Cómo colocar un gato viejo

Mi amigo Augusto tiene una esposa; la esposa tiene un gato; los tres viven en un pisito de la ciudad. Augusto no es nada amigo de gatos; la esposa, que también es mi amiga, tampoco mucho, pero se apiadó de un gatito abandonado y se lo quedó.

Mi amigo rechistó, pero solo un poco, porque es muy consciente de que en estos asuntos domésticos…vaya, iba a decir una inconveniencia. El caso es que, doce años después, aquel gatito tan mono y juguetón es ahora un ente apático, una enorme mancha oscura en el sofá, que va perdiendo el pelo y se pasa el día durmiendo, comiendo y cumpliendo otras necesidades mínimas para sobrevivir.

Y la cosa se ha complicado cuando la esposa de Augusto ha contraído una enfermedad de la piel, muy misteriosa en opinión de todos los dermatólogos que la han tratado, y que ha llevado al último a decidir, con pleno conocimiento de causa o no, que el responsable es el gato, que el animalito en cuestión no puede seguir viviendo en casa de mis amigos.

Augusto vio las puertas del cielo abiertas. No sabía lo que le esperaba, el pobre. Pero, mejor lo cuenta él mismo:

Empecé por los parientes, amigos y conocidos. A todos les ofrecí el precioso gatito. Todos ya tenían gato, o perro, o ningún animal y no deseaban cambiar de vida, cosa que entiendo perfectamente. Llegué incluso a ofrecerlo a cuantos llamaban a la puerta: el vendedor de seguros, el electricista, el vecino del quinto, varios pares de testigos de Jehová, todo inútil.

Entonces me dediqué al sector profesional e institucional, pues tenía entendido que ciertas entidades privadas o municipales se dedicaban a acoger a animales desvalidos más o menos urbanos. Allá fui. La docena aproximada de visitas que hice culminaron en ésta, resumen y colofón de todas las anteriores.

– Lo siento, estamos desbordados, no cabe ni uno más.

– Es que es muy urgente. Va en ello la salud de mi esposa.

– ¿Qué edad tiene?

– Setenta años.

– El gato, digo.

– Ah, perdone, doce, doce años.

– ¡Doce años! Imposible. 

– ¿Imposible? ¿Se puede saber qué tiene que ver la edad del animal con lo que le estoy contando?

– Mire. Las mascotas que tenemos aquí cuentan siempre con la oportunidad de que alguien las adopte, pero, con esa edad, imposible, ya le digo. Nadie quiere un gato de doce años.

– Ya lo entiendo. Pero, entonces, ¿qué puedo hacer?

El hombre me mira fijamente a los ojos, en silencio, como si esperase que yo mismo respondiese a mi pregunta. Pero no respondo, sino que sigo preguntando.

– Aquí tienen veterinarios ¿no?

– Servicio completo. Atención interna y consultas externas.

– ¿Y no sería posible, digo yo, que traiga yo el gatito para que el veterinario lo vea y le aplique … un tratamiento, digamos… eutanásico, pagando lo que corresponda, por supuesto?

No le había insultado ni le había mentado a la madre. Pero la reacción fue como si tal.

– Usted no sabe lo que dice… Su propuesta es inconcebible, criminal.

– Pero yo…

– Sepa usted que un veterinario es un profesional y que, como todo profesional, está sujeto a unas normas deontológicas. Usted no tiene idea de cómo funciona esto. Una decisión como la que ha apuntado solo la puede adoptar el veterinario si se dan unas circunstancias muy concretas: en primer lugar el animal en cuestión tiene que ser cliente suyo, es decir, tiene que haber sido tratado por el mismo veterinario con anterioridad; entonces, solo en el caso de que el animal esté muy enfermo, solo en ese caso y habiendo agotado todas las posibilidades de sanación, puede tomar la triste decisión que usted ha apuntado. Es decir, la salud del gato es el único dato que importa para decidir si…

– Y la salud de la persona ¿no?

– ¿Cómo dice?

– Ya le he dicho que mi esposa… Mire, tengo una idea. Ustedes se dedican a la protección y cuidado de las mascotas abandonadas o con problemas, ¿no es eso?

– Procuramos suplir lo que esta sociedad egoísta es incapaz de hacer con esos eres vivos indefensos.

– O sea, si ven un animalito abandonado y hambriento en la calle, lo recogen o cuidan de él ¿no es eso?

– Hacemos lo que podemos…

– Bien. Yo voy ahora a mi casa, cargo con el gato y lo dejo en la vía pública, no muy lejos de aquí para no causarles muchas molestias, y entonces ustedes lo ven, lo recogen y lo atienden debidamente, ¿no es eso?

Los ojos del hombre son un par de huevos grandes e inexpresivos. Antes de que suelte la respuesta que sin duda está incubando, desaparezco.

Ya hace días que no sé nada de mi amigo.

Bueno, algo sí.

Conozco lo suficiente a Augusto como para poder afirmar que en este momento está disfrutando del sofá, finalmente recuperado.

1 comentario

Archivado bajo A veces estoy loco

Una respuesta a “Cómo colocar un gato viejo

  1. Todos estamos, a veces,un poco locos, tal vez por eso sobrevivimos. Me gustó. Un saludo

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