Idus de Marzo (contado por Cicerón)

cesar muerteLo primero que hice la mañana de los Idus de marzo fue repasar el informe que había elaborado sobre el caso Dolabela. Introduje algunas modificaciones. Después de desayunar, recibí a los amigos que habían venido a saludarme y luego, poco antes de la hora cuarta, salimos juntos en dirección al Teatro de Pompeyo. El cielo estaba despejado. Soplaba un vientecillo frío y seco. Por las inmediaciones del Teatro apenas había movimiento. En el podio, estaban preparando el trípode para el sacrificio aruspicial.

Así que entré en la Sala, vi a Marco Bruto, Casio y Casca. Casca miraba hacia afuera, los otros dos hablaban en voz baja. En aquel mismo momento Lena se les acercaba y se unía a la conversación. En cuanto me vieron, enmudecieron los tres. Nos saludamos, pero apenas me detuve. Había visto a Dolabela más al interior y me dirigí hacia él. [……….]

De repente, el rostro de Dolabela cambió de expresión:

  • ¿Has visto? Mira a Bruto, y a Casio. Mira, mira.

Los miré un instante.

  • Sí, se comportan de un modo extraño.

  • Están pálidos, nerviosos. Mira, no paran de ir de un lado a otro y de hablar en voz baja. Pero ¿qué ocurre? – dijo Dolabela visiblemente preocupado.

Entonces oímos las aclamaciones de la multitud.

  • Ya están aquí – dije-. Van a sacrificar. Tranquilo, Dolabela. Dentro de unos momentos se habrá resuelto tu asunto.

  • No es eso lo que más me preocupa ahora.

Cuando César hubo llegado a su presencia, Espurina sacrificó la víctima. No encontró el corazón.

  • Deberías aplazar la sesión, César. El pronóstico no puede ser peor.

  • Lo mismo me ocurrió en Hispania, y volví vencedor .

  • Pero recuerda que precisamente en Corduba estuviste a punto de perder la vida.

  • Sí, pero aún la conservo.

  • ¿Sacrifico de nuevo?

  • No, déjalo. No voy a ser más considerado con las tripas de una bestia que con los consejos de mi esposa. Entremos ya.

Pero, justo ante el umbral, Lena le tomó del brazó y le murmuró unas palabras al oído. César se detuvo. Indicó a los demás que fuesen entrando, y permaneció con Lena, hablando los dos a media voz. Antonio y Trebonio se habían quedado atrás: parecían comentar un asunto grave, mientras observaban cómo Espurina recogía el material del sacrificio.

 Desde el interior, ciertos senadores no apartan la vista de lo que ocurre en la entrada.

CASIO: ¿Qué hace Lena?

BRUTO: No lo sé, pero no me gusta nada.

CASIO: Mira cómo le habla confidencialmente, y cómo César sonríe. Mira, mira con qué atención le escucha ahora César. ¿Crees que Lena sería capaz?

BRUTO: No, no lo creo.

CASIO: Pero ¿y si lo es? ¿Y si nos descubre? ¿Qué hacemos?

BRUTO: Si no da tiempo a dar el golpe, me mato aquí mismo.

CASIO: Mira, César vuelve a sonreir, ahora ríen los dos. Parece que Lena le da las gracias. Ya entran. Lena se ve muy tranquilo y sonriente, y César también. No pasa nada, no pasa nada. Todo va bien. ¿Y Antonio?

BRUTO: Afuera. Trebonio lo entretiene, tal como estaba previsto.

CASIO: Bien, todo va bien.

Con paso lento y majestuoso, César cruza el círculo de senadores que, en actitud deferente, le aguardan de pie. Detrás de él acuden los rezagados. Solo faltan Antonio y Trebonio.

Antes de que llegue a su asiento, Címber le corta el paso.

CÍMBER: César, acuérdate de mi hermano.

CÉSAR: ¿Qué le ocurre a tu hermano?

CÍMBER: Prometiste que antes de marchar a Oriente verías su caso.

CÉSAR: No es este el momento.

Lo aparta y sigue avanzando. Va a sentarse. Címber lo agarra del brazo. Varios senadores se acercan, lo rodean; algunos, Casca entre ellos, por detrás del asiento.

CÍMBER: Ten piedad de mi hermano, César.

CASIO: Perdónale, César.

LIGARIO: Sé clemente, César.

CÉSAR: He dicho que no es este el momento.

Címber lo agarra de la toga, junto al cuello, y tira con fuerza.

CÉSAR: ¡Esto es violencia!

Mientras el cónsul intenta desasirse de Címber, Casca, que está detrás, alza el puñal y lo baja con fuerza. Pero, debido al movimiento de César, le da en la cara. Se revuelve el agredido y hunde el estilete en el brazo del agresor, momento en que la espada de Casio le hiere en el costado izquierdo. Todos los que se habían acercado, y otros que se les unen, sacan espadas y puñales. Un golpe, otro golpe, otro, otro… César da vueltas. Sus ojos piden auxilio, quizá buscan una mirada amiga. El movimiento traslatorio de víctima y verdugos los lleva hasta la gran estatua de Pompeyo. César se apoya en su base. Más espadas, más puñales. Ve acercarse a Marco Bruto con la espada en la mano. Cae. Ya no se mueve.

Los que nada sabían preguntan, se exclaman, marchan casi todos. Los conjurados deliberan mientras, de reojo, observan el cadáver próximo. ¿Y Antonio? Alguien lo ha visto: ha entrado en el momento crítico y ha desaparecido. No se sabe cómo responderá el pueblo. Hay que presentar la acción como lo que es: una gesta heroica en beneficio de todos. Una delegación irá a hablar con Antonio y Lépido, mientras el resto permanecerá en sus casas.

No veo a Dolabela. Decido marchar. Cuando salgo, Bruto me indica por señas que ya hablaremos. Me cruzo con un grupo de esclavos que entran decididos. Ya en la calle, me adelantan corriendo. Portan en una litera el cuerpo de un hombre. Le cuelga el brazo derecho, la mano va golpeando en tierra. El fuerte viento levanta nubes de polvo.

(De La encina de Mario)

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