Archivo de la etiqueta: Aristóteles

LA CIUDAD Y EL REINO: unas claves

I  Las palabras

Todo escritor tiene en su interior un almacén de datos (algunos, ignorados por él mismo) que, a medida que escribe, van apareciendo, trasluciéndose, en la superficie de la obra. Algunos escritores tiran con plena conciencia de ellos; otros dejan que se asomen sin apenas darse cuenta, y el lector no muy enterado tiene que esperar a que llegue el crítico agudo para que sean desenterrados e iluminados.

Yo, lamento decirlo, soy de los primeros. Es decir, de los que con plena conciencia aceptan la memoria de lo leído, para ir vistiendo su escritura. Lo lamento, porque queda más bien, parece más profundo y resulta más misterioso que las fuentes permanezcan enterradas quizá para siempre.

Lo mío no tiene nada de misterioso – al menos, en apariencia. Se resuelve solo con que el lector muy leído vaya descubriendo los remotos orígenes de tal frase o idea.

Pero ocurre que, por muy leído que sea el lector, es imposible que su memoria lectora coincida con la del escritor de turno, que en este caso soy yo. Así que, a la espera de los críticos y comentaristas avezados, que hasta es posible que me descubran datos sorprendentes sobre mí mismo, cosa que suele suceder, he decidido emplearme en la humilde y casi mecánica tarea de descubrir y explicar el origen de ciertas frases y pensamientos que jalonan la obra.

Así que tomo un ejemplar de mi novela La ciudad y el reino, publicada por Editorial Páramo en noviembre de 2020, y procedo:

1

Si te apartas de la sociedad perderás la noción de la norma. Y tu obra solo será el resoplido de una bestia o la ensoñación de un dios.(pág. 13)

ARISTÓTELES lo había dejado bien claro: El hombre solitario es o una bestia o un dios.

2

la filosofía no es más que un género literario… (pág. 30)

Creo que fue BORGES quien alumbró esta idea, pero no recuerdo la frase exacta ni sé (ni importa mucho) la manera de encontrarla.

3

los pobres muertos y los pobres heridos estaban tendidos allí, y el sol se ponía magníficamente detrás de Maguntiacum. (pág. 37)

En 1792 GOETHE acompañó a su soberano Carlos Augusto en la campaña militar que emprendieron los ejércitos de varios estados alemanes contra la Francia revolucionaria. Entre mayo y agosto de 1793 participó en al asedio de Mainz (la antigua Maguntiacum), ocupada por los franceses. En su relato Campaña de Francia del año 1792 se contienen unas palabras asombrosamente parecidas, si no idénticas, a las de la novela, arriba trascritas.

4

¿La nada, dices? ¿Qué nada? Solo existe la nada para el que nada sabe crear. (pág. 40)

Este es un pensamiento de GOETHE que nunca he sabido ubicar en su obra. Quizá solo existe en mi memoria, como síntesis de su actitud frente al nihilismo.

5

La naturaleza se presenta tan hermosa, contemplada con la paz de Cristo en el alma, que uno siente la tentación de preguntarse qué más nos puede ofrecer el Señor en la otra vida. (pág. 42)

Si el món ja és tan formós, Senyor, si es mira
amb la pau vostra a dintre de l’ull nostre,
què més ens podeu dâ en una altra vida?

Estos versos de JOAN MARAGALL, en lengua catalana, a veces tan poética, son sin duda la fuente de inspiración del texto de la novela transcrito arriba.

6

Ahora las puertas de mi casa están abiertas día y noche, y cualquiera puede entrar para lo que desee. Porque finalmente he comprendido que “el otro” no es nunca un intruso, sino que es siempre el mensajero de Dios. Y hay que estar muy atento para recibir y entender todos los mensajes del Señor. (pág. 45)

La misma idea alienta en las palabras de KAFKA, dirigidas a su entrevistador Janouch, que teme ser visitante inoportuno:

Considerar molesta a una visita no prevista es señal infalible de debilidad, es una huida de lo no previsto. Se oculta uno en la así llamada existencia privada porque le faltan las fuerzas para entendérselas con el mundo… Es una retirada. La vida es sobre todo un estar-con-las-cosas, un diálogo. No se debe eludir. Puede usted, siempre y cuando quiera, venir a verme.

