Finalmente, en un lugar situado entre la realidad y la fantasía, muy cerca del Ponte Vecchio, tuvo lugar el encuentro soñado. Primero apareció Giovanna, la que había sido dama de Guido, y me saludó y me dijo:
“Prepárate, Dante, y acomoda tus ojos, que la luz que tanto esperas viene detrás de mí”.
Y así fue que detrás del Precursor se presentó el Amor. Mi corazón, al que tanto había ejercitado, se inundó de una alegría santa, mientras mantenía su dominio sobre los espíritus corporales, de manera que pude saludarla y avanzar una palabras:
“Buenos días, señora. Si vas sola, y si me lo permites, puedo acompañarte”.
“No voy sola, Dante, Giovanna me acompaña. Es verdad que ahora se ha adelantado un poco, supongo que para hacer un favor a alguien”.
“No seré yo ese alguien, que sólo de ti puedo esperar favores”.
“¿Qué favores?”
“La luz de tu mirada, el cielo de tu sonrisa.”.
“Veo que has aprendido a hablar. Ha cambiado mucho aquel joven tímido de casa Frescobaldi”.
“Estaba desprevenido. Fue terrible, sí. Y lo peor es que resulté gravemente herido”.
“Por ti mismo, supongo. No vi que se usase ninguna arma contra ti”.
“No podías verla, porque los ojos no pueden verse a sí mismos”.
“¿Quieres decir que yo te herí?”
“Tus risas, tus burlas fueron el castigo más cruel que nunca se me ha infligido…porque tú no ignorabas la causa de mi trastorno”.
“No, no la ignoraba. Y en cambio tú, con ser tan sabio como dicen que eres, ignoras cosas elementales de la conducta humana. Dante, si yo no me hubiese reído como todas, de algún modo habría declarado que conocía y aceptaba el motivo de tu trastorno. ¿Acaso esperabas que me comprometiese de una manera tan necia?”
“Bendito sea el Cielo, que me ha permitido oír estas palabras. Cuántas lágrimas me hubiese ahorrado si las hubiese oído tiempo atrás. Bendita seas, Beatriz”.
“Dante, debes refrenar tu imaginación, debes vigilar tu fantasía. He leído alguno de tus poemas y sé de ti más de lo que te piensas. Pero hay algo que no entiendo: ¿qué buscas en mí?”
“Gran atrevimiento, y gran falsedad, sería decir que busco algo en ti. No busco, espero. Espero aquello que honestamente me puedes dar: tu sonrisa, tu mirada. Ellas solas alimentan este amor que ya no cabe en mi alma y que ha de manifestarse en continuas alabanzas… y quién sabe si en algo maravilloso que un día concebiré”.
“Hablas como en los versos, pero has de tener cuidado. Una palabra, que en una canción es adecuada, puede resultar inconveniente dicha a una mujer casada, y a solas”.
“¿Amor? No te preocupes, Beatriz. Los matrimonios y los amantes vulgares han usurpado este nombre. El amor del que yo hablo es hijo de las estrellas; sólo un corazón noble puede sentirlo”.
“Insistes en la poesía. Me parece bien. Por ese camino sí puedo seguirte.”
“No. Tú vas delante, para iluminar la senda de mis versos”.
“Así sea…Y tú, persevera, Dante, persevera.”
“Con todo mi amor”.