SHAKESPEARE. El escritor ausente I

       A mi hermano Adolfo, amante de Shakespeare, del teatro y de la vida 

                                                   IN MEMORIAM

teatro-seix

Los escritores son como las personas; los hay altos, bajos, morenos, rubios, negros, amarillos, (hombres, mujeres, por supuesto, aunque ahora ya no es tan “por supuesto” y parece que hay que especificar). Quiero decir con esto que el tópico del escritor engreído, soberbio, susceptible, ególatra, vanidoso, no es más que eso, un tópico que unas veces coincide con la realidad y otras veces no.

Hay escritores cuya personalidad, fuerte, poderosa, invasiva, se manifiesta de modo evidente en su obra, para bien o para mal, y hay otros cuya personalidad está tan diluida en la obra que parece que no está. Entre los buenos ejemplos de lo primero tenemos a Goethe; entre los buenos ejemplos de los segundo, a Shakespeare.

De hecho, Shakespeare es el ejemplo máximo. Nadie como él ha sabido – conscientemente o no – ofrecernos una obra que más bien parece un producto de la naturaleza en la que el supuesto autor no ha tenido ninguna intervención.

El caso de Shakespeare me incita sin remedio a reflexionar sobre uno de los temas para mí más atrayentes y misteriosos de la literatura: la relación entre autor y obra. Y es que esta relación no se parece en nada a la que se produce en otros ámbitos, creo yo, excepto en el artístico en general, que es definitiva de lo que hablo.

Una persona obtusa que se dedica a la política producirá una política obtusa; una persona torpe y desabrida, como funcionaria o empleada se manifestará como funcionario o empleado incompetente y desagradable; una mala persona en un cargo directivo actuará como mala persona en muchas de sus decisiones. En la literatura no es así.

El escritor, en cuanto verdadero creador, puede ser como ese individuo que de vez en cuando aparece en las noticias, tranquilo, educado, silencioso, a quien sus vecinos tienen por un buen hombre…y que resulta ser un asesino en serie. Hay otros que no, otros a los que los vecinos tienen por engreídos y arrogantes…y no son más que vendedores de chucherías.

Aunque también es cierto que hay vecinos engreídos y arrogantes que son perfectos asesinos. Entre estos últimos podría citar a Thomas Mann, y entre los primeros a Kafka, por poner unos ejemplos.

La tradición biográfica del personaje ha sido constante en algunos, pocos, aspectos. Parece que Shakespeare no era lo que se entiende por un hombre de carácter. De aspecto bastante corriente, era modesto, sencillo, afable, aunque podía ser brusco cuando trabajaba, es decir, cuando participaba en el montaje de alguna de sus obras teatrales. H. Bloom lo califica como “el menos engreído y agresivo de los escritores contemporáneos”, y a continuación destaca que existe una relación inversa entre su desvaída personalidad y su gran talento dramático.

Uno puede imaginar al amigo, madre o esposa del joven actor (y escritor casi forzado, para nutrir el programa de la compañía en la que participaba), después de asistir a la representación de alguna de las obras escritas antes de cumplir los treinta, inquiriéndole asombrados “pero tú, ¿de dónde has sacado todo eso?”. Y es que, aparte de la creación de personajes, la escritura vital, torrencial, las metáforas nunca oídas, la fuerza del conjunto de la obra eran como para producir asombro, sobre todo si se atribuyen a una persona tan normal como las que vemos a diario por la calle.

Lo que yo no puedo imaginar es lo que habría contestado el joven actor y autor llamado William. De todos modos, es de suponer que en la época posterior de Hamlet, Otelo, Macbeth y otras, el asombro ya estaría superado y asumido.

Por sus contemporáneos, sobre todo por los que convivían con él o lo trataban a diario (“nadie es un héroe para su ayuda de cámara”), pero no por el espectador o lector de los siglos posteriores, ante cuyos ojos, si son vivos y despiertos como los de un niño, despliega Shakespeare todo un rico y meditado carrusel de maravillas.

No hay duda de que el teatro es el género literario más objetivo. Quiero decir que es el género que menos admite la intromisión caprichosa del autor en la dinámica propia de la obra. Y para plegarse dócilmente a esta exigencia del género quizá se precisa de un temperamento como el de Shakespeare, aunque no necesariamente en el mismo grado, cosa, por otra parte, que me parece imposible.

Para empezar, parece superfluo hablar de una “neutralidad” del autor ante los personajes y cuestiones que se plantean en la obra, puesto que el autor, como ya he dicho, está en la práctica ausente. Shakespeare ha sido uno de los primeros en establecer de manera clara que en la ficción novelesca-teatral todos y cada uno de los personajes tienen razón, su razón, y que el autor no es nadie para rebatirla.

Está además el dato (o no dato) histórico de que no se conocen sus ideas y creencias políticas y religiosas (algunos le suponen católico). Es posible que no las tuviera. Es posible que fuese ese vacío mental unido a su particular temperamento lo que hizo de él el límpido espejo donde pudo reflejarse con nitidez, con más nitidez que en la vida misma, toda la grandeza y toda la miseria de la condición humana. (Continúa)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum

Deja un comentarioCancelar respuesta