que una obra literaria sea trasladada correctamente al cine.
EGO.- Depende. Una buena obra literaria perderá siempre en su traslado al cine, y es que hay que tener en cuenta que, si la obra la ha creado un verdadero artista, forzosamente necesitará otro artista de verdad para ser llevada a la pantalla con similares resultados. Por la misma razón, con las obras menores la adaptación resultará mucho más fácil. Es muy difícil que una gran novela no pierda profundidad y ambigüedad, es decir su riqueza más característica, al ser llevada al cine. Con el teatro es diferente…ahí tienes las excelentes versiones cinematográficas de Shakespeare, Oscar Wilde y otros. Y no me refiero al teatro meramente filmado, por supuesto. Y es que, pese a lo que pueda parecer por la profusión de medios con que cuenta el cine, el lenguaje cinematográfico es mucho más afín al teatral que al novelesco.
ALTER.- Y sin embargo, como tú mismo has apuntado, parece que el cine, con todos sus medios y efectos especiales, se presta perfectamente para representar toda la acción novelesca.
EGO.- ¿Toda?… A ver ¿A qué acción nos referimos? ¿A la que consiste en batallas, carreras y persecuciones? Por supuesto que ésa sí es representable por el cine. Pero no es éste, o no es éste principalmente, el tipo de acción que contiene una buena novela. La acción propia de una novela tiene que ver con el interior de los personajes, y con el del propio lector, y consiste en un proceso, por lo general lento y muy sutil, de modificación de las conciencias. A través de las vicisitudes de la acción externa, los personajes experimentan unas mutaciones internas que hacen que, por el ejemplo, el protagonista no sea al final lo mismo que era al principio. Don Quijote empieza como un hombre que quiere ser loco para poder vivir y termina como un hombre que quiere ser cuerdo para poder morir. Y también la conciencia del lector se modifica: cuando uno acaba de leer una novela, una buena novela, no es el mismo que cuando la empezó a leer.
ALTER.- Y tú crees que esa acción interior…
EGO.- Es muy difícil, por no decir imposible, que el cine la capte del texto de una novela, conservando el mismo espíritu que le infundió el autor.
ALTER.- ¿Y con el teatro no ocurre lo mismo?
EGO.- No, porque ahí la acción interior se desprende directamente de los diálogos de los personajes, diálogos que el cine puede recoger perfectamente, adaptándolos a sus propios medios expresivos, mientras que en la novela no se desprende sólo de los diálogos, que a veces ni siquiera existen, sino de todo el texto de la obra, con toda su riqueza de ambigüedades y matices. Y ahí radica la dificultad. ¿Te imaginas una adaptación cinematográfica de À rebours de Huysmans?
ALTER.- No, no me la imagino…De todos modos, seguro que recordarás alguna buena adaptación cinematográfica.
ALTER.- Sí, y alguna mala. Empecemos por la mala, y no es que sea de las peores, por cierto. El túnel, de Sabato, fue llevada a la pantalla por un director creo que español, y cosechó críticas más bien favorables. Pues bien, lo que yo vi fue una representación estéticamente muy cuidada de la misma historia que se cuenta en el libro, pero fría, glacial, carente por completo del fervor y la pasión con que el narrador nos arrastra en la novela. Yendo al otro caso, Dublineses, dirigida por Huston, adaptación del relato Los muertos, de Joyce, me pareció un ejercicio increíble de sabiduría cinematográfica en perfecta sintonía con la obra literaria.
ALTER.- Quizá es que tratándose de un relato corto…
EGO.- Quizá, no; seguro. Porque es el caso que el mismo Huston filmó una adaptación de Bajo el Volcán, de Malcolm Lowry…donde se ejemplifican todas las dificultades que antes he apuntado. Y es que la película es una buena ilustración de algunos aspectos de la novela, pero la inmensa riqueza que encierra la obra de Lowry queda casi por completo fuera de la pantalla. Lo mismo podría decirse de otra adaptación estimable, Guerra y paz, dirigida por King Vidor. Pero ¿es que alguien puede pensar que el riquísimo mundo literario de Tolstoy puede expresarse por otro medio que no sea la literatura? Una novela no es un guión cinematográfico. O no debería.
EGO.- Larra, el primero de los periodistas españoles, y no sólo en el tiempo.