7

Lo importante es realizar una actividad continuada y eficaz (pág. 54)

Frase, creo que poco literal, de GOETHE, para quien, corrigiendo la Biblia, “en el principo fue la Acción”.

8

Nuestros anhelos no son sino presentimiento de nuestras facultades. (pág. 63).

Idea, otra vez de GOETHE, que, para mí, constituye el ejemplo máximo del optimismo goethiano.

9

Es verdad que se advierte cierta fuerza y sinceridad, pero esas cualidades, por sí solas, no hacen una obra de arte. Eso que has escrito es una manera de palpar los sentimientos, de señalar la realidad. Pero decir ¡qué bello es eso! o ¡cuánto sufro! no tiene nada que ver con la creación artística. (pág. 103)

Son palabras del Ausonio de la novela, dirigidas a un alumno suyo que le sometía sus escritos para obtener la aprobación.

En las Conversaciones con Kafka, de Gustav Janouch, el entrevistador somete al juicio del entrevistado unos escritos propios. La respuesta de KAFKA es la siguiente:

Esto todavía no es arte. Este exteriorizar las impresiones y los sentimientos es, en realidad, una forma de palpar temerosamente el mundo…

Reflexiones, en uno y otro caso, aplicables a tanto aspirante a artista que piensa – como los románticos ingenuos – que todo consiste en expresar los propios sentimientos.

10

No hay que afrontar los problemas, hay que dejar que se disuelvan. (pág. 131)

Frase, creo que literal, de un ensayo de HENRY MILLER.

11

El sermón de Vigilancio en la misa de Navidad de Barcino (pág. 135 y ss.) no tiene nada que ver en su contenido con el del jesuita Arnall del Retrato del artista adolescente, de Joyce. Coincide con él en dos aspectos: que lo pronuncia un clérigo católico y que pretende ser un calco, en su forma e intención, de un sermón católico auténtico.

12

Una biblioteca no es un cementerio, como alguien dijo, sino un vivero. (pág. 145)ĺ

Ese “alguien” pensé que era CORTÁZAR, pero más tarde creí recordar mejor que lo de “cementerio”, lo aplicó el autor citado al Diccionario, no a la Biblioteca.

13

...fue la biblioteca,

cementerio o vivero, según mires,

Universo absoluto, según Borio, (pág. 146)

Es notorio que quien sí identificó biblioteca con universo fue BORGES, al que aquí se alude como Borio, bibliotecario alejandrino que nunca existió.

14

Es preferible cometer una injusticia que tolerar un desorden. Porque el desorden es fuente no de una, sino de mil injusticias. (pág. 154)

Cita de GOETHE, de cuya literalidad no respondo, famosa por su utilización por todos aquellos que desean resaltar el talante reaccionario de su autor, los cuales, curiosamente, omiten siempre la segunda parte.

15

Como poeta, soy politeísta; como pensador, soy panteísta; como ser moral, soy cristiano. (pág. 157)

El mismo GOETHE, definiéndose. Creo recordar – y no me apetece ir a comprobar – que el original, en lugar de “pensador”, dice “científico”, pero éste término no le va mucho a un escritor del siglo IV como Ausonio.

16

El dolor es consustancial a esa fuerza ciega que es la vida, esa fuerza que continuamente se propaga y multiplica sin orden ni medida, que no busca más que su propia perpetuación. (pág. 167)

Está claro que el que aquí habla por boca del Emiliano de la novela es el mismísimo SCHOPENHAUER.

17

Cristo, al final de los tiempos, recuperará no solo nuestros cuerpos y nuestras almas, sino también todo cuanto hemos sido y sentido y soñado. Nada se pierde, querido Ausonio. Yo tampoco pierdo Barcino. En mis sueños me acompañará y en el último día se salvará con todo.

