Archivo mensual: agosto 2015

El silencio de Goethe. Comentarios del autor, Antonio Priante, a los comentarios del doctor Federico Soria, schopenhaueriano

Dado por supuesto que el lector conoce los comentarios emitidos por Federico Soria sobre miel silencio de goethe novela, procedo a mi vez a responder y comentarlos. Introduzco los temas con la primera frase del fragmento correspondiente del texto de Federico.

Supongo que no habrá muchas novelas u obras de teatro cuyo protagonista sea Schopenhauer…

Y cita varias obras en las que de alguna manera está presente el filósofo. Yo creo que se podría añadir por lo menos una: El traspié, obra de teatro publicada por Fernando Savater en 2013, si bien parece que el original arranca de un proyecto para TVE, de muchos años antes, que no sé si se llegó a emitir. La leí una tarde perdida en una librería y todo lo que puedo decir de ella es que me pareció insustancial. Y sin embargo más de un crítico ha ensalzado la inteligencia y el fino humor de la obra. No me atrevo a pensar que sobre esta clase de críticos se ha cimentado la fama de don Fernando.

En mi opinión, la obra es más teatro que novela

En efecto, como lo son, en el fondo, todas mis obras. No sé por qué, un extraño pudor me impide manifestarme, no ya como el autor omnisciente que dirige las andanzas y las conciencias de los personajes, sino ni siquiera como ese trasunto moderno que consiste en ir desplazando la fuente del relato de una conciencia a otra, con lo que tampoco se consigue ocultar la conciencia del propio autor. En todas mis novelas solo tienen voz los propios personajes, hablando, escribiendo, pensando… Sí, ellos piensan, ellos hablan, ellos deciden, yo los observo; mi función solo consiste en asegurar que se expresen en plena libertad tal como en realidad son. ¿No es esto puro teatro? Y sin embargo, apenas he intentado escribir teatro directamente: los resultados no han sido convincentes.

Y además, a punto estuvo la novela de convertirse en obra dramática en sentido estricto. Poco después de que se publicase, recibí un mail del famoso teatrero Calixto Bieito (a quien no conocía ni conozco personalmente) en el que decía que acababa de leerla y, entre otras cosas muy halagadoras, afirmaba que había quedado “impresionado y emocionado enormemente”. No contenía ninguna propuesta. No he vuelto a tener noticias directas de él.

Por las mismas fechas del mensaje de Bieito, dos jóvenes autores, directores y adaptadores del teatro catalán, con una obra muy sólida para su edad, se pusieron en contacto conmigo y me propusieron pasar la novela al teatro; había que traducirla al catalán, de lo que se encargaría uno de ellos y ya tenían pensado el actor, una figura relativamente conocida, sobre todo por ciertas series televisivas. Dí mi aprobación, con la única condición de supervisar yo mismo la traducción. Poco después me comunicaron que ya estaba traducida. Esperé… Nada… Un año después de la primera y única entrevista que había tenido con ellos, moría el actor que habían propuesto. Los dos jóvenes teatreros no creo que hayan muerto, pero, para mí, como si también.

O sea, Federico, que sí, que tienes razón, que mucho teatro.

Me pregunto por qué no recrimina a Goethe como hace con Eckermann

Con estas palabras nos aproxima Federico al punto nuclear de la novela. Preguntarse por qué el filósofo no se indigna ante la actitud del poeta cuando actitudes similares de otras personas levantan en él tormentas de indignación y lluvias de improperios es preguntarse qué era Goethe para Schopenhauer, en definitiva, es intentar desentrañar la naturaleza de una relación que es el tema central de la novela.

Y aquí entramos en un terreno difícil, resbaladizo. Tanto que tengo la impresión de que más de un comentarista de la obra ha resbalado de pleno.

Para empezar hay que distinguir la realidad y la ficción de que está hecha la obra. El verbo más adecuado que conozco para nombrar esta operación es el catalán destriar, que significa separar elementos de distinta naturaleza que se hallan entremezclados. Y es que tengo la impresión de que algún comentarista ha tomado el conjunto como un todo unitario sin distinguir lo histórico de lo novelístico. Y una cosa es la lógica interna de la novela, en cierto modo infalible, y otra los hechos históricos más o menos probados o demostrables.

