De Shakespeare, puede sospecharse esto con sobrado fundamento, aunque no se encuentre ninguna declaración suya al respecto. De Goethe, basta con recordar aquella frase en que expresa que lo importante es la actividad (“da lo mismo contar lentejas que guisantes”, más o menos), no el objeto en que se aplica. Hoffmann tenía su producción literaria por algo subsidiario, alimenticio. Anton Chejov consideraba la
Tolstoy, además de rico de nacimiento y aristócrata emparentado con la familia imperial, andaba sobrado de facultades creativas innatas (quien no crea en esta posibilidad es que no se ha aproximado de verdad a ninguno de los grandes artistas), como empezó a demostrar a los 24 años escribiendo Infancia, y no dejó de hacerlo hasta la última de sus grandes obras de ficción (Resurrección), a los setenta cumplidos; toda una larga carrera de escritor, jalonada de cimas soberbias (Guerra y paz, Ana Karenina, Sonata a Kreutzer, La muerte de Iván Ilich…).
Yo creo que es en Guerra y paz donde de modo más lúcido, brillante e ingenuo (que no quiere decir no elaborado) da rienda suelta a toda su fuerza creadora. La novela consiste en un inmenso tapiz narrativo (con caracterización de unos quinientos personajes), acerca de las vivencias de unos cuantos hombres y mujeres durante el período que se inicia en 1805 y, con eje central en la invasión napoleónica de Rusia, se prolonga hasta 1814.
En Ana Karenina, centrada en la psicología de una mujer y en el ambiente de la alta sociedad rusa, la fuerza creativa es la misma, pero parece que la ingenuidad artística se va perdiendo: ahí está el personaje Levin, trasunto del mismo autor, con sus dilemas existenciales y morales.
¿Qué ha pasado?
Me divertía mirar la existencia en el espejito del arte, pero cuando empecé a buscar el sentido de la vida, cuando sentí la necesidad de vivir mi propia existencia, ese espejito se volvió inútil, superfluo, ridículo, penoso.
Esto ha pasado: que un gran creador, en vez de limitarse a mirar y recrear el mundo, ha dirigido la vista a su interior y ¡oh, sorpresa! ha encontrado más guerra que paz.
No había cumplido los cincuenta años, tenía una buena esposa que le amaba y a la que amaba, unos buenos hijos; su nombre era célebre (acababa de publicar Ana Karenina) y su salud robusta, cuando de repente descubrió, sintió, que la vida era un absurdo, “mi vida era una broma estúpida y malévola que alguien me estaba gastando”.
Pero no alcanzó la paz (solo algunos ingenuos o inexpertos en estas cuestiones creen que la conversión a una fe religiosa proporciona de inmediato la tranquilidad). En su obra Confesión (1882) Tolstoy da cuenta detallada del itinerario que le llevó desde la angustia de la nada hasta una fe apenas compartida con nadie.
Desde joven, cuando corazón y visión no estaban obnubilados por las fuertes pasiones que solían agitarlo, le conmovía la tremenda injusticia de que millones de personas arrastrasen una vida paupérrima trabajando para que unos cuantos privilegiados – los de su clase – vivieran con todos los lujos. Pero no fue hasta 1882, pocos años después de su “conversión”, cuando, de repente, la conmoción lo sacudió de forma insoportable.
Aquel año pasaba el invierno en Moscú y quiso colaborar en el censo de población que se estaba elaborando. En el campo, en su residencia habitual, había
Conoció el inframundo de Moscú, habló con muchos de sus habitantes, estuvo en una especie de dormitorio público donde algunos pasaban las gélidas noches amontonados. Y estalló. “Gritaba, lloraba”, cuenta un amigo, “no se puede vivir así – decía entre sollozos – . ¡Esto no puede ser! ¡No puede ser!”.
Esta radicalización de la conciencia social fue paralela al proceso de depuración de la conciencia religiosa. Su fe en Dios se fue desprendiendo de todo el aparato con que, desde la infancia, se le había presentado. Cayeron los dogmas y la teología, y el alborozo con que la Iglesia ortodoxa había recibido la “conversión” del famoso escritor se convirtió en franca hostilidad que culminó con la excomunión en 1901.
Ya apenas escribe ficción, solo ensayos y consejos morales, que se extienden por el mundo y prenden a veces en almas similares, como en el joven Gandhi. Pero sabe que su ejemplo no es correcto, que su posición es equívoca – rico hablando de pobreza – y siente que ha de dar un paso más.
La esposa y los hijos mayores advierten su “desvarío” con enorme preocupación. (continúa)
(De Los libros de mi vida. Lista B)
Buen articulo el tuyo, Antonio.
Si supieras que a Tolstoy lo conozco de alguna que otra pasada, fugaz, rápida; es una asignatura pendiente, para algo está, como el resto de sus homólogos Rusos, en lo más alto de la literatura. Sin embargo, sí que he leído a Dostoievski o Chejov. Tengo predilección por el primero. Aquí, en la biblioteca de casa, tengo “La muerte de Ivan Ilich” y “Ana Karenina”.
Aunque estoy siempre muy liado, con tantas inquietudes, intentaré dejar ese hueco que creo se merece el bueno de Tolstoy.
Te felicito Antonio. Un abrazo.
Gracias, Nicolás. No te pierdas La muerte de Ivan Ilich.
ok. Tomo nota, para ponerla a la cola de estos cuatro libros que leo ahora. Gracias Antonio, te seguiré de cerca
Bueno, …entonces, algunos son especialmente especiales.
Qué persona tan especial, no solo como autor o creador de obras literarias, sino como ser humano. Seguro que así fue en realidad, basta con leer algunas de sus obras, pero biografiado por tí, a la vez que se me hace más comprensible, adquiere una mayor complejidad y misterio sobre todo con este sistema que utilizas de dividir el texto en dos partes.
¡Pronto! ¡Ya!…. quiero leer el resto de este vía crucis personal, que ya se va vislumbrando..
Sí, muy especial, como casi todo el mundo visto de cerca. No sé qué cosas has leído de Tolstoy, pero una novela sí, seguro: Sonata a Kreutzer.