De vez en cuando, vuelvo a Valldoreix. A la casa que fue del padre, luego mía y ahora de la descendencia. En tales ocasiones suelo sustraerme durante algún rato de la familia para perderme solo por las calles y lugares de otros tiempos.
Hoy he pasado junto al viejo casino de la lejana infancia – vago rumor de risas de payasos y de bailes de mayores espiados por ojos infantiles -, que después, en la adolescencia y primera juventud, fue hotel y lugar de encuentros, escenario de temblores e ilusiones, donde la felicidad siempre estaba a punto de tocarse. Y hoy es triste geriátrico.
He descendido después por la calle que pasa junto al antiguo “colmado”, tienda de alimentos para veraneantes, y lo he visto convertido en algo que se le parece, sin ser lo mismo.
He girado a la derecha y he seguido caminando lentamente al tibio calor del sol invernal. Y he pasado ante el sendero, hoy cortado, que conducía al ensueño wertheriano. Y unos pasos después, en el cruce con la calle que, hacia la derecha, me había de devolver a la casa de ayer y de hoy, me he detenido.
Cara al verde intenso de los pinos y a la montaña próxima – escenario de tantas incursiones adolescentes, solitarias y colectivas –, he permanecido inmóvil, como pasmado. Y he estado pensando en cosas de aquel tiempo.
Y entonces he despertado. ¿Qué hago yo aquí? No hay nada de aquello, nada de lo que fue mi mundo. Nada, nada. Me obstino en seguir contemplando el espectáculo, pero el telón está bajado. Hace tiempo que la función terminó.
Es hora ya de que abandone la butaca.
Dedicado a Mati, Juan, Julita, Pep, María José, José Arturo, y a cuantos personajes de la antigua escena pasen por aquí.
Buenas noches, Antonio,
Iba derecho hacia Unamuno y me he encontrado con esto. Parada y fonda provechosas. El párrafo penúltimo es conmovedor. He experimentado lo mismo cuando he visitado escenarios de mi pasado tras años de ausencia: ya no hay nada de cuando entonces, es una extraña sensación, no sé, de melancolía quizá. No obstante, me gustan tanto la respuesta de Eugenia como la tuya.
Eugenia es una sabia psicóloga y amiga. Con lo único en que a veces no estoy de acuerdo con ella es con esa manía de introducir siempre el toque positivo.
Cierto, las cosas tienen vida, la que nosotros queremos darle mientras formamos parte de ellas. Una vez las hemos abandonado, posiblemente siguen viviendo en la mente y el espíritu de otros que las siguen habitando, pero para nosotros son solo fragmentos de recuerdos con los que componemos una historia, un sentido. Cuando volvemos a encontrarlas no las reconocemos, no coinciden con nuestra historia, no encajan y casi siempre decepcionan. Pero, aunque este telón haya bajado hace tiempo, y tengamos que abandonar esta función que ya no es la nuestra, hay otras que nos esperan y en las que sí nos reconocemos y a las que damos y de las que recibimos nuevos pedacitos de vida.
Por supuesto, Eugenia, la visión positiva es más positiva. Pero algunos espíritus poéticos (o simplemente melancólicos) se complacen más en la otra.