En la lógica de la novela Schopenhauer no puede increpar a Goethe como lo hace con otros ninguneadores, porque para él el poeta es un dios, y un dios puede ser duro y hasta injusto, pero no por ello puede ser objeto de ataques por parte de un mortal. Este aspecto divino-injusto de Goethe queda claro en la frase del filósofo-personaje: “Sólo el Dios cruel de los judíos sería capaz de un silencio como el tuyo.” (pág. 86 ed. Cahoba).

Parece que en este asunto la lógica novelística y la historia real coinciden. Basta con comprobar que no hay en todos los escritos del filósofo ni un solo momento en que dirija al poeta las malas palabras que solía dedicar a los “vulgares bípedos”, profesores de universidad en primer término.

Pero hay otro asunto en que novela e historia no coinciden, o eso parece.

Tan importante es este comportamiento de Goethe y los pesares que produjo en Schopenhauer…

¿Pesares? ¿Qué pesares? ¿Los que se muestran en la novela? ¿O los que de verdad sufrió la persona llamada Arthur Schopenhauer? Porque quizá no son lo mismo.

Para empezar, la novela está centrada en la reacción, en los “pesares”, que produce en Schopenhauer la negativa de Goethe a pronunciarse sobre el contenido de El mundo como voluntad y representación, cosa que históricamente apenas resulta documentada. Lo que sí está documentado, y en abundancia, es la reacción del filósofo a la negativa de Goethe de considerar su aportación a la teoría de los colores como algo definitivo y genial. Una serie de cartas entre los dos da cuenta de la situación y de los sentimientos que esto suscita en Schopenhauer. En su biografía del filósofo, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, Safranski los va enumerando (angustiosa espera, inseguridad, exigencia, decepción, cólera, sentimiento de ser menospreciado, orgullo desbordante, respeto sincero…). Nada mejor para hacerse idea de cuál era la actitud real de Schopenhauer en aquellos momentos – y en el resto de su vida – que la lectura de este párrafo de la biografía citada: “Entre ambos se entabló una lucha singular, en el curso de la cual Schopenhauer demostraría un tipo de altivez que no precisó transformarse en resentimiento a pesar del doloroso repudio del que al final fue objeto. Schopenhauer siguió siendo fiel a sí mismo y a su trayectoria filosófica, manteniendo al mismo tiempo la veneración hacia el maestro que le rechazaba. Ni la veneración ni las convulsiones del amor propio herido llegaron a arruinarle.”

En la novela no es lo mismo. Se mantiene la idea de un Schopenhauer resistente a las heridas y los rechazos, incólume, pero se añade algo más, que la historia estricta no autoriza.

Dice el Schopenhauer-personaje: “El silencio de Goethe es como una losa que he tenido que soportar a lo largo de mi vida, una losa que toda la fama y la popularidad de estos últimos años no han logrado mover una pulgada.” (pág. 135, ed. Cahoba). Pero la verdad histórica es que el filósofo no dejó ni por escrito ni de palabra ante testigos nada parecido a esta declaración. Ni podía hacerlo, creo yo, dada su peculiar manera de manifestarse.

Entonces ¿qué? ¿Se trata de una falsedad? Esa actitud que Schopenhauer muestra en la novela como de rendido enamorado, como de fiel adorador de una deidad maltratadora y huidiza ¿es puro invento? ¿es vulgar mistificación? Yo diría que no. Yo diría que es solo un intento de ejercer el arte en su función genuina. Y aquí conviene destacar que si en algo estaban de acuerdo filósofo y poeta era en la estética, en el significado y la función del arte. Ambos creían que el arte es el medio de arrancar a la naturaleza, al ser humano, aquello que quieren expresar, pero que solo son capaces de balbucear: “el arte parece decir a la naturaleza: esto es lo que tú querías decir”.

Y es así cómo el escritor ha recreado el personaje, entre la verdad histórica y la lógica novelística, atento siempre a la verdad superior que solo el arte puede alcanzar.

