Arthur Schopenhauer nació en Danzig (hoy Gdansk) en 1788. El padre, Heinrich, comerciante acomodado de gustos cosmopolitas (le puso “Arthur”, porque el nombre era igual en por lo menos tres idiomas), siempre pensó en él como continuador del negocio familiar. La madre, Johanna, era culta y con gustos artísticos y sensibilidad literaria. De hecho, llegó a ser una novelista bastante célebre en su época. Siendo Arthur muy pequeño se trasladaron a Hamburgo, pues al padre no le gustó nada la anexión a Prusia de Danzig, hasta entonces ciudad libre bajo el poder nominal de Polonia.
Y sin embargo, las relaciones entre madre e hijo fueron siempre tormentosas, sobre todo en la breve época en que coincidieron en Weimar, donde Johanna se había establecido, convirtiendo su casa en centro de reuniones de la la sociedad intelectual y artística de la ciudad, cuyo rey era sin discusión un Goethe ya sexagenario.
Allá lo conoció Arthur, a sus 25 años, y allá empezó una relación breve y no muy profunda en la
Ya antes de su estancia en Weimar, Arthur había estudiado medicina en la universidad de Gotinga y luego filosofía en la de Berlín. Y en la de Jena había obtenido el doctorado con una tesis sobre epistemología, La cuádruple raíz del principio de razón suficiente.
Su obra fundamental, El mundo como voluntad y representación, la escribió durante los cuatro años que vivió en Dresde (1814-1818) y en ella puso toda su ilusión y sus esperanzas. Estaba convencido de que iba a causar una conmoción total, una revolución copernicana en el mundo del pensamiento. Lo que ocurrió fue todo lo contrario. Nadie se enteró. La obra pasó desapercibida en los ámbitos filosóficos y literarios.
Después de recalar en varias ciudades, en 1831, huyendo del cólera que, curiosamente, se cobró la vida de Hegel, se estableció en Frankfurt, donde pasó el resto de su vida.
A partir de 1851, después de una segunda edición de su obra fundamental en 1844, y de la publicación de una recopilación de máximas morales, empezó a sonar su nombre como filósofo original. Y su fama fue creciendo rápidamente, de manera que, a su muerte, ocurrida en 1860, era quizá el filósofo más célebre de Alemania y, por consiguiente, de Europa.
En sus años de oscuridad no había dejado de reflexionar y de escribir. Pero el el texto básico ya estaba fijado, lo que entonces escribía eran comentarios y ampliaciones. Así, sobre moral (Los dos problemas fundamentales de la ética), sobre la manera en que las ciencias naturales corroboraban su filosofía (La voluntad en la naturaleza) y sobre una gran variedad de temas, desde propiamente filosóficos hasta literarios y de costumbres, reunidos bajo el título griego de Parerga y paralipómena.
Y ahora, al igual que he hecho con los otros dos pensadores que forman parte de los autores de mi vida (Teilhard de Chardin, más bien científico, y Karl Marx, más bien sociólogo), cabría esperar que diese un apretado resumen del pensamiento de Arthur Schopenhauer. Pero ¿se puede resumir un sistema filosófico como el de ese señor en unas cuantas líneas? Veamos.
El punto de partida original de Schopenhauer consiste en su afirmación de que sí podemos saber algo de la cosa en sí. ¿Cómo? Para empezar, observando nuestro propio cuerpo, cómo se mueve, cómo sus órganos funcionan, cómo busca el bienestar, cómo rechaza el malestar, cómo huye del dolor, cómo quiere el placer, cómo quiere vivir por encima de todo, cómo quiere… mi cuerpo es voluntad de ser, y esa voluntad es la esencia íntima de su existencia y de todo lo existente…
Y aquí lo dejo. Porque compruebo que no hay manera de encajar la teoría schopenhauriana dentro de las reducidas dimensiones que he asignado a esta especie de ensayo. El que quiera más tiene varias opciones: o recurrir a las obras del mismo filósofo (preferible) o a las de algún tratadista que
“El silencio de Gothe” fue la primera novela tuya que leí y tal fue el entusiamo que me provocó, que desee leer más. A día de hoy añoro encontrar “La encina de Mario”, pero no hay forma. Las demás están leidas y disfrutadas.
¿Quién dice que no hay buenos lectores? Gracias, Jesús.