He de apuntar que el feminismo de Alfonsina ha sido (y es) un campo de batalla donde se enfrentan dos visiones extremas: la que lo considera un ejemplo claro de feminismo radical y combativo y la que lo ve como una simple protesta ante las situaciones más injustas, pero que no cuestiona la superioridad masculina ni, en lo básico, el papel tradicional de la mujer. La primera tiene elementos suficientes en que basarse, tanto en la obra poética como en la periodística (si le rebajamos lo de radical). En cuanto a la segunda, me temo que algunos de sus defensores se han dejado engañar por la ironía, más bien transparente, de la escritora. Y es que se necesita cierto grado de miopía para tomar en sentido directo versos como estos:
Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta:
movilidad absurda de inconsciente coqueta,
deseamos y gustamos la miel de cada copa
y en el cerebro habemos un poquito de estopa.
Por mi parte, diría que el feminismo de Alfonsina pertenece a la triste categoría de la lucha por lo evidente, quiero decir que corresponde a una visión que apenas va ligada con la época sino con el sentido común (en el caso de que la sensatez fuese realmente común). Por ejemplo, el mensaje de sus versos
Tú me quieres blanca,
tú me quieres alba
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta…
es el mismo que tres siglos atrás lanzara Sor Juana Inés de la Cruz,
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis…
y no diferente de lo que, hacia el 1800, un hombre (tan inteligente como Goethe, es cierto) ponía de manifiesto:
¡Te quejas de la mujer que va de uno en otro!
No la censures: va en busca de un hombre constante.
En todo caso, está claro que el de Alfonsina no es un feminismo asexuado que busca la derrota y humillación del hombre, por hirientes que puedan parecer algunos de sus versos,
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás…,
sino un intento de superar diferencias absurdas que apenas tienen que ver con el misterio del amor entre un hombre y una mujer:
Es que anoche tus manos, en mis manos de fuego,
dieron tantas dulzuras a mi sangre, que luego
llenóseme la boca de mieles perfumadas…
Porque, como es evidente, antes que ideóloga o activista social, Alfonsina es poeta, una inmensa poeta.
Por cierto, ¿en qué consiste ser poeta? ¿Qué es la poesía? Tengo para mí que, salvo tal vez algún profesor universitario contratado al efecto, nadie es capaz de definir la poesía. Como todo lo que tiene que ver con las emociones, la poesía hay que sentirla.
En esta dirección, no puedo resistirme a proponer un ejercicio práctico. Tómese la composición Han venido…, del libro de poemas de Alfonsina Languidez, y léase con atención y a ser posible en voz alta (que es como se habría de leer siempre la poesía)
Hoy han venido a verme
mi madre y mis hermanas.
Hace ya tiempo que yo estaba sola
con mis versos, mi orgullo; en suma, nada.
Mi hermana, la más grande, está crecida,
es rubiecita; por sus ojos pasa
el primer sueño. He dicho a la pequeña:
-La vida es dulce. Todo mal acaba…
Mi madre ha sonreído como suelen
aquellos que conocen bien las almas;
ha puesto sus dos manos en mis hombros,
me ha mirado muy fijo…
y han saltado mis lágrimas.
Hemos comidos juntas en la pieza
más tibia de la casa.
Cielo primaveral… para mirarlo
fueron abiertas todas las ventanas.
Y mientras conversábamos tranquilas
de tantas viejas cosas olvidadas,
mi hermana, la menor, ha interrumpido:
– Las golondrinas pasan …
Una escena sencilla, cotidiana, contada con palabras claras, directas. Y sin embargo, ¿qué sentimos al leerlas? El aleteo vago de una emoción inexpresable. ¿En qué consiste ese efecto? ¿Cómo se consigue? Esto es lo que nunca conseguirá explicarnos el mejor profesor universitario. Es el misterio de la poesía, que sólo se manifiesta mediante la misma creación poética.
