Paseo por los jardines del palacio. Me gusta caminar, porque es así como las ideas, a veces los versos ya formados, van saliendo del fondo de mí mismo. Solo temo encontrarme con alguien que me fuerce a interrumpir mis pensamientos. Como el otro día Francesco, el secretario del Príncipe. Por fortuna no suele pasear: sólo se traslada de un punto a otro, con un rollo en la mano y acompañado siempre de ayudantes. Es evidente que no soy persona de su agrado. He aparecido en la corte como un competidor suyo, pues algunos de los encargos que el Príncipe me confía son robados, piensa él, a su exclusiva competencia…Oigo voces. Son voces melodiosas, de mujer. Las reconozco: la Princesa, hermana de Cangrande y su prima Matilde. Se acercan. No puedo evitarlas. Tampoco lo deseo.
“Dichosos los ojos que te ven, Dante”, dice la Princesa. Y Matilde:
“Nos preguntábamos si acaso andabas lejos de Verona, en alguna misión oficial”. Y la Princesa:
“O si nos habías abandonado para siempre… Dante ¿es eso posible? ¿Es posible que un día nos dejes para siempre?”
“Tan posible como que Florencia caiga del lado de la justicia, señoras. Mientras eso no ocurra, podéis tener la certeza de que, para mí, no hay más tierra ni cielo que los de Verona”.
“Sabemos que eres experto en las cosas del Cielo”, dice Matilde. Y la Princesa:
“Y del Infierno. ¿Es cierto lo que dicen? ¿Que visitas cuando quieres las regiones infernales y que el color tostado de tu piel es obra de su fuego?”
“Dicen tantas cosas de mí, señora…Y sin embargo es verdad. Es verdad que he visitado el Infierno, y el Purgatorio, y que ahora mismo estoy en el Cielo”
“No sé cuánto hay de lisonja o de burla en tus palabras, querido Dante, pero tú debes saber que el amor y la admiración que aquí te tenemos todos, empezando por mi noble hermano, no lo has de encontrar en ninguna otra parte, y que en cualquier alma gentil eso exigiría una correspondencia”
“¿Acaso no correspondo? ¿No es correspondencia servir al Príncipe en todo y continuar escribiendo la obra, que al cabo también he de ofrecerle?”
“No acaba ahí, en las secas obligaciones, la cortesía debida. Nunca te vemos en las fiestas, en los bailes, apenas en las celebraciones oficiales. ¿Qué ocurre, Dante? ¿Te espanta la sociedad? ¿O te crees realmente un dios que puede viajar al más allá y despreciar por estúpidas las ocupaciones y diversiones de los mortales?”
“Sé muy bien que estoy hecho del mismo barro que todos los mortales. En cuanto a si me espanta la sociedad… la vida es corta, señora, y hay que emplearla en tareas nobles”.
“Estar aquí, con nosotras, es una pérdida de tiempo, quieres decir”
“Ni quiero ni puedo decir eso. Dos damas gentiles no forman una sociedad. Pero cuando el número aumenta…”
“Atento, Dante, que empieza a aumentar. Ahí viene el secretario Francesco. Pero no te preocupes, nosotras nos retiramos, no sea que formemos sociedad”
Cruel castigo a mis palabras. Se alejan las dos mujeres y se acerca Francesco.
“Buenos días, Dante. Poco se te ve últimamente. ¿Dónde te escondes?”
“Buenos días, Francesco. No me escondo. Hago mi vida, que no suele coincidir con la que hacen los cortesanos.”
“Todos sabemos que eres una persona muy singular. Pero quizás has olvidado que estás bajo la protección del Príncipe y que le debes, permíteme que te lo diga…”
“Permíteme que te interrumpa, Francesco, pero esa lección me la acaban de dar dos personas de más alta calidad y la tengo bien aprendida. Otra cosa es si sabré aplicarla”.
“Luego reconoces que tu comportamiento no es el de un caballero cortés”
“Conozco muy bien los defectos de mi comportamiento y si permito que alguna dama los apunte gentilmente, no admito de ningún modo que un secretario los señale”.
“Tu orgullo te pierde, Dante. ¿Quién te crees que eres? Que hayas escrito unos cientos de versos y embaucado a tantas personas de buena fe con tus fantasías sobre el más allá no te convierte en alguien especial. ¿Piensas que con esas artimañas puedes asegurarte el favor de los príncipes? Te equivocas, el favor de los príncipes, que es como decir la fortuna en la vida, no se consigue urdiendo fantasías. Se alcanza con el esfuerzo continuado, con el trabajo honrado y tenaz, con la dedicación desinteresada, con la entrega total a las tareas que a uno le corresponden… Perdona, pero tú ¿qué haces aquí? De acuerdo, Cangrande te asigna de vez en cuando alguna tarea o misión que quizá imaginas muy importante, y es que no te das cuenta de que son sólo migajas de caridad para el ocioso que un día fracasó en la política de su ciudad. Porque Cangrande solo confía y confiará en mí. Y ahora te daré un consejo: no abuses de la paciencia del Príncipe, que ya está llegando a su límite.”
“Hablamos idiomas diferentes, Francesco, o nos movemos en mundos distintos, no sé. Yo no aspiro al favor de Cangrande, sino a conservar su amistad. Yo no fracasé en la política de mi ciudad, sino que mi partido fue derrotado por una alianza invencible de enemigos. Y además, en esa política, mi actuación ocupaba un espacio limitado junto a la actuación de otros ciudadanos. Comprendo que alguien que siempre se ha arrastrado ante señores soberanos no pueda entender cómo funciona una república de ciudadanos. Y aún comprendo mejor que alguien que no va más allá de los protocolos de cancillería no pueda recibir el espíritu que alienta en unos versos dictados por la alta fantasía. Pero no te preocupes, Francesco, no me tendrás aquí por mucho tiempo.”
Ver: Fragmento VII