En las bellas letras las cosas no andan mucho mejor, pues muy raramente descubrimos objetivos elevados y verdadero sentido de lo honrado y auténtico. Cada uno sostiene y ampara al otro porque es sostenido y amparado por él; ambos sienten manifiesta repugnancia por la verdadera grandeza y si pudiesen, la sacarían del mundo con tal de poder ellos brillar un poco más. Así es la masa, y algunos que pasan por personajes importantes no son esencialmente diferentes….”
“El hombre no ha nacido para resolver los problemas del mundo, sino para saber dónde radican, aunque manteniéndose siempre en los límites de lo cognoscible. Sus facultades no alcanzan a comprender el mecanismo del universo, y pretender reducir el mundo a fórmulas racionales resulta, atendiendo a la limitada visión del hombre, una empresa completamente vana, porque su inteligencia y la de Dios son dos casos muy diferentes. En cuanto se concede la libertad al hombre no cabe admitir la omnisciencia de Dios, pues en el momento que Dios sabe lo que yo tengo que hacer, vengo obligado a obrar según este conocimiento.
Así tales consideraciones deben convencernos de lo poco que podemos saber, y de que, por lo tanto, debemos dejar en paz los misterios de la divinidad. Sólo debemos exponer aquellas máximas de temas elevados que puedan ser directamente útiles al mundo; las demás guardémoslas dentro de nosotros, aunque no dejarán de iluminar nuestras acciones con un suave resplandor como de sol entre nubes.”
Conversaciones con Goethe, por J.P. Eckermann (15 octubre 1825). Trad. Jaime Bofill y Ferro. Editorial Iberia, Barcelona, 1956.