Entre los juncos y la baja tarde,
¡qué raro que me llame Federico!
Aún no tengo veinte años. Estoy en una fiesta de jóvenes, más bien tranquila y burguesa. La gente habla, ríe, bebe, baila. Yo también, a ratos. Descanso. Me siento en una silla solitaria. Contemplo el espectáculo.
Esta sensación, acompañada de las mismas o similares reflexiones, la he experimentado con frecuencia a lo largo de la vida, pero no con la intensidad de aquella ocasión. Por eso es imborrable. Y hablo de sensación física, no de discurso mental. Porque una cosa es meditar sobre los enigmas de la existencia y otra muy distinta sentirlos en el estómago y en los nervios. Quiero decir que no es lo mismo describir el fuego que quemarse.
Yo la experimenté durante dos años, también, curiosamente, entre los veinte y los veintidós… Mi propio cuerpo me parecía un artilugio torpe y extraño en el que yo vivía “de prestado”. Algo realmente inquietante… Acabé preguntándole a una psicóloga si estaba mal de la cabeza y, tras el consiguiente seguimiento, el diagnóstico fue: “excesiva inteligencia… mal canalizada” 😀 No me creí ninguna de las dos cosas 🙂 Un abrazo.
Mal canalizada, por supuesto. O sea, fuera de los trillados caminos homogeneizados. Un abrazo.
Nada más solitario que esa sensación.
Esta sensación yo tambien la he experimentado en ciertas ocasiones,es una especie de “extrañamiento del yo,ante un ello que reprueba”.
Algo así. Es difícil definirlo, Norberto. Precisamente porque es una sensación, no un concepto.
Si impedimos que haya un pensamiento que nos ampare, no podrá haber nunca un razonamiento que nos alivie…
Y Lorca , agregó delicadamente: “Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio.”