Creencia o esperanza consoladora que el Paulino de la novela comparte con el jesuita y científico TEILHARD DE CHARDIN de muchos siglos después: cuando el universo alcance el Punto Omega de la evolución, todo lo que existe se volverá uno con la divinidad.

                                                FIN (y que así sea)

NOTA. Los autores citados o utilizados conscientemente en la novela son Goethe, en primer y destacado lugar, Kafka, Joan Maragall,  Schopenhauer, Borges, Cortázar, Henry Miller, James Joyce, Teilhard de Chardin y Aristóteles. Los citados o utilizados inconscientemente – que, con seguridad, los hay – no los conoceré yo hasta que no venga alguien a descubrírmelos.

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum

Ausiàs March, ira y amor I

Doscientos años después de la conquista de tierras valencianas por catalanes y aragoneses, cuando las nuevas lenguas (catalán en la zona costera, más poblada; castellano en zonas del interior), están ya del todo asentadas, un caballero, descendiente de aquellos catalanes invasores, escribe:

Ffantasiant, Amor a mi descobre
los grans secrets c·als pus suptils amaga
e mon jorn clar als hòmens és nit fosca 
a visch de ço que persones no tasten.

El caballero se cree único. Único capaz de acceder a los grandes secretos que Amor oculta a las mentes más sutiles; único capaz de gozar del día claro, que para los demás es noche oscura; único capaz de alimentarse de manjares, que los demás ni siquiera prueban.

Se ha señalado esta actitud como la afirmación de una individualidad a ultranza frente a la incardinación absoluta del individuo en lo colectivo, propia de la Edad Media y de toda sociedad poco evolucionada. Pero yo creo que no solo se trata de eso. Voces personalísimas y subjetivas habían sido las de Petrarca y Dante, entre otras. Lo que distingue a nuestro caballero es, además de la fuerte conciencia de individualidad (Jo só aquest que em dic Ausiàs March), la convicción de que nadie está a su altura en el conocimiento – y goce y sufrimiento – de los secretos del espíritu y, sobre todo, del amor.

Orgullo, soberbia, sentido de la propia superioridad (social, intelectual y moral), espíritu analítico, profundidad, fantasía, melancolía, son rasgos que caracterizan al hombre llamado Ausiàs March.

Perteneciente a la baja nobleza, hijo de otro caballero también poeta, además de la formación propia de su estamento, tuvo una educación libresca, habitual en su ambiente familiar. Y así, al tiempo que vive plenamente la vida feudal en su fase de decadencia, da a luz una poesía difícilmente comparable con la que se escribe en su época.

La poesía de los trovadores, escrita en la lengua provenzal que había dominado (literariamente) extensas zonas geográficas, y que incluso había sido utilizada por poetas catalanes, aragoneses, italianos y hasta algún inglés, como el rey Ricardo Plantagenet, era ya cosa del pasado, si bien conservaba su prestigio. March parte de ella para adentrarse en otros mundos, allá donde se guardan los “grandes secretos”.

En realidad, la deuda con los poetas provenzales es escasa. En cuanto a la forma, prescinde de casi todos sus artificios formales, de su métrica elaboradísima, para conservar solo el decasílabo con cesura tras la cuarta sílaba, salvo en contadas composiciones.

Pero es en el fondo donde difiere claramente. El motivo central sigue siendo el mismo: la mujer, la dama amada por el poeta; el tratamiento y la intención son por completo diferentes. Para el provenzal, la dama es un ser adorable – en el sentido literal de la palabra – a la que canta su amor con independencia de cuál sea su realidad personal. Para March, la mujer amada es una persona real, que despierta en el poeta sentimientos encontrados – que él querría siempre espirituales – y que con frecuencia le decepciona.

Sentimientos encontrados, nunca mejor dicho. Porque todo el conocimiento literario adquirido, que le permite citar a Ovidio o Dante, y el filosófico, que ha aprendido en Aristóteles y los escolásticos, los aplica en exclusiva al análisis de los propios sentimientos, que están siempre en terrible contienda (Dintre meu sent terrible baralla, o bien, Ira i Amor dins mi van debatent).