Entre los citados, me quedo con el de Priante como libro de cabecera, por ser directo, sencillo y muy ameno, profundo hasta donde es necesario, redactado con las palabras y frases oportunas y no demasiado complicadas…

Buena parte del escrito de Federico está dedicado a exponer y ensalzar las supuestas virtudes del libro, incluso con comparaciones que pueden ser odiosas para algunos. No voy a comentar esta parte. Me limitaré a apuntar que quizá en algún punto resulte exagerada. Y no lo digo por modestia – hace tiempo que me quité del vicio -, si no porque así lo creo.

He de agradecer a Federico Soria que con su dedicación a mi obra, con su conocimiento de la filosofía de Schopenhauer y con su buen estilo, me haya dado la oportunidad de aclarar – y hasta de aclararme – algunas claves de mi novela El silencio de Goethe, publicada hace nueve años y que ahora reedita la joven editorial Piel de Zapa con todo el buen oficio de que está dando muestras.

Gracias, Federico.          

 

5 comentarios

Archivado bajo Opus meum

Goethe, un día como hoy hace 266 años

Al mediodía del 28 de agosto de 1749, al sonar la duodécima campanada, vine al mundo en Francfort del Main. La constelación era afortunada: el Sol estaba en el signo de Virgo y culminaba para este día; Júpiter y Venus lo miraban amistosamente y Mercurio sin aversión; Saturno y Marte se comportaban con indiferencia; sólo la Luna, que acababa de alcanzar su plenitud, ejercía el poder de su oposición tanto más cuanto que su hora astral había llegado simultáneamente. Por ese motivo se oponía a mi nacimiento, que no podía tener lugar hasta que dicha hora hubiera transcurrido.(1)

1. Goethe parodia aquí la tradición astrológica de las biografías renacentistas.

(De Poesía y verdad, de J.W. Goethe; traducción y nota de Rosa Sala Rose)

Deja un comentario

Archivado bajo Escritores vivos

Mundo, Demonio y Fausto (escena del acto 3)

Castillo del Barón Vollterr. En una sala rococó, el Barón, la Baronesa y Fausto.

BARÓN.- Un viajero extraviado siempre es bien acogido en nuestra morada.

FAUSTO.- Agradezco vuestra hospitalidad, pero a la medianoche he de reemprender el camino.

BARÓN.- Parece que tenéis mucha prisa. Espero que eso no nos impida disfrutar un ratito de vuestra compañía. Sentaos, por favor. (Los barones se sientan en el sofá, y Fausto en una butaca próxima. A través de la puerta del fondo llega el sonido de risas y música.) Perdonaréis a esa juventud; han organizado un baile de despedida…quizá demasiado ruidoso. Y decidme, vuestro nombre es…

FAUSTO.- Fausto.

BARONESA.- Y vuestra condición u ocupación, si me permitís que sea indiscreta…

FAUSTO.- No es indiscreción por vuestra parte, señora, sino descortesía por la mía no haber correspondido en un primer momento con franqueza y sinceridad a un acogimiento tan caluroso. Señores, soy doctor en ciencias, en teología y en filosofía, y mi único afán es el conocimiento de los secretos de la vida y del Universo.

BARÓN.- La filosofía, la ciencia, por ahí va el futuro de la humanidad. Cada vez está más claro que, por fortuna, los siglos de oscuridad han terminado. Y decidme, vuestro viaje nocturno ¿tiene relación con alguna investigación concreta?

FAUSTO.- Todo viaje es investigación, pero en los nocturnos es cuando se revelan los fenómenos más sorprendentes. Como esta misma noche.

BARÓN.- ¿Un fenómeno sorprendente? ¿Esta misma noche? Contad, doctor, contad. Me apasiona la ciencia, soy un hombre totalmente poseído por el espíritu del siglo.

FAUSTO.- No lejos de aquí, en un claro del bosque, iluminado por la Luna llena, he sido testigo de algo excepcional.

De pronto, se abre la puerta del fondo y entra una muchacha, casi arrastrando por la mano a un joven; ella, con el rostro encendido por la agitación del baile; él, más circunspecto, pero con el brillo de alguna copa de vino en los ojos. Ella se dirige a su acompañante.

OTTI.- Repetid delante de mi padre lo que acabáis de decir, Johann.

