Castillo del Barón Vollterr. En una sala rococó, el Barón, la Baronesa y Fausto.
BARÓN.- Un viajero extraviado siempre es bien acogido en nuestra morada.
FAUSTO.- Agradezco vuestra hospitalidad, pero a la medianoche he de reemprender el camino.
FAUSTO.- Fausto.
BARONESA.- Y vuestra condición u ocupación, si me permitís que sea indiscreta…
FAUSTO.- No es indiscreción por vuestra parte, señora, sino descortesía por la mía no haber correspondido en un primer momento con franqueza y sinceridad a un acogimiento tan caluroso. Señores, soy doctor en ciencias, en teología y en filosofía, y mi único afán es el conocimiento de los secretos de la vida y del Universo.
BARÓN.- La filosofía, la ciencia, por ahí va el futuro de la humanidad. Cada vez está más claro que, por fortuna, los siglos de oscuridad han terminado. Y decidme, vuestro viaje nocturno ¿tiene relación con alguna investigación concreta?
FAUSTO.- Todo viaje es investigación, pero en los nocturnos es cuando se revelan los fenómenos más sorprendentes. Como esta misma noche.
BARÓN.- ¿Un fenómeno sorprendente? ¿Esta misma noche? Contad, doctor, contad. Me apasiona la ciencia, soy un hombre totalmente poseído por el espíritu del siglo.
FAUSTO.- No lejos de aquí, en un claro del bosque, iluminado por la Luna llena, he sido testigo de algo excepcional.
De pronto, se abre la puerta del fondo y entra una muchacha, casi arrastrando por la mano a un joven; ella, con el rostro encendido por la agitación del baile; él, más circunspecto, pero con el brillo de alguna copa de vino en los ojos. Ella se dirige a su acompañante.
OTTI.- Repetid delante de mi padre lo que acabáis de decir, Johann.
JOHANN.- Por Dios, Otti, qué ocurrencia. Disculpad, señor. Le decía a vuestra hija que, a mi regreso de Weimar, que supongo será por la primavera, se podría organizar aquí mismo un baile aún más lucido…Si no tenéis inconveniente.
BARÓN.- ¿Tanto ruido para eso? ¿Dónde está el problema?
OTTI.- El problema está, padre mío, en que si no lo oís de boca de Johann…siempre decís que estas cosas me las invento yo.
BARÓN.- ¡Qué niña eres! Sin ánimo de ofender, me extraña que un caballero como Johann von Goethe te dé tanta importancia.
OTTI.- ¡Qué desagradable! No soy una niña, padre, tengo dieciséis años.
BARÓN.- Y Johann veintiséis, si no me equivoco.
JOHANN.- No os equivocáis…Pero, dispensad (Johann se fija por primera vez en Fausto), os hemos interrumpido.
BARÓN.- La verdad es que manteníamos una conversación muy interesante con el doctor Fausto, sobre temas científicos. Tal vez queráis participar.
Johann mira insistentemente a Fausto, que aguanta impasible la mirada.
JOHANN.- ¡Doctor Fausto! Como el de la leyenda.
BARÓN.- ¿Qué leyenda?
FAUSTO.- Se cuentan historias fantásticas y sin sentido de un personaje que tenía mi mismo nombre.
JOHANN.- ¡Fausto! He soñado tantas veces con este nombre…Pero cuando pienso en él, todo lo veo envuelto en una espesa niebla.
FAUSTO.- Despejad esa niebla. Dadle forma y sentido.
BARÓN.- ¿Sabías que, a su edad, este joven es ya una de nuestras glorias literarias?
FAUSTO.- Es fácil saberlo; basta con mirarle a los ojos.
JOHANN.- Así pues, me habéis reconocido.
FAUSTO.- Y vos a mí, ¿no es eso?
JOHANN.- Sí, pero permanecéis en la niebla.
FAUSTO.- Dadme forma y sentido, aunque en ello os vaya toda la vida. Otros también lo intentarán.
JOHANN.- Lo intentaré, sí, lo intentaré…Con permiso.
Johann toma de la mano a Otti y ambos se retiran.