La mayor parte de su obra, compuesta por 128 poemas, va dirigida a la amada – mejor dicho, a las amadas -, mujeres concretas a las que identifica con un senhal (recurso heredado de la lírica provenzal), como Plena de seny (llena de prudencia), Llir entre carts (lirio entre cardos), Mon darrer bé (mi último bien), Foll amor (loco amor), Amor, amor. Solo de la denominada Llir entre carts se ha podido establecer la identidad: una dama casada, de nombre Teresa Bou.

El poeta siente la necesidad de amar, y con un amor plenamente espiritual. Pero fracasa. Y es que el tipo de amor que pretende no se puede realizar. En esto quizá fueron más sabios los provenzales y los del dolce stil nuovo, piensa el comentarista de hoy, cuando se inventaban la dama para cultivar los propios sentimientos en el jardín particular del invento. March se las tiene que ver con personas de carne y hueso, a las que a veces reprocha el tener el cor deshonest o l’enteniment enferm.Además de por los amatorios, la obra de Ausiàs March está formada por otros grupos de poemas: los morales, en los que trata problemas teóricos relacionados con el bien, las limitaciones humanas, las teorías del amor; los de muerte, donde expresa el dolor provocado por la muerte de la amada (quizá una de las dos esposas), y finalmente el hondamente sentido Cant espiritual, en el que se dirige a Dios suplicando le de a conocer los caminos por los que un pecador como él puede acceder al perdón.

Y es que no hay duda de que Ausiàs March fue un perfecto pecador. La soberbia de un señor medieval, que a veces llega a la crueldad, la sensualidad, la lujuria de una masculinidad que no puede frenar (tuvo varios hijos, ninguno de los dos matrimonios) no se avienen con el mensaje de Cristo, algo desvirtuado por los usos sociales de la época, es cierto.

Solo el afán de escalar cimas espirituales le salva ante sí mismo, el ansia de buscar por el camino del amor los grandes secretos vedados al común de los mortales. Por doloroso que sea el ascenso. Porque sin ese dolor no puede vivir.

Y así, cuando el amor se ausenta, lo llama desesperado y hasta le ofrece su libertad de caballero indómito:

¿Qui·m tornarà lo temps de ma dolor
e·m furtarà la mia libertat?

 [Continúa]

[De Los libros de mi vida. Lista B]

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum

Religión, dioses, mente divina II (sabiduría clásica IV)

Que los romanos cultos no participasen de la fe infantil del pueblo llano en los dioses no significa que fuesen inmunes a las tentaciones metafísicas. En los escritos de muchos pensadores hay pruebas evidentes de ello. Pero no se espere encontrar nada comparable a un Platón o un Aristóteles. Y es que, a diferencia de la griega, la cosecha latina de escritores apenas produjo filósofos.

Un pueblo tan práctico como el de Roma podía dar – y dio en abundancia – juristas, arquitectos, ingenieros, administradores, soldados, pero no filósofos. Y en mi opinión, no hay excepciones. Porque, si consideramos los nombres que enseguida vienen a la mente, tendremos que reconocer que Cicerón fue solo un divulgador de la filosofía griega y que tanto Séneca como Marco Aurelio cultivaron casi exclusivamente el aspecto más utilitario de la filosofía, la ética, es decir, cómo comportarse en la vida.

Los interesados en la metafísica o, simplemente, en hacerse con una visión del mundo (una Weltanschauung, se diría siglos después) se adscribían de hecho a una de las dos grandes corrientes: la epicúrea, materialista, negadora de toda trascendencia humana, y la estoica, que había acogido algunos aspectos del platonismo y del aristotelismo, y que creía en una divinidad reguladora del cosmos al mismo tiempo que en una necesidad o fatalidad del devenir humano y universal, pues, como dice Séneca:

Una cadena irrompible, que esfuerzo alguno lograría alterar, ata y arrastra todas las cosas. (Cartas a Lucilio, IX, 77; trad., Eduardo Sierra Valentí)

Cicerón, que no se consideraba estoico ni epicúreo, pero que estaba mucho más próximo de lo primero que de lo segundo, escribe:

todos obedecen al orden que reina en los cielos, al principio divino que anima el mundo, y al Dios todopoderoso, de suerte que el universo entero debe ser considerado como la patria común de los dioses y de los hombres. (Sobre las leyes, I, 23; trad., José Guillén).

