La tarde del 28 de enero Rodolfo y María llegaron al pabellón de caza de Mayerling, pueblecito de la Baja Austria. La joven fue introducida con la máxima discreción en la misma habitación del príncipe, de donde no había de salir, de manera que los demás invitados a la supuesta cacería ignoraron su presencia. La mañana del día 30, cuando el criado fue a despertar al príncipe, se encontró con un cuadro terrible. María, ensangrentada, sobre la cama, con la cabeza oculta entre cojines; el príncipe, en posición casi fetal, sentado, sin vida, al borde del mismo lecho. Cuando la noticia llegó al emperador, éste ordenó que de Mayerling sólo saliese un cadáver: el del príncipe, muerto de un infarto.
Tanto él como ella, en confidencias por carta a amigos y parientes (algunas de las cuales escribió Rodolfo antes de dispararse en la cabeza, con el cuerpo ya sin vida de María a su lado) habían dejado claro que se quitaban la vida voluntariamente. Y sin embargo, ya desde el primer momento surgieron las teorías conspiratorias más peregrinas, que calificaban los hechos de doble asesinato, urdido por: a) el mismo desconsolado emperador-padre; b) la esposa celosa del Príncipe; c) los servicios secretos franceses; d) conspiradores húngaros; e) francmasones, judíos, etc. Es de admirar la capacidad de fabulación de algunas personas, sobre todo si son periodistas o historiadoras. En el fondo, esa actitud obedece a una pulsión artística inconfesada, cuando no a prejuicios o intereses políticos manifiestos. De hecho, toda “teoría de la conspiración” se basa en la misma premisa: todo aquello que está claro debe complicarse, la audiencia siempre lo agradecerá.
La grandeza artística del suicidio de Mayerling no ofrece ninguna duda. Así lo han entendido creadores de las más diversas disciplinas, principalmente cineastas y músicos. La historia ha inspirado, por lo menos, tres musicales, una ópera, un ballet y siete películas, algunas con directores de la talla de Anatole Litvak, Max Ophüls o Jean Delannoy. Es de esperar que tanto movimiento no haya perturbado el merecido descanso de Rodolfo y María en el paraíso azul de los amantes suicidas.