ALTER.- Desde luego. La mayoría de sus artículos se leen hoy con un interés enorme, algo que parece increíble después de casi dos siglos y en un campo como el periodismo, donde prima la más rabiosa actualidad.
EGO.- Lo bueno permanece, déjate de historias, sea periodismo, sea lo que sea. Lo que ocurre es que, para que la obra periodística permanezca ha de ser algo más que buena, y eso sólo lo ha conseguido Larra y pocos más, como Julio Camba, Josep Pla…y alguno que otro que ahora no se me ocurre. Pero seguro que, en total, se pueden contar con los dedos de una mano.
ALTER.- ¿Y qué me dices de la obra no periodística de Larra?
EGO.- Que si no fuese por sus artículos, no hubiese pasado a la historia de la literatura, puedes estar seguro.
ALTER.- ¿Tan mala es?
EGO.- Tiene un problema, y grave: la falta de distanciamiento, la evidente implicación del autor en la historia. El Doncel de Don Enrique el Doliente, por ejemplo, es una novela histórica a la moda de entonces, con una clara influencia de Walter Scott, pero mientras en las novelas del escocés el autor guarda silencio, en la de Larra está siempre presente, imponiéndonos abusivamente su pathos y su visión del mundo, y lo mismo ocurre en su tragedia Macías. Y eso es algo imperdonable, sobre todo en teatro, que es el género literario con mayor vocación de objetividad. Dicho de otra manera: en un artículo periodístico se puede adoctrinar; en una novela, en un drama, no.
ALTER.- ¿Y tú crees que adoctrinaba en sus artículos? A mí me da la impresión de que se reía de todo.
EGO.- Es la misma impresión, falsa, que tenían la mayoría de sus contemporáneos. Lo tachaban de gracioso, lo que es cierto. Pero, además de gracia, en sus artículos hay agudeza, ironía, sarcasmo y una buena dosis de amargura. Como para quitarse de encima el sambenito de “gracioso” que le habían colgado, escribió: “En este país, en sabiendo contar lo que pasa, cualquiera tiene gracia, cualquiera hará reir”.
ALTER.- ¡Genial!
EGO.- Pero está claro que su intención no era sólo hacer reir. Larra no es sólo un humorista, ni sólo un costumbrista, como Mesonero Romanos; en sus escritos hay siempre una voluntad moral, una intención de reforma de las costumbres y de progreso de la sociedad.
ALTER.- ¿En qué sentido?
EGO.- En el sentido que hoy calificaríamos de avanzado y democrático. Pone como ejemplos a países como Francia e Inglaterra, y se muestra convencido de que, con el tiempo, España los alcanzará.
ALTER.- Partiendo de donde partía, hay que reconocer que era bastante optimista.
EGO.- Lo era. Casi tanto como pesimista.
ALTER.- ¿Las dos cosas al mismo tiempo?
EGO.- Es que hay dos Larras: el constructivo de la mayoría de sus artículos y el destructivo de algunos de ellos; el ilustrado que propugna una sociedad racional y ordenada, basada en la libertad, en el progreso material y en la cultura, y el romántico que vislumbra el caos y la nada por doquier, incluso en el corazón de esa sociedad racional y ordenada. “Libertad para recorrer un camino que no lleva a ninguna parte”, llega a escribir.
ALTER.- Clásico y romántico al mismo tiempo, ¿no?
EGO.- Bueno, en eso no se distinguiría de la mayoría de las personas. Pero lo que yo advierto en Larra es una personalidad gravemente descompensada, desequilibrada: poderoso en el análisis, raquítico en la síntesis; ve los males como nadie, los estudia, los analiza, los reprueba; en todo este proceso camina sobre tierra firme. ¿Cuál es la respuesta a esos males, a esas carencias? Una España en paz, libre, próspera, “europea”. Sí, en lo social tiene una referencia, un modelo, algo que proponer y hacia donde ir, pero…
ALTER.- En lo personal…
EGO.- Ahí está el gran déficit de Larra; su incapacidad para sintetizar un modelo personal, que sirva para el individuo y no sólo para la sociedad.
ALTER.- O sea, cero en inteligencia emocional.