Pero la vida sigue. Y la de Alfonsina está adquiriendo un ritmo quizá demasiado acelerado. No puede dejar de escribir y publicar, no puede dejar de atender los
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar,
donde el rumor del oleaje le va susurrando insidiosamente que ahí mismo hay un lugar maravilloso para el descanso perfecto.
En el fondo del mar
hay una casa
de cristal.
Pero, salvo esos cortos períodos de retiro, Alfonsina no descansa. Se ha convertido en una de las primeras figuras del mundo de las letras bonaerense, a pesar de su fracaso en el teatro y de la hostilidad de los ultraístas agrupados en torno a la revista Martín Fierro, entre ellos un joven Jorge Luis Borges.
A principio de la década siguiente, viaja dos veces a España, donde conoce a algunos de los componentes de la flamante generación del 27. Su posición en el ambiente cultural del cono sur sigue siendo preminente. La amistad epistolar con la poeta chilena Gabriela Mistral se refuerza con el conocimiento personal. Más fuerte – no sabemos hasta qué grado de intimidad (bueno, algunos siempre saben estas cosas) – es su relación con el uruguayo Horacio Quiroga, que incluso le propone que le acompañe a su retiro de la selva de Misiones, proposición que ella no acepta.
En 1935 todo se ensombrece. Aparece el cáncer. Se le amputa un pecho. Pero el mal reanuda su labor destructora. Por entonces se entera del suicidio de su querido Horacio, también afectado de un cáncer incurable, y aplaude:
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
y así como en tus cuentos, no está mal;
un rayo a tiempo y se acabó la feria…
En enero de 1938, es invitada a Colonia por el Ministerio de Instrucción Pública de Uruguay al homenaje que se rinde a las tres grandes poetas de América: Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou y ella misma. El veinticuatro de octubre de ese mismo año, Alfonsina está de nuevo en la pensión de Mar del Plata. A la mañana siguiente, dos hombres encuentran su cuerpo sin vida en la playa.
Cuenta la leyenda que la madrugada del día veinticinco Alfonsina, presa de mal de amores, se fue hasta la cercana playa y, caminando descalza, se adentró en el mar. (Por la blanda arena /que lame el mar /su pequeña huella /no vuelve más).
Dice la crónica que aquella tarde el dolor de la enfermedad se le había hecho insoportable, que por la noche se llegó hasta el pequeño acantilado que vigila la playa de la Perla y que, desde allí, se arrojó al mar.
La verdad poética (o sea, la verdad) es que Alfonsina tuvo dos grandes amores, la vida y el mar; cuando se vio abandonada por la vida, se entregó al mar.
Una mujer hermosa Alfonsina… valiente y sensible al mismo tiempo… Loba entre un rebaño de ovejas del que decide siempre quebrar… Quiero compartirte, Antonio, una bella canción que le hemos dedicado… para homenajearla siempre… y que, aunque un poco melancólica, así salió… nomás. Ojalá te guste: https://www.youtube.com/watch?v=_mvb9Qrg5vo
Gracias, Mónica. Es preciosa.
Que quieres que te diga Antonio, teniendo en cuenta que el actor mejor pagado del mundo es: Dwayne “The Rock” Johnson, creo que deberías sentirte más que orgulloso de no ser valorado por este raro y estúpido “mundo” del que ya no voy entendiendo casi nada.
Fuiste tú quien me dió a conocer la poesía de Alfonsina. Y es bien cierto, cada vez que leo “Hoy han venido a verme….” se me escapa un suspiro profundo a la vez que unas lagrimillas, que no son ni de tristeza ni de felicidad, sino de pura emoción, me invaden los ojos.
Me enterneces (seguro que no hay emoticón para esto)
Una vez más un artículo precioso. Gracias Antonio. Eres impagable. Un abrazo. César Garzon Querol.
Enviado desde mi iPad
Gracias a ti, César. Y es verdad que debo de ser impagable, pues no veo ningún editor dispuesto…