También es mayo, pero tengo dieciocho años. Hay fiesta en casa de los Frescobaldi. Acudo acompañado de Dino. Él ha insistido, para que me distraiga, para que reparta mi atención entre tantas muchachas hermosas (¿hay alguna muchacha en Florencia que no sea hermosa?), para que olvide ese “fantasma”, dice, que se ha apoderado de mi mente. Pero ese “fantasma” es muy real. Sólo hace unos días que me crucé con ella, acompañada por dos amigas, junto al Ponte Vecchio. Cuando me vio, sonrió, y de sus ojos partió el alegre rayo de una mirada que reavivó el fuego del amor, prendido en mi corazón hacía nueve años… Sólo tengo pensamientos para ella, ¿cómo podré comportarme en sociedad, si todo lo que no es ella o su recuerdo se me antoja triste y vacío como la misma muerte? Pero Dino insiste, y yo le acompaño. Nada más entrar en el jardín, Dino me señala un grupo de jóvenes damas que, formando corro, charlan y ríen animadamente.
“Aquella es mi hermana, dice. Buena ocasión”.
Nos acercamos al grupo. Cuando Dino se dirige a su hermana, se vuelven todas para mirarnos. Entre ellas, Beatriz. Esta vez no puedo resistir el choque de su mirada con la mía. Palidezco, tiemblo, toda la sangre del cuerpo acude a socorrer al corazón herido, y un frío de hielo paraliza mis extremidades.
“¿Qué le pasa a tu amigo?”, oigo que dicen. “¿Ha visto algún monstruo?”
Dino se vuelve hacia mí y yo me apoyo en su hombro para no desfallecer.
“Alguna flecha le ha herido, sin duda”, son voces femeninas sin piedad.
“Hay mucho Cupido revoloteando en primavera”.
Ríen. La miran y me miran, y ríen, y ríen. Ella también ríe, ella también…
Si fuese éste un amor como los otros, primero, yo no hubiese palidecido, segundo, habría sabido hallar el camino de la venganza sin pararme a pensar en el motivo de la aparente burla. Pero todo lo que pude hacer fue retirarme, acompañado de mi amigo, y encerrarme en mi habitación, acompañado sólo de mis lágrimas. Y yo me decía: si ella supiese la causa de mi lamentable trastorno, no se burlaría, porque sé que su corazón no es una piedra, y sólo una mujer con corazón de piedra puede reírse de los extraños efectos de un amor tan verdadero como el mío, tan verdadero como creo que nunca ha existido entre hombre y mujer.