MADAME DE STAËL. Pasión y esprit I

stael 

Qui poterit sanum fingere, sanus erit

En la historia de la cultura surgen a veces ciertas personalidades que parecen destinadas no a representar una época determinada, sino a liderar una transición, a abrir un camino entre el tiempo que muere y el que nace. Son como conductoras de los espíritus acomodaticios desde un mundo viejo a otro joven y nuevo. Pensemos en Petrarca y Boccaccio, por ejemplo, viviendo en la Edad Media pero hablando ya el idioma del Renacimiento

Una de esas personalidades fue sin duda Anne-Louise Germaine Necker, más conocida como Madame de Staël (y aquí, en adelante, como Germaine), nacida y educada en el neoclasicismo del siglo XVIII y luego introductora y propagandista del romanticismo en Francia. Una mujer. Una mujer fuerte. Tan fuerte que, aunque siempre abogó por el reconocimiento de los derechos de las mujeres, ella no esperó ningún reconocimiento. Simplemente los ejerció. Siempre fue libre y, aunque la ley no la equiparase a los varones, nunca dejó de actuar en la vida social como uno de ellos. Actitud que recuerda la que Ovidio recomendaba a propósito de la enfermedad: quien pueda fingir que está sano, estará sano.

Fuerte, y apasionada. Temperamento que no solo se manifiesta en la vida privada, en la gestión de los sentimientos, sino también en la pública e ideológica, con una característica muy particular en este caso, y es que, mientras que el apasionamiento suele aplicarse a la defensa de posiciones extremas, lo que ella defiende con especial pasión es la moderación y la conciliación en el camino hacia la libertad. Germaine fue una defensora apasionada de lo que podríamos llamar el equilibrio de la libertad. Y tal como suele suceder en estos casos, sufrió los ataques de las posiciones extremas, es decir, de las mentes unidireccionales, fanatizadas por consignas partidistas.

El espíritu de partido es como esas fuerzas ciegas de la naturaleza que avanzan siempre en la misma dirección. […] Creemos haber chocado contra algo físico cuando hablamos con hombres que se encarrilan en ideas fijas: no oyen, ni ven, ni comprenden.[…] Consiste (el espíritu de partido) en no pensar más que en una idea, vincularlo todo a ella y ver únicamente lo que guarda relación con esta obsesión.

Consideraciones de este tipo relativas a las distintas pasiones que mueven a los seres humanos (la ambición, la vanidad, el amor, la envidia, la venganza, el espíritu de partido…) se contienen en el ensayo De la influencia de las pasiones en la felicidad de los individuos y de las naciones, publicado en 1796, donde no se limita a defender sus posiciones políticas e ideológicas frente a la intolerancia de los diversos frentes, desde al absolutismo monárquico hasta el sectarismo revolucionario, que le están complicando la vida (iba a decir “amargando”, pero el verbo no le va a Germaine), sino que se extiende a reflexiones sobre la naturaleza y la conducta de los seres humanos en general.

De carácter más estrictamente político es Diez años de destierro, publicada en 1821, donde, sobre el fondo de su experiencia personal como desterrada por Napoleón, relata y comenta con su estilo vivo, elegante e irónico, ciertos aspectos del rompecabezas europeo durante los años de referencia (1803-13).

Más centrada en los acontecimientos históricos que en la experiencia personal es Consideraciones sobre los principales acontecimientos de la Revolución Francesa (1818), ensayo en el que repasa y comenta la historia reciente del país, desde el punto de vista de la apasionada defensora de un sistema que garantice la libertad huyendo de los extremos. Opción que, como algunos comentaristas han destacado (como si no fuese obvio), respondía a los intereses de clase de la burguesía que había promovido la revolución de 1789, enseguida superada por la acción de las masas y sus conductores o manipuladores que culminó con el Terror de 1793-94, momento en que se inicia la marcha hacia el otro extremo.

En el campo de la literatura y la cultura en general, la producción de Germaine es aún de mayor impacto que en el político-social. En De la literatura considerada en su relación con las instituciones (1800), por el modo de analizar los productos literarios puede decirse que inaugura los estudios comparatistas que más de un siglo después alcanzarían su pleno desarrollo.

Pero es Alemania (De l’Allemagne) la obra con la que Germaine ejerce mayor influencia en la evolución de la cultura europea y especialmente francesa. En las dos temporadas que estuvo en Alemania (1804 y 1808) estudió a fondo lo que en el campo de la cultura se estaba produciendo y mantuvo contactos más bien cordiales con intelectuales y artistas como Goethe, Schiller, Wieland y A.W. Schlegel.  En esta obra traza un retrato en profundidad del país vecino. Contempla su cultura en el contexto político, histórico, social e incluso geográfico y climático, y lo pone como ejemplo del sentir moderno (el romanticismo) al que Francia, tan apegada a los cánones clásicos, permanece reacia. Para la autora, Alemania, donde no existe un centro de poder (un París, un Londres) sino una profusión de pequeños estados y ciudadelas repletas de cultura, es el reino de la libertad. En especial en lo que respecta al arte y a las emociones asociadas, que en Francia seguían encorsetadas por la mentalidad academicista.

A Napoleón – que curiosamente había sido lector devoto del Werther – no le gustó nada un libro que ensalzaba al país enemigo y, según él, menospreciaba la patria francesa. Y mandó secuestrar y destruir todos los ejemplares. Pero la obra resucitó poco después, para gloria de su autora. Un ejemplo más de la fugacidad de los triunfos del poder político sobre las obras del arte y de la inteligencia.

Tengo cuatro enemigos: Prusia, Rusia, Inglaterra y Madame de Staël, dijo el Emperador entre irónico y resignado.  (CONTINÚA)

(De ESCRITORAS)

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