Mi fascinación por la Roma clásica data de los primeros cursos del bachillerato. Mi fascinación por la España romántica…no ha existido nunca. ¿Cómo entonces me dio por entrar en el mundo de Larra hasta el extremo de escribir sobre él una novela? Una detractora suya lo consiguió. Una mujer, y paisana suya. Sí, nacida en Madrid siglo y medio después que el personaje.
En una serie de retratos de parejas célebres, con los intríngulis de sus relaciones íntimas – esas cosas que conocen tan bien los que no han tenido ninguna intimidad con los retratados -, la
Aún no sabiendo casi nada del personaje, como antes he apuntado, algo había ahí que no me cuadraba. ¿Por qué? ¿Sería mío el prejuicio? Entonces decidí investigar un poco, como por entretenimiento.
“El carácter moral de este escritor consiste en ser excesivamente generoso, desprendido de todo interés, ambicioso de gloria, muy amante de su patria, cariñoso con sus padres, buen amigo, bastante enamorado, algo orgulloso, noble en sus maneras y porte, aficionado a la alta sociedad y muy estudioso”.
Pero yo no tenía otra manera de conocer a Larra que leyendo sus escritos. Y a eso me dediqué. Artículos periodísticos, críticas teatrales, cartas, novelas, dramas, todo (o casi) lo escrito por el enano egoísta pasó ante mis ojos. Total que, como me ocurriera con Schopenhauer, pero esta vez sin proponérmelo al principio, me convertí en
Mariano José de Larra nació en Madrid en 1809, es decir, en días de ocupación francesa y luchas por la independencia. El padre, Mariano, era ya entonces un médico de prestigio. Al principio el matrimonio y el niño vivieron junto con el abuelo y más familia. Pero no se entendían. Espejo de la España de entonces, y tal vez de siempre, no se entendían. El abuelo y otros parientes eran patriotas antifranceses. El padre era, quizá por ilustrado, afrancesado. Y para colmo, ejercía de médico en el ejército francés. Todo lo cual supuso que, terminada la guerra con la expulsión del invasor, se tuviera que exiliar con su familia y con la primera media España que tuvo que hacerlo, si no contamos a judíos y moriscos, que también eran España.
En 1818, gracias a una amnistía y a sus contactos personales, la familia regresó a Madrid, donde nuestro Mariano pasó cuatro años como alumno interno en la Escuela Pía. En el 22 estuvo unos meses en Corella (Navarra), de donde siempre guardó gratos recuerdos. Un año de nuevo en Madrid, estudiando con los jesuitas, y en el 24, a los quince o dieciséis años, lo tenemos ya en Valladolid iniciándose en la carrera de derecho. Pero de los inicios no pasó, porque parece que ahí tuvo lugar el primer desengaño o bofetada, de esas que suele dar la vida, en especial a los románticos que se creen ilustrados.
Huyó del padre – relacionado directamente con su “desengaño” – y fue a Madrid a refugiarse junto