Sí, un miércoles de diciembre Alonso nos presentó y, después de presentarnos, nos abandonó a nuestro destino.
-¡Larra! Alonso me ha hablado mucho de usted. He de confesar que sentía curiosidad por conocerle.
-Muy amable por su parte, señora.
-¿Amable? ¿Por qué? ¿Porque siento curiosidad? ¿No sabe que la curiosidad femenina suele fijarse en cosas insignificantes?
-Nada que merezca la atención de esos ojos puede ser insignificante.
-Veo que, además de crítico, sabe usted ser adulador.
-Alabador, querrá decir. En la adulación entra siempre la mentira, en la alabanza no. Decimos “alabamos a Dios”, pero no “adulamos a Dios”, “laudamus Deo”, pero no…
-No siga, por favor. Estoy segura de que sabe mucho latín. No hay más que ver las cosas que escribe.
-¿Conoce las cosas que escribo?
-Alonso no se olvida nunca de pasarme el último artículo o folleto.
-Alonso es un buen amigo.
-Y un buen maestro.
-Y usted una buena discípula. Ya estoy informado de que escribe versos admirables.
-Por favor, no se burle. Seguro que no ha leído ninguno. Si no, no hablaría así. Alonso es muy amable y muy paciente. Él me enseña los secretos de la composición, y yo voy aprendiendo a acomodar el fuego de la inspiración a las exigencias del metro y la rima.
-El fuego de la inspiración…Habla usted como los jóvenes poetas de hoy día.
-Y usted habla como si no fuera uno de ellos.
-No, no lo soy, no doy el tipo. Son otra clase de gente. ¿Conoce a Espronceda?
-Sí, me lo presentaron hace tiempo, pero no lo he vuelto a ver. Creo recordar que era un muchacho de ideas tan revueltas como sus cabellos.
-Buena definición.
-Y dígame, si puede saberse, ¿qué clase de gente es usted?
-Sólo soy un hombre
-Y yo una mujer.
-Ya lo había advertido. Sólo soy un hombre que sueña.
-Y yo una mujer que sueña. Y a veces, pienso que me gustaría ser un hombre para realizar algunos de mis sueños.
-Los sueños sólo son sueños.
-¿No pueden convertirse en realidad?
– Dejarían de ser sueños.
-Me parece usted muy melancólico, don Mariano.
-Nací triste.
-¿Y no ha habido nadie capaz de aliviarle esa tristeza?
-Alguna estrella fugaz, tal vez.
-A veces sueño con el sol. ¿No le parece muy raro? ¿Ha soñado alguna vez con el sol? Dígame, ¿cree posible que dos personas tengan el mismo sueño?
-¿Al mismo tiempo? Sí, si están despiertas.
-Dispense. Parece que Don Manuel me necesita. Va a empezar el recital. ¿Le veremos el próximo miércoles?
-Delo por seguro.
Recuerdo que las campanas de San Nicolás daban las diez cuando salíamos de casa de Cambronero; recuerdo que, sin hablarlo ni pensarlo, nos encaminamos todos hacia el Café del Príncipe; recuerdo que aquella noche Carnerero me regaló la caja amarilla. ¡Buena cosa la memoria!