Y sin embargo, de los pocos datos de su biografía y de los testimonios de personas
William Shakespeare nació en Stratford-upon-Avon, Inglaterra, en abril de 1564, hijo de John, comerciante de fortuna variable y de Elisabeth Arden, hija de un propietario rural. Aparte de la asistencia a la Grammar School, no parece que cursase estudios reglados. Y aquí reside el primer misterio: que un hombre tan poco cultivado (por las vías oficiales o de prestigio) produjese unas obras tan plenas de sabiduría histórica, política, psicológica, poética y filósófica.
A los dieciocho años (1582) se casó con Anne Hataway, ocho años mayor que él, con la que siguió viviendo en Stratford, dedicado no se sabe a qué: las suposiciones varían entre carnicero y maestro de escuela.
En 1587 se encuentra en Londres, dedicado a sus primeras actividades teatrales. Es posible que pronto entrase en la compañía Chamberlain’s, luego llamada the King’s Men, propietaria del teatro The Globe, una de las más favorecidas con actuaciones para la corte real, pero cuyas producciones iban dirigidas en principio al público popular que llenaba los teatros.
Shakespeare pasó con bastante rapidez de actor primerizo a escritor o adaptador de algunas obras – la sucesión de obras en escena era de una rapidez endiablada y había que producirlas sin descanso -, hasta convertirse en uno de los principales miembros y socios propietarios de la compañía y del teatro y en el autor más aclamado por el público (la intelectualidad culta y distinguida no lo veía con tan buenos ojos, excepto quizás Ben Jonson).
Gracias a sus contactos con la corte, principalmente con el círculo del conde de Essex, trató y parece que hizo amistad con el joven conde de Southampton, a quien
Pero lo suyo era el teatro, estaba claro. La cronología de su producción teatral muestra una trayectoria muy definida. Empieza por los dramas históricos en torno de la figura del rey Enrique VI, incluyéndose en esta misma época (1589-94) la tragedia Tito Andrónico, donde hay más sangre y muertos, en escena y fuera de escena, que en cualquier otra obra de cualquier otro autor.
En 1594, con Trabajos de amor perdidos, cede la furia de la violencia histórica y se impone el ingenio, la paradoja y el espíritu poético y al mismo tiempo irónico. Se alternan entonces comedias como El mercader de Venecia, La comedia de las equivocaciones, Sueño de una noche de verano, con dramas históricos en torno al rey Enrique IV, en los que aparece por primera vez el curioso personaje Falstaff, que reaparecerá en la comedia Las alegres comadres de Windsor, y alguna tragedia, como Romeo y Julieta y Julio César.
Hamlet, estrenada en 1601, marca el inicio de la nueva etapa, caracterizada por la plenitud creativa y el tono sombrío de las principales producciones: Otelo, Macbeth, El rey Lear, Antonio y Cleopatra. En la tercera y última etapa, asoma de nuevo cierto tono poético y risueño, donde tienen su lugar la bondad, la reconciliación y la magia, como en la supuesta última obra La tempestad.
Toda esta historia creativa que he apuntado de manera imposible en un par de párrafos se desarrolló en un Londres alegre y bullicioso – aunque ya se cernía el fantasma del puritanismo – que gustaba, desde el más alto al más bajo, de aquellos espectáculos que hoy llamamos de calidad y que entonces se consideraban simplemente divertidos o fascinantes o apasionantes.
Y con toda clase de dificultades o tropiezos materiales, pues en dos ocasiones se cerraron los teatros por causa de la peste, y en 1601 rodó la cabeza de su protector, el conde de Essex, por causa de una supuesta conspiración contra la reina, en la que los mismos actores de la compañía a punto estuvieron de verse implicados. Y además, en 1613 el teatro The Globe quedó destruido por un incendio.
Pero también, con importantes logros materiales para el autor y gestor teatral William Shakespeare, que pudo adquirir propiedades en su Stratford natal y retirarse allá en 1610.
A partir de ahí poco se sabe de su vida. Se supone que la pasó tranquilo en su retiro. Murió en la primavera de 1616.
La fortuna posterior de Shakespeare ha sido variada. El neoclasicismo del siglo XVIII, de dominio cultural francés, con Voltaire a la cabeza, lo tuvo por un bárbaro impresentable. E irrepresentable, por supuesto. El romanticismo de finales del siglo mencionado y principios del XIX, de dominio cultural alemán, lo tuvo por un dios. En la actualidad se sigue representando en todos los países del mundo, en todos los idiomas y en todas las modalidades o adaptaciones imaginables. Se diría que es inmortal, que siempre estará con nosotros. Más que cualquier otro clásico. ¿Por qué?
De Shakespeare se ha dicho que fue el mayor creador de criaturas humanas después de Dios. Y es cierto. Es cierto que la humanidad quedaría mutilada, disminuida, si no pudiese contar entre los suyos a un Hamlet, un Otelo, un Macbeth, un Falstaff, una Cordelia, un Próspero, una Ofelia, un Yago y tantos otros. Y es que en ellos los humanos de carne y hueso nos vemos y, a veces, nos comprendemos.
(De Los libros de mi vida. Lista B)