Kafka, el profeta inconsciente I

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Saber que esto no es un tratado de literatura ni un intento de demostración de sabiduría crítica me tranquiliza enormemente. Saber que se trata solo de una recopilación de las impresiones que me han causado ciertas lecturas a lo largo de la vida me facilita mucho la tarea. De otro modo, ahora mismo quedaría paralizado ante la idea de tener que abordar a un escritor como Kafka.

Y es que Kafka es un escritor único. No quiero decir que sea el más grande, ni el que mejor escribe, ni el que más luz ha aportado al caminar del ser humano sobre la tierra. Quiero decir lo que he dicho: que es único.

Hace tiempo se me ocurrió, para mi uso particular, dividir a los escritores, a los artistas en general, en dos grandes grupos: los artesanos y los profetas. Los artesanos son aquellos que, juntando los materiales adecuados en el orden más conveniente, construyen una obra de valor estético; los profetas son los que, quietos en su rincón, esperan que la verdad se les revele y pacientemente tratan de expresar con palabras los signos siempre cifrados de esa revelación. Como se ve, no otorgo a la palabra “profeta” el significado vulgar de vidente del futuro – en este caso lo sería Verne, cuando es solo un artesano – sino el más correcto de persona que se comunica con la divinidad.

No es necesario que salgas de casa. Quédate a tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera solamente. Ni siquiera esperes, quédate completamente solo y en silencio. El mundo llegará a ti para hacerse desenmascarar, no puede dejar de hacerlo, se prosternará extático a tus pies.

Profeta es Shakespeare, que comparte con Dios la facultad de crear seres humanos auténticos; profeta es Hoffmann, testigo de cómo lo siniestro – y lo luminoso – aflora en sus páginas sin apenas esfuerzo o intención; profeta es Sabato que describe pasiones y obsesiones tan reales como los sueños. Son sólo tres ejemplos. De los artesanos no hace falta hablar: son mayoría.

¿Pero en qué sentido Kafka es un escritor-profeta único? Shakespeare sabe que está dando a luz toda una galería de caracteres tan vivos como los seres vivos; Hoffmann contempla asustado cómo se mueven, gesticulan ante él, los engendros de una fantasía incontenible; Sabato intuye que sus creaciones tienen el valor de sus sueños y que ambos responden a la manera de ser o estar del ser humano.

Kafka no sabe lo que tiene entre manos.

Todas las noches se encierra en su habitación. Y escribe.

Extraño, misterioso, tal vez peligroso, tal vez redentor consuelo de la actividad literaria: esta acción de salirse de las filas de los asesinos, la observación de los hechos. Observación de los hechos al crear una forma superior de observación…

Curiosa imagen: para dedicarse a la observación de los hechos y, sobre todo, para crear esa forma superior de observación hay que salirse de las filas de los asesinos. Imagino que los “asesinos” deben de ser la gente normal que se dedica a vivir (¿y a matar?), ajena a las obsesiones de los que escriben.

Y me pregunto – porque estoy discurriendo en primer término para mí – ¿en qué consiste esa forma superior de observación que Kafka crea y nos ofrece? ¿Cómo se consigue? ¿Qué clase de resultados da?

Uno de los momentos en que Kafka se sintió en la plenitud de su tarea o misión fue al escribir uno de sus primeros relatos: La condena. Fue una noche de setiembre de 1912. Tenía 29 años. Lo explica en su Diario (las negritas las he puesto yo):

Esta narración, La condena, la he escrito de un tirón, durante la noche del 22 al 23, entre las diez de la noche y las seis de la mañana. Apenas si podía sacar las piernas de debajo de la mesa, entumecidas por haber permanecido sentado tanto tiempo. La tensión y la alegría terribles con que la historia se iba desplegando ante mí, y cómo me iba abriendo paso entre las aguas. […] Cómo todas las cosas pueden decirse, cómo para todas, para las más extrañas ocurrencias, hay preparado un gran fuego en el que se consumen y renacen. […] Sólo así se puede escribir, sólo con esa cohesión, con esa apertura total de cuerpo y alma.

Es evidente que estas palabras no son las de un artesano de la literatura. Es evidente que son las de un profeta. Pero un profeta que ignora la naturaleza y el sentido del mensaje que trasmite; que está embriagado por el camino, y sabe que ese camino lo ha de conducir a alguna parte, pero ignora adonde. E incluso intuye que no le será dado llegar.

En Ante la ley, relato breve, cuenta la historia de un hombre que aspira a entrar en la “ley”. La puerta está abierta, pero hay junto a ella un guardián de aspecto temible, que no le autoriza la entrada. Las súplicas del hombre son continuamente rechazadas por el guardián. El hombre espera paciente meses y años ante la puerta. Ya anciano, pregunta al guardián cómo se explica que, habiendo tantos seres humanos que aspiran a la ley, sólo él esté ahí. El guardián le responde: “Nadie podía pretenderlo, porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.

Tengo la impresión de que, al término de su vida, Kafka se sintió como el hombre ante la entrada abierta pero infranqueable. La inseguridad sobre el valor de su obra, salvo alguna excepción, el perfeccionismo, la renuencia a que se publicase lo que no consideraba dignamente acabado – que para él era casi todo -, nos hablan de una actitud religiosa, de una fe en una revelación que no acaba de producirse, de un infinito trabajo de paciencia ante la entrada que no consigue finalmente traspasar. Aunque sabe que está abierta. Y que era solamente para él. (continúa)

 (De Los libros de mi vida)

6 comentarios

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6 Respuestas a “Kafka, el profeta inconsciente I

  1. Sobre la cuestión que analizas -para mí de forma magistral estoy escribiendo un ensayo más amplio:

    En este sentido la intención del presente monográfico es ahondar en la naturaleza de aquellos que han sabido asombrarse al ver más allá de lo que atisba el hombre común, y constatar como este tipo de hombre ha sido referido a lo largo de la historia del pensamiento y la cultura occidentales, como un individuo distinto a la mayoría, tal vez privilegiado, tal vez iluminado. En cualquier caso un conjunto de hombres cuya mirada era ya inexorable. Y esto desde una perspectiva laica, porque quizás esta búsqueda nos muestre algunos de los profetas perdidos.

    Gracias!!!!!

    • antoniopriante
      antoniopriante

      ¿Estás hablando del genio? ¡Cuidado! que los guardianes de la modernidad de turno lo tacharán de romanticismo trasnochado.

      • Tal vez estoy hablando cuanto másnos acercamos a lamodernidad, de losindividuos más angustiados y sufridores por la plena autoconciencia de la que ya no podían zafarse. Algunos podemos hablar de ellos, sentir con ellos y captar lo que ellos intuían y no somos genios,solo humanos sensibilizados por nuestra conciencia de ser.

  2. Magnífico análisis de la obra de kafka. En la brevedad del texto no cabe más intensidad.

Responder a Rafael Velazquez LeonCancelar respuesta