Mientras tanto, habíamos dado la vuelta al bosque que llaman el Webitch, y doblamos cerca de Tiefurt hacia la carretera de Weimar, de forma que el sol poniente apareció ante nosotros. Goethe permaneció unos instantes como perdido en sus pensamientos y luego recitó este verso de un poeta de la antigüedad:
Aun cuando se pone, el Sol es siempre el mismo.
—Cuando uno tiene setenta y cinco años —prosiguió el poeta en un tono sereno— es inevitable que de vez en vez se piense en la muerte. A mí esta idea me deja perfectamente tranquilo, pues abrigo en lo más profundo de mi alma la firme convicción de que nuestro espíritu es de una naturaleza completamente indestructible; algo semejante al Sol, que para nuestros ojos humanos es como si cada día se hundiese, cuando en realidad sigue resplandeciendo por los siglos de los siglos.
El Sol acababa de ocultarse tras el Ettersberge. Se difundió por el bosque un frescor de ocaso y nosotros seguimos caminando a cada paso más velozmente hacia Weimar y la casa del poeta.”
Conversaciones con Goethe, por J.P. Eckermann (2 mayo 1824). Trad. Jaime Bofill y Ferro. Editorial Iberia, Barcelona, 1956.
(Ver NOTA ACLARATORIA)