En Séneca ese Dios regulador se nos presenta, además, como algo más próximo, más intimo:

Dios se halla cerca de ti, está contigo, está dentro de ti. Sí, Lucilio, un espíritu sagrado reside dentro de nosotros, observador de nuestros males y guardián de nuestros bienes, el cual nos trata como es tratado por nosotros.(Cartas morales a Lucilio, IV, 41; trad. Eduardo Sierra Valentí).

Esta creencia en un orden divino, generalmente admitida excepto por los epicúreos, no supone necesariamente, como en otras religiones, la fe en la pervivencia o inmortalidad del alma individual. Sobre esto las posiciones son diversas.

El poeta Catulo, que al parecer hasta cree en los dioses tradicionales, afirma:

los soles pueden ponerse y volver a salir; pero nosotros, una vez se apague nuestro breve día, tendremos que dormir una noche eterna.(V ; trad. Juan Petit)

Séneca resulta un poco contradictorio en este tema, o quizá es que no lo entendemos muy bien, porque en unas ocasiones defiende la inmortalidad personal, y en otras parece que no.

Cicerón, con su típica mentalidad jurídica, plantea la cuestión de manera que no quede ningún cabo suelto:

Que si yerro al creer que las almas humanas son inmortales, gustosamente yerro, y no quiero que me arranquen, mientras viva, este error en el que me complazco; ahora, si después de muerto no he de sentir nada, como piensan ciertos filósofos insignificantes, no temo que los filósofos difuntos se burlen de este error mío. Que si no hemos de ser inmortales, es con todo deseable que el hombre se extinga a su debido tiempo; pues la naturaleza ha puesto un límite a la vida como a todas las demás cosas. (Sobre la vejez, XXIII, 85; trad. Eduardo Valentí Fiol)

En conclusión, con inmortalidad del alma o sin ella, para los mejores pensadores romanos todo está movido, animado y regulado por la mente divina,

            omnia iam cernes divina mente notata

dice Cicerón en uno de los pocos versos suyos que se conservan, y que apenas precisa traducción.                                     

Deja un comentario

Archivado bajo Sabiduría clásica

Schopenhauer y Goethe. Intelectuales y sociedad. (A.E.P.4)


ALTER.- ¿Goethe? ¿Goethe contemporáneo de Schopenhauer? Será cosa de mi incultura, pero así, de buenas a primeras, los sitúo en épocas distintas.

EGO.- Es una reacción bastante normal. De hecho, sus biografías se desarrollan en épocas distintas, pues cuando se conocieron y trataron el uno era muy joven y el otro casi un anciano. Fue en Weimar, en 1813. La madre de Schopenhauer pertenecía al círculo de amistades de Goethe, y nuestro filósofo tuvo ocasión no sólo de conocerlo, sino además de colaborar, y discutir, con él sobre la visión y los colores, tema científico que fascinaba a ambos. Goethe leyó y elogió la tesis doctoral de Schopenhauer y reconoció su gran capacidad intelectual. Cuando se publicó El mundo como voluntad y representación, nuestro filósofo se apresuró a enviársela y quedó, impaciente, a la espera del dictamen de su ídolo.

ALTER.- ¿Y?

EGO.- Parece que Goethe leyó algunos capítulos y, desde luego, quedó admirado de la claridad y belleza de su estilo, pero en cuanto el contenido de la obranada de nada. Schopenhauer no consiguió arrancarle ni una sola opinión, ni un solo comentario.

ALTER.- No quiso pronunciarse.

EGO.- Lo más seguro es que ni siquiera quiso entrar a fondo en la obra. Eran dos temperamentos tan distintos, con enfoques tan dispares que por fuerza no podían encajar. Pero lo curioso es que Schopenhauer comprendía y aceptaba plenamente el mundo poético de Goethe, mientras que éste, como ya he dicho, rechazó de pleno entrar en el mundo filosófico de aquél. Ambos pensaban lo mismo sobre muchas cosas, en especial sobre el arteSí, el problema radicaba en esa diferencia de temperamentos: para Goethe el mundo es un espléndido vaso medio lleno; para Schopenhauer no es más que un triste vaso medio vacío.