BARÓN.- Un muchacho notable, un gran talento, sin duda. Lástima que su linaje…Perdón, estaba pensando en voz alta. Decíais que esta noche, en un claro del bosque iluminado por la Luna llena habéis visto…
FAUSTO.- Un lobo.
El alegre rostro del Barón se nubla al instante, y el de la Baronesa palidece.
FAUSTO.- Fue capturado vivo por unos hombres armados y…
BARÓN.- Esas alimañas acabarían con el ganado.
FAUSTO.- Por ese motivo se les mata, no se les captura vivos.
BARÓN.- ¿Y por qué creéis que lo han capturado vivo?
FAUSTO.- Por lo que pude ver momentos antes. El lobo era un hombre: yo vi cómo se transformaba.
La Baronesa se levanta de repente y abandona la sala entre sollozos.
BARÓN.- ¡Hombre de Dios, qué habéis hecho! Vos, un doctor en filosofía, un hombre de ciencia, y venir aquí con esas patrañas. No salgo de mi asombro.
FAUSTO.- He contado lo que he visto, y siento que haya impresionado tanto a vuestra señora esposa. Y si estoy aquí es porque deseo estudiar y conocer el asunto en toda su extensión y profundidad, porque habéis de saber que también he visto cómo el hombre-lobo era conducido a esta casa.
BARÓN.- Patrañas, no son más que patrañas. Mi esposa no es que esté impresionada, está enferma, muy enferma,
FAUSTO.- Es cierto, yo lo he visto.
FAUSTO.- No hablo de filosofías, señor, sino de lo que ven los ojos. Yo he visto cómo ese hombre, que sin duda ha de ser vuestro hijo, se convertía en lobo.
BARÓN.- ¡Por la santa Enciclopedia! Me estáis sacando de quicio. ¡Qué importa lo que ven los ojos! Tanto como lo que cuenta la comadre de la esquina. La Razón es lo único que cuenta, y si la Razón dice que una cosa no puede ser es que no puede ser, y punto. Y conste que no soy obcecado, sino, como veis, razonable y muy razonable. Tanto es así que, para que la cosa quede muy clara desde todos los puntos de vista posibles, en estos momentos, mientras vos y yo estamos hablando, un cirujano llegado de París y un anatomista llegado de Berlín están diseccionando al lobo de marras para demostrar que en su cuerpo no hay punto alguno de conexión con la naturaleza humana.
FAUSTO.- ¡Están matando a vuestro hijo!
BARÓN.- En alguna taberna se estará matando él.
FAUSTO.- ¿Y cómo sabéis que el lobo que tenéis es el animal en cuestión?
BARÓN.- Elemental, doctor Fausto. Porque, siguiendo mis instrucciones, el capataz que dirigía la captura no ha procedido hasta después de asegurarse de que el animal era el que había sufrido la transformación.
FAUSTO.- ¿Entonces?
BARÓN.- Entonces ¿qué? Sois de una obstinación increíble. ¿Cómo podéis insistir en esas patrañas? Lo he dicho y lo volveré a decir las veces que haga falta: estamos en el siglo de la Razón, y cuando la Razón dice que no es que no. Y ahora, idos, doctor Fausto.
Medianoche. Acompañado por el Búho, Fausto se aleja caminando. De pronto, en la torre más alta del castillo aparece el Barón Vollterr, con camisón y gorro de dormir y, muy excitado y entre grandes ademanes, se dirige a Fausto, que ya no puede oirle.
BARÓN.- ¡Sois un tramposo, doctor Fausto! Habéis jugado sucio conmigo, vos o quien sea que haya ideado esto. Me habéis retratado como un racionalista cerril, como un cabeza-cuadrada esclavo de sus esquemas y ciego ante la realidad de la vida. Claro…muy fácil…En una historia donde los demonios se disfrazan y los búhos hablan ¿qué tiene de raro que los hombres se transformen en lobos? En el mundo real quisiera veros yo, no en esta fantasía creada a capricho, sino en la sociedad de seres de carne y hueso, donde no hay diablos acróbatas ni búhos parlanchines. Nos vemos ahí y me enseñáis unos cuantos hombres-lobos ¿os parece? ¿No me respondéis, tramposo? Habéis hecho trampa conmigo, doctor Fausto, vos o quien sea que haya ideado esto. ¡Tramposoooos!…