EGO.- Evidente. La descompensación, el desequilibrio de la personalidad de Larra la veo de esta manera: por una parte, una inteligencia poderosa, penetrante, que aplica a la crítica corrosiva y sin embargo constructiva de la sociedad; por otra parte, una incapacidad radical de esa inteligencia para proporcionarle una visión del mundo, no sólo política, en el que se pueda sentir mínimamente cómodo. Claridad meridiana sobre la sociedad: sus defectos, sus remedios; oscuridad absoluta sobre el individuo, “mi corazón no es más que otro sepulcro”, escribió. Y es esta zona de oscuridad la que más me interesa.
ALTER.- Oscuridad que le llevaría a la muerte, ¿no? Una muerte tremendamente romántica, como la de Werther, o sea, como la del amigo aquél de Goethe…Muerto por el amor de una mujer, qué cosas…
EGO.- Bueno, decir que lo mató el amor de una mujer es tanto como decir que lo mató la acción de la pistola. No aclara gran cosa.
ALTER.- Pero la causa inmediata fue el desengaño amoroso…
EGO.- No, la causa inmediata fue la presión del dedo sobre el gatillo.
ALTER.- Pero…¿a qué juegas?…Ah, ya…Atención: se anuncia una teoría, una teoría “bastante curiosa”, formulada por no se sabe quién…
EGO.- No, no… la formulo yo, directamente…aunque a la sombra de ya sabes quién.
ALTER.- Adelante.
EGO.- Desde el día siguiente de su muerte se empezaron a formular teorías sobre cuáles habrían podido ser las razones que le empujaron al suicidio, La más antigua, y hoy la menos aceptada, es la que ve en la desesperación amorosa el motivo claro de su decisión, sin necesidad de más averiguaciones. Esta teoría sería irrefutable si, de todo el encadenamiento de las causas y efectos, pudiésemos separar el tramo final, porque efectivamente el suicidio se produjo inmediatamente después de la negativa de la amante a reanudar las relaciones. Pero ocurre que el tramo final es sólo el tramo final, y separarlo del resto para considerarlo de manera exclusiva supone dejar fuera…casi todo. Otra tendencia, defendida sobre todo por escritores muy preocupados por lo político y social, minimiza el hecho amoroso y busca los motivos en la frustración de Larra ante la España de la época: no fue comprendido, sus escritos no produjeron el resultado que buscaba, su voluntad reformista se estrellaba contra la zafiedad y holgazanería de la sociedad, su intento de participar en política resultó abortado por obra de un pronunciamiento militar (aunque de color progresista). En definitiva, a Larra “le dolía España”, como más tarde diría Unamuno, y por eso se suicidó.
ALTER.- ¿Por eso?
EGO.- Es lo que yo me pregunto. Quizá sea ésta una cuestión muy personal, muy ligada al temperamento de cada cual, pero a mí me resulta muy difícil concebir que una persona, por patriota que sea, se suicide porque el país no anda como él quisiera. Francamente, esta teoría me parece menos creíble que la anterior.
ALTER.- Y a mí.
EGO.- Finalmente, la teoría más ponderada es la que admite todos los factores, desde el fracaso amoroso hasta el fracaso personal, social y político, como determinantes de un estado de ánimo que finalmente le empujó al suicidio. Piensa que el que había sido, desde su adolescencia, uno de los escritores más famosos y aclamados de España, en los últimos meses, tras el fracaso político, se había convertido en una especie de apestado, a cuya casa llegaban diariamente anónimos insultantes.
ALTER.- Bueno, los partidarios de esta teoría seguro que aciertan. Tienen todos los números.
EGO.- Menos el ganador.
ALTER.- ¿Cómo dices?…Ah, ya…Ahora es cuando se despliega la brillante teoría.
EGO.- Brillante, no, elemental. Yo creo que Larra se suicidó porque había nacido con vocación de suicida, como había nacido con vocación de escritor, vocaciones ambas tan claras como irreprimibles, aunque por suerte no tienen por qué ir juntas. Si examinamos sus escritos, sobre todo aquellos pasajes en que se expresa de manera más personal, advertimos siempre un profundo pesimismo, un sentimiento radical de vacío, una atracción fatal por la nada del sueño y de la muerte. Y no sólo en los últimos escritos, donde pudieran actuar los factores antes citados, sino también en los primeros, es decir, antes de toda experiencia. En el artículo El Café, que escribió a los dieciocho años, dice que todo es ilusión, que la única verdad está en el sueño (en el dormir). El sueño, imagen de la muerte, añado yo.
