LA ALTA FANTASÍA (DANTE ALIGHIERI) Fragmento VIII

“¿Y la joven casada, qué será hoy la joven casada, después de veinte años? ¿Lo has pensado alguna vez?”

“Gemma, Gemma Donati. Es su voz, no hay duda. ¿Dónde estás esposa mía?”

“¿Por qué me llamas esposa, si nunca has sido un verdadero esposo para mí?”

“Eres la madre de mis hijos. Eres la mujer con quien me desposé de acuerdo con nuestras leyes y costumbres”.

“¿Y el amor, Dante? ¿Y el amor?”

“El amor…”

“Sí, has escrito mucho sobre el amor, pero creo que en verdad no lo conoces.”

“En mis versos…”

“Sí, en tu fantasía, ahí es el único lugar…”

“Te equivocas, Gemma, yo he conocido las delicias y los tormentos del amor, y también aquel amor supremo…”

“No conmigo, Dante, nada conmigo. ¿Qué he sido yo para ti? La persona que te fue adjudicada en matrimonio, la madre de tus hijos, y nada más. ¿No crees que merecía un poco de amor?, ¿no podías haberme concedido un poco de cariño, aunque fuese el que te sobraba del que ibas regalando por ahí? Cuando te fuiste, cuidé de nuestra casa y hacienda y de los hijos sin más ayuda que la de algunas amistades caritativas. Pero los hijos quisieron volar con el padre en cuanto tuvieron alas. Y cuantas veces quise reunirme contigo en el exilio, me rechazaste con vanas excusas: no es el momento, no es vida para ti, espera, más adelante. Y esperaba, y esperaba. Pero ya no espero más, Dante. Ya sé todo lo que has sido, todo lo que eres y puedes ser para mí. Aunque volvieses, aunque ejerciendo tu derecho te vinieses a vivir en tu casa y conmigo, ya no sería la misma para ti. Has pasado por mi vida como un extraño, como un hombre al que, de verdad te lo digo, no he podido conocer. La gente te alababa por tu inteligencia, por tu saber, por tus obras, pero yo sólo veía un hombre seco, huraño, ensimismado que, a veces, urgido por la naturaleza, compartía mi cama. Ése es mi Dante. No he podido conocer a otro. ¿Ha sido culpa mía? Dime, ¿era yo la que no merecía recibir nada de ti?”

“Gemma, aquí no hay culpas ni méritos. La misma voluntad divina que asigna a los astros un lugar en el firmamento nos señala a cada criatura una esfera dentro de la cual podemos ejercer la libertad, pero no abandonarla para pasar a otra. Con toda tu bondad y tus demás virtudes, tú no eras, Gemma, la mujer asignada para despertar en mí aquel amor que guía y salva. Tampoco eras, y esto es un elogio, la mujer destinada a encender aquel otro amor que humilla y destruye. Eras una buena compañera…”

“¿Buena? ¿Por qué entonces te desprendiste de mí? ¿Así se trata a una buena compañera? Mientes, mientes en esto, Dante. Quizá mientes en todo”.

“No, no miento. Digo la verdad, siempre digo la verdad. Eras buena compañera en la vida ordenada de la ciudad, pero ¿habrías soportado las penalidades del exilio? No quise hacer la prueba”.

“Sigues mintiendo, Dante. Di la verdad: pensabas que en tu peregrinar por el mundo yo habría sido una molestia para ti. En cada corte habría sin duda alguna mujer hermosa… ¿cómo te las arreglarías con tu Gemma al lado? Esa es la verdad, la triste verdad. Reconócelo.”

“Gemma, reconozco que el egoísmo de la libertad tuvo que ver con mi decisión, pero las tentaciones habrían sido las mismas, y no me hubiese librado de ellas tu compañía, como no me había librado en la ciudad. De todos modos, te ruego que me perdones por el daño que he podido hacerte, el inevitable, nacido del designio divino, y el evitable, nacido de mi egoísmo. Sé que el tiempo se acaba y hay que arreglar los asuntos y cuadrar las cuentas. Con humildad te suplico que me perdones… ¿Me oyes, Gemma?…¡Gemma! ¿No quieres responder? ¿Estás ahí?…Gemma, dime algo, por favor”…

 

Ver: Fragmento IX

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum

Deja un comentarioCancelar respuesta