La actividad cognoscente del cerebro puede ser de dos clases, la que se dirige al exterior y la que se dirige al interior del propio sujeto. Hasta aquí me he ocupado del conocimiento de lo exterior y he apuntado que ese conocimiento sólo puede serlo del fenómeno, no de la cosa en sí.
Habrás observado que el mundo exterior se nos presenta como un espectáculo de formas y de imágenes sin sustancia real. ¿Que esto no es cierto, Butz? ¿Que tú ves las cosas como muy reales? Te engañas, te engañas y se engañan cuantos opinan como tú. Y la prueba está en que incluso quienes niegan lo que he dicho se comportan como si lo creyesen. Sí, Butz, todo el mundo, tú también, cada uno de los seres del universo se comporta como si lo único real, lo único cierto, importante e imprescindible fuese él mismo, y lo demás perfectamente secundario, prescindible, no propiamente real, como si todo lo que le rodea fuese algo fantasmagórico comparado con su propio ser sintiente y doliente. ¿De dónde viene esta íntima convicción, arraigada en todos los seres con tanta fuerza que, como luego veremos, sólo la verdadera filosofía o la mística práctica pueden desarraigar? Precisamente de lo que te decía: de que del mundo exterior sólo conocemos el fenómeno.
Y es que, por mucho que la ciencia investigue todos los objetos del universo, siempre se queda y se quedará en la
Sabemos cómo se transmite la vida, pero no qué es la vida, qué hace que la vida se transmita en vez de no transmitirse. Sabemos cómo se forma la electricidad, pero no qué es la electricidad, qué hace que la electricidad se forme en vez de no formarse. Estas fuerzas originales están fuera de la representación y por lo tanto no les es de aplicación el principio de razón suficiente, que es como decir que están fuera de la ciencia. Y es que la ciencia sólo nos da la determinación necesaria de la aparición de un fenómeno en el tiempo y en el espacio, su necesaria subordinación a la ley física, pero de la esencia íntima de ese fenómeno no sabe qué decir, o lo despacha con palabras tales como “fuerza” o “principio vital” o “ley natural”.
Y aún te diré más: aunque la ciencia física más avanzada llegase a encerrar todo el universo en una fórmula única, ésta sólo podría referirse al cómo del universo, a su representación, es decir, a algo que está en nuestro cerebro, no al qué, no a su verdadera esencia. (C0ntinuará)
(De El silencio de Goethe o la última noche de Arthur Schopenhauer)
Simplemente debería Vd. entender que hay preguntas estúpidas en su concepción misma: por ejemplo, ¿por qué existen los ríos o las montañas?
Conocer las causas que los han creado es un tema interesante, conocer los usos que podemos darles es interesante, preguntarse “por qué” existen es una gilipollez, porque no tienen que haber en razón explicable desde nuestro punto de vista humano, o incluso desde ningún punto de vista.
El razonamiento en sí que Vd transcribe aquí lo enuncia un filósofo pero poco importa a la ciencia, y no porque la ciencia no quiera o piedad responderla, si no porque es una cuestión sin respuesta dado que la pregunta es una solemne gilipollez.
Si tuviese que dar una respuesta a su comentario, Sr. o Sra. aaa, valdría aproximadamente la que di al comentario anterior.
Solemnes tonterías las tuyas, amigo
De solemnes, nada. En cuanto a tonterías, díselo al filósofo padre del invento. Yo solo he tratado de ponerlo a la altura del entendimiento perruno. Pero, ni por esas.
Instructivo y sencillo. Ni siquiera la representación que el yo se hace de sí mismo deja de ser eso, una mera representación, fallida por su propia naturaleza…