ALTER.- Pero eso es determinismo absoluto…
EGO.- Absoluto no, pero casi. Lo cierto es que en el carácter de Larra estaba esbozado su destino.
ALTER.- El carácter en el sentido que antes…
EGO.- Por supuesto. Como tú y yo sabemos, las vicisitudes no marcan el carácter; es el carácter el que se expresa a través de las vicisitudes. Más claro: en Larra, el sentimiento de vacío no es consecuencia de ciertas experiencias vitales; por el contrario, el modo en que experimenta la vida es consecuencia de su sentimiento de vacío. Sí, en el carácter de Larra -como nos ocurre a todos- estaba esbozado su destino. Sólo unas circunstancias extremadamente favorables hubieran podido dar a ese destino una forma menos trágica.
ALTER.- ¿Y tú crees que él era consciente de ese destino?
EGO.- Por lo menos semiconsciente, como todos los suicidas vocacionales, como Pavese, que a través de un personaje femenino de uno de sus relatos prefigura su propio suicidio en un hotel de Turín.
ALTER.- ¿Y hay alguna “prefiguración” en la obra de Larra?
EGO.- En cierto modo sí, al menos de la causa de su muerte, y de la peculiar venganza que imagina para la “causante”. Tres años antes del trágico 13 de febrero, en su tragedia Macías, escribe estas palabras, que el despechado amante dirige a su amada:
ALTER.- Es que hace días que no dejo de darle vueltas a un problema, y no le veo la solución.
EGO.- ¿Es grave?
ALTER.- No. Es teórico.
EGO.- ¿Filosófico?
ALTER.- Quizá…
EGO.- Suéltalo ya.
ALTER.- El otro día asistí a una conferencia sobre el tema “La información veraz: lo objetivo y lo subjetivo”. El conferenciante, un famoso periodista, defendía, contra lo que él llamaba la marea del subjetivismo, que la información objetiva es posible, que basta para ello con ceñirse a los hechos y describirlos honradamente.
EGO.- ¿Y tú qué opinas?
ALTER.- Siempre he pensado eso mismo.
EGO.- ¿Dónde está entonces el problema? ¿Cuál es el motivo de tu preocupación?
ALTER.- Es que cuando el periodista ha expuesto la tesis contraria, para luego rebatirla, ha despertado tantas dudas en mí, que la defensa que ha hecho de su propia tesis no ha sido suficiente para disiparlas.
EGO.- Se trata sin duda de un hombre honrado y leal.
ALTER.- Eso me ha parecido: objetivo, imparcial.
EGO.- Yo no he dicho tanto. La honradez, la lealtad, la sinceridad sólo guardan un lejano parentesco con la objetividad y la imparcialidad. De hecho, pertenecen a familias diferentes.
ALTER.- Pues yo entiendo que una persona honrada será siempre objetiva e imparcial.
EGO.- Tenderá a ello. Pero hay un problema, o dos. La objetividad es algo muy difícil de alcanzar, por no decir imposible, en todo caso es siempre cuestión de grado. La imparcialidad simplemente no existe.
ALTER.- Dices que la objetividad es muy difícil de alcanzar, y sin embargo, para el conferenciante, parecía algo muy sencillo: basta con ceñirse a los hechos.
EGO.- Sí, pero ¿a qué hechos?
ALTER.- A los que constituyen el caso que se describe.
EGO.- ¿A todos? Eso es imposible. Los hechos que constituyen un caso, o digamos, para ajustar mejor el término, los datos que constituyen un caso son prácticamente infinitos (en un accidente de tránsito, por ejemplo, desde la dirección y velocidad de los vehículos, hasta los pensamientos que cruzaban por la mente de los conductores, pasando por el grado de desgaste de cada una de las ocho ruedas). Forzosamente, y a menudo inconscientemente, se eligen unos y se prescinde de otros, y toda elección es una operación subjetiva. Y cuando ese periodista investiga y describe una historia se ajustará a unos hechos, a unos datos, no lo dudo, pero a los que él consciente o inconscientemente elige entre los miles o millones que “objetivamente” configuran la historia.
ALTER.- Así, que la objetividad es imposible.
EGO.- Eso parece…en todo caso, es cuestión de grado.
ALTER.- Y la imparcialidad…
EGO.- Es un mito. Los gérmenes de los juicios que emitimos los llevamos dentro de nosotros mismos. Goethe decía “puedo prometer ser sincero, no imparcial”.
