Cervantes. La novela en su laberinto III

Cervantes tenía su lado práctico, eso es evidente. Y así, mientras no deja de escribir comedias (muchas, perdidas) en un intento de destacar como autor famoso – intento que se revelaría inútil ante el despliegue arrollador del arte de Lope de Vega –, sigue llamando a las puertas de la burocracia real. Y finalmente lo consigue.

En 1587 se le nombra comisario del rey, a las órdenes del proveedor general, para aprovisionar trigo, aceite, cebada y otros artículos con destino a la armada real. Fija su residencia en Sevilla y desde allá va recorriendo Andalucía con la autoridad real de que está investido y con los medios materiales y humanos necesarios. Y con un salario muy digno.sevilla2

(Entre paréntesis, eso de la continua pobreza en que vivió Cervantes es solo un ejemplo más del tópico que persigue a artistas y creadores, quienes parece que han de ser por fuerza pobres y desgraciados. Algunos lo han sido y lo son, claro está, pero muchos otros, puestos en el mismo saco, no. Y es el caso que, ni Cervantes vivió sumido en la pobreza, ni la existencia de Kafka fue especialmente kafkiana).

El trabajo era muy ingrato, eso es cierto. Se trataba de requisar productos básicos mediante compensaciones, que solían cobrarse tarde y mal. Y ocurría que los afectados, en especial los más poderosos, por mucho que se viesen ante un representante de la autoridad real, no dudaban en mover todas sus influencias y recursos para oponerse al “despojo”. En 1592, por denuncias de un corregidor y de dos canónigos, visitó Cervantes la cárcel de Castro del Río. Apeló y salió libre. Más tiempo estuvo – unos seis meses – en la de Sevilla en 1597, esta vez a instancias de la misma Hacienda real, que le reclamaba unas cantidades que él había depositado en un banco que se había fundido con el dinero.

Tiempo de prisión de extraordinaria importancia para la historia de la literatura, pues allí, a los cincuenta años de edad, tuvo la idea y quizá escribió las primeras páginas del Quijote, como él mismo da a entender: se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento.

Hasta entonces, había seguido escribiendo, poco y sin publicar nada. Su segunda petición de obtener un cargo de importancia en América había sido rechazada (1587); el que seguía desempeñando como comisario del rey en Andalucía ofrecía tantos sinsabores que no valía la pena. Se sabe que el de 1600 fue su último año en Sevilla.

Parece que que en su interior algo había cambiado desde que la figura de un hidalgo pobre, lector enloquecido que se enfrenta al mundo, se le había aparecido en la lóbrega cárcel sevillana. Un impulso irresistible le empujaba a seguir escribiendo la historia; el pretexto consistía en crear una sátira de los libros de caballería, género que arrastraba a lectores de todas las categorías sociales. No se podía imaginar hasta dónde le conduciría el “pretexto”.

Hasta 1604 vivió en Toledo, Madrid y ocasionalmente en Esquivias. A mediados de ese año se trasladó a Valladolid a vivir con las mujeres de la familia (excepto la esposa): dos hermanas y dos hijas (una, de una hermana; otra, la suya). Ese mismo año entregó al librero Francisco Robles el manuscrito del libro titulado El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que vio la luz en enero de 1605.

El éxito de la novela fue inmediato, y su popularidad, inmensa. Hoy nos cuesta entender cómo en aquellos tiempos, sin márqueting y sin ninguno de nuestros actuales medios, pudiese suceder eso. Es el mismo fenómeno que siglo y medio después aunque básicamente con las mismas condiciones materiales se produjo con el Werther de Goethe.

El mismo año se hicieron seis ediciones del Quijote. En vida de Cervantes se tradujo al inglés y al francés, y pocos años después al italiano y al alemán. Pero este éxito tan descomunal e inmediato apenas alteró la situación material del autor, que hay que reconocer que en aquel momento no era muy boyante. Y la verdad es que no me ha apetecido averiguar cómo funcionaban entonces las relaciones entre autor y editor (entonces llamado librero), pero imagino que, en lo sustancial, no han variado mucho.

Tampoco su valoración como escritor cambió mucho, como he apuntado antes, pues siguió siendo considerado autor de obras menores y, como en este caso estaba bien claro, para consumo y diversión del pueblo llano.

En 1608 se estableció con su mujer en Madrid y allí, un año después, empezó a escribir una segunda parte, que concluiría al cabo de seis años – mientras, aparecían sus Novelas ejemplares – y se publicaría en 1615, un año antes de su muerte.

En 1610 lleva a cabo el último intento de apuntalar su vida material por vía distinta de la literaria. Solicita al Conde de Lemos, recién nombrado virrey de Nápoles, que le admita en su “corte”, que está a punto de partir hacia Italia. Pero, en el último momento, su solicitud es vetada por Lupercio Leonardo de Argensola, que es quien dirige la operación. Y parece – o lo he soñado yo – que Cervantes estaba ya en Barcelona dispuesto a embarcar cuando le fue comunicada la negativa.

Fracaso doloroso. Como el de Don Quijote, derrotado en la playa de la misma ciudad. Y sin embargo, uno y otro – o uno de los dos, tanto da – dirigen a Barcelona aquellos elogios tan conocidos (al menos por los barceloneses, siempre dispuestos a rendirse ante los elogios dedicados a su ciudad) y concluye:

Y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, solo por haberla visto.

En 1615 se publica la segunda parte del Quijote, por la que el autor puede ser celebrado con toda justicia como inventor de la novela moderna, es decir, de la novela a secas, ese extraño artefacto que, bien conducido, nos asoma a los misterios de la existencia, del ver y no ver, del ser y no ser, que discurren bajo el relato de los sucesos humanos.

Un año después, el 19 de abril, con el soplo de vida que le queda, escribe en la dedicatoria al conde de Lemos de su obra Persiles y Sigismunda:

Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan…

Cuatro días después dio su espíritu, quiero decir que se murió.

(De Los libros de mi vida. Lista B)

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https://es.scribd.com/doc/31135960/Mundo-Demonio-y-Fausto-7

2 comentarios

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2 Respuestas a “Cervantes. La novela en su laberinto III

  1. Precioso comentario.
    Me gusta El Quijote. Aunque el tiempo sea breve, las ansias crezcan y las esperanzas mengüen , pienso leerlo más veces.
    Por añadir algo : Aprendí mucho con el libro de Martí de Riquer Para leer El Quijote, en Acantilado. También el año pasado Ancora y Delfín hizo una versión de la obra en un castellano actualizado por Andrés Trapiello. Es uno de mis autores favoritos . Su argumento es que si se traduce, por ejemplo, al alemán ,este lo tiene más fácil que un español de ahora. Los puristas se enfadan, pero para lectores «normales», entre los que me encuentro , es una delicia leerlo sin notas aclaratorias…, vamos, como leer tus artículos .
    Saludos.

    César.

    • antoniopriante
      antoniopriante

      Siempre lo he pensado, para los lectores españoles de hoy resulta difícil leer el Quijote, escrito en un castellano de hace cuatro siglos. En cambio, un inglés, francés, etc. puede leerlo cómodamente, traducido a su idioma actual.

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