ALTER.- Bien, ahora que ya tenemos situado al filósofo, podrías hacer un resumen de su filosofía.

EGO. – Ni lo sueñes. No era esa la idea.

ALTER.- Ah, pero hay una idea

EGO.- Siempre hay una idea, explícita o implícita, y la nuestra era la de conversar plácidamente sobre literatura y otros mundos, sin pretender entrar en grandes teorías o sistemas de pensamiento, cosa que hay que dejar para obras más sesudas.

ALTER.- Así, que nos hemos de despedir de nuestro amigo Schopenhauer.

EGO.- Nos lo volveremos a encontrar, no te preocupes.

ALTER. Pues propongo, para ese caso, que en adelante evitemos su casi impronunciable y casi inescribible nombre y que aludamos a él con el apelativo de “el Filósofo”, que es como llamaban los escolásticos a Aristóteles.

EGO.- Me parece bienLa diferencia está en que en la Edad Media no había dudas sobre quién era el filósofo por antonomasia, mientras que ahora

ALTER.- Sigue, sigue¿Qué pensadores o intelectuales dirías tú que mejor representan, comprenden o lideran el mundo de hoy?

EGO.- No te sabría decir. En realidad, ni siquiera te sé decir qué es el mundo de hoy. Yo tengo una idea global y aproximada de la Edad Media, del Renacimiento, de la Ilustración, incluso de la sociedad burguesa del siglo XIX, pero no te sabría decir qué es eso que nos envuelve y en lo que estamos inmersos. Y no sólo yo. Aquello que te decía del arte es aplicable también a todo lo demás: estoy convencido de que el contemporáneo es incapaz de valorar correctamente la propia época.

ALTER.- Y sin embargo, hay muchos que no se cansan de escribir libros y artículos sobre el mundo de hoy, las tendencias de nuestra sociedad, la globalización

EGO.- Se equivocan, se equivocan siempre, y cuando aciertan, es por casualidad, como el burro de Iriarte o el vidente de a tanto la llamada. Ninguno de esos sabios supo prever cuándo y cómo se vendría abajo el imperio soviético, y éste es sólo el caso más vistoso de otros muchos que podríamos encontrar.

ALTER.- Bien, pero, dotes adivinatorias aparte, ¿qué pensador o pensadores crees tú que mejor representan el mundo actual?

EGO.- Los hay para varios gustos, pero la verdad es que no representan nada. En los últimos cincuenta años la cotización del intelectual prácticamente se ha hundido. Hubo un tiempo en que significaba mucho, y no sólo para unas minorías. Basta pensar en la España del primer tercio del siglo XX: un país semianalfabeto en el que las verdaderas glorias nacionales, toreros aparte, eran gente como Unamuno, Ortega o Marañón, o en la Francia de Sartre y Camus. Todo eso ha desaparecido. La antigua raza de los intelectuales se extinguió hacia el 68; los que han venido después son sólo curiosas, sino ridículas, mutaciones de sus soberbios antepasados. El alto pensamiento es hoy una función esotérica, reservada a un círculo de iniciados.

ALTER.- Pero, ¿quieres decir que no ha sido siempre así? Yo creo que, aunque en determinados momentos, como en esos que has apuntado, el pensador ha llegado a tener cierta transcendencia social, lo normal, lo habitual en el curso de la historia ha sido lo contrario.

EGO.- Sí, tienes razón, eso ha sido lo habitual a lo largo de casi toda la historia. Y eso, ese muro que separa al sabio de la sociedad, es lo que consiguió romper el Filósofo al ofrecer una filosofía no para especialistas sino para la gente común. Pero el muro se volvió a cerrar enseguida (compara el estilo de Husserl con el del Filósofo), con la agravante de que el rótulo de club exclusivo se empezó a colgar también en las puertas de ciertas artes.