ALTER.- Dichoso Goethe…
EGO.- Eso es una gran verdad. Porque estoy seguro de que, entre todas las personas cuyos nombres ha guardado la historia, Goethe es quien supo alcanzar la mayor felicidad posible. Su obra es importantísima, pero su vida fue su mejor obra de arte. De él dijo un contemporáneo que lo que escribía era muy bueno, pero mejor era lo que hablaba y aún mejor lo que vivía.
ALTER.- ¿Y cuales fueron las causas de semejante portento?
EGO.- ¿Cuáles son las causas del genio? A eso debería responder la ciencia…si estuviese en condiciones de hacerlo.
ALTER.- Pero cuál es tu opinión personal.
EGO.- Si la ciencia no tiene opinión, según creo, ¿cómo quieres que yo la tenga?…De todos modos, quizás podríamos acercarnos a una respuesta por la vía de la eliminación.
ALTER.- ¿Cómo?
EGO.- Tratando de descartar aquellos factores que, tras un breve examen, deban ser rechazados.
ALTER.- Adelante.
EGO.- La teoría de la herencia está totalmente desacreditada, pero prestémosle un momento de atención. El padre y la madre de Goethe, así como sus abuelos, eran personas muy normales, el padre tirando a mediocre; no se sabe de ningún ascendiente con rasgos geniales. El hijo de Goethe parece que era algo estúpido, además de borrachín; no se sabe de ningún descendiente con rasgos geniales.
ALTER.- Vale, eliminada la herencia, veamos ahora la educación, la formación.
EGO.- La educación, la formación que recibió Goethe es la misma que recibió o podía recibir cualquier muchacho de su país, época y clase social. Que él sacase más provecho que los otros obedece a algún factor desconocido, que sin duda es el que tratamos de descubrir.
ALTER.- El ambiente…
EGO.- Aplícale lo que acabo de decir. Muchas personas vivieron en el mismo ambiente de Goethe, pero ninguna alcanzó parecido grado de genialidad. Y ahí va un ejemplo. Karl Wilhelm Jerusalem era un joven conocido de Goethe; como éste, amaba la poesía, la literatura, el pensamiento, el arte, es decir, que en cuanto a formación, ambiente e intereses coincidían plenamente. Jerusalem se enamoró de una mujer casada; obsesionado por una pasión sin remedio, se quitó la vida. Por los mismos años, Goethe se enamoró de una mujer comprometida; obsesionado por una pasión sin remedio, escribió una novela…para cuyo final trágico utilizó la triste historia del amigo.
ALTER.- ¡Werther!
EGO.- Sí.
ALTER.- Y díme ¿los genios no se suicidan?
EGO.- Los parciales sí, en algunos casos. Pero yo estoy hablando de una especie de genio total, es decir, de una persona que, además de tener una capacidad extraordinaria en una o varias materias (ciencia, poesía, música o lo que sea), posee la capacidad suprema de mantener en equilibrio todos sus mundos y tendencias, de alcanzar la máxima armonía vital posible.
ALTER.- O sea, una persona que, además de un diez en su asignatura, saca un diez en inteligencia emocional.
EGO.- Sí, se podría decir así. Y creo que, en este aspecto, nadie ha superado a Goethe.
ALTER.- Pero alguien habrá que se le acerque.
EGO.- A ver…déjame pensar…Picasso, sin duda; Dante, quizá…aunque los sinsabores que le proporcionó la política apuntan a algún tipo de carencia que le aparta del genio total…Y no sé si encontraría alguno más. Todos andan bastante deficientes en inteligencia emocional, como tú dices, y algunos con un cero clarísimo. Ahí tienes a Allan Poe, Dostoievski, Tolstoy, Van Gogh, Nietzsche y, por supuesto, casi todos los románticos: Novalis, Kleist, Holderlin, Nerval y un larguísimo etcétera.
ALTER.- Y Larra, ¿no?
EGO.- Yo no diría que Larra fuese un genio en el sentido que estamos dando al término. Larra fue un personaje destacadísimo en la España de su época. O sea, un tuerto en un país de ciegos. De todos modos, me gustaría que hablásemos de él.
ALTER.- Ahora no, por favor. Por una vez, podríamos intentar llegar al final de nuestras disquisiciones. Estábamos tratando de investigar las causas del genio.
EGO.- Sí, es cierto. Y, siguiendo un proceso de eliminación, habíamos descartado…
ALTER.- La herencia, la educación, la formación, el ambiente…
EGO.- ¿Qué nos queda?
ALTER.- El carácter, digo yo…y no se me ocurre nada más…a no ser que incluyamos la alimentación, la astrología y esas cosas.
EGO.- ¿Por qué no? Todo influye sobre todo. En el universo todo es interdependiente, todo está intercomunicado.
ALTER.- ¿Así que tú crees que los astros influyen sobre las personas?
EGO.- Seguro. Pero, a diferencia de los sabios astrólogos, ignoro por completo cómo y hasta dónde. Lo que ocurre es que, aunque tomásemos la astrología en consideración, nos encontraríamos con el mismo tipo de obstáculo que ya vimos a propósito de la educación y el ambiente, y es: ¿por qué, de todas las personas que nacieron en el mismo momento y bajo el mismo cielo, sólo Goethe fue genial?
ALTER.- Bien. Descartados los astros, pasemos al carácter.
EGO.- Como quieras. Pero primero tendríamos que ponernos de acuerdo sobre el significado de la palabra. ¿Tú que entiendes por carácter?
ALTER.- Pues…la manera de ser, de reaccionar, de comportarse una persona, eso que, fuera de lo físico, define al individuo y que se va modelando y perfilando con los años…
EGO.- Así que sólo los viejos tendrán un carácter definido.
ALTER.- Más que los jóvenes.
EGO.- ¿Y qué me dices de los bebés? ¿No has observado que hasta los niños de pocas semanas tienen un carácter bien definido?
ALTER.- Yo diría embrionario.
EGO.- Embrionario, vale….luego ya está ahí, y todo lo que hace a lo largo de la vida es manifestarse.
ALTER.- Y la experiencia ¿no cuenta?
EGO.- Como motivo, como estímulo para la manifestación del carácter.
ALTER.- A ver, defínete de una vez. ¿Qué es para ti el carácter?
EGO.- La definición que tú has apuntado es la más corriente. Pero yo prefiero otra, al menos a los efectos del tema que nos ocupa.
ALTER.- Adelante.
EGO.- Para mí, el carácter es la naturaleza propia e inmutable de un ser. Toda persona entra en el mundo con su carácter ya formado. El carácter no es la consecuencia de la acción de la experiencia sobre el temperamento, como afirman muchos psicólogos. Al contrario, bajo el estímulo de las diversas experiencias uno actúa siempre y necesariamente de acuerdo con su propio carácter. El carácter es lo primero. Con el carácter nacemos y de él no nos podemos desprender. “Genio y figura hasta la sepultura”, afirma el dicho castellano, como corroborando la idea germánica.
ALTER.- ¿Germánica?
EGO.- Ah, he olvidado decirte que mi definición del carácter coincide por completo con la del Filósofo. Pero te aseguro que él la formuló mucho antes que yo.
ALTER.- Lo creo… Concluyendo, tú opinas que el secreto del genio está en el carácter, entendiendo éste como algo no adquirido y moldeable, sino como algo innato e inmutable.
EGO.- Aparte de lo que yo opine, creo que es la única opción que nos ha dejado nuestro proceso de eliminación.
ALTER.- Quizá, pero le veo un problema.
EGO.- ¿Uno?
ALTER.- Y es que no se trata propiamente de una solución, sino de una tautología. Decir que el genio está en el carácter es simplemente darle otro nombre. Porque, en el caso de un individuo genial ¿qué diferencia habrá entre lo que llamamos genio y lo que tú entiendes por carácter? Me parece que son la misma cosa con distinto nombre.
EGO.- No te falta razón, ¿y sabes lo que significa eso? Que si nuestros pasos han sido correctos, cosa bastante dudosa, hemos ido a dar de narices en el mismo muro en que se topa la ciencia cuando avanza todo lo posible en la investigación de las causas: en la incognoscibilidad de las causas últimas. Y es que la materia propia de la ciencia es el mundo de los fenómenos, mientras que las causas últimas se sitúan más allá de lo fenoménico.
ALTER.- ¿Estás hablando de metafísica?
EGO.- Eso parece. Y la metafísica no es de competencia de la ciencia, cosa que parecen olvidar algunos científicos de hoy cuando nos hablan del instante anterior (?) a la formación del Universo o de la existencia o inexistencia de Dios.