Larra, la pólvora y la mecha I

 

images (21)Como cualquier español semiculto, todo lo que sabía de Larra era que fue un gran periodista, que en sus artículos fustigaba los vicios políticos y sociales del país – por supuesto, había leído “Vuelva usted mañana” – y que, muy joven, se pegó un tiro por el amor de una mujer. Lo cual era a todas luces incompleto y sobre todo inexacto. Pero no me interesaba saber más. En realidad no me interesaba nada de la época y del ambiente. Y es que las épocas históricas son como las personas: o te caen simpáticas o no.

Mi fascinación por la Roma clásica data de los primeros cursos del bachillerato. Mi fascinación por la España romántica…no ha existido nunca. ¿Cómo entonces me dio por entrar en el mundo de Larra hasta el extremo de escribir sobre él una novela? Una detractora suya lo consiguió. Una mujer, y paisana suya. Sí, nacida en Madrid siglo y medio después que el personaje.

En una serie de retratos de parejas célebres, con los intríngulis de sus relaciones íntimas – esas cosas que conocen tan bien los que no han tenido ninguna intimidad con los retratados -, la periodista y novelista aludida da una semblanza de Larra más bien triste. Viene a decir que era una especie de enano egoísta, un acosador, que se dedicó a martirizar a su pareja cuando ésta se había cansado de él y que finalmente se levantó la tapa de los sesos solo para fastidiarla.

Aún no sabiendo casi nada del personaje, como antes he apuntado, algo había ahí que no me cuadraba. ¿Por qué? ¿Sería mío el prejuicio? Entonces decidí investigar un poco, como por entretenimiento.

El carácter moral de este escritor consiste en ser excesivamente generoso, desprendido de todo interés, ambicioso de gloria, muy amante de su patria, cariñoso con sus padres, buen amigo, bastante enamorado, algo orgulloso, noble en sus maneras y porte, aficionado a la alta sociedad y muy estudioso”.

Es posible que no haya descripción más ajustada y verdadera del carácter de Larra que la contenida en estas líneas escritas por su tío Eugenio. El joven Larra tenía en el hermano de su padre a un amigo y un confidente. Hubo entre los dos una especial relación de cariño, y el tío pudo escribir tan acertadamente del sobrino porque le quería, y querer bien a una persona es la única manera segura de conocerla.

Pero yo no tenía otra manera de conocer a Larra que leyendo sus escritos. Y a eso me dediqué. Artículos periodísticos, críticas teatrales, cartas, novelas, dramas, todo (o casi) lo escrito por el enano egoísta pasó ante mis ojos. Total que, como me ocurriera con Schopenhauer, pero esta vez sin proponérmelo al principio, me convertí en Larra y, naturalmente, empecé a escribir como él. El resultado fue El corzo herido de muerte, publicado en 2007, también por Editorial Cahoba.

Mariano José de Larra nació en Madrid en 1809, es decir, en días de ocupación francesa y luchas por la independencia. El padre, Mariano, era ya entonces un médico de prestigio. Al principio el matrimonio y el niño vivieron junto con el abuelo y más familia. Pero no se entendían. Espejo de la España de entonces, y tal vez de siempre, no se entendían. El abuelo y otros parientes eran patriotas antifranceses. El padre era, quizá por ilustrado, afrancesado. Y para colmo, ejercía de médico en el ejército francés. Todo lo cual supuso que, terminada la guerra con la expulsión del invasor, se tuviera que exiliar con su familia y con la primera media España que tuvo que hacerlo, si no contamos a judíos y moriscos, que también eran España.

Primero en Burdeos y luego en París, entre los cuatro y nueve años el pequeño Mariano José aprendió las primeras letras – francesas, por supuesto – y quizá también aquella manera ilustrada de ver el mundo que, poco después, había de trasladar a los papeles de la España ominosa, entre divertidos juegos verbales que no ocultaban sino que potenciaban su asombro e indignación.

En 1818, gracias a una amnistía y a sus contactos personales, la familia regresó a Madrid, donde nuestro Mariano pasó cuatro años como alumno interno en la Escuela Pía. En el 22 estuvo unos meses en Corella (Navarra), de donde siempre guardó gratos recuerdos. Un año de nuevo en Madrid, estudiando con los jesuitas, y en el 24, a los quince o dieciséis años, lo tenemos ya en Valladolid iniciándose en la carrera de derecho. Pero de los inicios no pasó, porque parece que ahí tuvo lugar el primer desengaño o bofetada, de esas que suele dar la vida, en especial a los románticos que se creen ilustrados.

Huyó del padre – relacionado directamente con su “desengaño” – y fue a Madrid a refugiarse junto a tío Eugenio. Sabemos que a continuación estuvo unos meses en la universidad de Valencia iniciándose en medicina, carrera en la que tampoco pasaría de los inicios. Y es que su verdadera carrera, la que le había de dar nombre y gloria en las letras castellanas le aguardaba en Madrid. (continúa)

(De Los libros de mi vida)

 

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