Rodolfo de Habsburgo, archiduque de Austria y príncipe heredero, era en 1888 un joven apuesto de treinta años. Príncipe, joven y apuesto, sí, pero desgraciado. De temperamento artístico (parece que sólo de temperamento) y carácter algo desequilibrado, como la madre, no supo adaptarse al papel que el destino le tenía reservado. Su mentalidad abierta y su espíritu inquieto por fuerza tenían que chocar con el conservadurismo monolítico del padre. Y falto de claros referentes políticos, coqueteó con elementos liberales y nacionalistas húngaros que, como él secretamente, se oponían al emperador-padre. Con las mujeres no sólo coqueteó, sino que las disfrutó a placer y sin muchos miramientos, hasta el extremo de que contagió una enfermedad venérea a su esposa, Estefanía de Bélgica, con quien había sido obligado a casarse.
La condesa María Luisa Isabel Larisch tenía la misma edad que el príncipe Rodolfo y era su prima (hija de un hermano mayor de Sissí). Por otro lado, al coincidir en el mismo lugar de veraneo, había hecho amistad con la familia Vetsera. En cuanto supo de la obsesión amorosa de la pequeña María, se declaró dispuesta a ayudarla. Fue así, alegando ante la familia que María la acompañaba en sus gestiones por Viena, como facilitó los encuentros de los amantes. El primero a solas fue el 5 de noviembre de 1888 en el Castillo (Burg). Pero éste y los inmediatamente siguientes no fueron propiamente citas de amor, al menos en el sentido físico de la expresión. En cambio, el encuentro del 13 de enero del año siguiente no ofrece ninguna duda. En carta dirigida a una amiga, María confiesa que había estado con Rodolfo y que “los dos habían perdido la cabeza”.
Es fácil hacerse una idea de de los sentimientos de María, porque cuando el amor lo llena todo, sucede lo mismo en cualquier hombre o mujer. Pero ¿y Rodolfo? ¿Estaba realmente enamorado? Es difícil pensar que un hombre tan “corrido” como él pudiese participar en el mismo grado de lo que para ella debió de ser una experiencia sublime. Que no fue una aventura corriente lo demuestra lo que queda de historia. Pero nunca sabremos lo que fue en realidad para él.
Además, así como el padre de ella apenas cuenta en esta historia, Rodolfo tenía un señor padre, que además contaba con cincuenta millones de hijos. Y que estaba seriamente preocupado por su heredero. Lo de los encuentros secretos entre Rodolfo y María enseguida se supo en toda la corte. (Es curioso observar que, mientras conocimientos muy importantes para la humanidad se difunden muy lentamente, la noticia de ciertas historias “íntimas” se propaga a la velocidad del sonido, a veces antes de que el hecho se produzca). (Continuará)