ALTER.- Como la pintura, la escultura

EGO.- Evidente, pero me referiré a la música. En mi opinión, la llamada “música contemporánea” consiste en una serie de ejercicios matemáticos para disfrute exclusivo de iniciados. Basta comparar el alcance social que tenía en su tiempo (y en el nuestro) la música de Mozart, de Beethoven o de Wagner con el que pueda tener el más popular de los cultivadores de la “música contemporánea” para darse cuenta del enorme cambio que ello representa. Yo creo que lo que entendemos por música clásica se acabó con Stravinsky y los de su generación, y que su posible continuación no hay que buscarla en el callejón sin salida de la “música contemporánea” sino en el desarrollo del jazz y de otras formas musicales de origen popular.

ALTER.- Pues para no entender esta época, como decías hace un momento, te defiendes bastante bien. Quiero decir que no te ahorras opiniones contundentes.

EGO.- No confundamos. Una cosa es señalar determinados rasgos evidentes de nuestro mundo y compararlos con otros de épocas pasadas, y otra muy diferente es poder establecer el mapa social, mental y espiritual de nuestra sociedad con la misma comodidad que podemos hacerlo respecto de la sociedad del imperio romano, por ejemplo.

ALTER.- O sea, que te ratificas en tu declaración de que no entiendes esta época.

EGO.- Claro que no la entiendo, como todo el mundo. La diferencia está en que yo lo reconozco. El gran filósofo Tomás de Aquino no sabía que vivía en la Edad Media, y eso mismo les ocurre, por mucho que disimulen, a Habermas o a Sloterdijk: no pueden saber en qué Edad viven.

ALTER.- Así que toda época está condenada a no entenderse.

EGO.- Más o menos como todo individuo.

ALTER.- Y supongo que eso no tiene solución.

EGO.- Si nos referimos a toda época presente, me temo que no. El individuo sí que cuenta con medios que le aproximen al autoconocimiento.

ALTER.- ¿Qué medios?

EGO.- Hay dos vías: la introspección y la acción. La acción es la más segura, pero su alcance es más limitado. No pasa de descubrirnos las tendencias, el carácter, el campo más adecuado para el propio desarrollo. Es decir, va bien para discernir si uno ha nacido para filósofo o para futbolista. Y sin embargo, tiene buenos valedores. El más destacado, Goethe. Gombrowicz opta también por esta vía cuando, con palabras típicamente goethianas, afirma “¿Quieres saber quién eres? No lo preguntes. Actúa. La acción te definirá y situará”.

ALTER.- A éste es la segunda vez que lo citas, y la verdad es que no sé muy bien quién es. Tiene algo que ver con Argentina, creo. Recuerdo haber hojeado un libropero no nos desviemos. Decías que, para el autoconocimiento, la vía de la acción es segura, pero limitada.

EGO.- Sí, y de la vía de la introspección se podría decir exactamente lo contrario, que es insegura y a menudo engañosa, pero que, si se sabe llevar adecuadamente hasta el final, es infalible, aunque de resultados sorprendentes.

ALTER.- ¿Sorprendentes?

EGO.- Sí, porque si empiezas a ahondar en el yo, pronto te das cuenta que se trata de un pozo sin fondo. Ocurre como en la materia de los físicos. De pronto se descubrió que, pese a su nombre, el átomo no era indivisibley aún no sabemos adónde nos llevará ese ahondamiento en la ya casi inexistente “materia”.

ALTER.- Pero ¿qué crees tú que se encuentra en el fondo del yo?

EGO.- Si hemos de hacer caso de los místicos, que son los únicos competentes en el tema, lo que se encuentra en el fondo del yo es la nada o el todo, como quieras llamarlo.

ALTER.- Por favor, no está mi cuerpo para místicas. ¿Por qué no me hablas de Gombrowicz? (continuará)

(De Alter, Ego y el plan)

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum

¿Crees en Dios?

¿Crees en Dios? Hay personas que son capaces de hacer esta pregunta, y hay personas que son capaces de contestarla. Yo me siento incapaz de lo uno y de lo otro.

