Un fuerte golpe en la espalda le sobresalta.
– ¿Qué haces aquí, tío? Esperando, ¿eh?
Es Chema, acompañado de Chimo.
– Sí, ¿qué haces aquí, tío? Esperando, ¿eh? – repite Chimo.
– ¿Dónde te metes, tío? No se te ve el pelo – dice Chema – ¿Se puede saber a quien esperas? Yo diría que no es una cita de negocios, aquí, en medio de la plaza, y con este frío.
– No, no es una cita de negocios – dice Chimo – ¿Se puede saber a quién esperas?
– Mira, se ha quedado mudo – dice Chema.
Al fin habla:
– Sí, estoy esperando a alguien, y no os he de dar explicaciones.
– Así se habla, tío –dice Chema-. Oye, ¿de dónde has sacado esa energía? ¿No eras el tío más tímido de la clase? No te estarás volviendo un cabroncete, ¿eh?
– No te estarás volviendo un cabroncete, ¿eh? – dice Chimo.
– No repitas lo que yo digo, bestia.
-Perdona, bestia.
Entonces Chema se dirige al que esperaba, en actitud amenazadora:
-¿Quieres que te hagamos compañía, tío? ¿Qué te parece si nos quedamos aquí y esperamos contigo?
-Haz lo que quieras.
-¿Está buena la chica?
– No te importa.
– No te insolentes, ¿eh?…Suponiendo que sea chica, claro, porque de un tipo como tú… ¿Sabes qué te digo? Que nos quedamos, nos quedamos aquí contigo. ¿Qué dices, Chimo?
– Que no.
-¿Cómo que no? ¿Qué quieres decir?
– Que no, tío, que no, que no hay nada que hacer.
– Espera, espera – dice Chema, como reflexionando -, que Chimo ha tenido una de sus brillantes ideas. Es una bestia, pero a veces pare algo genial. Dime, Chimo, Chimo querido, ¿por qué dices que no hay nada que hacer? Ven, dímelo a mí, al oído…
Chema pasa el brazo sobre el hombro de Chimo y, mientras éste le va susurrando al oído, ambos se alejan lentamente hasta que se pierden de vista al doblar la esquina, tras dirigir al que espera una mirada más cruel que todas las palabras.
Qué suerte que hayan desaparecido, esos pelmazos. Aunque hay que reconocer que han aliviado el tiempo. ¿Cuánto llevo? Veinte minutos… más de veinte minutos. Mira una y otra vez el reloj, y las manecillas no se mueven. ¿Cuánto podrá resistir? Pero ella vendrá, claro que vendrá. Nunca ha faltado a una cita. Nunca en los dos años, sí, dos años y dos meses, recuerda con precisión, desde que se conocieron aquella tarde en el cine. Claro que hay que descontar los cuatro meses y tres semanas de cruel separación. Veintidós minutos. Una vida. Es como esperar toda una vida. ¿Cómo sería una vida con ella? ¡Cómo iba a ser! Una larga prolongación de lo ya vivido…vivido…con ella…vivido, ¿cómo sería una vida con ella? ¿cómo… sería…? Un extraño hormigueo le recorre el cuerpo, la cara, la frente, las extremidades. Intenta recordar con precisión escenas de su vida con ella. No lo consigue. El hormigueo aumenta, el vello de la piel se eriza, se lleva la mano a la frente como para librarse de aquello. Y aquello cae. Y se ve en el cine aquella tarde, y ve cómo a la salida ella le pregunta por cierta parada de autobús, y cómo no ocurre lo que no puede ocurrir, cómo no vence su natural timidez, cómo le informa escuetamente y se retira sin más hacia la soledad de siempre. (Cerrar pestaña)
Me pareció un retrato psicológico de los miedos y angustias más usuales que todos tenemos,,,,gracias
Gracias a ti, Ana. Esta misma tarde voy a poner otra vez el relato, pero enmarcado en los diálogos de los narradores-tertulianos, siempre ilustrativos.
perfecto!!!!!!