Todavía en el ejército, dirigió la revista L’Italia Militare. Y digo “todavía” porque, con la publicación de unas novelas cortas y de unos recuerdos de la vida militar, le cogió tanto gusto a la cosa de escribir que, a los veinticinco años, dejó el ejército para dedicarse exclusivamente a las letras, sobre todo, al principio, a la literatura de viajes. Londres, Marruecos, Constantinopla y España (aquí, durante el breve reinado de Amadeo de Saboya) fueron algunos de los lugares objeto de sus crónicas.
Pero su fama de escritor le llegaría tras la publicación de las novelas Un amigo y Corazón (1886), esa que escribió pensando en mí y en millones de niños como yo, y que yo le agradezco y le agradeceré siempre. El libro alcanzó un éxito inmediato y, en poco tiempo, se tradujo a casi todos los idiomas europeos.
Parece que fue la inmersión en el mundo de la educación infantil, necesaria para la escritura de Corazón, lo que avivó en él su interés por los problemas de la enseñanza en general y de la educación de las clases populares en particular, y este interés o preocupación por los problemas sociales le llevó a posturas cada vez más radicales hasta ingresar en el partido socialista. El nacionalismo ingenuo quedaba atrás. Pero solo un poco atrás. Porque De Amicis nunca renegó del patriotismo ni de su pasado militar.
Pero si una constante hay en la obra de De Amicis, es aquella especie de ingenua ostentación de los buenos sentimientos. El niño rico ayuda al pobre, el inteligente al torpe; el maestro enseña que no se debe menospreciar a nadie por su condición social; el padre aconseja al hijo sobre valores tales como el trabajo, el esfuerzo, el patriotismo. Y es que todos se sienten hermanos, como hijos orgullosos que son de la madre Italia.
¿Y Dios?… Ni está ni se le espera. Como tampoco la Iglesia ni el Demonio. Este detalle, esta ausencia, constituye el muro – y sin embargo, para mí entonces inadvertido – que separaba aquel mundo infantil del mío. Ausencia que no pasó desapercibida a los administradores y seguidores de la trilogía mencionada, y que le valdría al autor la sospecha de masón, cosa, por otra parte, que no estaba mal vista por la mitad avanzada y dominante de la Italia de la época.
Detalles aparte, lo cierto es que Corazón, con su derroche de humanidad y de buenos sentimientos fue la mejor introducción que pude tener a la lectura y al mundo.
Del autor no sabía nada. Ni cuando lo leí, ni cuando lo releí, ni en el
De Amicis es y será siempre para mí el escritor de los buenos sentimientos, el mago que mostró a un niño de ocho años los aspectos amables de la vida, entre ellos – el más grande – el prodigio de leer.