LUCIO ANTONIO TURNO A PUBLIO CORNELIO TÁCITO
Puedes estar seguro, amigo Cornelio, que pasarás a la historia como uno de los grandes artistas de la historia. He leído tus Anales. Si Tito Livio viviese, no lo habría hecho mejor. Pero nuestros días son muy diferentes de los suyos, y la historia que tú cuentas poco tiene que ver con la que él nos dejó. Lo que en Livio era épica pura -juego inocente de los hombres y los pueblos en pos de su destino-, en ti es pura miseria moral -degradación imparable de unas almas sin norte ni sentido. Tus historias me han producido náuseas…¿A eso hemos llegado? ¿Toda está tan corrompido? Claro que, finalmente, acaban bien: después de la larga oscuridad llega el linaje de los príncipes justos. Entonces…¿ha sido todo un sueño, una espantosa pesadilla?…No, sabes bien que no. Sabes, como yo, que todo el mal que describes, desde Tiberio hasta Nerón, es ya nuestro, forma parte inseparable de nuestras almas.
Hay muchas maneras de enfrentarse a los hechos. Y yo no discuto que todo fuera tal como tú lo cuentas. Sólo que hay una diferencia entre nosotros: tú los cuentas y yo los viví. Y me refiero, naturalmente, a algunos acontecimientos de los últimos años del principado de César Nerón. Tú eras un niño cuando las circunstancias me permitieron ser testigo de ciertos “hechos históricos” y conocer a algunas de las personas que los desencadenaron y los sufrieron.
El problema es que yo no soy historiador. En mi juventud me dio por la poesía, ¿recuerdas?…No, cómo lo vas a recordar. Pero no tuve fortuna como escritor, eso sí lo sabes. Quizá por la torpeza de mi arte, quizá porque mis cualidades y la época que me ha tocado vivir no se han acomodado de ningún modo.
Sé, amigo Cornelio -¿pero se puede llamar amigo a quien te ignora?-, que para componer tu obra trabajaste infatigablemente en la búsqueda de testimonios documentales y orales…Pero a mí nada me preguntaste. ¿Dudabas de mi imparcialidad? ¿O simplemente te olvidaste de mi existencia? Tanto da. En todo caso, lo que yo te hubiese podido aportar en muy poco o en nada habría cambiado el contenido de tu magnífico relato. Sólo que, quizá, hubieses advertido que los personajes de la Historia, como todos los seres humanos, no son simples compuestos de vicios y virtudes en cantidades mensurables; que poseen algo más. Algo que el más grande de los historiadores no podrá nunca captar. Quizá un poeta…
No presumo de poeta. Ya no. Pero hubo una vez un joven que atendía por mi nombre…Me cuesta reconocerme en él. ¡Ha pasado tanto tiempo! Un tiempo largo y vacío. Un tiempo sólo lleno de silencios y cobardías. Y no pienso ahora en los grandes temas de la política y la historia, que tan agudamente tratas con tu pluma. No. Pensaba en mí mismo. Y en que hay cosas que no tienen remedio. Amigo Cornelio, no he sabido ser el que soñaba llegar a ser. Y convendrás conmigo en que eso, a los setenta y tres años de edad, no tiene ningún remedio.
Tenía veintiuno cuando llegué a Roma procedente de mi Nápoles natal. Era un joven lleno de ilusiones y de esperanzas, y en el centro mismo de esos sentimientos había colocado un nombre, el nombre de una persona que, desde su lejanía de escritor famoso y hombre de mundo, me había abierto los ojos a la realidad del arte y -suponía yo- de la vida. Tito Petronio Níger. Esa fue la estrella que guió mi viaje. Astro que todavía brilla en las noches más oscuras de mi existencia.
Llegué a Roma para conocer a Petronio, para tratarle a fondo y beber en la fuente inagotable de su sabiduría. Y lo conseguí. Cierto que el primer paso me fue facilitado por la recomendación de mi tío Silio Itálico. Pero, aunque necesario, no era ése un paso decisivo. A otros vi llegar hasta Petronio más altamente recomendados y ser despedidos en breve con unas palabras de cortesía.
No, estoy seguro que su amistad me la gané por méritos propios, es decir, por mi absoluto convencimiento de que la había de merecer. Si en el resto de mi vida una convicción semejante hubiese guiado mis pasos.
Desde aquel día de abril frecuenté a Petronio hasta su digna salida de escena. Un año escaso de trato continuo durante el cual pasé de la adolescencia a la madurez, gracias, también, a las especiales circunstancias -¡los hechos históricos!- que el destino dispuso a mi alrededor. Las notas que fui tomando, la transcripción fiel de nuestras conversaciones llegaron a ocupar varios volúmenes. Pensaba que con ello tendría la base de la sabiduría que me habría de sostener en toda mi existencia posterior. Quizá. Pero es el caso que, desde la desaparición del maestro, no me atreví a posar la mirada sobre aquellos volúmenes hasta…
Hasta que, cincuenta años después, la lectura de tus Anales me impulsó a volver a aquellos viejos papeles. Y desde entonces -hace de eso dos años- no he tenido otra actividad que pasar aquellos apuntes adolescentes, llenos de fervor y temblor, por el filtro de la serenidad otoñal.
Ha sido fácil. La operación principal ha consistido en poner “dijo” o “dije” donde decía “ha dicho” o “he dicho”, es decir, convertir en pasada la acción que en mis notas es presente casi inmediato.
¿Por qué todo esto? ¿Por qué he de enviarte a ti, que me has ignorado, el fruto de mi trabajo? No lo sé. Tenía necesidad de poner en limpio mis recuerdos, y también de que una persona autorizada como tú los conociese. No, no es necesario que me contestes. A mí no. A otros, quizá. Entonces, habré satisfecho la doble deuda que tenía pendiente. Conmigo, obligándome a mirar cara a cara un pasado cada vez más lejano e idealizado; con el mundo, dándole a conoce el rostro auténtico y desconocido de un hombre de verdad: Tito Petronio Níger.
No he de añadir nada más. La respuesta a las interrogantes que tal vez te formules están en los volúmenes que acompañan a esta carta. Si fuese necesario un título, no se me ocurre otro que el que le he puesto.
(CONTINÚA)
Don Antonio Priante
Siempre es muy agradable leer sus escritos. Son muy interesantes, ilustrativos y de un lenguaje claro.
Gracias. Espero que continúe produciendo más. Son necesarios siempre, y más en estos momentos, con tiempo suficiente para disfrutar la excelencia.
Usted disculpe la confianza de enviarle un abrazo.
Gilberto
Un abrazo, Gilberto.