Naturalmente, no voy a responder a esta pregunta. Ni siquiera pienso tratar el tema de una manera más o menos tangencial o humorística como cabría esperar de un blog como este. O quizá sí.
El caso es que uno no puede menos que quedar fascinado ante la magnitud de la cuestión. Las reflexiones modernas sobre el tiempo las inició san Agustín con el famoso pistoletazo de salida: ”Quid ergo est tempus? Si nemo ex me quaerat, scio; si quaerente explicare velim, nescio” O sea, que, si nadie se lo pregunta, sabe qué es el tiempo, pero si quiere explicarlo a alguien, ya no lo sabe.
Entonces, lo mejor sería no preguntar y no intentar explicar. Pero esto – no indagar, no querer saber – es algo imposible para la naturaleza humana. Solo determinada clase de personas lo consigue: la gente práctica.
La gente práctica utiliza las cosas sin preguntarse sobre ellas. Es la mejor manera de vivir, lo reconozco. En esto no hay como los simples animales, que van directos a lo que su instinto les demanda sin preguntarse sobre razones y fundamentos
También los científicos de siglos pasados eran gente práctica. Utilizaban el tiempo y el espacio sin preocuparse demasiado por saber qué eran tales cosas. Daban por hecho que el tiempo y el espacio estaban ahí delante, como la cafetera o la pipa… Hasta que llegó Kant y encendió la luz, a su manera. El tiempo no es algo objetivo que permita su conocimiento empírico, dijo, el tiempo es una forma a priori de nuestra sensibilidad.
Schopenhauer, cuya manera de explicar era mucho más clara – y cortés con el lector – que la de su predecesor, enseñó que el tiempo es una función del intelecto, es decir, que es instrumento congénito de nuestra modo de conocer, que no es algo que esté ahí afuera, sino que lo llevamos dentro. Dicho a mi manera: nosotros no estamos en el tiempo; es el tiempo lo que está en nosotros.
Este modo de ver las cosas tiene la ventaja de responder a una de las preguntas clásicas de la filosofía y de la física. El tiempo ¿es infinito? ¿o tuvo un principio y tendrá un final? Ni lo uno ni lo otro.
El tiempo aparece y desaparece con el sujeto cognoscente, es decir, con cada uno de nosotros. Esto casi lo vio el mismo Agustín cuando afirmaba que antes de la Creación el tiempo no existía. Faltaba solo un paso – que él no podía dar – para descubrir que, antes de la aparición del sujeto cognoscente, ni siquiera la Creación existía.
No sé si me explico.
Dices: “El tiempo aparece y desaparece con el sujeto cognoscente, es decir, con cada uno de nosotros. Esto casi lo vio el mismo Agustín cuando afirmaba que antes de la Creación el tiempo no existía. Faltaba solo un paso – que él no podía dar – para descubrir que, antes de la aparición del sujeto cognoscente, ni siquiera la Creación existía.”
Me parece un poco atrevido mantener a pies juntillas una postura filosófica del siglo XIX sin tener en cuenta los avances científicos del XX (y XXI). Por ejemplo; hoy día parece un hecho que todo sujeto o ente cognoscente es producto de un proceso natural evolutivo. Es decir, los procesos cognitivos que se producen en un individuo son; al parecer, consecuencia de la progresiva adaptación biológica de los sujetos al medio en el que habitan.
Y si el sujeto es fruto de un proceso natural que necesita del espacio y el tiempo para poder llevarse a cabo: porque no habría evolución sin tiempo, es lógico pensar que el tiempo y el espacio son obligatoriamente externos al sujeto.
En pocas palabras, si no admitimos un tiempo natural con una existencia independiente de todo sujeto, la propia aparición del sujeto sería imposible; al menos según lo que la ciencia indica sobre la aparición y desarrollo de la vida en la Tierra.
Claro que también es cierto que el modo concreto –como sujetos- en que nosotros percibimos el tiempo, está un poco distorsionado de esa posible realidad exterior del tiempo: como demuestra la teoría de la relatividad, pero eso no hace más que confirmar que nuestra capacidad cognitiva es producto de la evolución, y que ésta y sólo ésta es la responsable de todas nuestras capacidades: incluida la capacidad de percibir el tiempo.
La ciencia dice que no es concebible la aparición de un sujeto sin un proceso evolutivo, ni un proceso evolutivo sin un espacio-tiempo externo al sujeto (además de requerir de materia, energía, y leyes mecánicas, todo ello existente previamente al sujeto de una manera objetiva). Esto nos permite mantener los interrogantes clásicos sobre el tiempo: ¿es infinito? ¿O tuvo un principio y tendrá un final? De hecho, la cosmología moderna tiene bastante que decir respecto a esas cuestiones, aunque eso ya es otro cantar.
Todo esto que digo es mi opinión personal, por supuesto.
Un cordial saludo.
Samuel.
Gracias por tu comentario, Samuel, con el que podría estar de acuerdo en un 50 por ciento. Porcentaje que derivo de la famosa frase del no menos famoso filósofo: “No hay objeto sin sujeto ni sujeto sin objeto”. Pero no quiero extenderme. No deseo que estas simples “postales filosóficas” deriven en sesudas disquisiciones. Para eso, existe un blog estupendo, el de la web de Schopenhauer, que aparece enlazado en este blog. Pero, no sé por qué, tengo la impresión de que ya lo conoces.
He abierto un post en el foro que comentas. Me gustaría mucho conocer tu respuesta a mi comentario: ¿podrías contestarme más explicitamente en el mismo? ¡Un saludo!