JOHANN.- Por Dios, Otti, qué ocurrencia. Disculpad, señor. Le decía a vuestra hija que, a mi regreso de Weimar, que supongo será por la primavera, se podría organizar aquí mismo un baile aún más lucido…Si no tenéis inconveniente.

BARÓN.- ¿Tanto ruido para eso? ¿Dónde está el problema?

OTTI.- El problema está, padre mío, en que si no lo oís de boca de Johann…siempre decís que estas cosas me las invento yo.

BARÓN.- ¡Qué niña eres! Sin ánimo de ofender, me extraña que un caballero como Johann von Goethe te dé tanta importancia.

OTTI.- ¡Qué desagradable! No soy una niña, padre, tengo dieciséis años.

BARÓN.- Y Johann veintiséis, si no me equivoco.

JOHANN.- No os equivocáis…Pero, dispensad (Johann se fija por primera vez en Fausto), os hemos interrumpido.

BARÓN.- La verdad es que manteníamos una conversación muy interesante con el doctor Fausto, sobre temas científicos. Tal vez queráis participar.

Johann mira insistentemente a Fausto, que aguanta impasible la mirada.

JOHANN.- ¡Doctor Fausto! Como el de la leyenda.

BARÓN.- ¿Qué leyenda?

FAUSTO.- Se cuentan historias fantásticas y sin sentido de un personaje que tenía mi mismo nombre.

JOHANN.- ¡Fausto! He soñado tantas veces con este nombre…Pero cuando pienso en él, todo lo veo envuelto en una espesa niebla.

FAUSTO.- Despejad esa niebla. Dadle forma y sentido.

BARÓN.- ¿Sabías que, a su edad, este joven es ya una de nuestras glorias literarias?

FAUSTO.- Es fácil saberlo; basta con mirarle a los ojos.

JOHANN.- Así pues, me habéis reconocido.

FAUSTO.- Y vos a mí, ¿no es eso?

JOHANN.- Sí, pero permanecéis en la niebla.

FAUSTO.- Dadme forma y sentido, aunque en ello os vaya toda la vida. Otros también lo intentarán.

JOHANN.- Lo intentaré, sí, lo intentaré…Con permiso.

Johann toma de la mano a Otti y ambos se retiran.

BARÓN.- Un muchacho notable, un gran talento, sin duda. Lástima que su linaje…Perdón, estaba pensando en voz alta. Decíais que esta noche, en un claro del bosque iluminado por la Luna llena habéis visto…

FAUSTO.- Un lobo.

El alegre rostro del Barón se nubla al instante, y el de la Baronesa palidece.

BARÓN.- Un lobo…Hay bastantes por esta región.

FAUSTO.- Fue capturado vivo por unos hombres armados y…

BARÓN.- Esas alimañas acabarían con el ganado.

FAUSTO.- Por ese motivo se les mata, no se les captura vivos.

BARÓN.- ¿Y por qué creéis que lo han capturado vivo?

FAUSTO.- Por lo que pude ver momentos antes. El lobo era un hombre: yo vi cómo se transformaba.

La Baronesa se levanta de repente y abandona la sala entre sollozos.

BARÓN.- ¡Hombre de Dios, qué habéis hecho! Vos, un doctor en filosofía, un hombre de ciencia, y venir aquí con esas patrañas. No salgo de mi asombro.

FAUSTO.- He contado lo que he visto, y siento que haya impresionado tanto a vuestra señora esposa. Y si estoy aquí es porque deseo estudiar y conocer el asunto en toda su extensión y profundidad, porque habéis de saber que también he visto cómo el hombre-lobo era conducido a esta casa.

BARÓN.- Patrañas, no son más que patrañas. Mi esposa no es que esté impresionada, está enferma, muy enferma, envenenada, intoxicada por el oscurantismo y la superstición que, desde el pueblo más bajo, emana su pestilencia en su intento de acabar con las luces. Olvidad este asunto, por favor. Es muy doloroso para nosotros. Os daré una breve explicación y olvidadlo, os lo ruego. Habéis de saber que, además de esa niña que acabáis de ver, tenemos un hijo de veinte años. Hace un tiempo que el muchacho ha cogido la costumbre de desaparecer de casa ciertas noches. Algunos dicen que lo han visto por las tabernas de los pueblos próximos. Aunque no es ésta una explicación muy satisfactoria para un padre, yo la acepto de buen grado, sobre todo teniendo en cuenta la otra, la que ha urdido la ignorancia, el miedo y la superstición y que ya va de boca en boca por toda la comarca, y que, absurdamente, afirma que en las noches de Luna llena, mi hijo…se transforma en lobo.

