El materialismo siempre ha tenido muy mala prensa. Cuando de una persona se dice que es materialista se significa que solo le interesan los bienes tangibles, como la comida, el sexo, los Lamborghini y cosas así. Pero en el mundo del pensamiento, situado un poco más arriba del de los Lamborghini, el materialismo es una opción tan respetada – o tan poco respetada – como cualquiera otra.
El materialismo filosófico sostiene que la única realidad del universo entero es la materia; que no existe nada sobrenatural y que lo que se llama mental, intelectual o incluso espiritual son solo aspectos o productos o maneras de manifestarse de la misma materia.
Desde Epicuro hasta Dawkins, pasando por Lucrecio y Holbac, ha habido multitud de materialislas ilustres. Pero no en todos los casos la idea que tenían de la materia era la misma. Y precisamente ahí radica una de las claves de la cuestión. ¿Qué es la materia?
En apariencia, la materia es todo eso sólido, líquido o gaseoso de lo que estamos hecho y que nos rodea. Pero, extrañamente, a medida que profundizamos en ella, el aspecto sólido va perdiendo terreno frente al gaseoso, por decirlo así. Hasta el extremo de que parece que eso, que creíamos tan sólido, se nos esfuma. Es lo que dicen los físicos cuánticos: que, en cuanto detectan una partícula elemental, ya aparece la
Pero que la materia sea una cosa tan extraña no quita razón a la visión del mundo materialista. La cuestión decisiva es otra: esa cosa que llamamos materia, ¿ha producido por sí sola todos los mundos visibles e invisibles que vemos y sentimos? ¿O, por el contrario, el mundo material es producto del espíritu, de la conciencia que lo contiene? Esto último quiere decir, nada menos, que el mundo no existe fuera de nuestro pensamiento. Propuesta osada, cierto. Pero imagino que irrefutable para los muertos.
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