Y sin embargo, hace poco, una buena y reciente amiga me la ha planteado con toda la ingenuidad y espontaneidad propia de sus pocos años. Y siento que no puedo eludir la respuesta, y al mismo tiempo pienso que esa respuesta, la que sea, me servirá quizá para satisfacer mi propia curiosidad sobre el tema. Y es que los escritores tenemos esa rara cualidad: que no vemos las ideas claras hasta que no las desarrollamos por escrito. Y quizá no solo los escritores.

 Para empezar, me resulta evidente que a la pregunta no puedo responder con un sí o con un no. Si digo sí, siento que no estoy diciendo toda la verdad y si digo no, también siento que no estoy diciendo toda la verdad. Tampoco me sirve una frase, de esas que se utilizan en las entrevistas periodísticas. Y es que el asunto es bastante complicado.

Primero habría que definir el objeto de la pregunta. Porque puede ser que unos y otros utilicemos la misma palabra para referirnos a conceptos distintos. Suele ocurrir.

 Se entiende por Dios algunas de las cosas siguientes:

 A. El Ser supremo, todopoderoso, etc. que creó el mundo y todo lo que hay en él; oye los ruegos que los seres humanos le dirigen, los atiende o no y reparte premios y castigos. También se le atribuye una bondad infinita, no obstante la que está cayendo. Es personal y habita en los cielos, aunque a veces sale a pasear por el jardín.

Este es el retrato de Dios más común en las versiones populares de las religiones monoteístas

B. El Ser necesario, distinto del ser contingente, es decir de las cosas que componen el mundo, perecederas por naturaleza. El cristianismo filosófico (Tomás de Aquino) parte de esta noción, que se remonta a Aristóteles, pero añade que Dios creó el mundo por su propia voluntad y que podía no haberlo creado (cosas que el griego no hubiese entendido de ningún modo) y, además, que cuida de sus criaturas.

 C. La Fuerza que anima desde dentro el Universo. Ha autogenerado sus leyes de comportamiento e impulsa el proceso de mantenimiento, transformación y evolución de todo lo existente con vistas, o no, a un fin determinado. Por lo que parece, este Dios no mantiene tratos directos con el individuo humano. Solo le interesan los grandes números.

Esta versión apenas se distingue del panteísmo (Dios es todo), el cual apenas se distingue del ateísmo (Dios es nada).

Hechas las distinciones oportunas y, dado que me he comprometido a pronunciarme, he de decir que no creo en el Dios A. De hecho, nadie, por muy poco que piense, puede creer en él. Otra cosa es que le convenga creer.

Además, siendo los intereses de los seres humanos con frecuencia tan contrapuestos, ese Dios estaría de continuo al borde de la esquizofrenia. No recuerdo si es en una novela de Remarque o en una de Barbusse que se nos pinta el cuadro de los dos bandos combatientes en la Gran Guerra, proclamando cada uno de ellos “Dios está de nuestra parte”. Al final, quedan millones de muertos sin que el Dios en cuestión se haya dado por aludido.

Por consiguiente, mi creencia se sitúa entre el Dios  y el B. Sí, ya sé que hay una diferencia fundamental entre ambos, que consiste en que el B nos tiene en cuenta como personas vivientes y sufrientes, mientras que para el solo somos números o piezas de la construcción que tiene entre manos y cuyo sentido solo él conoce… si es que conoce.

Más difícil me resulta mostrarme partidario de un ateísmo o materialismo mecanicista. Creer que las maravillas de la naturaleza – la principal, el cerebro humano, donde se refleja o quizá se crea todo – son producto de la pura casualidad exige una cantidad de fe que sobrepasa mis posibilidades de persona básicamente escéptica.

Concluyendo, creo en el Dios C, aunque me gustaría añadirle alguna cualidad del B. Y es que una cosa es lo que creo y otra lo que espero.

Y está claro que, sin ese añadido, la creencia en C no resuelve lo fundamental. Porque la cuestión que en realidad importa no es si Dios existe, sino si se ocupa de nosotros.

 

13 comentarios

Archivado bajo Postales filosóficas