FAUSTO.- Es cierto, yo lo he visto.

BARÓN.- Patrañas, patrañas. Estamos en 1775, doctor Fausto, parece mentira que podáis dar crédito a esas leyendas. Yo, un hombre de este siglo, de ningún modo puedo aceptar que se den por buenas historias que pertenecen a la noche más oscura de la humanidad. ¿Acaso no sabéis que, ante la clara mirada de la ciencia, las viejas supersticiones han de acabar desvaneciéndose? Parece mentira, insisto, que un hombre como vos pueda sostener semejantes afirmaciones. ¿Habéis leído a Condillac? ¿a Helvetius? ¿a mi primo el Barón d’Holbac? ¿a mi estimado amigo François, llamado Voltaire? Un hombre que hubiese leído a esos filósofos nunca diría lo que vos estáis diciendo.

FAUSTO.- No hablo de filosofías, señor, sino de lo que ven los ojos. Yo he visto cómo ese hombre, que sin duda ha de ser vuestro hijo, se convertía en lobo.

BARÓN.- ¡Por la santa Enciclopedia! Me estáis sacando de quicio. ¡Qué importa lo que ven los ojos! Tanto como lo que cuenta la comadre de la esquina. La Razón es lo único que cuenta, y si la Razón dice que una cosa no puede ser es que no puede ser, y punto. Y conste que no soy obcecado, sino, como veis, razonable y muy razonable. Tanto es así que, para que la cosa quede muy clara desde todos los puntos de vista posibles, en estos momentos, mientras vos y yo estamos hablando, un cirujano llegado de París y un anatomista llegado de Berlín están diseccionando al lobo de marras para demostrar que en su cuerpo no hay punto alguno de conexión con la naturaleza humana.

FAUSTO.- ¡Están matando a vuestro hijo!

BARÓN.- En alguna taberna se estará matando él.

FAUSTO.- ¿Y cómo sabéis que el lobo que tenéis es el animal en cuestión?

BARÓN.- Elemental, doctor Fausto. Porque, siguiendo mis instrucciones, el capataz que dirigía la captura no ha procedido hasta después de asegurarse de que el animal era el que había sufrido la transformación.

FAUSTO.- ¿Entonces?

BARÓN.- Entonces ¿qué? Sois de una obstinación increíble. ¿Cómo podéis insistir en esas patrañas? Lo he dicho y lo volveré a decir las veces que haga falta: estamos en el siglo de la Razón, y cuando la Razón dice que no es que no. Y ahora, idos, doctor Fausto.

Medianoche. Acompañado por el Búho, Fausto se aleja caminando. De pronto, en la torre más alta del castillo aparece el Barón Vollterr, con camisón y gorro de dormir y, muy excitado y entre grandes ademanes, se dirige a Fausto, que ya no puede oirle.

BARÓN.- ¡Sois un tramposo, doctor Fausto! Habéis jugado sucio conmigo, vos o quien sea que haya ideado esto. Me habéis retratado como un racionalista cerril, como un cabeza-cuadrada esclavo de sus esquemas y ciego ante la realidad de la vida. Claro…muy fácil…En una historia donde los demonios se disfrazan y los búhos hablan ¿qué tiene de raro que los hombres se transformen en lobos? En el mundo real quisiera veros yo, no en esta fantasía creada a capricho, sino en la sociedad de seres de carne y hueso, donde no hay diablos acróbatas ni búhos parlanchines. Nos vemos ahí y me enseñáis unos cuantos hombres-lobos ¿os parece? ¿No me respondéis, tramposo? Habéis hecho trampa conmigo, doctor Fausto, vos o quien sea que haya ideado esto. ¡Tramposoooos!…

 (De Mundo, Demonio y Fausto)  Ver acto completo:                                                         https://es.scribd.com/doc/28415582/Mundo-Demonio-y-Fausto-3

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum